martes, 6 de mayo de 2025

EL PROTESTANTISMO Y LA INCREDULIDAD (58)

El protestante rechaza a la Iglesia, porque no la cree una institución divina. El incrédulo rechaza a Jesucristo, porque no le cree verdadero Dios. 

Por Monseñor De Segur (1862)


Los incrédulos y los racionalistas de nuestros días, tratan con especiales complacencias al protestantismo y consideran a Lutero y Calvino como a sus propios abuelos. Tienen razón. Digan lo que quieran esos protestantes que todavía tienen algo de cristianos, la incredulidad que hace tantos estragos en la sociedad moderna, es la consecuencia lógica e indeclinable de la revolución religiosa del siglo XVI. 

El protestante es un hombre, que en nombre del libre examen, rechaza una parte de las verdades cristianas enseñadas por la Iglesia al mundo, con la autoridad que Cristo le ha dado. El incrédulo es un hombre, que en nombre de ese mismo principio del libre examen, va más lejos y rechaza todo el conjunto de esas verdades. 

El protestante rechaza a la Iglesia, porque no la cree una institución divina. El incrédulo rechaza a Jesucristo, porque no le cree verdadero Dios. 

El principio es el mismo para el protestante y para el incrédulo. Esto es, en el uno y en el otro, la razón individual usurpa el lugar que corresponde a la fe, que es la sumisión del espíritu a la autoridad de Dios. De consiguiente el protestante, sépalo o no lo sepa, es un incrédulo en semilla; y el incrédulo es un protestante ya desarrollado, crecido, maduro. 

Como en la bellota está el encino, porque sembrada aquella nace este; así la incredulidad está en el protestantismo, pues del principio de este nace la consecuencia de aquel. El camino de las negaciones, forma una resbaladiza pendiente. Si el libre examen de un Luterano o su razón, ya que así hay antojo de llamarla, le fuerza a rechazar la autoridad del Papa, que es el Vicario de Jesucristo; un calvinista dice que ese mismo libre examen le hace rechazar la presencia real de nuestro Divino Salvador en la Eucaristía, dogma conservado por los Luteranos. Por el mismo principio los socinianos, los ministros protestantes de Ginebra y una multitud de sus colegas franceses, rechazan hoy, imitando a Voltaire, y a Rousseau, la divinidad misma de Jesucristo; y por consiguiente abjuran el cristianismo y caen en la incredulidad completa, siempre en consecuencia del libre examen. Los filósofos alemanes y franceses racionalistas y panteístas, de todos los colores, no se paran en Jesucristo, sino que se adelantan a negar la existencia de un Dios criador, todo esto también por la gracia del libre examen. De consiguiente, lo repito y conmigo lo repetirá todo protestante que quiera ser franco y sepa ser lógico: el libre examen es el protestantismo en su principio esencial. Lutero, padre del libre examen y del protestantismo, es por lo tanto, el padre de la incredulidad, el padre de toda negación anti-cristiana. 

El Sr. Eugenio Rendú, en su memoria sobre la instrucción pública en Alemania dice: “Estaba yo en Jena dos meses antes de la apertura del sínodo, en que debían reunirse los pastores protestantes de los diversos Estados de Alemania, y pregunté a un pastor, que era catedrático distinguido de Teología en la Universidad de la misma ciudad de Jena: ¿si se ocuparía aquella asamblea de cuestiones dogmáticas y doctrinales? No, me respondió él: se tratará de liturgia y de simples cuestiones de forma. Sobre los demás no se puede pensar en entenderse, porque desde que une se pone en el terreno dogmático.... Todo desaparece”.

Eugenio Sue, uno de los jefes del partido anti-cristiano, ha escrito, entre otras cien líneas, las siguientes, que recomendamos a la meditación de todos los católicos y de los muchos protestantes que aman la verdad: “Los hombres de la libertad -dice aquel impío- los radicales, los racionalistas, han atacado tal vez inoportunamente al protestantismo, especie de religión transitoria, especie de puente, si puedo expresarme así, con cuya ayuda se debe llegar seguramente al racionalismo puro, aunque sufriendo esa fatal necesidad de un culto; porque la masa de la población, no sabría pasarse todavía ahora sin él”. 

“Yo, libre pensador, penetrado de los peligros inherentes a toda religión, admito la necesidad de una religión, es verdad que transitoria; porque, digámoslo claro, hay que distinguir entre lo posible y lo apetecible”. 

“Se debe reconocer que en el mal hay grados y que el mal menor es preferible al mal absoluto”. El mal absoluto para estos impíos, es Jesucristo, es su Iglesia, es la religión, son los católicos. 

Y pasando de la teoría a la práctica, Eugenio Sue formula los estatutos odiosos de una sociedad cuyos miembros no bautizarán a sus hijos, no se casarán religiosamente, no presentarán los cadáveres de sus difuntos en la Iglesia, en una palabra, renunciarán completamente toda relación con la religión. 

Otro impío, Edgard Quinet, gran preconizador del protestantismo y yerno de un pastor protestante, llama a las sectas protestantes las mil puertas abiertas para salir del cristianismo. 

Se dirá que los protestantes franceses, generalmente no van tan lejos: Es verdad que hay grados en el protestantismo, y que la incredulidad absoluta es el protestantismo en superlativo.


Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.



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