viernes, 10 de abril de 2009

SANTA FE: HOMILÍA DE LA MISA CRISMAL


Iniciamos, por otra parte, un año que presenta diversas dificultades, pienso en la realidad económica con sus inevitables consecuencias sociales, sea por la caída de la producción y el trabajo como el aumento de la pobreza. Padecemos, además, de una suerte de impotencia cultural que nos hace débiles frente al flagelo de la droga y la violencia.

Por Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz


Santa Fe de la Vera Cruz, 8 de Abril de 2009

Queridos hermanos:

1 – En el marco gozoso de la celebración de la Pascua vamos a participar en esta eucaristía tan eclesial de la Misa Crismal. Hoy la Iglesia en Santa Fe, junto a su Obispo y en torno a la mesa del altar, fortalece su vida de comunión y su ardor misionero. Este misterio de nuestra fe necesita para manifestarse una mirada contemplativa y una actitud de discípulo. Ser Iglesia es descubrirnos como parte del proyecto de Dios y sentirnos convocados para ser sus testigos. Hoy venimos a proclamar como Iglesia este misterio de comunión misionera.

2 – La eucaristía de la Misa Crismal presenta un particular significado para la vida y ministerio de los sacerdotes. Ellos van a renovar sus promesas sacerdotales en el marco de la Iglesia a la que aman y sirven. Serán bendecidos, además, los Santos Óleos y consagrado el Santo Crisma, que les serán entregados para el ejercicio de su ministerio. Este contexto me lleva a dirigirme de un modo especial a ustedes, queridos sacerdotes.

3 - Conozco y valoro el trabajo pastoral que realizan en sus comunidades. Deseo compartir una reflexión sobre el pasaje del evangelio de san Marcos en que Jesús, nos dice: “subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso” (Mc. 3, 13). Se trata de un texto muy cercano a nosotros, que nos habla de la oración de Jesús como fuente del llamado y la elección de los apóstoles. Subir a la montaña era para él un lugar de oración e intimidad con su Padre.

4 - San Lucas es más explícito: “Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles” (Lc. 6, 12-13). Podríamos decir, sin forzar los textos, que los apóstoles son engendrados en la oración, son pensados en esa intimidad de Jesús con su Padre. Es por ello que: “la llamada de los Doce tiene, muy por encima de cualquier otro aspecto funcional, un profundo sentido teológico: su elección nace del diálogo del Hijo con el Padre y está anclada en él” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, ed. Planeta, pag. 208). Es en esta intimidad orante donde debemos reconocer la fuente primera de nuestra historia sacerdotal.

5 – El mismo Jesús insistirá: “Rueguen al (Padre) al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mt. 9, 38). Como vemos la vocación sacerdotal aparece como escondida en el misterio de Dios y se devela, se hace historia, por la oración. El amor del Padre es su origen, será Jesucristo quién nos revela su sentido cuando nos habla de hacernos partícipes de su consagración y misión: “Eran tuyos y me los diste… ruego por ellos porque eran tuyos. Conságralos en la verdad… como tú me enviaste yo también los envío” (Jn. 17, 6-18).

6 – Esta realidad de la elección tal vez nos abruma y desconcierta. Es Cristo quién llama y elige: “para estar con él y enviarlos a predicar” (Mc. 3, 14). No busquemos otra razón a nuestra identidad que no esté en la línea de la misión de Cristo. “El estar con Jesús conlleva por sí mismo la dinámica de la misión, pues, en efecto, todo el ser de Jesús es misión” (o. c. 211). También en aquella respuesta de Jesús a sus padres: “No saben que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc. 2, 49), podemos reconocer el sentido de nuestra elección. El “estar en la cosas de mi Padre” era para Jesús lo central, su obediencia al proyecto del Padre, por ello debe serlo, también para nosotros. Consagración y misión son dos caras de la misma vocación sacerdotal.

7– Al llegar a este punto pienso en la necesidad de crear ese clima de oración que permita mantener viva la voz del llamado vocacional en nuestros jóvenes. Entre ellos están, y tal vez muy cerca nuestro, quienes son llamados por el Señor. Conocemos las dificultades que presenta hoy el despertar de la vocación como el asumir una decisión. El “para siempre” de la vocación no es una categoría fácil de entender, es cierto; pero no dejemos de valorar, sin embargo, la búsqueda de sentido, el deseo de realización y el testimonio de coherencia que ellos necesitan. La pastoral vocacional es un desafío para descubrir el camino de Dios en la vida de ellos, y también un reclamo que nos hacen de presencia y alegría sacerdotal.

8 – Paso a un tema que venimos trabajando en la vida de nuestra Iglesia. El año pasado vivimos la experiencia de la Misión Arquidiocesana que nos ha dejado la certeza de un camino pastoral. Esta es la Iglesia que Cristo quiere ver en nosotros, una Iglesia que viva y trasmita el gozo de su fe. La Misión no ha concluido, les decía en la Misa de clausura, la Misión continúa, debe continuar. Quiero comunicarles formalmente en esta Eucaristía que, en el marco y en el espíritu de ese estado de Misión permanente que nos pide Aparecida, seguiremos misionando la zona Oeste e iniciaremos la Misión en la zona Norte de la ciudad. Se trata de una zona que ha crecido mucho, tal vez en cierta orfandad eclesial.

9 – Quisiera recordar lo que nos propusimos al iniciar la Misión. La definíamos como una movilización eclesial. Este sigue siendo el desafío: “mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo” (Ap. 14). Esto requiere, nos dice Aparecida, hablar de conversión pastoral en nuestras comunidades; pasar de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera. Así la Iglesia se manifiesta: “como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (Ap. 370). En la Misión se manifiesta el rostro de una Iglesia que vive la comunión de sus bienes y comparte sus talentos y agentes pastorales.

10 - Como lo hicimos el año pasado será en la Fiesta de Guadalupe y a los pies de Nuestra Madre, el lugar desde dónde iniciaremos la Misión 2009. La Comisión encargada nos irá dando más datos sobre sus tiempos y realización, pero es importante que vayamos asumiendo y comunicando esta decisión pastoral, para crear ese clima de oración, disponibilidad de tiempo y de agenda. El primer año nos ha dejado la riqueza del encuentro de personas y comunidades que han fortalecido, según los testimonios recogidos, lazos de pertenencia y diría de espiritualidad diocesana. En la Misión la Iglesia se reconoce a sí misma, se renueva y crece.

11 – Iniciamos, por otra parte, un año que presenta diversas dificultades, pienso en la realidad económica con sus inevitables consecuencias sociales, sea por la caída de la producción y el trabajo como el aumento de la pobreza. Padecemos, además, de una suerte de impotencia cultural que nos hace débiles frente al flagelo de la droga y la violencia. La crisis moral quita certeza al mundo de los valores y agudiza la crisis política. A esto se agrega un año electoral con un clima de enfrentamiento y descalificaciones en la búsqueda del poder que empobrece el nivel cívico.

12 - Va a ser un año difícil, pero en él deberemos dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo, que ha venido para elevar y proteger la dignidad del hombre y con él construir una sociedad en la que reine la verdad y la justicia, el amor y la paz. Considero que el documento: “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad”, puede ser un texto que nos ayude a reflexionar en nuestras comunidades, como también un servicio a la sociedad para alcanzar ese encuentro necesario entre los argentinos que fortalezca la amistad social y permita mirar con esperanza el futuro de nuestra Patria.

13 - Finalmente, vengo de asistir a la Visita ad Limina. En la persona de Pedro el Señor nos ha dejado un signo de unidad y de catolicidad. Es a él, como cabeza del Colegio Apostólico, a quién se le ha confiado la misión de “confirmar a sus hermanos” (Lc. 22, 32). Marcaría algunos aspectos de su mensaje que se orientan, principalmente, a fortalecer la vida de la Iglesia en la Argentina.

14 – El Santo Padre nos recordaba, en primer lugar, que: “El ministerio episcopal está al servicio de la unidad y de la comunión de todo el Cuerpo místico de Cristo. El Obispo, que es el principio y fundamento visible de la unidad en su Iglesia particular, está llamado a impulsar y defender la integridad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, enseñando a los fieles a amar a todos su hermanos” (L.G. 23). Este espíritu de comunión, agregaba: “tiene un ámbito privilegiado de aplicación en las relaciones del Obispo con sus sacerdotes”. Esta palabra que hace a la vida del presbiterio y al fundamento de comunión en cada Iglesia particular, me toca a mí en primer lugar como una exigencia del ministerio episcopal. Soy consciente de la grandeza de la misión pero también de mi fragilidad. Más que ninguno el Obispo debe ser discípulo, testigo y servidor en su Iglesia.

15 – Luego nos ha insistido en la necesidad de promover las vocaciones sacerdotales. Para ello, ha puesto el acento en dos áreas de la vida de la Iglesia: “Sería oportuno, nos decía, una pastoral matrimonial y familiar más incisiva, que tenga en cuenta la dimensión vocacional del cristiano”, y reclamaba también: “una pastoral juvenil más audaz, que ayude a los jóvenes a responder con generosidad al llamado que Dios les hace”. Estas palabras nos abren un campo de reflexión y de acción muy importantes en áreas centrales de nuestra vida pastoral.

16 - Ahondando en esta línea de comunión al interno de la Iglesia nos insistía que: “es de suma importancia reconocer, valorar y estimular la participación de los religiosos en la actividad evangelizadora diocesana, a la que enriquecen, concluía, con la aportación de sus respectivos carismas”. Queridas religiosas y religiosos, necesitamos de la presencia testimonial y evangelizadora de ustedes como parte viva de esta Iglesia que peregrina en Santa Fe.

17 - Particular insistencia puso en los fieles laicos, a quienes hay “que llevarlos, decía, a tener una experiencia más viva de Jesucristo y del misterio de su amor. El trato permanente con el Señor mediante una intensa vida de oración y una adecuada formación espiritual y doctrinal aumentará en todos los cristianos el gozo de crecer y celebrar su fe y la alegría de pertenecer a la Iglesia, impulsándoles así a participar activamente en la misión de proclamar la Buena Noticia a todos los hombres”. El mundo necesita de un laicado comprometido con su fe que sea presencia viva de la Iglesia en la sociedad.

18 - Queridos hermanos, la tarea ciertamente es mucha, pero sabemos que la gracia del Señor es generosa. Pidamos a María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, “Madre y misionera del pueblo santafesino”, que nos enseñe la docilidad del discípulo y nos acompañe en este camino de Dios que se hace Iglesia, desde el don del Espíritu y nuestra entrega al servicio de nuestros hermanos. Amén.

Fuente http://www.arquisantafe.org.ar/nueva/


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