martes, 29 de marzo de 2022

EL BRILLANTE PLAN DE FRANCISCO PARA LA PAZ MUNDIAL: ¡PROHIBICIÓN DE TODAS LAS ARMAS!

El jesuita modernista Jorge Bergoglio (nombre artístico: “papa Francisco”) ha honrado al mundo con su infinita sabiduría. El 29 de abril de 2018, envió un tuit que decía: “¿Realmente queremos la paz? Entonces prohibamos todas las armas para no tener que vivir con miedo a la guerra”.


No, esto no es una broma. Esto no es una noticia falsa. Esto no es una sátira, ni proviene de una cuenta de parodia. Esto es del verdadero “papa” Francisco. El enlace al tweet real se puede encontrar aquí , y hemos tomado una captura de pantalla como evidencia en caso de que se elimine el tweet:


Con un contenido idiota, como si fueran las verdaderas noticias provenientes de la Ciudad del Vaticano, no queda nada que hacer para los satíricos y parodistas. ¡No pueden superarlo!

Todos entenderíamos si un niño de quinto grado dijera algo tan descabellado, ¿pero un jesuita supuestamente dotado intelectualmente de más de 80 años que dice ser el “papa de la Iglesia Católica”? ¡No puedes inventarlo!

Entonces Francisco finalmente descubrió el secreto de la paz mundial: ¡Necesitamos prohibir todas las armas! ¿Por qué nadie pensó en esto antes? ¡Absolutamente brillante!

¡Ojalá Nuestra Señora de Fátima y el Papa Pío XI hubieran pensado en eso! En cambio, la Madre de Dios insistió tontamente en la oración, la penitencia, el sacrificio; sobre la conversión de los pecadores y sobre la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. El Papa Pío XI tampoco consideró la solución obvia cuando, en lugar de prohibir todas las armas, enseñó:

Y ante todo es necesario que la paz reine en los corazones. Porque de poco valdría una exterior apariencia de paz, que hace que los hombres se traten mutuamente con urbanidad y cortesía, sino que es necesaria una paz que llegue al espíritu, los tranquilice e incline y disponga a los hombres a una mutua benevolencia fraternal. Y no hay semejante paz sino es la de Cristo y no puede haber otra paz, sino la que Él da a los suyos (Juan 14: 27) ya que siendo Dios, “ve los corazones” (I Samuel 16: 7) y en los corazones tiene Su reino. Por otra parte, con todo derecho Jesucristo pudo llamar suya esta paz, ya que fue el primero que dijo a los hombres: "Vosotros sois hermanos" (Mt. 23: 8). Y promulgó, sellándola con su propia sangre, la ley de mutua caridad y paciencia entre todos los hombres: "Este es mi mandamiento, que os améis unos a otros, como yo os he amado" (Juan 15: 12). “Soportad los unos las cargas de los otros; y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6: 2).

Síguese de ahí claramente que la verdadera paz de Cristo no puede apartarse de las normas de  la justicia, ya porque “es Dios mismo el que juzga la justicia” (Salmos 9: 5), ya porque “la paz es la obra de la justicia” (Isaías 32: 17).  Pero no debe constar tan solo de la dura e inflexible justicia, sino que a suavizarla ha de entrar en no menor parte la caridad que es la virtud apta por su misma naturaleza para reconciliar los hombres con los hombres. Esta es la paz que Jesucristo conquistó para los hombres, más aún, según la expresión enérgica de San Pablo: "Él mismo es nuestra paz", porque satisfaciendo a la divina justicia con el suplicio de su carne en la cruz, dio muerte a las enemistades en sí mismo... haciendo la paz (Efesios 2: 14) y reconcilió en sí a todos (II Corintios 5: 18) y todas las cosas con Dios; y en la misma redención no ve y considera San Pablo tanto la obra divina de justicia, como en realidad lo es, cuanto la obra de la reconciliación y de la caridad: “Dios era el que reconciliaba consigo al mundo en Jesucristo” (II Corintios 5: 19). “De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3: 16).

Con el gran acierto que suele escribir sobre este punto el Doctor Angélico, que la paz verdadera y genuina paz pertenece más bien a la caridad que a la justicia, ya que lo que ésta hace es remover los impedimentos de la paz, como son las injurias y los daños, pero la paz es un acto propio y peculiar de la caridad (Suma Teológica, II-II, Q. 29 Art. 3, Ad. III).

El reino de la paz está en nuestro interior. Por lo tanto, a la paz de Cristo, que, nacida de la caridad, reside en lo íntimo del alma, se acomoda muy bien a lo que San Pablo dice del reino de Dios que por la caridad se adueña de las almas: “No consiste el reino de Cristo en comer y beber" (Romanos 14: 17). Es decir, que la paz de Cristo no se alimenta de bienes caducos, sino de los espirituales y eternoscuya excelencia y ventaja el mismo Cristo declaró al mundo y no cesó de persuadir a los hombres. Pues por eso dijo: “¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde el alma?” (Mateo 16: 26) Y enseñó además la constancia y  firmeza de ánimo que ha de tener el cristiano: “No temáis a los que matan el cuerpo, porque no pueden matar el alma; sino temed a los que pueden arrojar el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10: 28).

No que el que quiera gozar de esta paz haya de renunciar a los bienes de esta vida; antes al contrario, es promesa de Cristo que los tendrá en abundancia: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mat. 6: 33; Lucas 12: 31)

Pero: “la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4: 7), y por lo mismo domina a las ciegas pasiones y evita las disensiones y discordias, que necesariamente brotan del ansia de poseer. Refrenadas pues, con la virtud de las pasiones y dado el honor debido a las cosas del espíritu, seguiráse como fruto espontáneo la ventaja de que la paz cristiana traerá consigo la integridad de las costumbres y el ennoblecimiento de la dignidad del hombre; el cual, después que fue redimido con la sangre de Cristo, está como consagrado por la adopción del Padre Celestial y por el parentesco de hermano con el mismo Cristo, hecho con las oraciones y  sacramentos, participante de la gracia y consorte de la naturaleza divina, hasta el punto de que, en premio de haber vivido bien en esta vida, llegue a gozar por toda una eternidad de la posesión de la gloria divina.  

Y ya que arriba hemos demostrado que una de las principales causas de la confusión en que vivimos, es el hallarse muy menoscabada la autoridad del derecho y el respeto a los que mandan, por haberse negado que el derecho y el poder vienen de Dios, creador y gobernador del mundo.

También a este desorden pondrá remedio la paz cristiana, ya que es una paz divina, y por lo mismo manda que se respeten el orden, la ley, el orden y el poderPues así nos lo enseña la Escritura: “Conservad en paz la disciplina” (Eclesiástico 41: 17), “Gran paz para aquellos que aman tu ley, Señor” (Salmo 118: 165), “El que teme el precepto, se hallará en paz” (Proverbios 13: 13), y Nuestro Señor Jesucristo, no solo dijo aquello de: “Dad al César lo que es del César” (Mat. 22: 21), sino que declaró respetar en el mismo Pilato el poder que le había sido dado de lo Alto (Juan 19: 11), de la misma manera que había mandado a los discípulos que reverencien a los escribas y fariseos que se sentaron en la cátedra de Moisés (Mat. 23: 2). Y es cosa admirable la estima que hizo de la autoridad paterna en la vida de familia,viviendo para dar ejemplo, sumiso y obediente a José y María. Y de Él es también aquella ley promulgada por sus apóstoles: “Toda persona esté sujeta a las potestades superiores: porque no hay potestad que no provenga de Dios” (Romanos 13: 1).

Y si se considera todo cuanto Cristo enseñó y estableció acerca de la dignidad de la persona humana, de la inocencia de la vida, de la obligación de obedecer, de la ordenación divina de la sociedad, del sacramento del matrimonio y de la santidad de la familia cristiana, si se considera, decimos, que estas y otras doctrinas que trajo del cielo al tierra, las entregó a Su Iglesia solamente y con promesa solemne de su auxilio y perpetua asistencia, y que le dio el encargo, como maestra infalible que era, que no dejara nunca de anunciarlas a las gentes hasta el fin de los tiempos, fácilmente se entiende cuan gran parte puede y debe tener la Iglesia para poner el remedio conducente a la pacificación del mundo

(Papa Pío XI,  Ubi Arcano Dei, nn. 33-41; subrayado añadido)

 

En la primera Carta Encíclica [Ubi Arcano Dei] que al comenzar Nuestro Pontificado enviamos a todos los Obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y  afligir al género humano. Y en ella proclamamos Nos claramente no sólo que este cumulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su santísima ley; así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y los pueblos negasen y rechazasen el imperio de Nuestro Salvador. Por lo cual no solo exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el Reino de Cristo; sino que además prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible nos fuese. En el Reino de Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio mas eficaz para establecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo. Entre tanto, no dejó de infundirnos sólida esperanza de tiempos mejores, la favorable actitud de los pueblos hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos, actitud nueva en unos, reavivada en otros, de donde podía colegirse que muchos que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.

(Papa Pío XI, Encíclica Quas Primas, n. 1; subrayado añadido).

La razón por la que sólo la paz de Cristo es paz genuina y verdadera, y por la que no puede obtenerse de otro modo que no sea sometiéndose al dulce yugo de su ley y del Evangelio (cf. Mt 11, 30), es que la gracia divina es necesaria para ayudarnos en nuestra condición humana, para vencer nuestros pecados, perfeccionar nuestra naturaleza y hacernos virtuosos para que podamos soportar los errores con paciencia, perdonar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian.

En el absurdo tuit de Bergoglio pidiendo la prohibición de todas las armas, está promoviendo la herejía del pacifismo, que es un gran mal que se disfraza bajo un manto de virtud:

 

Para los defensores del pacifismo, el ideal más alto y elevado del hombre es la paz, una paz que, sin embargo, no se basa en una filosofía racional y cristiana. La suya es una paz que consiste en la simple tranquilidad como tal, no una tranquilidad con orden.

Conectada con el pacifismo hay otra filosofía llamada humanitarismo, que en su reverencia teórica por el hombre busca abolir las fronteras religiosas, políticas y nacionales como fuentes de guerras continuas, con el propósito de establecer una paz perpetua y condenar todas las guerras como inmorales.

(Monseñor Pietro Palazzini, ed., Dictionary of Moral Theology [Londres: Burns & Oates, 1962], sv “Militarism”; cursiva dada).

Suena como Francisco, ¿no?

Al pedir la proscripción de las armas, Bergoglio no solo muestra su pacifismo sino también su naturalismo. Él no cree en usar los medios sobrenaturales ordenados por Dios para obtener la paz. Hay una razón por la que Jesucristo es llamado el “Príncipe de la Paz” (Is 9,6), y por la que Él mismo dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da
(Jn 14,27).

Francisco y su pandilla creen que es posible eliminar los conflictos y las disputas entre individuos y naciones por medios meramente naturales, dialogando y abrazándose, jugando al fútbol y plantando árboles, encendiendo velas, tratando de ser una mejor persona, todo sin la gracia de Dios Todopoderoso. Y se quedan estupefactos cada vez que tienen que enfrentarse al hecho de que simplemente no funciona así... Sin embargo, en lugar de aplicar, o al menos buscar, los medios verdaderos y dados por Dios para obtener la paz, simplemente regresan una y otra vez a la misma vieja “solución naturalista” que está garantizada para fracasar. Como se lamentó el Apóstol San Pablo: “…no conocieron el camino de la paz” (Rom 3: 17).

¡Pero no te preocupes! Francisco tiene otra solución 
bajo la manga para el problema de la guerra y el conflicto armado. Dejando atrás los partidos de fútbol, ​​las oraciones interreligiosas y la plantación de árboles, ahora intrépidamente va directo a lo que aparentemente está convencido es la raíz del problema: ¡las armas! Haga que todas las armas sean ilegales y el problema obviamente desaparecerá, ¿verdad? ¡¿Cómo podría fallar eso?!

Incluso aparte de las consideraciones filosóficas y teológicas, ¿ha pensado Bergoglio en cómo se haría cumplir la prohibición de las armas? ¿Cuáles serían los medios para imponerlo? ¿Caricias tiernas tal vez?

Cuando se trata de guerra y armas, no suele faltar quien señale que Cristo Nuestro Señor dijo que “todos los que tomen la espada, a espada perecerán” (Mt 26: 52), y que nos enseñó a poner la otra mejilla (ver Mt 5: 39). Como los teólogos morales dominicanos, el padre John McHugh y el padre Charles Callan señalan, sin embargo, estos dichos de nuestro Bendito Señor…

…no son un aval del pacifismo extremo, sino respectivamente una condenación de los que sin la debida autoridad recurren a la violencia, y un consejo de perfección, cuando ésta sirve mejor al honor de Dios o al bien del prójimo. Además, estas palabras de Cristo estaban dirigidas, no a los estados, que son responsables del bienestar de sus miembros, sino a los individuos. Los cuáqueros han prestado un excelente servicio a la causa de la paz mundial, pero no se puede admitir su enseñanza de que toda guerra es contraria a la ley de Cristo. El espíritu del Evangelio incluye tanto la justicia como el amor.

(Rev. John A. McHugh & Rev. Charles J. Callan, Moral Theology, vol. 1  [Nueva York, NY: Joseph F. Wagner, 1958], n. 1381; disponible en línea aquí ).

La Sagrada Escritura enseña claramente que el estado tiene autoridad de Dios para usar la violencia, según sea necesario, para hacer cumplir leyes justas:

Sométase toda persona a potestades superiores: porque no hay potestad sino de parte de Dios; y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza por ello. Porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, de necesidad, sino también por causa de la conciencia.

(Romanos 13:1-5)

Si San Pablo hubiera recibido instrucción del Sr. Bergoglio en lugar de Jesucristo, habría sabido que se supone que el gobernante no debe portar ninguna espada, ¡y punto! Eso resolvería todo el problema de si la lleva en vano o no, ¿no es así?

Aunque el estado tiene la autoridad para librar una guerra justa, debemos tener claro que esto no significa que la guerra esté permitida por una buena razón. Más bien, “un estado no tiene derecho a usar la fuerza contra otro estado soberano excepto como último recurso” (McHugh/Callan, Moral Theology, n. 1386b): “aun si la causa es justa y la guerra factible, no se debe recurrir a las hostilidades sino como último medio” (n. 1398d).

Sin embargo, no nos extenderemos más en esto. El propósito de esta publicación no es dar un tratamiento en profundidad de la posición católica sobre la guerra justa, la violencia o la autodefensa, sino simplemente refutar la idea descabellada del Sr. Bergoglio de que todas las armas deben prohibirse para obtener la paz mundial.

¿Cuál es el eco en los medios de comunicación en respuesta al tuit de Bergoglio? A ver si la Secretaría del Vaticano para Noticias falsas Comunicaciones trata de hacerlo retroceder. Tal vez podrían echarle la culpa a un interno que por error tuvo acceso a la cuenta de Twitter @Pontifex_es  y decidió divertirse un poco; o tal vez podrían decir que algún Monseñor estaba a cargo ese día y omitió por error una oración que cambia todo el significado del tuit. Aparte de eso, ¿qué defensa tienen?

Sin embargo, este tuit no es el primero con el que Francisco muestra sus colores pacifistas. El jesuita apóstata ya había hecho olas al declarar que “ninguna guerra es justa”, en contradicción directa con la enseñanza católica perenne sobre la guerra justa; y el 21 de junio de 2015, el “papa” dijo a una audiencia de jóvenes en la ciudad italiana de Turín que fabricar armas no es cristiano


Entonces, si Francisco se toma en serio la prohibición de todas las armas, tal vez pueda comenzar por desarmar a la Guardia Suiza, por lo que ahora podría quitarles las armas y reemplazarlas con margaritas: son ecológicas, 100% biodegradables y promueven la “cultura del diálogo y del encuentro”.


Novus Ordo Watch



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