21 de Mayo: San Hospicio Recluso, confesor
(✞ 581)
Vestido de áspero cilicio, rodeado de cadenas de hierro y atado a una de ellas, dentro de una torre, comiendo solo un poco de pan con unos dátiles y algunas raíces de yerbas y bebiendo solo agua, vivía en la ciudad de Niza un varón santísimo llamado Hospicio o Sospis.
Junto a esta torre había un monasterio cuyos monjes dirigía el siervo de Dios.
Agradó tanto al Señor su gran penitencia y vida encerrada, que hizo por él grandes maravillas.
Gracias a su espíritu de profecía predijo muchos años antes que viniesen los fieros Longobardos a Francia, lo anunció; y así aconsejó a los monjes que se fuesen a vivir a otro lugar; y a los vecinos de Niza que se ausentasen, porque los bárbaros destruirían la ciudad y otras seis poblaciones.
Todo ocurrió como el santo Hospicio lo profetizó.
Llegaron también los longobardos a la torre del santo, y quitando tejas y rompiendo el techo entraron, y como vieron a aquel hombre rodeado de cadenas, dijeron:
- Este es, sin duda, algún insigne malhechor.
Y por un intérprete le preguntaron por qué estaba de aquella manera preso.
El santo respondió:
- Porque soy el peor hombre del mundo -respondió.
Entonces uno de los bárbaros sacó la espada para cortarle la cabeza; pero al ir a descargar el golpe, se le quedó seco el brazo y cayó la espada en tierra.
Entonces el soldado se echó a los pies del santo, confesando su culpa; y el santo le echó la bendición sobre el brazo y le sanó; y así, reducido el bárbaro, se convirtió y se hizo monje.
Luego, predicándoles a Jesucristo desde sus cadenas redujo a muchos de aquellos bárbaros.
Curaba toda suerte de enfermedades, sanaba mudos, ciegos y tullidos, y expulsaba los demonios con poderosa virtud.
Pasada la furia de los longobardos, los monjes volvieron a su monasterio, y cuando el glorioso Hospicio supo que se acercaba su muerte, por una divina revelación, llamó al Prior y le dijo:
- Trae las herramientas necesarias y rompe esta pared, y di al Obispo que venga a sepultar mi cuerpo, porque mi hora está llegando, pues dentro de tres días dejaré este mundo y me iré a gozar del eterno descanso.
Avisaron los monjes al Obispo de Niza, rompieron las paredes, entraron dentro y hallaron al Santo lleno de gusanos y le desataron de sus cadenas.
- Ciertamente -les dijo- Ya estoy desatado de las prisiones del cuerpo y me voy a reinar con Cristo.
Pasados tres días se postró en oración y después de orar un gran espacio de tiempo con mucha abundancia de lágrimas, se puso sobre un escaño, y tendiendo los pies y alzando las manos al cielo, entregó su espíritu al Señor.
Luego que hubo muerto, desaparecieron los gusanos que roían sus carnes y quedó el cadáver hermoso y resplandeciente, por lo cual el Obispo lo hizo sepultar con gran pompa y solemnidad.
Reflexión:
Hemos visto en el glorioso San Hospicio otro Santo Job, pues comiendo sus carnes los gusanos, estaba tan alegre y contento, como cualquier otro estaría gozando de los regalos y delicias del mundo. “Oh padre - le dijo uno de los que entraron a verle cuando estaba por morir- ¿y cómo es posible que puedas sufrir estos gusanos?”. A lo que respondió el santo: “Porque me conforta aquel Señor por quien yo padezco”. ¡Oh, si nosotros pusiésemos también en el Señor nuestro amor y confianza! ¡Qué ligeros y suaves nos parecerían los trabajos y dolores que para nuestro bien el Señor nos envía!
Oración:
Te rogamos Señor que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Hospicio penitente, para que alcemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por merecimientos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Entonces el soldado se echó a los pies del santo, confesando su culpa; y el santo le echó la bendición sobre el brazo y le sanó; y así, reducido el bárbaro, se convirtió y se hizo monje.
Luego, predicándoles a Jesucristo desde sus cadenas redujo a muchos de aquellos bárbaros.
Curaba toda suerte de enfermedades, sanaba mudos, ciegos y tullidos, y expulsaba los demonios con poderosa virtud.
Pasada la furia de los longobardos, los monjes volvieron a su monasterio, y cuando el glorioso Hospicio supo que se acercaba su muerte, por una divina revelación, llamó al Prior y le dijo:
- Trae las herramientas necesarias y rompe esta pared, y di al Obispo que venga a sepultar mi cuerpo, porque mi hora está llegando, pues dentro de tres días dejaré este mundo y me iré a gozar del eterno descanso.
Avisaron los monjes al Obispo de Niza, rompieron las paredes, entraron dentro y hallaron al Santo lleno de gusanos y le desataron de sus cadenas.
- Ciertamente -les dijo- Ya estoy desatado de las prisiones del cuerpo y me voy a reinar con Cristo.
Pasados tres días se postró en oración y después de orar un gran espacio de tiempo con mucha abundancia de lágrimas, se puso sobre un escaño, y tendiendo los pies y alzando las manos al cielo, entregó su espíritu al Señor.
Luego que hubo muerto, desaparecieron los gusanos que roían sus carnes y quedó el cadáver hermoso y resplandeciente, por lo cual el Obispo lo hizo sepultar con gran pompa y solemnidad.
Reflexión:
Hemos visto en el glorioso San Hospicio otro Santo Job, pues comiendo sus carnes los gusanos, estaba tan alegre y contento, como cualquier otro estaría gozando de los regalos y delicias del mundo. “Oh padre - le dijo uno de los que entraron a verle cuando estaba por morir- ¿y cómo es posible que puedas sufrir estos gusanos?”. A lo que respondió el santo: “Porque me conforta aquel Señor por quien yo padezco”. ¡Oh, si nosotros pusiésemos también en el Señor nuestro amor y confianza! ¡Qué ligeros y suaves nos parecerían los trabajos y dolores que para nuestro bien el Señor nos envía!
Oración:
Te rogamos Señor que nos recomiende la intercesión del bienaventurado Hospicio penitente, para que alcemos por su patrocinio lo que no podemos conseguir por merecimientos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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