domingo, 26 de abril de 2009

“TESTIGOS DE LA ESPERANZA”



En realidad esto que vivieron los Apóstoles no fue una experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a tener esa experiencia pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser testigos.

Carta del Obispo de Posadas – 3er. Domingo de Pascua – 26.04.09

Por Mons. Juan Rubén Martínez

El texto del Evangelio de este domingo (Lc. 24,35-48), nos relata la aparición de Jesús Resucitado a los Apóstoles. Ellos necesitaban tener este encuentro Pascual para llevar adelante la misión de anunciar el Reino. Habían convivido con el Señor, sabían de su muerte y resurrección, pero aún estaban turbados y con temor. Por eso el texto señala: “Entonces les abrió la inteligencia, para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito; el Mesías, debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando en Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto” (Lc.24,45-48).

Al reflexionar sobre la necesidad de centrar nuestra fe en Jesucristo Resucitado y sus enseñanzas, llegamos a una conclusión que aunque obvia, es bueno recordar: no podemos llamarnos cristianos, si no buscamos y deseamos tener un encuentro con Jesucristo, el Señor, el que murió y Resucitó. Para los Apóstoles fue fundamental este encuentro personal y pascual con el Señor. Esto les cambió la vida y permitió ser sus “testigos”.

En realidad esto que vivieron los Apóstoles no fue una experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a tener esa experiencia pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser testigos. ¿Esto es solo algo teórico? ¿Una abstracción distanciada de la realidad? Considero conveniente acentuar que hay muchos hombres y mujeres que nos dan testimonio y responden con sus vidas ejemplares a estos interrogantes.

En este tiempo, y con la gracia del acontecimiento y el documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de asumir como cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio, e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no invalidan el “Don de Dios” del encuentro con Jesucristo y su revelación, ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.

Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar este discipulado y misión, en todos pero especialmente en nuestro laicos que son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la persona como objeto de consumo, potenciando solo sus instintos, y eliminando su espiritualidad que implican la inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad de trascendencia.

En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar la cultura, Aparecida señala: “Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque “la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.

El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa” (505-506).

Convocados por tantos testigos de la Pascua nuestro tiempo necesita de discípulos y discípulas portadores de esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!


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