lunes, 9 de marzo de 2020

ITALIA EN ENTREDICHO


Lo sucedido en Italia —y me refiero a la reacción de su episcopado ante la epidemia del coronavirus— y lo que está sucediendo en el mundo entero, merece algunas consideraciones...

Hay muchos precedentes en la historia remota y reciente de países enteros en los que la celebración del Santo Sacrificio fue prohibida por las autoridades civiles. De lo que no hay precedentes es de que esa prohibición fuera mansamente aceptada, aplaudida y promovida por la iglesia local (de aquí pueden descargar el vergonzoso decreto del cardenal vicario de Roma). 



1. Comencemos con las confesiones. No puedo negar que me produce cierto placer sentarme en el balcón y ver cómo un animalito minúsculo es capaz de hacer tambalear al capitalismo mundial. Y los que defendemos la liturgia tradicional debemos ser honestos y reconocer que algunos de nuestros objetivos, de un modo oblicuo, se están cumpliendo: un país entero se verá libre, durante al menos dos semanas, de la misa de Pablo VI.

2. Ahora en serio. La primera impresión que tengo, o tenía, es que la histeria mundial por el coronavirus es una exageración o una reacción desmedida provocada por muchos intereses, uno de los cuales es alimentar el negocio periodístico. Pero lo cierto es que yo no tengo ninguna competencia para expedirme acerca de la gravedad de la peste, y los que sí tienen esa competencia están muy alarmados. Estaríamos en presencia de la peste más letal que afectó a la humanidad desde la gripe española de 1918 y que mató en sólo un año entre 40 y 100 millones de personas. Las medidas que están tomando los gobiernos como el italiano, entonces, parecieran prudentes.

3. Como bien lo señalaba la Specola de ayer, lo que está ocurriendo debería provocar en la humanidad un memento mori, “acuérdate que vas a morir”. Los avances científicos y tecnológicos y la “iluminación” que ha recibido el hombre moderno para darse cuenta de sus propia grandeza son desafiados por un simple microbio. Dios tiene un fino sentido del humor.

4. Pero lo curioso es la reacción de la iglesia italiana. Se trata, en los hechos, de un auto-entredicho, es decir, se prohíbe la celebración del culto y la recepción de los sacramentos a todos los fieles que habitan la península por varias semanas, y lo hace obedeciendo sin chistar las directivas del gobierno. 

Analicemos:

a. Históricamente, cuando aparecían brotes de peste, lo que la iglesia hacía era redoblar los actos de culto, con rogativas, procesiones y demás funciones sagradas, a fin de implorar a Dios la protección contra la enfermedad. Los iluminados dirán con razón que lo hacían porque no conocían cuáles eran las formas de contagio, que ahora nosotros, mucho más inteligentes que ellos, sí conocemos. Es verdad. Pero aunque los hombres del pasado no conocieran los medios concretos del contagio, no eran lo suficientemente estúpidos como para no darse cuenta que las reuniones y amontonaderos de personas eran ocasión propicia para ese contagio. Lo que ocurre es que tenían una fe mucho más fuerte que la que tienen los obispos de hoy y estaban convencidos que Dios es mucho más fuerte que un virus, y que las oraciones de sus hijos pueden mover el corazón divino.

b. La decisión de los obispos italianos es reveladora de su falta de fe. Prohibir oficialmente la celebración de los sacramentos y cualquier otro acto de culto, ¡incluidos lo funerales!, es inusitado. Probablemente hayan precedentes, pero no los conozco. Lo que sí conozco es el modo en que reaccionaban hace algunas décadas los obispos de países comunistas. Cuando las autoridades prohibían los actos de culto y cerraban los templos, los fieles se reunían con sus sacerdotes en casas particulares o en lugares discretos para seguir teniendo los sacramentos. A ningún prelado se le ocurrió la brillante idea de enviar a su iglesia un comunicado diciendo que, como los esbirros comunistas podían matar a los fieles que se encontraban reunidos para la celebración de la misa, se suspendían esas celebraciones a fin de evitar esas muertes. Y, hasta donde puedo ver, Stalin era mucho más letal que el coronavirus.

Esos obispos y sacerdotes ejemplares tenían en claro que lo peor que podía ocurría si los encontraban, era que los deportaran o que los mataran; pero también sabían que habían cosas muchos más importantes y graves que la muerte, y era la perdición eterna de sus ovejas. Y sabían también que era en esos momentos de angustia y sufrimiento cuando más necesario es la oración y proveer los consuelos que nos da la religión. Los obispos italianos, en cambio, en los momentos de angustia de sus pueblos, se recluyen en sus palacios y los privan oficialmente del consuelo y de la posibilidad de los sacramentos.

c. A los obispos les convendrían recordar la frase que el pequeño e insolente Kolia le dirigió a Aliocha Karamazov: Si Dios no existiera, habría que inventarlo. “Así es, excelencias. Está claro que la mayoría de ustedes no cree en Dios. Pues invéntenlo, sobre todo en estos momentos, aunque más no sea para conservar sus cómodos trabajos. Lo que los fieles necesitan es alienarse en ese mítico ser superior y encontrar allí cierta paz que calme su angustia. Cuando ven que la ciencia es impotente para controlar al virus, no le quiten a Dios que, si no los cura, al menos los tranquiliza”. Pero ni para eso sirven los obispos.




d. Llegado el caso, ¿no había otra solución? Las iglesias italianas, en los últimos años, no están lo suficientemente affollatas como para temer contagios masivos, y el factor más riesgoso es la distribución de la Sagrada Eucaristía. Y aquí vemos un detalle de lo que significa la pérdida de la tradición. Hasta que comenzaron las innovaciones litúrgicas con San Pío X, en las misas no había habitualmente comunión de los fieles, quienes iban asistían porque era un deber y porque era un acto devocional y social. Y así fue durante más de mil quinientos años. Un siglo después, ni los fieles, ni los curas ni los obispos conciben que pueda celebrarse una misa pública sin comunión para todos y todas. ¿No habría sido una mejor solución disponer que se suspendían las comuniones a los fieles durante la celebración de la misa? De esa manera, además, se contribuía a una mejor preparación para la comunión pascual. 

e. Los obispos argentinos, ni qué decir tiene, han dado ya la nota de color bananero, acorde con el país en que nos tocó nacer. Introducen un nuevo rito: los sacerdotes deberán lavarse las manos con alcohol antes de distribuir la comunión. Estimo que antes de hacerlo, ablucionarán sus dedos que acaban de tocar el Cuerpo del Señor… No deja de tener gracia que los curas progres que desprecian y ridiculizan las abluciones de los dedos, del cáliz y de la patena que, con tanto cuidado se prescribían en la liturgia tradicional, ahora corran presurosos a lavar sus deditos con gel alcoholizado a fin de evitar contagios. La vida vale más que las partículas de la Eucaristía. 


Nuestros pastores también han dispuestos que, después de cada celebración, se limpien todos y cada uno de los bancos del templo con lavandina. Los mismos que ponen el grito en cielo ante la posibilidad siquiera de discriminar a un travesti o a un pecador público negándole la comunión, no tienen reparos en mostrar un claro signo de discriminación desinfectando el lugar donde estuvieron sentados los de la misa de 10, para que puedan entrar los de la misa de 12. Hay infecciones más graves que otras…


The Wanderer



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