No sé cuál fue la causa de su extinción, pero ciertamente fue algo que ocurrió. Ellas eran la imagen de la femineidad, la abnegación y en otras palabras... eran el alma de la familia. Casi, casi competían con la figura de mamá.
Por Cris Yozia
Quienes "peinamos canas" las recordamos. Aunque esa expresión de "peinar canas" también quedó en desuso con el auge de las tinturas para el cabello.
Y las recordamos porque tuvimos la suerte de tener una. Porque quienes nacieron de los '80 en adelante llegaron tarde para tener la dicha de tener una.
No sé cuál fue la causa de su extinción, pero ciertamente fue algo que ocurrió.
Ellas eran la imagen de la femineidad, la abnegación y en otras palabras... eran el alma de la familia. Casi, casi competían con la figura de mamá.
Pero algo pasó.
En algún momento, las abuelitas que estaban todo el día en la cocina preparando exquisiteces decidieron salir a hacer "footing" (como se llamaba en aquellos años el salir a correr como deporte) y entonces, dejamos de tener dulces caseros, tortas, postres, pastas hechas en casa (¡que inolvidables aquellos ravioles y tallarines caseros!)
Así tiraron las pantuflas y se calzaron las zapatillas deportivas.
Tras adoptar las zapatillas, tiraron a la basura el batón (así se llamaba el vestido largo y holgado con botones por delante) que era el "atuendo de abuelita" y empezaron a vestir joggins (pantalón y buzo de algodón) más acorde al nuevo estilo deportivo de las "abu".
Su cabello DEBÍA ser rizado. Para ello iban a la peluquería para someterse a la "permanente" que consistía en un procedimiento realizado con un líquido llamado "Kolestin Fuerte", basado en amoníaco (ese producto también se extinguió junto con aquellas abuelitas).
Como eran muy femeninas y querían estar presentables, todos los viernes iban a la peluquería a hacerse poner los ruleros y terminado el proceso les colocaban el fijador, que al sentir su olor característico, sabíamos que la abuela había andado por la peluquería.
Aquellas abuelas nos leían cuentos cuando íbamos a pasar el fin de semana a su casa.
Aquellas abuelas tejían crochet o a dos agujas las prendas para hijos y nietos, sabían coser y arreglar la ropa de la familia.
¿Cómo no recordarlas con cariño?
El ritual de la gran mesa dominguera donde se mezclaban hijos, nueras y nietos para degustar las exquisiteces que ella preparaba y para compartir momentos inolvidables con tíos y primos, nunca más se repitió.
Ahora, pasados los años, puedo ver el valor que ella tuvo para la familia y puedo resumirlo en una sola palabra: Unión.
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