lunes, 19 de mayo de 2025

LA INMOVILIDAD MÓVIL DEL CAOS

Esta tragedia es una especie de SIDA psicosocial que se extiende por todo el mundo. Es una enfermedad que no mata, sino que debilita todo lo sano y orgánico de las naciones.

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


Si hay un denominador común en la vida pública y privada de tantas naciones hoy en día, es el caos. Las perspectivas caóticas parecen multiplicarse a medida que avanzamos hacia el caos, un camino que nadie sabe realmente adónde conduce.

Las enigmáticas fuerzas del caos producen explosiones y erupciones que dan la impresión de que el mundo se derrumbará. Los optimistas insensatos —disculpen el oxímoron— no temen mucho a este caos porque creen que, con el tiempo, “todo volverá al punto de partida”. 

Quienes se consideran previsores se alarman, pensando que el mundo pronto “se pondrá patas arriba”. Sin embargo, ambos se equivocan, ya que lo que termina dominando es una situación donde “plus ça change, plus c'est la même chosen”: cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.

De hecho, presenciamos y sufrimos un proceso caótico que se mueve pero permanece inmóvil. Vemos surgir desacuerdos aquí y allá. Las situaciones se tornan tan tensas y críticas que parece que una guerra mundial podría estallar repentinamente en cualquier lugar. Sin embargo, en este torbellino de caos, todo queda inmóvil.

Así, un número cada vez mayor de países se hunde en esta inmovilidad fija en medio de una movilidad continua. Las situaciones ni mejoran ni empeoran, sino que crean un gran drama.

Esta tragedia es una especie de SIDA psicosocial que se extiende por todo el mundo. Es una enfermedad que no mata, sino que debilita todo lo sano y orgánico de las naciones.

Ante las crecientes catástrofes, la decadencia moral y la devastación material, la humanidad languidece y se lamenta: “Todos deben someterse a la ruina como norma de vida. Todo está roto; nada tiene sentido”.

El mensaje subyacente parece ser: “¡Acostúmbrense y comprendan que ya nada tiene razón de existir! La razón humana ha muerto, ¡y nada razonable sucederá! Puede que esto no se afirme explícitamente, pero los acontecimientos mundiales parecerán cada vez más absurdos e irrazonables. ¡Todos deberían acostumbrarse a la idea de que el absurdo gobierna el mundo!”

Así llega la conclusión: “¡Fuera, razón! ¡Pensamiento humano, enmudece! ¡Que la humanidad no reflexione más, sino que se deje llevar por los acontecimientos como animales!”

Desde las profundidades de este abismo, los católicos astutos pueden discernir un destello engañoso en este mensaje. Parece una canción a la vez siniestra y atractiva, tranquilizadora y delirante, que proviene de ese ser abyecto que personifica la irracionalidad, el absurdo y la insensata y odiosa rebelión contra el Todopoderoso: el diablo. El padre del mal, el error y la mentira gime y jadea desesperado, gritando su eterno y nefasto grito de rebelión: “Non serviam” (¡No serviré!).

Éstas son perspectivas que los teólogos pueden y deben discutir: los pocos pero genuinos teólogos que todavía creen en la existencia del diablo y del infierno.
 

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