El faro es un símbolo de guía en la vida, como Nuestra Señora lo es para nuestras almas.
Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira
La principal razón de ser de cada cosa no es su aspecto funcional, sino su significado simbólico (1).
El significado simbólico de algo es el aspecto más poderoso para la formación de las almas: A través de la simbología nos ejercitamos en la práctica del amor de Dios.
La principal razón de ser de la patria potestad, por ejemplo, no es alimentar y ni siquiera educar al hijo, sino representarle a Dios: Dios como generador, nutriente y formador.
Esta debería ser la nota clave en la relación padre-hijo, porque la función simbólica es siempre la más elevada en el orden de los fines.
El hombre necesita lo práctico para el cuerpo, pero necesita lo bello para el alma. El alma no come pan; el alma no respira oxígeno; sin embargo, el elemento principal del hombre es el alma.
El hombre no es, como se dice, sólo un conjunto de alma y cuerpo, como si ambos fueran elementos de igual tamaño, yuxtapuestos en la constitución de un individuo. Es fundamentalmente un alma, que necesita del cuerpo, porque el cuerpo existe para servir al alma. Y el alma del hombre postula la verdad y la belleza, porque fue creada a imagen y semejanza de Dios, y Dios es Verdad infinita y Belleza infinita.
La apertura a los símbolos hace admirable el convivium humano
Ver muchas cosas simbólicamente no sólo amplía los horizontes de un modo fantástico, sino que también une las almas de un modo maravilloso. Es una especie de commercium (2) del alma, de unión del alma. No tenemos ni idea de lo hermosa y admirable que sería la interacción humana si todo el mundo entendiera los símbolos como se deben entender.
La luz ilumina a quien la ama, en un sentido diferente al de la luz que cae sobre mi mano y la ilumina. Mi alma, al amar la luz, adquiere algo de lo luminoso. Hay una asimilación, a través de la cual algunos atributos de la luz vienen a vivir en mí, y de alguna manera me permite participar de la luz.
El juego de luces y sombras matizado de la Catedral de Saint-Denis en París invita a la reflexión simbólica.
¿Cuál es la naturaleza de esta armonía? En apariencia es accidental; pero en realidad nada toca al accidente que no implique a la sustancia.
La necesidad de comprender el lado abstracto y simbólico de la realidad
Un ejemplo del enriquecimiento mutuo entre el principio y el símbolo es la Liturgia católica. En ella, las verdades de la Fe católica se expresan en la enorme variedad de gestos y objetos de su culto externo. Esta Liturgia está llena de símbolos, precisamente para ayudar al hombre en la oración. Por medio de imágenes concretas, da vida a una multitud de conceptos abstractos -las verdades de la Fe- que el fiel pone en movimiento cuando ora.
Del mismo modo que la Iglesia no elaboró su piedad para los espíritus puros, sino para los hombres, debe existir en la sociedad toda una cultura centrada en la metafísica, no en una metafísica seca y cartesiana, sino en una metafísica viva, impregnada de símbolos.
Pues lo que busca la inteligencia es tener un conocimiento de las cosas, tanto abstracto como simbólico. Y un hombre sólo tiene la idea completa de una determinada realidad material o espiritual cuando toma conciencia de todo aquello que la realidad puede presentar en lo abstracto y en lo simbólico.
Un acto muy cortés puede dar una idea más completa de lo que es la cortesía que las meras palabras.
Habiendo visto la cortesía en acción -como practicada por alguien- adquiere a mis ojos una riqueza de comprensión que no tenía en el concepto abstracto puro.
Sensibilidad a los símbolos, condición para el progreso espiritual
Todo hombre, al igual que tiene vista, oído y los demás sentidos, en un orden superior es sensible a los símbolos.
Esta sensibilidad puede cultivarse o aplastarse. La cultura actual aplasta la sensibilidad de los símbolos. Incluso sustituye los símbolos auténticos por símbolos que no son absolutamente nada o que son símbolos malos y demoníacos.
En las personas en las que no se ha extinguido la propensión a considerar los símbolos auténticos, hay momentos en los que disciernen el símbolo en toda su belleza y expresión. Y hay momentos en que el símbolo es opaco e indeterminado porque las condiciones que lo rodean lo hacen parecer así.
Por lo tanto, hay una línea de progreso en la vida espiritual que consiste en aumentar la sensibilidad a los símbolos. Así ocurre que, de vez en cuando -ya sea en el orden sobrenatural o en el natural-, el símbolo nos habla tan alto y con tanta fuerza que permanece durante toda la vida, y nunca vuelve a extinguirse del todo.
Notas:
1) San Buenaventura nos enseña que la teología simbólica es una de las vías para alcanzar el conocimiento de la verdad. En Itinerario de la mente hacia Dios, dice: “Dios nos ha enseñado a fondo el conocimiento de la verdad según una triple teología: la simbólica, la propia y la mística. Mediante el símbolo, hacemos un uso correcto de las cosas sensibles; mediante la propia, usamos correctamente lo inteligible; mediante la mística, alcanzamos los éxtasis superiores del espíritu” (N.º 7, pág. 5).
2) En latín, commercium significa las relaciones entre los seres. Por ejemplo, el commercium entre los ángeles.
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