domingo, 11 de mayo de 2025

EL PROTESTANTISMO Y LA REVOLUCIÓN (59)

Una vez establecido en principio que el hombre no debe reconocer ninguna autoridad religiosa: ¿no es sencillo y natural concluir, que tampoco debe reconocer ninguna autoridad política o civil? 

Por Monseñor De Segur (1862)


Todo protestantismo es revolucionario. No digo que todo protestante, sino que todo protestantismo; porque bien sé que el hombre no es siempre bastante lógico, para poner en armonía sus acciones con sus creencias. A veces vale más el hombre que lo que piensa. Así como entre los católicos hay desgraciadamente muchos que faltando a sus principios, son revolucionarios exaltados, de la misma manera y por la propia razón de que son ilógicos, hay entre los protestantes un gran número de hombres y hombres de saber y de talento, que son sinceramente amigos del orden entre los protestantes. Pero aquí se trata del protestantismo y no de los protestantes. Repito, pues, que todo protestantismo es revolucionario. 

Mientras que el catolicismo es la sumisión del corazón y del espíritu a la autoridad de la Iglesia, el protestantismo es la negación de toda autoridad en materia de religión. Ahora bien, una vez establecido en principio que el hombre no debe reconocer ninguna autoridad religiosa: ¿no es sencillo y natural concluir, que tampoco debe reconocer ninguna autoridad política o civil? 

El ilustre Ventura de Ráulica ha hecho sobre este punto las siguientes reflexiones: “¿Por qué los que han negado obediencia a la Iglesia no la negarían al Estado? El protestantismo o sea la rebelión contra la autoridad religiosa, encierra en sus entrañas el germen de la rebelión contra toda autoridad política”. 

La historia del protestantismo da un testimonio elocuente de esta verdad. Donde quiera que él fue proclamado, su primer llamamiento a los cristianos para rebelarse contra el Papa, al instante se convirtió en llamamiento a los pueblos para rebelarse contra los reyes. Las mismas lenguas de los jefes de la pretendida Reforma, que formulaban blasfemias las más atroces contra la Cabeza de la Iglesia, vomitaron los más sangrientos insultos contra los soberanos de los Estados. Si para aquellos genios del desorden el Sumo Pontífice era un tirano, los príncipes fueron monstruos; y las guerras de religión que en aquella época desgraciada inundaron de sangre la Alemania, la Inglaterra y la Francia, no fueron en el fondo otra cosa que guerras de revolución. 

Desde entonces el protestantismo ha simpatizado siempre, y en todas partes con todas las rebeliones; y todas las rebeliones han mostrado hacia el protestantismo, muy notables simpatías. 

“Todo protestantismo ha sido siempre revolucionario, así como toda rebelión ha sido siempre en la esencia protestante”. 

“Del seno de los pueblos protestantes, ha salido el espíritu de rebelión que en estos últimos tiempos ha cundido en algunos países católicos. Después que la pretendida reforma quiso derribar el altar, todos los tronos se han conmovido. La revolución de la Francia católica, no fue más que imitación de la revolución que antes se verificó en la protestante Inglaterra; pues al protestantismo inglés, le corresponde la triste gloria de haber introducido en la Europa cristiana, la moda pagana de asesinar jurídicamente a los Reyes”.

En virtud de ese origen común, el protestantismo y la revolución se confunden cada día más el uno con el otro. Es verdad que los protestantes honrados rechazan esa unión que los espanta, pero ella se consuma inevitablemente, en virtud del principio mismo que produjo la Reforma; y los órganos más reconocidos del socialismo, lo proclaman así en alta voz. Por eso el revolucionario Edgard Quinet escribe lo siguiente: “Me dirijo a todas las creencias, a todas las religiones que han combatido a Roma: todas ellas están en nuestras filas, quiéranlo o no lo quieran, puesto que en el fondo, su existencia es tan incompatible como la nuestra con la dominación de Roma”. Luis Blanc otro jefe revolucionario, dice: “Todo Lutero religioso, oscila necesariamente un Lutero político”. 

Mazzini, Garibaldi y los otros aventureros, que hace algunos años tuvieron bajo su perverso yugo la capital del mundo cristiano, creyeron no poder encontrar mejor medio de afirmar y consolidar en Italia la revolución social, que el de introducir el protestantismo. Por eso fueron distribuidas en Roma millares de Biblias falsificadas; y por eso también se formó el proyecto de dar a los protestantes la Iglesia del Panteón, que está en el centro de la ciudad. Garibaldi decía al ministro protestante Pozzi en 1850, al confiarle la educación religiosa de su hijo: “La Biblia es el cañón que nos abrirá la Italia”

Las publicaciones impudentes de los revolucionarios modernos, están a la vista de los protestantes lo mismo que las nuestras. Que las consulten. Con voz unísona los revolucionarios todos aplauden al protestantismo, forma religiosa de la revolución. 

Este es un hecho incontestable y público que merece la atención de los hombres serios. 

Los que sean indiferentes hacia los intereses sagrados de la fe, deben, por lo menos, conmoverse en vista de los peligros que amenazan al hogar doméstico. 

“El socialismo -ha dicho un gran escritor- no es más que el protestantismo contra la sociedad; así como el protestantismo, no es más que el socialismo contra la Iglesia”.


Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.

 

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