domingo, 5 de abril de 2009

ALMUDÍ, HOMILÍAS TRIDUO PASCUAL, CICLO B


Homilías de la Semana
9 de abril, Jueves Santo
10 de abril, Viernes Santo
12 de abril, Vigilia Pacual
12 de abril, domingo de Pascua

Editó http://www.almudi.org/


Jueves Santo

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

(Ex 12,1-8.11-14) "El cordero será sin mancha, macho, de un año"

(1 Cor 11,23-26) "Tomad y comed, éste es mi Cuerpo"

(Jn 13,1-15) "Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.

En la Misa “in coena Domini”, Jueves Santo, en San Juan de Letrán (16-IV-1992)

---Participación de la vida del Hijo

---Anuncio de la salvación

---Alimento para sostener la vida

---Participación de la vida del Hijo

“El que coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

Jesús pronunció estas palabras cerca de Cafarnaum, después de la multiplicación milagrosa de los panes.

La hora de la última cena. El “mandato” que viene del Padre se acerca a su cumplimiento. El “mandato” de la verdad: el Evangelio. El “mandato” de la vida. La vida, que está en Cristo, es la unidad del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. El hijo vive “mediante el Padre”. Vive “por el Padre”. Esta vida se ha hecho carne. Se ha convertido en la comunión del hombre con Cristo, Hijo del hombre. Para realizar la misión del Padre es necesario que esta vida -vida del Hijo- sea participada a los hombres: “El que coma vivirá por mí”.

La hora de la última cena. Ha llegado el tiempo de la revelación. Ha llegado el tiempo del discernimiento. El tiempo de la Pascua. En ella se cumplirá hasta el fondo el “mandato” que el Hijo ha recibido del Padre.

Los discípulos tienen ante los ojos del alma la primera pascua: el éxodo. El pueblo de Dios, por medio de la fuerza de Yahvé, había salido de Egipto. Esto había acaecido tras la muerte de todos los primogénitos de la tierra de Egipto. Aquella muerte había conmocionado al faraón y a su pueblo.

---Anuncio de la salvación

Pero al mismo tiempo, la muerte del Cordero sin defecto había sido un signo de salvación. Se habían salvado los hijos de Israel y habían podido, libres, dejar la condición de la esclavitud.

Todos tienen en la memoria aquella primera pascua: Jesús y los Apóstoles.

Aquella pascua era un anuncio. Era una “figura”. He aquí que ha llegado el tiempo del cumplimiento del anuncio.

Ha llegado el tiempo de la realidad, que es el cumplimiento de la “figura”.

El Hijo ha sido enviado por el Padre a fin de que se cumpla en Él el misterio del cordero sin defecto, cuya sangre libera: libera de la muerte. La muerte del alma es el pecado. El rechazo de Dios es la muerte del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios mismo.

Opuesta a esta muerte es la vida que viene de Dios.

La última cena es un “tomar comida”. Comieron el cordero las hijas y los hijos de Israel antes de salir de Egipto. Este “tomar comida” ha quedado como la mayor fiesta de la antigua Alianza.

La comida sirve para sostener la vida mortal. Para introducirnos en el misterio de la vida inmortal que viene de Dios: Jesús toma el pan y el vino. Lo da a los discípulos. Dice: Tomad y comed... tomad y bebed (cfr. Mt 26,26-27).

Precisamente en este momento se cumple el anuncio eucarístico que había suscitado tantas dificultades entre los oyentes de las palabras de Jesús cerca de Cafarnaum: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6,52).

Cristo dice a los Apóstoles: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre... derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados” (cfr. 1 Cor 11,24-25).

“Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11,26).

---Alimento para sostener la vida

El pan y el vino, la comida y la bebida, son indispensables para sostener la vida mortal. La muerte de Cristo -Cordero que quita el pecado del mundo- es indispensable para alcanzar la vida inmortal. Esta vida viene de Dios. Es el don de la redención de Cristo.

Al recibir este don, demos gracias. Una gracia especial, porque este don es el más grande. Por eso, el sacramento de la última cena se llama Eucaristía.

Desde este momento, desde el momento de la institución, vivimos de cumplimiento.

Cristo ha cumplido el anuncio eucarístico. Él -enviado por el Padre- tiene la plenitud de la vida “por el Padre”.

Nosotros, que comemos su carne, vivimos “por Él”.

Todo esto tuvo su comienzo en el cenáculo de Jerusalén en víspera de la Pascua, cuando Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

“Hasta el extremo”: en el cuerpo “entregado”, en la sangre “derramada”, es el testimonio supremo del amor de Cristo que, muriendo por nosotros, nos ha dado la posibilidad de vivir por Él y -en Él- por el Padre.

DP-53 1992

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Durante cuarenta días la Iglesia nos ha ido preparando para el acontecimiento culminante de nuestra salvación: el Triduo Pascual. La Cena Eucarística (2º lect) es la Nueva y Eterna Alianza que sustituye a la del AT (2ª lect). Es un Jueves Santo rebosante de contenido: la institución de la Eucaristía, el sacerdocio ministerial, el amor hecho de servicio a todos los hombres, la comunidad eclesial.

La celebración de esta tarde enlaza con aquel Jueves en que Cristo se reúne con sus discípulos más íntimos. El misterio de la Presencia de Cristo en la mesa de este altar, mirándonos, oyéndonos y al que adoramos con profunda reverencia, une estos dos Jueves. El misterio elimina el tiempo y nos permite estar también con el Señor. En aquel Jueves sucedieron muchas cosas. Jesús había deseado ardientemente que llegara ese momento. Ante la inoportuna discusión por parte de los discípulos sobre quién sería el primero en el Reino, Jesús hizo ese servicio sorprendente de lavarles los pies uno a uno y que escandalizó a Pedro porque ésta era una tarea de esclavos. Fue una lección inolvidable. Les habló con una ternura inmensa: "Hijitos...", les dice con cariñoso diminutivo. Les pide que se amen como Él les ha amado y realiza el prodigio de la Eucaristía. Se podría resumir la densidad y riqueza de esas horas con estas palabras de S. Juan: "los amó hasta el fin".

"Es una cena testamentaria; afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa la muerte encima, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte" (Pablo VI, Hom. Misa Jueves Santo 1975).

El contraste entre el amor de Cristo en esta tarde y la traición de Judas que va a encabezar a los enemigos del Señor vendiéndolo por 30 monedas; la discusión de los suyos sobre la primacía en el Reino; el sueño de los tres más allegados a Jesús en Getsemaní; la huída de todos y las negaciones de Pedro, da a estos momentos una grandeza insuperable. El Evangelio pone justamente de relieve este contraste: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora..., comenzó a lavar los pies de los discípulos". El Maestro les dijo: "Entendéis lo que he hecho con vosotros...". Es decir, la entrega servicial y el amor a los demás no deben detenerse ante nada ni ante nadie, ni siquiera ante la muerte por atroz e infamante que sea, porque ahí se demuestra el amor más grande.

Hoy es un día apropiado para meditar cómo estamos correspondiendo a ese amor del Señor; qué amor tenemos a la Sta. Misa y cómo preparamos la Comunión; si nos esforzamos por hacer del día y de nuestra vida una Misa, esto es, una entrega a Dios y a los demás; si menudean las visitas al Sagrario en la medida en que nuestras obligaciones lo permitan.

En aquel Jueves que se hace presente aquí, esta tarde, Jesús anticipó sacramentalmente el Sacrificio del Calvario. Esa muerte tenía un marcado carácter de expiación, de redención por los pecados del mundo. ¡Cuántas oraciones hay en la Sta. Misa que están travesadas por esta petición de perdón! Yo, ¿las hago mías? "Señor, ten piedad... Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros, porque sólo Tú eres santo", ¡nosotros hacemos aquí lo que podemos! ¿Arrancan estas oraciones de los estratos más hondos del corazón o se ha introducido la rutina?; "acepta, Señor, en tu Bondad, esta ofrenda... líbranos de la condenación eterna y cuéntanos en el número de tus elegidos". "Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: la paz os dejo mi paz os doy, no tengas en cuenta nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia...", ¡Y tantas otras!

Luego llega la Comunión, que hoy tiene un relieve particular. ¿Nos hemos preguntado cómo serían las Comuniones de la Stma. Virgen cuando S. Juan celebrara la Sta. Misa y Ella se acercara para recibir al que había llevado en su seno virginal y traído a este mundo? Vale la pena meditarlo y rogarle que nos alcance del Señor algo de esa pureza, humildad y devoción suya.


Viernes Santo

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Is 52,13-53,12) "No hay en él parecer ni hermosura"

(Hb 4,14-16;5,7-9) "Fue hecho autor de salud eterna para todos los que le obedecen"

(Jn 18,1-19,42) "Todo está consumado"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.

Alocución en el Vía Crucis (4-IV-1980)

---El rechazo del hombre

---Cristo redime la dignidad del hombre

---Aceptar la Cruz

---El rechazo del hombre

La cruz es una señal visible del rechazo de Dios por parte del hombre. El Dios vivo ha venido en medio de su pueblo mediante Jesucristo, su Hijo Eterno que se ha hecho hombre: hijo de María de Nazaret.

Pero “los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Han creído que debía morir como seductor del pueblo. Ante el pretorio de Pilato han lanzado el grito injurioso: “Crucifícale, crucifícale” (Jn 19,6).

La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del Hijo de Dios por parte de su pueblo elegido; la señal del rechazo de Dios por parte del mundo. Pero a la vez la misma cruz se ha convertido en la señal de la aceptación de Dios por parte del hombre, por parte de todo el Pueblo de Dios, por parte del mundo.

Quien acoge a Dios en Cristo, lo acoge mediante la cruz. Quien ha acogido a Dios en Cristo, lo expresa mediante esta señal: en efecto se persigna con la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, para manifestar y profesar que en la cruz se encuentra de nuevo a sí mismo todo entero: alma y cuerpo, y que en esta señal abraza y estrecha a Cristo y su reino.

Cuando en el centro del pretorio romano Cristo se ha presentado a los ojos de la muchedumbre, Pilato lo ha mostrado diciendo: “Ahí tenéis al hombre” (Jn 19,5). Y la multitud responde: “Crucifícale”.

---Cristo redime la dignidad del hombre

La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del hombre en Cristo. De modo admirable caminan juntos el rechazo de Dios y el del hombre. Gritando “crucifícale”, la multitud de Jerusalén ha pronunciado la sentencia de muerte contra toda esa verdad sobre el hombre que nos ha sido revelada por Cristo, Hijo de Dios.

Ha sido así rechazada la verdad sobre el origen del hombre y sobre la finalidad de su peregrinación sobre la tierra. Ha sido rechazada la verdad acerca de su dignidad y su vocación más alta. Ha sido rechazada la verdad sobre el amor, que tanto ennoblece y une a los hombres, y sobre la misericordia, que levanta incluso de las mayores caídas.

Y he aquí que este lugar, donde -según una tradición- a causa de Cristo los hombres eran ultrajados y condenados a muerte -en el Coliseo-, ha sido puesta la cruz, desde hace mucho tiempo, como signo de la dignidad del hombre, salvada por la cruz; como signo de la verdad sobre el origen divino y sobre el fin de su peregrinar; como signo del amor y de la misericordia que levanta de la caída y que, cada vez, en cierto sentido, renueva el mundo.

He aquí la cruz: He aquí el leño de la cruz (“ecce lignum crucis”). Es ella el signo del rechazo de Dios y el signo de su aceptación. Es ella el signo del vilipendio del hombre y el signo de su elevación. El signo de la victoria.

Cristo dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra (sobre la cruz), atraeré todos a mí” (Jn 12,32).

Nuestros pensamientos se detienen junto a la cruz, cuyo misterio permanece y cuya realidad se repite en circunstancias siempre nuevas.

Este rechazo de Dios por parte del hombre, por parte de los sistemas, que despojan al hombre de la dignidad que posee por Dios en Cristo, del amor que solamente el Espíritu de Dios puede difundir en los corazones, este rechazo -repito-, ¿quedará equilibrado por la aceptación, íntima y ferviente, de Dios que nos ha hablado en la cruz de Cristo?

¿Quedará equilibrado este rechazo por la aceptación del hombre de esta su dignidad y de este amor, cuyo comienzo está en la cruz?

---Aceptar la Cruz

Pero el Vía Crucis de Cristo y su cruz no son solamente un interrogante: son una aspiración, una aspiración perseverante e inflexible y un grito:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27,46).

“Padre, en tus manos entrego mí espíritu” (Lc 23,46).

Gritemos y oremos, como haciendo eco a las palabras de Cristo: Padre, acoge a todos en la cruz de Cristo; acoge a la Iglesia y a la humanidad, a la Iglesia y al mundo.

Acoge a aquellos que aceptan la cruz; a aquellos que no la entienden y a aquellos que la evitan; a aquellos que no la aceptan y a aquellos que la combaten con la intención de borrar y desenraizar este signo de la tierra de los vivientes.

Padre, ¡acógenos a todos en la cruz de tu Hijo!

Acoge a cada uno de nosotros en la cruz de Cristo.

Sin fijar la mirada en todo lo que pasa dentro del corazón del hombre; sin mirar a los frutos de sus obras y de los acontecimientos del mundo contemporáneo: ¡Acepta al hombre!

La cruz de tu Hijo permanezca como signo de la aceptación del hijo pródigo por parte del Padre.

Permanezca como signo de Alianza, de la Alianza nueva y eterna.

DP-92 1980

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

"Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por los suyos" (Jn 15, 13), había dicho Jesús. Estas palabras fueron confirmadas con una muerte tan atroz como injusta e infamante. "Maldito quien cuelga de un palo" (Deut 21, 23). El empeño por parte de los judíos de que fuera Pilato quien le condenara a muerte tenía probablemente este objetivo: que la memoria de Jesucristo fuera maldita en el corazón de su pueblo. Sin embargo, este drama en el que la malicia humana y el Amor de Dios llegan al colmo, crea un orden nuevo: Dios saca de este gran mal el bien supremo de la Redención del mundo. La Cruz de Cristo, a la que nos invita a mirar la Liturgia de este Viernes Santo, se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva (Cfr Jn 7,37-38).

"La prueba de que Dios nos ama, dice S. Pablo, es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros, ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por Él salvados del castigo" (Rm 5,8-9). Dios ha redimido al mundo mediante el sufrimiento, un dolor que alcanza las fronteras del misterio. "Cuando Cristo dice: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’, sus palabras no son sólo expresión de aquel abandono que varias veces se hacía sentir en el AT, especialmente en los Salmos y concretamente en el S. 22(21), del que proceden las palabras citadas. Puede decirse que estas palabras sobre el abandono nacen en el terreno de la inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre ‘cargó sobre Él la iniquidad de todos nosotros’. Junto con este horrible peso, midiendo todo el mal de dar las espaldas a Dios contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Pero precisamente mediante el sufrimiento Él realiza la Redención, y expirando puede decir: ‘Todo está acabado’" (Juan Pablo II, S.D. n. 18).

Así como en el árbol del Paraíso la desobediencia humana trajo el dolor y la muerte, en este árbol de la Cruz la obediencia mató a la muerte y nos abrió las puertas de la Vida Eterna. "Amo tanto a Cristo en la Cruz, dice San Josemaría Escrivá, que cada crucifijo es como un reproche cariñoso de mi Dios: ...Yo sufriendo, y tú... cobarde. Yo amándote, y tú olvidándome. Yo pidiéndote, y tú... negándome. Yo, aquí, con gesto de Sacerdote Eterno, padeciendo todo lo que cabe por amor tuyo... y tú te quejas ante la menor incomprensión, ante la humillación más pequeña..." (Via Crucis, XI Estación n. 2).

El amor es sufrido, recuerda S. Pablo (Cfr 1 Cor 13). ¿Quién se sentirá con derecho a quejarse cuando contemple estos atroces sufrimientos de Nuestro Señor? ¡Ser sufridos! Procuremos proyectar esta cualidad sobre nuestra vida ordinaria, en esas situaciones nada solemnes de nuestro acontecer diario. "¡Cuántos que se dejarían enclavar en una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! Piensa, entonces, qué es lo más heroico" (Camino, 204). ¡Ser sufridos ante las tentaciones del amor propio, la sensualidad..., y cuando advirtamos que nuestro comportamiento cristiano "choca" en el ambiente en que me desenvuelvo!

"Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo" (Gal 6,14), nos recuerda inspiradamente S. Pablo, porque ahí está nuestra salvación aunque nos cueste creerlo y nos rebelemos. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo, lleva consigo la certeza interior de que quien sufre "completa lo que falta a los padecimientos de Cristo", porque nosotros somos miembros de un Cuerpo cuya Cabeza es Él. Debemos enfocar nuestras penas y dificultades con un talante recio y sobrenatural. Tal vez no podamos solucionar ciertos contratiempos, pero sí podemos no torturarnos con ellos. Podemos buscar con serenidad una solución, no un motivo más de amargura y, sobre todo, podemos ver en ellos la Cruz que nos asocia a la obra redentora de Jesucristo.

¡Cuántas cosas que nos hacen sufrir física y moralmente se soportarían mejor si no dudáramos de que el Corazón del Señor sufre con el nuestro! ¡El Corazón de Jesús y el mío sufren juntos! ¿No somos una cosa con Él? ¿No nos ha asegurado que cualquier cosa que padezcan los que creen en Él la padece Él mismo? (Cfr Mt 25).

¡"Señor, auméntanos la fe"! (Lc 17,5), le decían los discípulos cuando no entendían una enseñanza Suya. ¡Repitámoslo también nosotros poniendo por intercesora a la Madre de Jesús y Madre nuestra!

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Comisión de Catequesis de la Conferencia Episcopal Española

"Mirad el árbol de la Cruz, en la que estuvo clavada la salvación del mundo"

En la primera parte del texto de Isaías, se habla probablemente de todo el Pueblo de Dios y del dolor que supuso la deportación y el exilio. Luego parece referirse a un solo personaje. Ambos se entrecruzan y de aquí viene que la tradición cristológica haya visto en este texto una alusión al Mesías doliente.

La Carta a los Hebreos destaca que ha llegado el final de todos ellos, para dar paso al único Sacrificio del único Sacerdote.

San Juan en el relato de la Pasión, sin detenerse demasiado en la descripción de los dolores de Cristo parece querer responder a la pregunta sobre la identidad del propio Jesús: Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, el Rey, el Gran Sacerdote, el Cordero Pascual... A la pregunta "¿Quién eres?" aparece en el texto evangélico un eco: "Yo soy".

Hoy se corre el riesgo de huir del sacrificio, de la abnegación y del esfuerzo. La gratuidad parece pertenecer a otra época y, sin embargo, gracias a Dios, sucede.

"Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación "!Padre, líbrame de esta hora! Pero !si he llegado a esta hora para esto!'' (Jn 12,27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?'' (Jn 18,11); todavía en la Cruz antes de que "todo está cumplido'' (Jn 19,30) dice: "Tengo sed'' (Jn 19,28)" (607; cf. 606.603).

"El “amor hasta el extremo” (Jn 13,1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos" (616; cf. 617).

"La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia" (1993; cf. 1987-2005).

"El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual" (cf. 2 Tm 4).

"La Cruz sobre el Calvario, por medio de la cual Jesucristo _Hombre, Hijo de María, Hijo putativo de José de Nazaret_ deja este mundo, es al mismo tiempo una nueva manifestación de la eterna paternidad de Dios, el cual se acerca de nuevo en Él a la humanidad, a todo hombre, dándole el tres veces santo Espíritu de Verdad" (Juan Pablo II, RH, 9).

Cristo en la Cruz es llamada a la contemplación que el Espíritu sugiere en el corazón del creyente. Para mirar, admirar, callar, adorar, esperar...


Vigilia Pascual. Ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.

Homilía en la Vigilia Pascual (18-IV-1981)

---La muerte y la vida de la Gracia

---Bautismo

---La muerte y la vida de la Gracia

“¿Buscáis a Jesús crucificado?” (Mt 28,5).

Es la pregunta que oirán las mujeres cuando, “al alborear el primer día de la semana” (ib 28,1), lleguen al sepulcro.

¡Crucificado!

Antes del sábado fue condenado a muerte y expiró en la cruz clamando: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23,46).

Colocaron, pues, a Jesús en un sepulcro, en el que nadie había sido enterrado todavía, en un sepulcro prestado por un amigo, y se alejaron. Se alejaron todos, con prisa, para cumplir la norma de la ley religiosa. Efectivamente, debían comenzar la fiesta, la Pascua de los judíos, el recuerdo del éxodo de la esclavitud de Egipto: la noche antes del sábado.

Luego, pasó el sábado pascual y comenzó la segunda noche.

¿Por qué habéis venido ahora?

¿Buscáis a Jesús el crucificado?

Sí. Buscamos a Jesús crucificado. Lo buscamos esta noche después del sábado, que precedió a la llegada de las mujeres al sepulcro, cuando ellas con gran estupor vieron y oyeron: “No está aquí...” (Mt 28,6).

Escuchamos las lecturas sagradas que comparan esta noche única con el día de la Creación, y sobre todo con la noche del éxodo, durante la cual, la sangre del cordero salvó a los hijos primogénitos de Israel de la muerte y los hizo salir de la esclavitud de Egipto. Y, luego, en el momento en el que se renovaba la amenaza, el Señor los condujo por medio del mar a pie enjuto.

Velamos, pues, en esta noche única junto a la tumba sellada de Jesús de Nazaret, conscientes de que todo lo que ha sido anunciado por la Palabra de Dios en el curso de las generaciones se cumplirá esta noche, y que la obra de la redención del hombre llegará esta noche a su cenit.

Velamos, pues, y aún cuando la noche es profunda y el sepulcro está sellado, confesamos que ya se ha encendido en ella la luz y avanza a través de las tinieblas de la noche y de la oscuridad de la muerte. Es la luz de Cristo: Lumen Christi.

---Bautismo

Hemos venido para sumergirnos en su muerte.

Proclamamos la alabanza del agua bautismal, a la cual, por obra de la muerte de Cristo, descendió la potencia del Espíritu Santo: la potencia de la vida nueva que salta hasta la eternidad, hasta la vida eterna (Jn 4,14).

“Nuestro hombre viejo ha sido crucificado con Él, para que...no seamos más esclavos del pecado...” (Rm 6,6), porque nosotros nos consideramos “muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ib. 6,11); efectivamente: “Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios” (ib. 6,10); porque: “Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (ib. 6,4); Porque “si nuestra existencia está unida a Él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (ib. 6,5); porque creemos que “si hemos muerto con Cristo..., también viviremos con Él” (ib. 6,8); y porque creemos que “sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él” (ib. 6,9).

Precisamente por eso estamos aquí.

Por eso velamos junto a su tumba.

Vela la Iglesia. Y vela el mundo.

La hora de la victoria de Cristo sobre la muerte es la hora más grande de la historia.

DP-107 1981

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

La Liturgia de esta noche santa que estamos celebrando es tan rica que resulta imposible comentarla y tan expresiva y plástica que habla por sí sola. El Fuego nuevo, el Cirio Pascual, Luz de Cristo que resucita glorioso y disipa las tinieblas del corazón humano temeroso ante la muerte; la Procesión de la Luz; el Pregón Pascual; la Bendición del Agua Bautismal; las Lecturas Bíblicas que nos ofrecen una síntesis de la Historia de nuestra Salvación, desde la Creación (1ª lect), pasando por la liberación de la esclavitud del Pueblo elegido (3ª lect), y concluyendo con la Resurrección de Jesús (Ev.), nos están hablando de esa vida nueva que el Señor nos ha ganado y a la que renacemos por el Bautismo.

Una antigua y hermosa homilía sobre el Sábado Santo, narra cómo Jesús va a buscar, con las armas vencedoras de la Cruz, a Adán y Eva. “Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: Mi Señor está con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: Y con tu espíritu. Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz... Levántate, obra de mis manos...salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona... El reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad” (L. de las Horas del Sábado Santo).

La Resurrección del Señor es el triunfo de su misión redentora y el de todos los que somos miembros de su Cuerpo cuya Cabeza es Él, de los ciudadanos de su Pueblo -la Iglesia- cuyo Pastor es Él. Es la confirmación hecha realidad de las promesas de las Bienaventuranzas. Que Jesús se apareciera resucitado en primer lugar a las mujeres (Evangelio), cuyo testimonio en aquellos tiempos no tenía validez, tal vez pueda interpretarse también como un argumento más en favor de que el Reino de los Cielos es para los que no son tenidos en cuenta por los poderosos de este mundo. Los pobres según el espíritu; los que tienen hambre y sed de Dios; los constructores de la paz; los limpios de corazón; los que lloran al ver conculcados los derechos de Dios y de sus hijos y saben perdonar tantos atropellos; los perseguidos o injustamente tratados por confesar con las palabras y con las obras su fe. Sí, quienes han encarnado en sus vidas o se esfuerzan porque así sea el espíritu de las Bienaventuranzas, Carta Magna del Cristianismo, pueden saborear, ya esta noche, la dicha en ellas prometida, porque Cristo ha vencido.

Si hemos de recordar a un mundo que se nutre de la ilusión de que la felicidad está en tener a cubierto las necesidades materiales que la vida no está en la hacienda. Si frente al señuelo del hedonismo decimos que quien mira a una mujer con malos ojos, deseándola, ya adulteró en su corazón. Si a quienes se sienten seguros en sus convicciones y desprecian las de Cristo les hacemos ver que se parecen al hombre necio que edificó su casa sobre arena. Si debemos cuestionar convencionalismos, mentiras, injusticias..., y esto fue siempre no sólo molesto sino peligroso, y nos pueden acusar de acientíficos e inhumanos, hemos de afianzarnos en la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gal 2,20). Esa fe será nuestra seguridad y defensa frente a una mentalidad hostil.

¡Vivir de fe! Jamás hombre alguno habló como este hombre (Jn 7,46), decían los contemporáneos de Jesús. Nadie como el ha sabido recoger el profundo latido del corazón humano y ha dado una respuesta convincente a sus más genuinos anhelos: Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68). Jesucristo ha superado la muerte, ha cambiado el mundo y se ha convertido en la salvaguardia de los valores más nobles y sagrados.

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica(Vigilia Pascual)

Comisión de Catequesis de la Conferencia Episcopal Española

"Cristo, tu Hijo resucitado, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano"

El Bautismo como símbolo de la muerte, sepultura y resurrección con Cristo, es expresado por san Pablo con términos técnicos muy precisos. Indican la plena identificación con Cristo por parte del bautizado. Por la fe y el bautismo, el hombre es "introducido en Cristo"; es "identificado con Cristo"; vive "unido a Cristo" resucitado, y algún día "vivirá con" Cristo eternamente.

Lo trascendental del anuncio que reciben las mujeres junto al sepulcro es: "Ha resucitado". Se insiste en las dificultades de la piedra. Y, con la mostrada evidencia del sepulcro vacío, se señala lo perceptible del suceso.

Las mujeres se debaten entre la incertidumbre antecedente ("¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?"), y el asombro posterior ("salieron corriendo,... temblando de espanto"). Este último hasta les impide hablar. Ante la NOTICIA, no saben qué hacer con tanto gozo y tanta responsabilidad. Es el gozo de haber creído.

Cuando al mundo le invaden la indolencia, el conformismo y "el aquí no se puede hacer nada", se retrata el miedo a comenzar. Lo que llama la atención de las muchas consecuencias de la Resurrección es la inmediata desaparición de toda señal de apatía, abatimiento y derrota. Había comenzado lo nuevo, y empezaba por el corazón de los hombres que habían creído.

La Resurrección, obra de la Santísima Trinidad:

"La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que ``ha resucitado'' (Hch 2,24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad -con su cuerpo- en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente ``Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos'' (Rm 1,3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor" (648; cf. 640; 649-650).

Nuestra incorporación a la muerte y resurrección de Cristo por el Bautismo:

"Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él: ``¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4)''. Los bautizados se han ``revestido de Cristo'' (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica" (1227; cf. 1226.1228).

"Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima... Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 6,1-2) (1010).

Cuando se comparte una victoria como la que Cristo nos ha regalado por su Resurrección, ¿podrá alguien seguir teniendo miedo?, ¿podrá seguir creyendo en la muerte como dueña definitiva del hombre?


Domingo de Resurrección. Ciclo B

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

(Hch 10,34a. 37-43) "Dios lo resucitó al tercer día"

(Col 3,1-4) "Buscad los bienes de allá arriba"

(Jn 20,1-9) "Vio y creyó"

Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.

Mensaje pascual del Domingo de Resurrección (19-IV-1981)

---Gloria a la Trinidad Santísima

---Espíritu Santo

---Aborto

---Gloria a la Trinidad Santísima

“Creo en Jesucristo...nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen...”.

Todos los domingos hacemos esta profesión de fe.

Hoy queremos hacerlo de manera especialmente solemne porque Aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen ha resucitado. ¡Resucitó al tercer día!

En la liturgia de este día nos dice San Pedro: “Sabéis lo acontecido..., esto es, cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10,37-38). Con este mismo poder, Aquél que “fue crucificado, que murió y fue sepultado”, resucitó al tercer día.

Nosotros damos gloria en el día de hoy a Cristo -Víctima pascual- como vencedor de la muerte. Y damos gloria hoy a ese poder que ha logrado la victoria sobre la muerte y ha completado el Evangelio de las obras y de las palabras de Cristo con el testimonio definitivo de la vida.

---Espíritu Santo

Y glorificamos hoy al Espíritu Santo, en virtud del cual Cristo fue concebido en el seno de la Virgen; y con el poder de la unción de ese Espíritu pasó a través de la pasión, la muerte y el descenso a los infiernos; con la fuerza del mismo Espíritu vive y “la muerte ya no tiene dominio sobre Él” (Rm 6,9).

Damos gloria al Espíritu Santo “que es el Señor y dador de vida”... Profesamos nuestra fe en el Espíritu Santo “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”; y glorificamos el poder de este Espíritu “que es Señor y dador de vida”, poder manifestado plenamente en la resurrección de Cristo.

Cristo resucitado pasará a través de la puerta cerrada del Cenáculo, donde estaban reunidos los Apóstoles, se detendrá en medio de ellos y dirá: “La paz sea con vosotros... Recibid el Espíritu Santo”.

Con estas palabras, con este aliento divino, inaugurará los tiempos nuevos: tiempos de la venida del Espíritu Santo, tiempos del nacimiento de la Iglesia. Será el tiempo de Pentecostés, que dista de la solemnidad de hoy cincuenta días, pero inscrito ya con toda plenitud en esta solemnidad pascual y radicado en ella.

---Aborto

Venzan los pensamientos de paz. Y venza el respeto a la vida.

La Pascua trae consigo el mensaje de la vida liberada de la muerte, de la vida salvada de la muerte. Venzan los pensamientos y los programas que tutelan la vida humana contra la muerte, y no las ilusiones de quien ve un progreso del hombre en el derecho a infligir la muerte a la vida apenas concebida.

DP-107 1981

Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Celebramos hoy la cumbre del misterio de nuestra Salvación y que cada uno de los 52 domingos del año conmemoramos también. La verdad nuclear del Cristianismo. El triunfo de Cristo sobre la muerte y el comienzo de una Vida Nueva para Jesús y para nosotros. La consumación del proyecto salvador de Dios. "Nosotros somos testigos", dirán los Apóstoles en su primera predicación (1ª lect).

Por eso la Iglesia rompe a cantar en la Vigilia Pascual: "Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo...Goce también la tierra inundada de tanta claridad y que, radiante con el fulgor del Rey Eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero". (Pregón Pascual). Nuestra alegría es grande porque entendemos que, incorporándonos a esa "Vida Nueva" que nos llega por los Sacramentos, resucitaremos también con Jesucristo.

La Resurrección de Jesús es no sólo un hecho histórico sino un acontecimiento absolutamente único. Un suceso que los discípulos del Señor comprendieron que estaba llamado a cambiar la vida humana. Jesús no regresó a nuestro tiempo y a nuestra condición terrestre actual como Lázaro, el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo. Jesús entró corporalmente en la eternidad y abrió definitivamente las puertas a todo el que crea en El y viva su vida. Su Resurrección no es un retroceso a nuestra forma de vida, es una promoción hacia adelante y ya irreversible: Cristo Resucitado ya no muere, vive glorioso en el Cielo.

La Resurrección de Cristo es la prueba más clara de que El es la Vida, una vida que se reveló más fuerte que la muerte. Ella nos recuerda que el amor siempre puede más que el odio; la verdad que la mentira; la entrega y el servicio desinteresado a los demás sobreviven a todos los egoísmos; que el bien y la buena conciencia triunfan al final sobre los que extorsionan a los demás.

El consuelo que esta gozosa verdad ofrece a la hora de la muerte no oculta lo terrible de ella, pero, a su luz, el dolor que este trance provoca en nosotros, permite al cristiano ver más allá de él la vida eterna. Esa Vida que los testigos de la Resurrección pudieron ver y palpar y que nos anuncian para que nuestra alegría sea completa (Cfr 1 Jn 1,4).

Homilía III: basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Comisión de Catequesis de la Conferencia Episcopal Española

"Celebramos al verdadero Cordero, que muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida"

Es de notar el énfasis que pone san Pedro en su discurso: "Nosotros somos testigos" y "nos encargó predicar al pueblo". Los oyentes tenían que ver la tarea apostólica como consubstancial con el seguimiento del Maestro Resucitado.

La intención de san Pablo al hablar de las cosas de "arriba" en contraste con las de "aquí abajo", va más allá de lo puramente ascético. Parece pensar en lo radicalmente nuevo que ha aparecido por la resurrección, la aceptación por la fe y la adhesión a Jesucristo sería lo "de arriba". Lo relacionado con la ley vendría a ser lo de "aquí abajo".

¿Puede haber contradicción entre el relato "Bienaventurados los que crean sin haber visto" y la frase de hoy "vio y creyó"? No solamente no hay contradicción, sino que hay reafirmación, porque cree no por lo que ha visto sino por lo que no ha visto.

Lo nuevo siempre apasiona, interesa, atrae. Pero compromete, y entonces hay muchos que prefieren dejarlo para otra ocasión. Lo grande del Evangelio es que ofrece un proyecto nuevo para todos. Cristo pensó en todo lo del hombre y en todos los hombres.

"El sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de Pedro. “El discípulo que Jesús amaba” (Jn 20,2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir “las vendas en el suelo” (Jn 20,6) ``vio y creyó'' (Jn 20,8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro" (640; cf. 641-644).

Al tercer día resucitó de entre los muertos:

"Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hch 13,32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz" (638).

La misión de los apóstoles:

"En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos" (860; cf. 862-864).

"Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección" (San Ireneo de Lyon, haer. 4, 18, 4-5) (1000).

Cristo es el germen de lo renovado, la meta de todos los esfuerzos, la ilusión de quienes, desde la fuerza del Misterio Pascual, llenan el mundo de esperanza.

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