Sin duda alguna el Espíritu ha suscitado en el Pueblo esa espontánea aclamación a Jesús como Rey e incluso es posible que no lo entendieran con toda la realidad de su significado: que Jesús se encamina a través de la Pasión y la Muerte a la plena manifestación de su realeza divina.
Domingo de Ramos de la Pasión del Señor
Por Mons. Marcelo Martorell
Este domingo abre la Semana Santa. Recordamos a Cristo entrando triunfalmente a Jerusalén el domingo antes de su Pasión. Es la única manifestación pública de Jesús, pues Él se había opuesto siempre a ellas, pero hoy Él mismo se deja llevar en triunfo. Ahora que está preparado para su oblación en la cruz, se deja llevar triunfalmente aceptando que le llamen públicamente Mesías. Y es precisamente en estos momentos en que se aproxima la Pascua que acepta esta aclamación, porque muriendo en la cruz, será verdaderamente el Mesías, el Redentor, el Salvador del mundo. Pero Jesús es un rey distinto a los que conoce Israel. Es un rey manso y humilde, que viene montado en un asno y que solamente proclamará su realeza en los tribunales de Pilatos y que sólo permitirá que se ponga el título de Rey en la cruz de la redención.
Sin duda alguna el Espíritu ha suscitado en el Pueblo esa espontánea aclamación a Jesús como Rey e incluso es posible que no lo entendieran con toda la realidad de su significado: que Jesús se encamina a través de la Pasión y la Muerte a la plena manifestación de su realeza divina. Ellos no podían comprender el pleno significado de esta aclamación y menos aún que un rey y libertador se encaminara a la muerte y a la muerte ignominiosa de la cruz. Sin embargo esa muerte y la resurrección de Jesús, suscitó la fe de muchos. Y hoy esa misma fe -ya crecida y madura- hace que los fieles repitan, si es que acaso pueden comprender su profundo significado: “Tú eres el Rey de Israel y el noble Hijo de David, Tú, que vienes Rey bendito, en nombre del Señor. Ellos te aclamaban jubilosamente cuando ibas a morir, nosotros celebramos tu gloria ¡Oh Rey eterno!
Hoy la liturgia nos invita a seguir a Jesús hasta el Calvario. Allí, muriendo en la Cruz, triunfará para siempre sobre el pecado y la muerte. Estos son los sentimientos de la Iglesia cuando ora al bendecir los ramos. Con los ramos, el pueblo cristiano honra con devoción la misericordiosa obra de salvación del Señor. Unirse a Cristo en su Pasión y Muerte -honrar su Pasión- es el modo más firme para triunfar con Cristo sobre el enemigo, que es el pecado.
Leamos con detención las lecturas de esta Misa, que nos introducen plenamente en la Pasión del Señor. El Profeta Isaías y el salmo responsorial nos revelan los detalles de lo que Jesús debía pasar. El Profeta los relata con tremenda realismo: “ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No oculté mi rostro a los insultos y salivazos” (Is.50,6). Esta es la Voluntad del Padre y el Siervo del Señor está total y sumisamente orientado a ella. Jesús por amor al Padre acepta y quiere el sacrificio de si mismo por la salvación de los hombres. “El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no me he rebelado ni me he echado atrás” (Ib.5). Es por esto que le vemos arrastrado a los tribunales y de allí al Calvario. Jesús tendido sobre la Cruz da cumplimiento al salmo: “me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos” (Sal.22). A esto vemos reducido al Hijo de Dios por un solo y único motivo: el amor. Amor al Padre cuya gloria quiere resarcir y amor a los hombres a los que quiere reconciliar con el Padre y salvar del pecado y de la muerte eterna.
Sólo el amor infinito de Dios -incomprensible para el hombre- puede explicar las humillaciones de Jesús: “Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo” (Fil.2.6-7). Cristo lleva a los límites extremos su renuncia a hacer valer su condición divina. Se despoja totalmente de todo lo suyo tomando la condición de esclavo. Se somete al suplicio de la Cruz y a los más amargos insultos y los soporta solamente por amor. Por amor entregó su vida, por amor fundó la Iglesia y por amor nos conduce a la liberación total, al final, cuando Él venga en toda su gloria.
La Iglesia nos propone la Pasión de Cristo con toda su cruda realidad para que quede claro que aunque siendo verdadero Dios, es también verdadero hombre y que como tal sufrió. Cristo anonadando todo vestigio de su naturaleza divina, se hizo hermano de todos los hombres hasta compartir con ellos el sufrimiento, el dolor y la muerte. Y todo esto para hacer al hombre partícipe de su divinidad.
Hoy comienza la Semana Santa, vivámosla con un corazón bien dispuesto para seguir los pasos de Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección. Que unidos a Él encontremos nueva vida y renovados en Él podamos ser participes de la renovación del mundo y de la sociedad que nos rodea.
Que la Virgen al pie de la cruz nos asocie a la cruz de Jesús.
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