martes, 10 de marzo de 2020

10 DE MARZO: LOS 40 SOLDADOS, mrs - SAN MACARIO, ob. -


Los 40 mártires de Sebaste


En el año 312 Constantino y Licinio publicaron un edicto favorable a los cristianos. Majencio había sido derrotado el 28 de Abril de ese año junto al puente Milvio y quedaba Constantino como único emperador de Occidente. En Oriente, vencido Maximiano Daia, era Licinio el único dueño. Constantino y Licinio eran emperadores asociados. Por ese momento había abundantes cristianos enrolados en las filas del ejército por la tranquilidad que por años los fieles cristianos iban disfrutando al amparo del edicto imperial. En lenguaje de Eusebio, el ambicioso Licinio ‘se quitó la máscara’ e inició en Oriente una cruenta persecución contra los cristianos.

La verdad histórica del martirio, con sus detalles más nimios, no llega uniformemente a nuestros tiempos. La predicación viva de su entrega hasta la muerte -propuesta una y otra vez como paradigma a los fieles- está necesariamente adaptada a la necesidad interior de los diferentes auditorios; esto hace que se resalten más unos aspectos que otros, según lo requiera el mayor provecho espiritual, a los distintos oyentes y probablemente ahí radique la diferencia de las memorias.

San Gregorio de Nisa, apologista acérrimo de los soldados mártires, sitúa el lugar del martirio en Armenia, cerca de la actual Sivas, en la ciudad de Sebaste. Fue en el año 320 y en un estanque helado. (San Efrén, al comentarlo, debió imaginarlo tan grande que lo llamó ‘lago’). Dijo que de la XII Fulminata, cuarenta hombres aguerridos prefirieron la muerte gélida a renunciar a su fe cristiana. 

Sobre el hielo y hundiéndose en el rigor del agua fría, los soldados, con sus miembros yertos, se animaban mutuamente orando: ‘Cuarenta, Señor, bajamos al estadio; haz que los cuarenta seamos coronados’. 

Quieren ser fieles hasta la muerte... pero uno de ellos flaquea y se escapa; el encargado de custodiarlos -dice el relato-, asombrado por la entereza de los que mueren y aborreciendo la cobardía del que huye, entró en el frío congelador y completó el número de los que, enteros, mantuvieron su ideal con perseverancia. Los sepultaron, también juntos, en el Ponto, dato difícil de interpretar por ser armenios los mártires.

Pronto comenzó el culto a los soldados y se propagó por Constantinopla, Palestina -donde Santa Melania, la Joven, construyó un monasterio poniéndolo bajo su protección-, Roma y de allí, a toda la cristiandad. 

La antigüedad cristiana vibró con la celebración del heroísmo de sus soldados, admiró la valentía, la constancia, el desprendimiento, la renuncia a una vida larga y privilegiada. Deseaban las iglesias particulares conseguir alguna de sus reliquias tanto que San Gaudencio afirmó que se valoraban más que el oro y San Gregorio Niseno las apreciaba hasta el punto de colocarlas junto a los cuerpos de sus padres para que en la resurrección última lo hicieran junto a sus valientes intercesores.

Sus nombres, según se hallan en las actas más antiguas, son los siguientes: Quirión, Cándido, Domno, Melitón (el más joven), Domiciano, Eunoico, Sisino, Heraclio, Alejandro, Juan, Claudio, Atanasio, Valente, Heliano, Ecdicio, Acacio, Vibiano, Elio, Teóduío, Cirilo, Flavio, Severiano, Valerio, Cudión, Sacerdón, Prico, Eutiquio, Eutiques, Smoragdo, Filoctemon, Aecio, Nicolás, Lisímaco, Teófilo, Xanteas, Angeas, Leoncio, Hesiquio, Cayo y Gorgonio.


San Macario, Ob.


(+ 335) -    En la historia de Eusebio se conserva el texto de una carta de Constantino a Macario, obispo de Jerusalén, en la que el emperador le encarga que construya una iglesia en el sitio en que santa Elena había descubierto el sepulcro de Cristo, dejando al santo mano libre en lo referente al proyecto, los materiales y los obreros. San Macario tuvo el gozo de ver terminada su obra.

San Atanasio dice que San Macario era un hombre sincero y recto, pleno de espíritu apostólico. Había sucedido a Hermón en el gobierno de la sede el año 314, precisamente en la época en que la herejía arriana comenzaba a constituir una seria amenaza para la Iglesia. Según el testimonio de San Atanasio, Macario fue un valiente campeón contra la herejía. En el Concilio de Nicea, su nombre encabeza la lista de los obispos de Palestina que firman las actas.

La historia cuenta que Macario estaba presente en el momento en que se descubrió la Santa Cruz y que, gracias a él, fue posible identificarla. En efecto, en las excavaciones se habían encontrado tres cruces y era difícil determinar cual había sido la de Cristo. Ahora bien, según cuenta Rufino en su Historia Eclesiástica, "sucedió que había en la ciudad una mujer agonizante. Macario era entonces obispo de esa Iglesia y dijo  a la reina y a los trabajadores: 'Traed las tres cruces, porque Dios va a mostrarnos cual es la de Cristo'. Entrando con la reina y los obreros en la casa de la enferma, se arrodilló y elevó al Señor la siguiente súplica: 'Oh Dios, que por medio de tu Unigénito Hijo has inspirado a tus siervos el deseo de buscar la cruz en la que fuimos redimidos: te rogamos que nos muestres cual fue la cruz de tu hijo para que podamos distinguirla de aquellas que fueron de los esclavos. Concédenos que cuando la verdadera cruz toque a esta mujer agonizante, vuelva a la vida desde las puertas de la muerte.' Macario tocó a la mujer con una de las cruces, pero no sucedió nada; lo mismo aconteció con la segunda; pero, en cuanto la tocó con la tercera, la mujer abrió los ojos y poco después volvió plenamente en sí y empezó a alabar a Dios y andar por la casa con mayor agilidad que antes de la enfermedad. La reina, satisfecha con una indicación tan clara, erigió con real magnificencia un templo maravilloso, en el sitio en que se había descubierto la cruz".

La gran basílica constantiniana fue consagrada el 13 de septiembre de 335; se cree que Macario, realizador de la construcción, murió en ese mismo año.




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