domingo, 12 de abril de 2009

“ESTE ES EL DÍA QUE HIZO EL SEÑOR, ALEGRÉMONOS Y REGOCIJÉMONOS EN ÉL, ¡ALELUYA!”


Que Jesús resucitado dé sentido a la acciones de cada día sabiendo que las cosas de acá no son nuestra patria definitiva y que si bien nuestro destino es el cielo, debemos construir el Reino de Cristo en esta tierra, en esta sociedad, en este mundo.

Por Mons. Marcelo Martorell

Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe: pero ¡JESÚS HA RESUCITADO!
FELIZ PASCUA, FELIZ PASO DEL SEÑOR POR VUESTRAS VIDAS.

OBISPADO DE PUERTO IGUAZÚ


Domingo de Pascua

“Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos y regocijémonos en Él, ¡Aleluya!”

Es el día más grande del año, porque “el Señor de la vida había muerto y ahora triunfante vuelve a la Vida”. Dice el apóstol San Pablo: “si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor.15, 14). Y el apóstol tiene razón, pues ¿quién podría creer y esperar en un muerto? Y la verdad es que ¡Cristo vive! “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, dijo el ángel a las mujeres” (Mt.16, 6).

El sepulcro vacío y el anuncio de la resurrección del Señor produjo en un primer momento temor y espanto, de modo que las mujeres “huían del monumento y a nadie dijeron nada, tal era el miedo que tenían” (ib. 8). Pero con ellas y quizá habiéndolas precedido, se encontraba María Magdalena, quien viendo quitada la piedra del sepulcro, corrió en seguida a comunicar la noticia a Pedro y a Juan: “han quitado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn. 20,1-2). Corrieron ambos al sepulcro y entrando en la tumba “vieron las fajas allí colocadas y el sudario envuelto aparte” (ib. 6-7). Los apóstoles ¡Ven y Creen! Es el primer acto de fe en Jesús resucitado de la Iglesia naciente, provocado por la constatación de la tumba vacía. Semejante piedra no podía moverse de forma alguna, sino con los brazos de muchos. Los apóstoles creen porque han visto, por el testimonio de una mujer, por la visión del ángel y por las fajas mortuorias encontradas en el sepulcro vacío.

Si se hubiera tratado de un robo, ¿quién se hubiera preocupado en dejar los lienzos tan ordenadamente colocados sobre la piedra de la tumba? Estas son cosas sencillas, pero de las que se sirve el Espíritu de Dios para recordar en la mente de los apóstoles lo que decía la Escritura: “aún no se habían dado cuenta que según la Escritura, Jesús debía resucitar de entre los muertos” (ib. 9). Tampoco comprendían los apóstoles lo que Jesús mismo les había dicho tantas veces sobre su resurrección. Pedro, cabeza de la Iglesia, y Juan el discípulo al que Jesús amaba, tuvieron el mérito de recoger las “señales” del Resucitado: la noticia traída por una mujer, la tumba vacía, los lienzos acomodados en ésta.

Aunque bajo otra forma, las “señales” de la Resurrección se ven todavía presentes en el mundo: la fe heroica, la vida evangélica de tanta gente humilde y escondida o la vitalidad de la Iglesia, a la que las persecuciones externas y las luchas internas no llegan a debilitar, como así tampoco el pecado y la debilidad de sus miembros. También ¡qué gran signo de la resurrección es la vida y el testimonio de tantos santos del siglo reciente: la vida y obra de Teresa de Calcuta, el Padre Pío, Juan Pablo II y tantos otros! Sobre todo existe el gran milagro de la Eucaristía -presencia viva de Jesús resucitado- celebrada cada día y que continúa atrayendo, alimentando, aliviando el corazón de los hombres y atrayéndolos hacia sí. Toca a cada uno de nosotros vislumbrar y aceptar estas señales, creer como creyeron los Apóstoles y hacer cada vez más firme la propia fe.

San Pedro proclama: “Dios le resucitó al tercer día y le dio la gracia de manifestarse … a los testigos elegidos de antemano por él, a nosotros que comimos y bebimos con él después de resucitado de entre los muertos” (Hech. 10, 40-41). Vibra en el corazón de Pedro, el jefe de los apóstoles, los grandes hechos de los que él ha sido testigo: la intimidad con Jesús resucitado, el sentarse en la misma mesa, el comer y beber con Él. Hoy la Iglesia invita a todos los fieles a una mesa común con Cristo en la cual Él mismo es la comida y la bebida: “ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos la Pascua” (Misal Romano).

San Pablo exhorta a los cristianos a eliminar la vieja levadura de la maldad y la malicia, para celebrar la Pascua “con ácimos de la pureza y la verdad” (1 Cor. 5, 8). Tenemos que acercarnos los hombres a la mesa del verdadero cordero con un corazón limpio de todo pecado, con el corazón renovado en la pureza y la verdad, es decir con el corazón propio de los que han resucitado a una vida nueva y son criaturas nuevas. La resurrección del Señor, su “paso de la muerte a la vida”, debe reflejarse en el corazón de todos los creyentes, como un paso del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo. El Apóstol San Pablo nos dice: “si fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3, 1-2). La necesidad de ocuparse de las cosas terrenas, no debe impedir a los “resucitados con Cristo” el tener el corazón dirigido a las realidades eternas, las únicas definitivas. Aunque tengamos la tentación de asentarnos en este mundo como si fuera nuestra única patria, no debemos olvidarnos que la “Resurrección del Señor” es una fuerte llamada a vivir con el corazón puesto en Él y hacer las cosas de la tierra, con tanto amor y de tal forma que gocemos con Él definitivamente en la gloria.

Que la Virgen Madre de Jesús y testigo de la resurrección nos acerque a Cristo Resucitado de entre los muertos.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

con mi familia nos enteramos que ustede Monseñor llegó acomodado del Vaticano, es cierto eso?