sábado, 1 de agosto de 2020

CARTA DE MONSEÑOR VIGANÒ AL OBISPO DE SAN RAFAEL


A Su Excelencia Reverendísima
Mons. Eduardo María Taussig
Obispo de San Rafael

Excelencia,

He quedado confundido y herido al enterarme por la prensa internacional de la decisión de cerrar el Seminario de la Diócesis de San Rafael y despedir a su Rector, el P. Alejandro Miguel Ciarrocchi.

Esta decisión habría sido tomada, trámite su celosa recomendación, por la Congregación para el Clero, que consideró inadmisible la negativa de los clérigos bajo su jurisdicción a administrar y recibir la Sagrada Eucaristía en la mano y no en la boca. Me imagino que la conducta loable y consecuente de los sacerdotes, clérigos y fieles de San Rafael le ofreció un excelente pretexto para cerrar el mayor seminario argentino y dispersar a los seminaristas para reeducarlos en otro lugar, en seminarios tan ejemplares que están vacíos. Su Excelencia fue admirablemente capaz de traducir en la práctica esa invitación a la parresía, en nombre de la cual la plaga del clericalismo denunciada por el Santo Padre, debería ser derrotada.

Puedo entender su decepción al ver que, a pesar de la martilleante labor de adoctrinamiento ultramoderno realizada en estas décadas, todavía hay buenos sacerdotes y clérigos que no anteponen la obediencia cortesana al debido respeto al Santísimo Sacramento; y me imagino su despecho al ver que incluso los fieles laicos y familias enteras —de lo que se llama “la Vendée de Los Andes”— siguen a los buenos pastores, de los que, como dice el Evangelio, “reconocen la voz”, y no a los mercenarios que no se preocupan por las ovejas (Jn 10,4. 13).

Estos episodios confirman la acción del Espíritu Santo en la Iglesia: el Paráclito infunde el don de la Fortaleza en los humildes y los débiles y confunde a los orgullosos y a los poderosos, haciendo manifiesta la fe en el Santísimo Sacramento del Altar por un lado, y su profanación culpable por el respeto humano por otro. Conformarse a la mentalidad del mundo tal vez merezca a Vuestra Excelencia la alabanza fácil e interesada de los enemigos de la Iglesia, pero no evitará ni la desaprobación unánime del bien, ni el Juicio de Dios, que bajo los velos de la Eucaristía está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y que pide a los Sagrados Pastores que sean sus testigos, no sus traidores y perseguidores.

Su Excelencia me permitirá señalar cierta incoherencia en su comportamiento con el lema que ha elegido para su escudo:

La prensa informa que en la Diócesis de Basilea, en la iglesia de Rigi-Kaltbad, una mujer vestida con ropas sagradas solía simular la celebración de la misa en ausencia de un sacerdote ordenado, omitiendo sólo las palabras de la Institución. Me pregunto si Monseñor Félix Gmür se distinguirá por el mismo celo que le animó a usted, y recurrirá a los Dicasterios romanos para que la puesta en escena sacrílega sea castigada de manera ejemplar.

Me temo, sin embargo, que la inflexibilidad mostrada por usted al castigar a los sacerdotes que han desobedecido obedientemente no encontrará émulos en Suiza. Ciertamente, si en ese altar un sacerdote hubiera celebrado la misa en el rito tridentino, los secuaces del Ordinario no habrían tardado en golpearlo; pero una mujer que celebra la misa de manera abusiva y sacrílega es considerada hoy en día una cosa insignificante, tanto como exponer el Santísimo Sacramento del Altar a la profanación.

Junto con los clérigos y los laicos de vuestra Diócesis, a los que habéis golpeado injustamente y ofendido gravemente, rezo por Vos, Excelencia, por los jerarcas de la Santa Sede, y en particular por el Cardenal Beniamino Stella, a quien conocí como devoto sacerdote y como fiel Nuncio Apostólico, al que visité en Bogotá como Delegado de las Representaciones Pontificias. Alguna vez fue amigo mío, trabajé con él durante años en la Secretaría de Estado: desgraciadamente desde hace algún tiempo ya no puedo reconocerlo como tal, debido a su participación en los trabajos de demolición de la Iglesia de Cristo.

Rezamos por su conversión, una conversión a la que todos estamos llamados, pero que es inevitable para aquellos que trabajan no para la gloria de Dios, sino contra el bien de las almas y el honor de la Iglesia.

Todos rezamos por los seminaristas y por los fieles de San Rafael a los que usted, Su Excelencia, ha declarado la guerra.

Con caridad fraternal, en la verdad,

+ Carlo Maria Viganò

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