lunes, 22 de noviembre de 2021

SIGAMOS SIENDO HUMANOS

Los siervos del diablo nunca podrán saborear la dulzura de la comunión fraterna que la gracia produce entre nosotros, a menos que se conviertan en respuesta a nuestras oraciones.


"La nueva Iglesia discrimina, divide. No acoge, más bien acusa, juzga, ahuyenta. ¿Es esto lo que enseñan en los seminarios hoy en día? Mi pensamiento vuela a un párroco que, tras pedirle la Santa Hostia en la lengua, me dio la espalda, de hecho, me echó murmurando: ‘La tuya es otra Iglesia’". Así describe un lector una situación icónica y sorprendente. Lo que más desorienta es que los clérigos modernos se llenan la boca con la escucha, la acogida, la inclusión, la misericordia... y sin embargo, no existen para los que no están formateados como ellos. Los sacerdotes de esta generación, al fin y al cabo, han sido programados -como se menciona en los seminarios- no para ser pastores, sino activistas del partido encargados de reclutar a quienes corresponden a un modelo estandarizado o que aceptan ser moldeados por él. En el plano espiritual y operativo, hay toda una gama de modelos entre los que se puede elegir el más afín: desde el judaizante hasta el orientalizante, desde el intimista hasta el socialista, desde el progresista hasta el conservador... más las posibles mezclas.

El líder, en este contexto, acoge, escucha, incluye y complace sólo a aquellos que ya encajan o se dejan encajar en el modelo que representa, el que le han inculcado en el seminario (siempre que en el transcurso del periodo de formación el rector no haya cambiado y, en consecuencia, también el modelo al que ajustarse, con evidentes complicaciones). Los demás, en el mejor de los casos, serán tolerados como un lastre inútil, pero la mayoría de las veces serán discriminados y condenados a un gueto. Como condenarles y ahuyentarles no es bueno para la imagen, hasta hace dos años se hacía de forma solapada y encubierta, desanimando a los fieles hasta que se marchaban por voluntad propia; ahora, sin embargo, la pandemia ha proporcionado un magnífico pretexto para expulsar a quien no se somete. El camino sinodal que acaba de iniciarse promete ciertamente grandes avances en esta línea, con nuevas purgas de diócesis y parroquias, donde los trastornados y los pederastas permanecen firmemente en su lugar.

Aquel párroco tenía razón: la nuestra no es su "iglesia". Nosotros pertenecemos a la Iglesia de Jesucristo: Una, Santa, Católica y Apostólica. Él pertenece a otra religión: a un vagón desordenado lleno de oficinas, consejos, comisiones, conferencias, comités, dicasterios y asambleas de condominio... un enorme aparato burocrático para administrar iglesias cada vez más vacías, seminarios cada vez más vacíos, conventos cada vez más vacíos, cabezas cada vez más vacías. Sin embargo, todo esto sigue en pie porque tiene su utilidad como máquina de propaganda al servicio del régimen estatal; lo importante es que sigue entrando el dinero para mantener las cooperativas de "inmigrantes" y empresas de proxenetas. Sí, en realidad es otra "iglesia" en la que se adora a un nuevo becerro de oro, el "dios de la vacuna", al que se ofrecen sacrificios humanos; pronto también los de los niños, de los que su "señor", habitante del abismo y guionista de toda la comedia, es especialmente goloso.

Para no contribuir al terrorismo psicológico en curso, no nos detendremos en los distintos "excipientes" que diversos analistas han descubierto, pero no podemos dejar de señalar los efectos perturbadores que estos brebajes malignos pueden tener en la mente y el alma de quienes se los inyectan. Algunas personas dan la impresión de haber perdido la razón; arrinconados por la falta de lógica de su elección, se enfurecen como poseídos. Lo mismo ocurre, además, con los manifestantes que van a las plazas a perturbar el Rosario entonando un mantra budista: si les señalas amablemente que ambas prácticas no son compatibles, como buenos adoradores de la armonía universal, estallan en gritos porque has destruido el egregor (idea pertinente al ámbito de la magia). Incluso puedes encontrarte con alguien en la Red que, haciéndose pasar por gurú, te suelte todo el plan de Davos, sin mostrarte la fuente de donde lo leyó y enmarcando su discurso con gestos hipnóticos. Cualquiera, además, es capaz de describir perfectamente lo que ya ha ocurrido e inventar una secuela aún más angustiosa.

El diablo realmente está sacando todos sus recursos para atrapar a la gente de una manera u otra, una señal de que sus planes están fallando. La Providencia le ha permitido actuar así hasta ahora para que contribuya, a pesar suyo, con los planes divinos. La crisis de la pandemia artificial ha obligado a todos, enemigos y falsos amigos, a quitarse la máscara, tanto en el campo progresista como en el conservador; los hipócritas y los simuladores están saliendo a la luz y mostrando su verdadero rostro. 

Se trata, pues, de un tiempo de gracia, un tiempo en el que el Señor, para sanar a la Iglesia y a la sociedad, saca toda la podredumbre que se ha acumulado en ellas. En poco tiempo, la enorme vejiga reventará y la putridez será expulsada del cuerpo, que podrá entonces iniciar un proceso de curación, aunque sea laborioso y gradual; lo importante es estar en el lado correcto, para no ser arrastrado por el torbellino del castigo. Si hay sufrimiento, para los justos es una ofrenda propiciatoria de gracias y beneficios incomparables.

En la debacle general, en el ruinoso derrumbe de un mundo en agonía, en la inevitable implosión de un sistema que se ha roto hasta sus raíces, se necesitan quienes miren hacia arriba e imploren misericordia reconociendo humildemente las faltas colectivas: Peccavimus cum patribus nostris; iniuste egimus, iniquitatem fecimus (Hemos pecado como nuestros padres, hemos actuado injustamente, hemos cometido iniquidad; Sal 105,6). 

Durante décadas se ha matado a los niños en el vientre materno, se ha permitido el concubinato y el adulterio permanente, se ha promovido la sodomía y todo tipo de perversión, y se ha corrompido a los jóvenes y a los niños con las obscenidades de la pornografía a nuestro alcance y las trivialidades de la llamada educación sexual... Ni siquiera mencionemos la corrupción que se ha convertido en algo habitual, el pago fraudulento sistemático de los salarios de los trabajadores, las violaciones cada vez más aplastantes de los derechos de los indefensos... Sí, todos los pecados que claman venganza ante Dios se cometen en número incalculable y en formas de una gravedad sin precedentes; debe llegar el momento en que el Señor escuche este clamor e intervenga con severidad.

Además de todo esto, las instituciones civiles han decidido infligir violencia a la población obligándola a envenenarse, privando de trabajo a los que no aceptan y reprimiendo violentamente las protestas legítimas. En la avalancha de noticias horripilantes, te ves obligado a prácticamente insensibilizarte para evitar que se te rompa el corazón al escuchar todo lo que te cuentan que ocurre en el país... pero esto es una señal de que sigues siendo humano y, a diferencia del "clero juramentado", no te has endurecido hasta la cínica despreocupación. Los miembros de este último actúan como funcionarios que sólo tienen que aplicar normas absurdas e ineficaces por la única razón de que son normas, sin tener en cuenta ninguna otra consideración de razón, derecho y doctrina. Desgarrados entre el miedo, el delirio y la paranoia, ahora han perdido tanto la cabeza como el corazón, y han perdido lo que los hacía seres humanos.

Si, por el contrario, a pesar de todo esto, sientes una serenidad inexplicable, significa que el Cielo te asiste; en consecuencia, estás a salvo, pase lo que pase. Si la persecución cae sobre ti, repite estas palabras del Oficio Divino: Melius est mihi incidere in manus hominum, quam derelinquere legem Dei mei (Es mejor para mí caer en manos de los hombres que abandonar la ley de mi Dios). En el momento señalado, el Señor extenderá su mano contra tus adversarios y te devolverá tu honor que han pisoteado. Los ataques del mundo no tienen más peso que el de las hojas secas que se lleva el viento; por el contrario, entre otros efectos benéficos, fortalecen la unión de los justos y estimulan su valor. Los siervos del diablo nunca podrán saborear la dulzura de la comunión fraterna que la gracia produce entre nosotros, a menos que se conviertan en respuesta a nuestras oraciones.


Jesucristo, nuestro Señor y Redentor, te suplicamos por el triunfo de Tu santa Causa sobre tus enemigos y falsos amigos. Reunirás a tus fieles, a los combatientes del buen combate dispersos por todo el mundo, para que se conozcan entre sí y se pongan de acuerdo en espíritu y trabajo. Dígnate proporcionarles los medios materiales y morales necesarios y adecuados para ello. Te rogamos también que, según tu divina promesa, estés siempre en medio de ellos, bendiciéndolos y ayudándolos en la vida y en la muerte. Y que así sea.

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