lunes, 27 de abril de 2009
CONOCER EL INFIERNO Y VOLVER A VIVIR
Cómo actúan las redes en Santa Fe
Santa Fe (El Litoral para Re de Diarios) “Teníamos una vida normal”, aclara la mujer antes de empezar a contar lo que vivió desde que comprobó que su hija adolescente faltaba de su casa.
Por Salomé Crespo
Su calvario comenzó una mañana, cuando su hija de 15 años -a la que llamaremos María, para proteger su identidad- cruzó la calle para hacer un mandado y, según los vecinos, alguien la subió a una camioneta. Como a quien se lo traga la tierra, la joven pasó días fuera de su casa sin que sus padres pudieran saber de ella.
La familia vivía en un barrio de clase media de la ciudad y ésa sería la primera de varias mañanas de angustia, incertidumbre y de tener que hacer cosas que jamás imaginaron. La puerta de calle estaba sin llave y faltaba su cartera; María había salido sin avisar, lo que no era habitual en ella. El relato de los vecinos confirmó las sospechas de su madre.
“Nos venían siguiendo, pero no podíamos hacer una denuncia porque era sólo una persona parada en la calle, mirando para mi casa como cualquiera”, explica la señora y pregunta en voz alta: “¿Qué íbamos a denunciar?”.
Se detiene en su relato y vuelve a aclarar, todo el tiempo le resulta necesario despejar dudas: “Tengo una excelente relación con mis hijos. Ella nunca se llevó materias, nunca fue una chica que dio trabajo, terminó el colegio como abanderada; pero, a la vez, sé que está en una edad difícil y nunca pensé que podía estar exenta de que algo pasara. No soy de esas madres que dicen “A mi hijo, no’; sé que las cosas pasan”.
La búsqueda comenzó por los lugares que María solía frecuentar; la casa de su prima y la de su abuela. Con los amigos se reunía en su casa, ya que por orden de su mamá no podía quedarse en la casa de gente ajena a la familia. “Uno hace mil cosas para cuidarlos”, reflexiona.
Otra variante fundamentaba el presagio de la madre de que se la habían llevado. María salió un tiempo con un joven que no supo aceptar el final del vínculo y eligió acosar a la familia. Por eso habían decidido que la niña no tuviera teléfono celular; entonces, tampoco podían llamarla ante su ausencia.
“Cuando ella vio el entorno del chico, no le gustó y cortó la relación; él se puso violento y nos amenazaba”, explicó la madre. Cuesta escucharla hablar de ese joven que facilitó el secuestro; afirma que sólo es un adolescente que actúa por mandato de alguien mayor, que es una persona manejable y lo usan como cebo.
Tener un anzuelo es el primer paso para acercarse a las chicas: aparentan buen poder adquisitivo, manejan camionetas, motos, tienen los últimos celulares y dinero para acceder a cualquier cosa. Así ocurrió con María.
Quién cuida a quién
Con la certeza de que su hija había sido secuestrada y haciendo un gran esfuerzo por no perder la calma, la señora realizó la denuncia en la comisaría del barrio.
La rutina de la fuerza indica hacer preguntas, pero la falta de un adolescente en su hogar se naturaliza, se justifica, y lo peor, se demora la búsqueda. Lo primero que se hace es sospechar de quien denuncia y de la desaparecida. “Me preguntaban si mi hija era rebelde, si se había peleado conmigo, si se llevaba materias en el colegio. En ese momento me planté y le dije que mi hija faltaba desde la mañana y que, por favor, hiciera su trabajo”, dijo la madre.
La señora está convencida de que su determinación y el hecho de que su hija no encajase con el típico perfil de las nenas que son secuestradas para ingresarlas a las redes de prostitución movilizaron a la policía a buscarla. “De todas maneras, así las nenas tengan todos los problemas con su mamá o se lleven todas las materias en el colegio se merecen la misma y urgente atención que cualquiera”.
Al rastreo de la policía se sumó el de la familia de María por los barrios de la ciudad. “Hay lugares en los que la policía no se mete. No sé si es porque no puede o no quiere porque tiene algunos compromisos”, deslizó la mujer.
Las cosas no fueron sencillas; cada vez que tenían pistas de dónde podían tener a la niña y llegaban al lugar, lo vaciaban minutos antes. “Se filtraba información. Entonces, me senté en la oficina de un alto funcionario provincial y le planteé la situación porque en el medio estaba mi hija. Inmediatamente, y en mi cara, el funcionario levantó el teléfono, habló con un comisario y se terminó el filtro”, relató la mujer.
Durante los días de ausencia de María, su mamá también recurrió a otros organismos en donde la atención no fue mejor. Llegaron a explicarle que en determinadas épocas del año hacen recambio de chicas, entonces era posible que su hija hubiera sido captada para suplantar a las que dejarían volver a sus casas.
“El sistema para recuperar a las chicas no funciona porque la gente que trabaja para eso no está capacitada para hacerlo funcionar bien”, aseguró.
Fin del calvario
Quienes secuestraron a María regentearían cabarets en la ciudad y en la región; además, se dedicarían a vender droga y están, aseguran, muy protegidos.
María logró recuperar su libertad y hoy intenta retomar una vida normal lejos de Santa Fe. Su madre recuerda esos días de ausencia como los peores que pasó en su vida. “La gran desesperación llega con la tardecita o la noche, es una sensación que no se la deseo a nadie. Sabés que está pasando otro día sin ver a tu hija, no sabés si come, si la tienen o no”, relata la señora y asegura que en la vigilia “no hay tiempo para llorar porque se pierde tiempo”.
María contó que durante su cautiverio fue trasladada a varios lugares, pero no puede precisar dónde porque la tuvieron todo el tiempo con los ojos vendados y no habló con nadie. Nunca le permitieron higienizarse e intentaron alimentarla aunque sólo tomó agua. Recuerdos del infierno.
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