sábado, 11 de abril de 2009

DESDE EL EVANGELIO: DOMINGO DE PASCUA


Al proyecto de Dios lo contradicen muchas circunstancias que vemos en nuestra vida diaria, me refiero a las condiciones de injusticia, de abandono y exclusión en la que viven muchos hermanos nuestros.

Por Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

La Pascua es el centro de la fe cristiana porque es el centro de la vida de Jesucristo. Para esto he venido nos dice, no sólo para marcarles un camino o dejarles una doctrina, esto sería lo propio de un gran hombre, sino para quedarme con ustedes, esto es lo propio del Hijo de Dios. Este quedarse con nosotros a través de su presencia, de su vida, es el fruto, precisamente, de su resurrección. Por ello san Pablo va a decir que si Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe y nuestra esperanza. No celebramos la dignidad de una muerte sino el triunfo de la Vida. La resurrección de Jesucristo se convierte, así, en el principio de una vida nueva que nace del amor de Dios y se nos ofrece como don gratuito. La Pascua no es el recuerdo de un hecho del pasado o una utopía de un mundo por venir, sino la presencia viva de Cristo en nuestra historia. Esto es lo que celebramos, la presencia viva y actual de Jesucristo.

Esta vida de Cristo es la que ilumina la vida de todos los hombre, sólo necesita que le abramos las puertas de nuestro corazón para caminar a nuestra lado y descubrirnos “el sentido de los acontecimientos, sea del dolor y la muerte, como de la alegría y de la fiesta” (Ap. 356). Este caminar de Jesucristo junto a nosotros es lo que llamamos la vida de la gracia, la presencia de Dios que se nos comunica por su Palabra y los Sacramentos. No tenemos que dejar nuestras tareas para encontrarnos con él, porque “la vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos, el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender, el gozo de servir a quién nos necesite, el contacto con la naturaleza, el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de la sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosa que el Padre nos regala como signos de su amor sincero” (Ap. 356). Cristo vino a elevar y dar plenitud con su Vida a todo lo humano.

Pero también debemos reconocer que a este proyecto de Dios lo contradicen muchas circunstancias que vemos en nuestra vida diaria, me refiero a las condiciones de injusticia, de abandono y exclusión en la que viven muchos hermanos nuestros. Esto nos debe interpelar a todos, especialmente a nosotros que celebramos con gratitud al Dios de la Vida. El Reino que Cristo vino a traer es incompatible con estas situaciones inhumanas. Es por ello que: “Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por trasmitir los valores del Evangelio, se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna” (Ap. 358). La palabra de denuncia frente a estos hechos, como el compromiso con los que más sufren, es una exigencia moral de celebrar la Pascua de Jesucristo.

Queridos amigos, que la alegría de la Pascua haga de nosotros testigos y protagonistas de ese mundo nuevo que él nos ha traído. Este es mi deseo que lo hago oración por ustedes y por mí en este día de paz y alegría. Reciban junto a mis saludos de Pascua, mi bendición en el Señor.


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