Entrevista de Matteo Demicheli para Radio Roma TV a Monseñor Carlo Maria Viganò
Matteo Demicheli: La situación de la Iglesia católica es más que preocupante: es una Iglesia doblegada a la “moda”, que se moldea a sí misma, contradiciendo no sólo el Evangelio, sino incluso los Mandamientos. ¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Dónde se origina todo esto? Pablo VI tenía razón cuando, en 1972, dijo: “Por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”? ¿Se refería al Concilio Vaticano II?
Monseñor Viganò: La Iglesia católica, como sabemos, es indefectible, porque está divinamente asistida por el Espíritu Santo. Esto no significa, sin embargo, que no pueda ser turbada por grandes crisis, herida en su unidad por los cismas, golpeada en su doctrina por las herejías, desfigurada por la corrupción moral de sus Ministros. La promesa de Nuestro Señor -portæ inferi non prævalebunt- debe entenderse, por lo tanto, no en el sentido de preservar a la Iglesia de estas crisis, sino en el sentido de que las puertas del infierno no tendrán éxito en su intento, que es precisamente destruirla. Sin embargo, se acercarán mucho. La apostasía de la que habla el Apocalipsis, junto con los mensajes de la Virgen y las revelaciones de los santos y de los místicos, nos advierten de esta guerra sin cuartel entre Dios y Satanás, una guerra hecha de muchas batallas con resultados alternos, pero en la que el triunfo de Dios es al final seguro y definitivo. Ese triunfo fue sancionado en la Cruz por la Pasión y Muerte del Hombre-Dios, con el hecho histórico de la Resurrección.
Puesto que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, la passio Ecclesiæ está intrínsecamente unida a la Passio Christi, de modo que también ella debe afrontar su propio Calvario, ser místicamente crucificada y creerse vencida por sus enemigos. Éstos han logrado penetrar en la Ciudadela, usurpando como en tiempos de Cristo la legítima autoridad para destruirla desde dentro con nuevos Judas. Pablo VI es conocido por sus inquietantes contradicciones entre algunas de sus palabras y su comportamiento, como cuando denunció ese humo de Satanás que él mismo había dejado entrar a sabiendas en el templo, avalando las llamadas reformas del Vaticano II y dando vía libre a los que hasta Pío XII eran considerados con razón herejes o pervertidos, pero que ya actuaban bajo su pontificado (baste pensar en Annibale Bugnini o en el cardenal jesuita Agostino Bea). La indulgencia de Roncalli y Montini hacia estos personajes formaba parte de un plan para ocupar la Jerarquía: una acción subversiva en toda regla, ante la que Pablo VI no sólo permaneció inerte, sino que él mismo favoreció, destituyendo paralelamente a tantos buenos Prelados a los que consideraba (con razón) enemigos del Modernismo del que era un convencido defensor.
¿Cómo ha llegado la Iglesia Católica -o mejor dicho: su Jerarquía- a subvertir el Magisterio inmutable y a enseñar abiertamente aquellos errores doctrinales y morales que hasta entonces eran severamente condenados? Fomentando ese sentimiento de inferioridad de la Iglesia Católica -la Domina gentium- con respecto al mundo, rebajándola al nivel de las falsas religiones y de las supersticiones idolátricas; por la corrupción moral de cada clérigo; por la pérdida de la vida interior y del estado de Gracia; por la habituación a una vida en pecado mortal y en continuo sacrilegio. Un sacerdote que vive en contradicción con lo que debería creer y profesar se convierte en presa perfecta para el Diablo y ya no puede enseñar lo que no practica. De ahí la ceguera espiritual y la incapacidad de comprender la perfección de la Revelación Divina. De ahí la ilusión de poder complacer al mundo diluyendo la Fe y la Moral, de poder ganar audiencia y aprecio abrazando sus modas. Con ello, la Jerarquía ha transformado progresivamente a la Iglesia en una entidad humana, con horizontes humanos, condenándola a la irrelevancia social. Por otra parte, ¿por qué habría de bendecir y proteger el Señor a los hombres de una institución que le han dejado de lado -literalmente: basta ver el abandono de los Tabernáculos en nuestras iglesias- y que creen poder prescindir de Él?
Matteo Demicheli: Los compinches de McCarrick, los cardenales Farrell, Cupich, McElroy, Wuerl, Gregory, Tobin y muchos otros, han sido promovidos a altos cargos en el Vaticano y en la Iglesia católica estadounidense, que casualmente va de la mano del Partido Demócrata. El que apoya el aborto, propaga la ideología de género y, en general, todo lo que sea contrario a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Coincidencias?
Mons. Viganò: Los herederos de McCarrick constituyen una cúpula subversiva ultraprogresista presente hoy en Roma y en las diócesis americanas (y no sólo allí). Son expresión de la Iglesia profunda, de la corrupción de sus miembros, de la complicidad en la persecución del mismo plan subversivo con la oligarquía globalista del Nuevo Orden Mundial. Para reanimar la suerte de la Iglesia, es pues imperativo denunciar, perseguir y destituir a quienes han ocupado su dirección para demolerla desde dentro. Su comportamiento constituye un delito de alta traición, y como tal debe ser castigado.
Matteo Demicheli: ¿Cuánto pesaron la mafia de Saint Gallent, el Estado profundo estadounidense y el bloqueo de los sistemas de pago electrónico del Vaticano en la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Bergoglio?
Monseñor Viganò: No puedo decirlo, porque lo que sabemos del golpe que llevó al usurpador Bergoglio al trono de Pedro es parcial y fragmentado. Lo que hace falta es una investigación seria e imparcial que verifique las responsabilidades de las personas y sobre todo que saque a la luz la existencia de un único guión bajo un único director, que es incontrovertible.
También hay que considerar que tener un Papa actuando como quinta columna del enemigo forma parte de un proyecto, sacado a la luz en el siglo XIX por la Masonería italiana: es la “revolución con capa y tiara” de la Instrucción de la Alta Vendita. Ha sido asumido no sólo por el Estado profundo estadounidense y, más en general, por el lobby globalista internacional, sino también por la dictadura comunista china, especialmente tras su entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001 con la “conversión liberal” de Xi Jinping (educado en el King's College de Londres y, por lo tanto, próximo a los círculos de la masonería angloamericana). Como expliqué en mi reciente declaración sobre el acuerdo secreto sino-vaticano, la China comunista se considera un aliado indispensable del globalismo de Davos. Después de la chinización de las economías occidentales por la competencia desleal de Pekín, era útil tener al Vaticano de su lado, para “chinizar” también el catolicismo. En esto, Bergoglio, McCarrick, Parolin, Zuppi, los jesuitas y los potentados de la izquierda católica -incluida la Comunidad de Sant'Egidio- desempeñaron un papel decisivo que Benedicto XVI había intentado contrarrestar. Por eso Benedicto tuvo que verse obligado a dimitir -también bloqueando el sistema interbancario SWIFT- para dejar paso a un emisario de la agenda globalista woke. Está claro que Bergoglio ha conseguido perfectamente lo que sus amos esperaban de él, empezando por la vergonzosa traición a los católicos chinos leales a la Sede Apostólica. Su efigie, en la galería de los Papas, merece ser cubierta con un paño negro, como hizo el Senado veneciano con el Dux Marin Faliero, traidor de la Serenísima, decapitado pro crimine proditionis en 1355 tras intentar instaurar una dictadura personal en lugar de la Monarquía electiva.
Matteo Demicheli: A pesar de todo, hasta Benedicto XVI, el Papado intentó actuar como barrera a la creciente influencia masónica en las altas esferas del Vaticano. Con la llegada de Bergoglio, ¿se han abierto las puertas?
Monseñor Viganò: Siento tener que contradecirle: la masonería ya había penetrado en las altas esferas del Vaticano antes del Concilio. La elección de Angelo Giuseppe Roncalli -de quien se dice que estaba iniciado en las logias desde que era delegado apostólico en Turquía- confirma que el poder de las sectas secretas ya estaba presente en el seno de la Iglesia, especialmente durante los últimos años del pontificado de Pío XII. Las audiencias a los jefes de la logia judía de la B'nai B'rith, los guiños masónicos de Pablo VI - “También nosotros, nosotros más que nadie, somos amantes de la humanidad”, dijo en la Alocución del 7 de diciembre de 1965- y más en general la adopción de principios revolucionarios en los documentos del Concilio, nos muestran una Iglesia bajo la influencia directa de la masonería. El cordón va del Card. Villot a Casaroli, del Card. Silvestrini a Pietro Parolin. Este último ha merecido los elogios públicos del francmasón Di Bernardo, que espera su elección. Quiero señalar que todos los exponentes de la Iglesia conciliar y sinodal gozan del aprecio de las logias, que los reconocen como promotores de los ideales masónicos: esto basta para comprender su papel de quintacolumnistas del enemigo.
Matteo Demicheli: La Iglesia de Bergoglio impuso la vacuna como “un acto de amor”, pero un acto de amor forzado es violencia. Fue la primera en adoptar el pase verde, despidiendo a los guardias suizos no vacunados, incitando así a la discriminación. Está escrito “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, no según cuántas dosis se haya inyectado, ¿o recuerdo mal? Interrumpió las misas justo cuando la gente estaba más necesitada de consuelo espiritual, eliminó el agua bendita, abrió las puertas de las iglesias a la policía. La mayoría de los sacerdotes no daban la bendición ni la extremaunción a los enfermos, incluso suspendieron los funerales. Pero, ¿no está escrito: “Porque estuve enfermo y me visitasteis”?
Mons. Viganò: La acción de Bergoglio en la Iglesia fue el corolario indispensable del golpe sanitario de la OMS, financiado por Bill Gates y las empresas farmacéuticas. El objetivo era la inoculación de un suero con tecnología de ARNm que indujera cambios genéticos, destruyera el sistema inmunitario, causara graves patologías, incluidos tumores y esterilidad, y en muchos casos fuera mortal. Hoy, la peligrosidad de los sueros presentados como “vacunas milagrosas” queda confirmada por las confesiones de quienes los distribuyeron e impusieron. La autorización de su uso por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe -que yo impugné en su momento- constituye una prueba de la complicidad de la iglesia bergogliana con el plan de despoblación perseguido por la Agenda 2030.
Pero si, para dramatizar la pandemia, las autoridades sanitarias han llegado a imponer mascarillas y espaciamientos (completamente inútiles), matando a los ancianos y frágiles con fármacos mortíferos (como el Propofol o el Rivotril) y ventilación forzada, no es de extrañar que esta obediencia supersticiosa a la anticiencia haya sido propagada por la autoridad papal usurpadora para engañar a los fieles e inducirles a hacerse daño a sí mismos y a sus seres queridos. Sin la farsa de iglesias cerradas, comunión administrada con guantes de seda, amuchina en lugar de agua bendita, funerales prohibidos, confesiones suspendidas y misas online, la narrativa psicopandémica habría tenido poco éxito. Pero los anuncios de Bergoglio para Pfizer no fueron desinteresados: detrás del aparente celo sanitario del jesuita argentino hay patrocinios multimillonarios, lo que convierte todo en un enorme conflicto de intereses. Esto hace a Bergoglio culpable de un delito muy grave, por el que tarde o temprano también llegará una sentencia del tribunal de la Historia: la misma sentencia que espera a los colaboradores del régimen sanitario en todas las naciones occidentales.
Matteo Demicheli: Benedicto XVI decía que el primer derecho de un ser humano es poder vivir con dignidad en la tierra donde nace, y que el derecho a la inmigración viene después; Bergoglio ha trastocado este concepto, haciendo de la acogida indiscriminada una especie de dogma. Exactamente igual que los verdes y los despiertos. Es un papa globalista que bendice el FEM: ¿dónde se encuentra todo esto en el Evangelio, en la Palabra de Dios?
Monseñor Viganò: La sustitución étnica por la invasión incontrolada de inmigrantes fue teorizada por el Plan Kalergi, llamado así por el conde Richard Nikolaus de Coudenhove-Kalergi, uno de los “padres fundadores” de la Unión Europea. Se suponía que el “ecumenismo conciliar” proporcionaría la base doctrinal para esta operación de ingeniería social, y así fue. Por eso Macron presionó al Colegio Cardenalicio para evitar la elección del cardenal Sarah, notoriamente opuesto a las políticas migratorias globalistas. Por eso Bergoglio desfiguró la Plaza de San Pedro con un espantoso monumento a la invasión por el mar. Todos son exponentes de la misma organización subversiva.
Un Romano Pontífice auténticamente católico es consciente de que sus propias palabras y acciones deben ser coherentes con todo el Papado católico y con Cristo Sumo Pontífice: eodem sensu eademque sententia, en el mismo sentido y con las mismas palabras; o como escribió San Vicente de Lerino, quod ubique, quod semper, quod ab omnibus creditum est: lo que profesamos debe ser considerado así en todas partes, siempre y por todos. Por eso los Papas -los Papas católicos, quiero decir- usan el plural humilitatis, porque a través de ellos habla toda la Iglesia docente. Esta visión sacral de la autoridad del Romano Pontífice garantiza que todo Papa, para ser tal, debe ante todo conservar y transmitir fielmente el Depositum Fidei: no debe quitar ni añadir nada a lo que Nuestro Señor, Cabeza de la Iglesia, ha establecido.
Quien modifica, cambia, añade, quita, reinterpreta, silencia certezas e insinúa dudas, no habla como Papa, ni como Vicario de Cristo, sino que actúa a título personal y, por lo tanto, su autoridad no es la autoridad de Cristo. El propio Bergoglio lo admitió con su “¿Quién soy yo para juzgar?”. Bergoglio no se consideraba ni Vicario de Cristo, ni Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, ni Siervo de los Siervos de Dios: consideraba que el Papado era cosa suya, y en esto no se diferenciaba mucho de otros de sus predecesores inmediatos, para quienes las novedades y los cambios eran una costumbre bajo la bandera del personalismo más desenfadado. Pero con Bergoglio fuimos mucho más allá: nada de lo que constituye incluso las apariencias externas del papado romano ha sido escatimado, de modo que toda explicación externa del munus petrinum era en realidad una manifestación de egocentrismo prepotente, una provocación, una ostentación de poder. Basta ver con qué arrogante orgullo Bergoglio escandalizó a los sencillos, empezando por ponerse en pie coram Sanctissimo y luego arrojarse a cuatro patas ante gobernantes o prisioneros africanos. Impidió molesto que los fieles besaran su anillo, pero no dudó en inclinarse y besar la mano de los usureros Rockefeller y Rothschild, de Henry Kissinger y de tantos magnates supercorruptos, humillando al Pontificado y a la Iglesia. Y siempre bajo la mirada de las cámaras y los fotógrafos, dispuestos a inmortalizar “la humildad del Papa Francisco”. Nuestro Señor lavó los pies de los Apóstoles, no de Caifás, Herodes o Pilatos: les respondió con monosílabos, y no dejó de recordarles que no tendrían poder, si no se lo hubiera dado su Padre.
Si entendemos que Bergoglio tenía su propia idea del 'papado', totalmente ajena al papado católico, también entendemos que es totalmente razonable la hipótesis de un consenso vitium al aceptar la elevación al trono; un vitium que hace que la aceptación sea totalmente inválida y nula, porque Bergoglio estaba convencido de que el papado era algo de lo que podía disponer a voluntad para destruir la Iglesia Católica. Como 'papa de la iglesia sinodal', se sintió autorizado a predicar la verborrea globalista, la ideología woke, el homosexualismo arco iris, el fraude climático y pandémico, el inmigracionismo desenfrenado, la moral situacional, etc. Considerándose un monarca absoluto, es decir, liberado de todo vínculo con la autoridad de Cristo, Bergoglio ha llevado a cabo la tarea que le asignaron sus amos: dar cuerpo a una Iglesia de la Humanidad -deseada por la masonería- totalmente desacralizada, horizontal, globalista, ecuménica, sincretista, verde, gender fluid y gay friendly. Ha usurpado la autoridad y el poder del Papado Romano, esclavizándolo a los poderosos del Nuevo Orden Mundial. En este sentido, fue a todos los efectos Vicario del Anticristo (1Jn 4:3). Ahora su legado está siendo recogido por personajes como Pietro Parolin y Matteo Zuppi, Tagle, Grech, Hollerich, los cardenales americanos de la cadena McCarrick, y muchos otros, todos emisarios del mismo lobby de poder, todos complaciendo al Gran Este, Tel Aviv y Pekín.
Matteo Demicheli: ¿Qué Iglesia nos espera? Bergoglio ha designado a la mayoría de los cardenales electores y los cardenales tradicionalistas, dispuestos a dar la batalla, se pueden contar con la palma de la mano. ¿Tienen el cardenal camarlengo Kevin Farrell y el sustituto de la Secretaría de Estado Edgard Peña Parra suficiente poder para influir en el Cónclave? ¿Debemos confiar en el Espíritu Santo?
Arzobispo Viganò: ¿Ve en el Colegio Cardenalicio cardenales auténticamente fieles a la Tradición? Yo no. A lo sumo son conservadores, pero todos son de origen conciliar. Los que aceptan los errores del Concilio y la reforma litúrgica aceptan las premisas ideológicas que llevaron a Bergoglio, y no pueden curar el cáncer conciliar simplemente poniéndose un birrete de vez en cuando, sino siguiendo reconociendo a Bergoglio como “papa” y al Novus Ordo como forma ordinaria del Rito Romano.
El Cónclave es un espejo de la situación de desastre en la que se encuentra toda la Jerarquía: 108 cardenales fueron creados por un usurpador que no era Papa. Tratarán de perpetuar la usurpación bergogliana con un Papa que recogerá el testigo y llevará a cabo la acción destructiva de Jorge Bergoglio: Admisión de mujeres a las Sagradas Órdenes, abolición del celibato sacerdotal, eliminación de la Misa de Todos los Tiempos, borrado de la Tradición Católica, legitimación de la sodomía, obnubilación de la condena del aborto y la eutanasia, licitud de la manipulación genética, democratización del gobierno de la Iglesia, deshumanización de las actividades intelectuales con la aceptación de la llamada inteligencia artificial. Su condición de herejes, y muchos de ellos moralmente pervertidos, les hace completamente ajenos a la autoridad que usurpan. Es de esperar que esos pocos cardenales tímidamente conservadores decidan “dar la batalla”.
Usted pregunta si debemos confiar en el Espíritu Santo. Conviene recordar las palabras de Nuestro Señor: Quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón eterno: será culpable de culpa eterna (Mc 3,29). El Catecismo nos enseña que entre los pecados contra el Espíritu Santo están la presunción de salvarse sin méritos, la retención de la verdad conocida, la obstinación en los pecados y la impenitencia final. Ahora bien, es difícil ver cómo el Espíritu Santo puede actuar sobre personas que consideran equivalentes todas las religiones, que rechazan el Magisterio perenne e inmutable de la Iglesia, que legitiman y fomentan los peores vicios, y que creen que no hay nada por lo que pedir perdón a Dios aparte de no acoger inmigrantes, rechazar vacunas o emitir CO2. El Señor no viola nuestro libre albedrío y el Espíritu Santo no puede inspirar a quienes se le resisten. Esto no quita que debamos rezar por esas almas, para que se conviertan, se arrepientan y hagan penitencia.
Matteo Demicheli: Muchos aclamaron a Bergoglio, pero ¿no ha actuado promoviendo a los corruptos y quitando de en medio a los que le contradecían, a los que se interponían en su camino, a los que seguían obstinadamente la palabra de Dios? Para Bergoglio, todos son hermanos, todos son dignos de ser acogidos, excepto los que siguen el Evangelio, los que se oponen a sus herejías, o los que cuestionan el concilio Vaticano II y sus consecuencias para la Iglesia y la fe católica?
Arzobispo Viganò: Los que alaban a Bergoglio no pueden llamarse católicos, como los que quieren apagar un incendio no pueden alentar y apreciar a los que lo iniciaron y alimentaron. Pero la revolución no empezó con Bergoglio, sino con Juan XXIII y el concilio. Hace sesenta años que desde todos los púlpitos se hace una martilleante propaganda herética, con ritos irreverentes y protestantizados, con críticas al pasado de la Iglesia y con la rehabilitación de herejes y apóstatas. Y durante sesenta años las poquísimas voces discrepantes han sido perseguidas, condenadas al ostracismo y excomulgadas por no querer regatear ascensos y poder al Magisterio católico. Sólo me di cuenta de este fraude en tiempos recientes, pero tuve la coherencia de sacar las consecuencias necesarias y denunciar no sólo la corrupción moral, sino también y sobre todo las desviaciones doctrinales que siempre la acompañan. Ya no podría celebrar la misa reformada después de haber comprendido por qué van en contra de la Misa Tradicional. Si yo lo hice, ¿por qué no pueden y quieren hacerlo mis hermanos?
Matteo Demicheli: Manipular, mistificar, engañar, hacer que lo que es malo parezca bueno es típico del demonio. De la Pachamama a Fiducia Supplicans, de Fratelli Tutti al “sínodo de la sinodalidad”, de “Jesús era un poco tonto” a María Santísima bajo la cruz dijo quizás “¡Mentira! Me engañaron!”. Está todo tan claro, ¿cómo es posible que sacerdotes y fieles se hayan dejado engañar por todo esto?
Monseñor Viganò: Sacerdotes y fieles se han acostumbrado a practicar la obediencia sin distinción, haciendo de ella un fin y no un medio. La obediencia no es buena en sí misma: es buena si se obedece a una autoridad legítima para una orden legítima; es mala si se obedece a una autoridad ilegítima o a una orden ilegítima. Convertir la obediencia en un fin, cuando es un medio ordenado a un fin superior, es un grave error que, si se hace a sabiendas, se convierte también en pecado.
Al considerar la obediencia, olvidamos con demasiada frecuencia que no sólo existe la obligación por parte del súbdito de obedecer al superior, y sólo en aquellos asuntos sobre los que tiene autoridad y nunca de desobedecer a Dios; sino que también existe el deber del superior de dar órdenes legítimas encaminadas al bien. Quien abusa de su autoridad exigiendo obediencia acrítica a sus súbditos con un fin ilícito -como obligar a los fieles a cometer pecados contra la Fe o la Moral, o compelerles de otro modo a desobedecer a la Iglesia y a Dios- hace odiosa la autoridad que ilícitamente ejerce y desobedece a su vez a Aquel que le constituyó en autoridad.
Desgraciadamente, la ignorancia del Catecismo y de los rudimentos de la Religión Católica fue impuesta por los mismos que sabían bien que un pueblo instruido sería capaz de desobedecer y rebelarse contra los falsos pastores y sus falsas doctrinas. Y después de sesenta años, podemos ver los resultados: los fieles católicos y un gran número de sacerdotes creen que la obediencia a la autoridad eclesiástica les incumbe sin limitaciones. Pero esto ha legitimado la tiranía, y Bergoglio ha sido un tirano por derecho propio. La suspensión de la excomunión del jesuita Rupnik, la promoción de sodomitas notorios, la protección de pedófilos y depredadores sexuales es sólo una manifestación del absolutismo digno de un sátrapa babilónico, como lo es la persecución de sus opositores contra la ley y la justicia.
Matteo Demicheli: Siempre he sostenido que el europeo, el de la UE, es un designio satánico, ¿he cometido un pecado?
Monseñor Viganò: Cometería usted un pecado si no considerara satánico el proyecto sinárquico de la Unión Europea y de la élite globalista. No olvidemos que la ideología que está detrás del Nuevo Orden Mundial es esencialmente luciferina y anticrística. O, como dijo eufemísticamente Ursula von der Leyen, “de inspiración talmúdica” (en italiano aquí).
Matteo Demicheli: ¿Qué debemos hacer los católicos, a quienes Dios ha concedido la gracia de comprender el engaño del diablo? ¿Permanecer en la Iglesia Católica, seguir asistiendo a misa y recibiendo los sacramentos? ¿O apartarnos de ella para seguir a sacerdotes fieles a la palabra de Dios? Porque hay de todo ahí fuera, incluso los que acaparan a los “fieles” proclamando estar en contacto directo con la Virgen. El diablo está siempre al acecho, los fieles están desconcertados y corren el riesgo de dispersarse, tú que eres un buen pastor, ¿cómo guiarías al rebaño?
Monseñor Viganò: No debemos cometer el error de creer que un católico, para seguir siendo católico, debe abandonar la Iglesia: son los subversivos que la ocupan los que deben ser expulsados y no los fieles, que en cambio tienen todo el derecho a permanecer en ella. El pasto y el redil no se pueden cambiar: son los mercenarios y los falsos pastores los que deben ser cambiados. Más bien, los fieles, como ovejas que reconocen la voz de su Pastor, deben ejercer ese discernimiento indispensable en tiempos de crisis: reconocer a los buenos sacerdotes y apoyarlos, materialmente y con la oración, porque tarde o temprano volverá el Dueño de la mies y se acabará esta situación absurda. Lo que sí es cierto es que hay que empezar por no dar ninguna ayuda a quienes en la Iglesia sostienen los errores de la secta que la ocupa: ni ofrendas, ni donativos, ni ocho por mil. Y si el párroco de la propia parroquia es un hereje, no hay que asistir a ella ni a misa ni a nada.
También hay que tener en cuenta que, en una situación de crisis, es fisiológico que se creen nichos de anarquía no sólo en la institución, sino también en el bando contrario. El demonio no cesa de sembrar la discordia, o de corromper incluso las mejores intenciones aprovechándose de la mezquindad y debilidad humanas. Si nos fijamos en los que hoy encuentran visibilidad mediática -no creo que sea necesario dar nombres- nos damos cuenta de que el Sistema tiene todo el interés en canalizar la oposición hacia figuras de guardianes, frustrando y desbaratando eficazmente toda resistencia. Pero la verdadera resistencia -como la de San Atanasio, cuya memoria litúrgica celebramos la semana pasada- existe, aunque silenciosa o poco conocida. Es el pusillus grex, el pequeño rebaño disperso por el mundo al que el Señor dirige sus palabras de consuelo y esperanza: No temáis: yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
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