viernes, 16 de noviembre de 2018

EL CONSEJO EVANGÉLICO DE LA OBEDIENCIA


La solución al problema de la autoridad, como se la entiende actualmente, la va a dar el Padre Mario Trejo, Superior de Distrito, explicando en esta conferencia el Consejo Evangélico de la obediencia y como su práctica perfecciona a cada uno, según su estado.

Hoy, queridos jóvenes, estamos reflexionado sobre el ataque moderno a la autoridad y la necesidad de obedecer. Por una parte, está la opinión de que tener jefes, maestros, papás, es un problema, pues te dicen lo que tenés que hacer y, por otra, está la enseñanza de Jesús, nuestro Rey y Salvador, que nos manda obedecer, nos manda a someternos y nos pide que hagamos lo que otro nos dice que hagamos.

No es un tema menor. No. Es un asunto muy complejo y elevado, de gravísimas consecuencias.

En esta charla vamos a intentar entender cómo llegar a ser grandes, gigantes, campeones. Vamos a intentar descubrir cómo lograr llevar al orden y a la selección hacia la perfección. Cómo hacer para que el equipo funcione bien, que el entrenamiento rinda, que se trabajen las jugadas apropiadas, dignas, geniales, como corresponde a tan grandes valores, talentos, astros. Genios.

Pues quién va a negar que un Messi, un Mascherano, un Di María no son sino unas individualidades únicas que pueden llevar a un equipo al éxito, a la copa, a la victoria, a ganar un campeonato. ¿Qué otro país tiene los jugadores que nosotros tenemos? ¿Qué nación, qué pueblo puede gloriarse de tales astros?

Son esos tipos que producen jugadas geniales, esas que hacen los grandes goles, los inmortales, los que quedan en la memoria de generación en generación.

Y sí, Messi, di María, Mascherano, son grandes figuras, que hacen ganar sus equipos locales pero… pero… cuando llegan a la selección… todo se cae, se derrumba, fracasa… ¿por qué? Eso es lo que estamos planteando.

Que es justamente función del entrenador técnico, de aquél que es jefe, del DT, que debe hacerlos crecer, aprender jugadas, entrenar, ganar hábitos, corregir, incentivarlos. Es el DT – y no tengo nada contra Sampaoli aunque no sé qué piensan ustedes – quien debe dar directivas, órdenes, fijar planes y concertar estrategias. Es él, y no otro.

Disculparán ustedes, queridos jóvenes, este planteamiento quizás fútil, como un delirio futbolero, del problema que vamos a tratar. Aunque es actual, es mucho más profundo de lo que podemos creer: ¿por qué existen jefes - superiores que mandan – llámense directores técnicos, papás, maestros, abuelos, sacerdotes, gobernadores – y por qué inferiores que obedecen? ¿Es necesario obedecer? ¿Qué de útil se puede encontrar en someterse y dejarse guiar?

El problema de fondo es si es necesario obedecer para crecer, hacerse grande, poderoso, sabio; y si es necesario para trabajar en equipo, con otros.

Las implicaciones son muy variadas: Desde un equipo de fútbol hasta lo más importante como son la familia, ejércitos y universidades, Iglesia y naciones.

Incluso en los mismos coros angélicos, se han planteado este problema: Para qué obedecer. Y por eso uno dijo: ¡Non serviam! – ¡No serviré! – pero otro dijo: ¡Quis ut Deus! – ¡Quién como Dios!

Obedecer, ¿Para qué? Disciplina y sumisión, así lo resumían los antiguos sabios monacales.

Podríamos haber empezado diciendo: Obedezcan a sus papás, a sus maestros, y a los sacerdotes – claro, por favor, y no hagan lío – pero el problema de la obediencia y de la disciplina se extiende más allá de un cuestión de obediencia forzada, para evitar un castigo. Como dice San Gregorio Magno: Se obedece non timore poenae sed amore iustitiae – No por temor de la pena sino por amor a la justicia –.

Por eso en esta charla, queridos hermanos, queridos fieles, jóvenes, vamos a tratar de la definición de obediencia y sus cualidades, sus bondades, los escollos actuales que tiene la obediencia – no es fácil – y del ejercicio presente de la obediencia en preparación a las funciones sociales del día de mañana. Obedecer hoy para mandar mañana.

Obedecer parece cosa de niños. Es como mentalmente pensamos: se obedece hasta cierta edad. ¿Hasta la adolescencia? Típico del hijo en la secundaria que le dice: “Pero, papá, ya soy grande, no me digas lo que tengo que hacer… Ah, mamá, por qué me pones tantas reglas, trabas, fijáte cómo la mamá de fulanito no se mete, lo deja hacer y vos me das mil consejos. No seas pesada, mamá.”

Hum, sí, parece que obedecer es cosa de niños pero no para aquellos que, como a los 18 años, ya se creen en tiempo de independencia, de emancipación, de libertad. Como el himno: Oíd el grito sagrado de ¡libertad, libertad, libertad!
Mientras tanto, vamos tolerando la situación en casa, la vamos piloteando. A la vieja le obedezco lo suficiente para no tener problemas mayores, que no me prohíba salir, que me dé dinero, que no me rete.

Ciertamente obedecer hace referencia a órdenes, disposiciones que bajan de la autoridad, de que te digan lo que tenés que hacer y lo que no tenés que hacer.

Obedecer parece también cosa de curas y monjas. Pero ni eso, ya que hoy hasta se desobedece en nombre de Dios.

El gran sabio cristiano, Santo Tomás de Aquino, da al problema de la obediencia el justo encuadre: si hay que obedecer es para la perfección propia y de la sociedad. Es para que vos seas grande, genial, perfecto, tipo Messi en la vida, y para que sepas jugar en equipo.

Santo Tomás lo explica así: En el universo hay un orden de los seres naturales. Y es un orden jerárquico: Hay mayores y hay menores. No es lo mismo una plantita en comparación a un astro, como al sol, porque que haya plantita o no, no le importa al sol pero a la plantita sí le importa si hay un sol.

En esta semana salió la misión espacial Parker hacia el sol. Increíble. Deberá viajar casi ciento cincuenta millones de kilómetros, soportar temperaturas de miles de grados. Pasando por Venus, aprovechará su gravedad para ganar velocidad hasta 790.000 km/h. Es la primera vez que se hace una misión de este tipo porque se logrará conservar todo el instrumental a temperaturas de sólo 30º cuando afuera hará 1.200º ¿Por qué tanto interés en el sol? Porque de él dependemos esencialmente. Sin sol, la tierra sería desierta, sin vida. Como Saturno y Plutón que sufren temperaturas de 250º bajo cero.

Hay seres superiores y hay seres inferiores. Y a los superiores los usa Dios para perfeccionar a los inferiores. Si un planeta, si un astro, quisiese desobedecer a las leyes de gravedad e inercia fijadas por el sol, se perdería. Hay un orden de superiores e inferiores, de algunos que mueven y otros que son movidos. Los mayores perfeccionan a los menores, como que le dan sus virtudes, y los hacen trabajar en equipo.

Y así los superiores participan de algo divino, del supremo gobernador. Dice Santo Tomás:

Oportuit in rebus naturalibus ut superiora moverent inferiora ad suas actiones, per excellentiam naturalis virtutis collatae divinitus. – Fue preciso que, en las cosas naturales, los seres superiores movieran a los inferiores en sus acciones por la excelencia natural de la virtud que Dios le ha dado divinamente.

Por eso San Pablo dice que toda paternidad-autoridad viene de Dios.

Pero más allá de los seres naturales, existimos los seres espirituales, que no estamos sometidos en todo al orden de los astros pues tenemos libertad. y se podría hablar – no lo vamos a hacer – de los signos del zodíaco – Sagitario, Cáncer, Escorpio – que pueden tener alguna influencia, quizás en el cuerpo pero nunca en el alma. No estamos determinados, el hombre se escapa por su libertad, su inteligencia y voluntad de ese orden de los astros terrenos por eso dice el libro del Eclesiástico: Dios creó al hombre y lo dejó a su propia decisión.

Y aquí ¿cómo será la orden y la obediencia? No será como el astro, sin pensar, sino pensándolo y queriéndolo, porque los superiores mueven a los inferiores, dice Santo Tomás, por su voluntad y por la fuerza de la autoridad ordenada divinamente.

El superior, viendo lo que hay que hacer, cómo ayudar al inferior y hacerlo trabajar en equipo – por la inteligencia y la voluntad – le dará órdenes, directivas, mandatos, mandamientos que serán la referencia para el inferior de lo que debe hacer. Y ahí está la obediencia.

De hecho, la palabra autoridad viene del latín augere, aumentar, ser autor, que significa hacer crecer, aumentar. Ciertamente la autoridad es de aquel que mueve por la razón y la voluntad, a través de las órdenes.

Ése es el concepto, entonces, de obediencia y autoridad; la autoridad está para hacerte crecer y la obediencia es la manera en que uno se somete a aquel que te va a ayudar.

Veamos ahora las bondades de obedecer a la autoridad:
Al mundo venimos sin armas, sin fuerzas, sin recursos. Un niño, sin sus padres, se muere. Necesita de ellos y ellos le dan calor, techo, comida, y otras tantas armas para que el pibito sobreviva. Así también en su alma necesita que sus papás, un maestro o un tutor, le indique qué está bien y qué está mal. Que le explique cómo funciona la vida, que es re compleja, re peligrosa. Que le enseñe la gramática y sobre todo el catecismo.
Además los papás tienen que explicarle al pibito, además de los grandes mandamientos, debe enseñarle en lo concreto qué, cuándo, dónde elegir. El guerrero Rey David, en el salmo 143, alababa a Dios que le había enseñado el uso de las armas, el combate. Decía: Benedictus Dominus, Deus meus, qui docet manus meas ad proelium et dígitos meos ad bellum. – Bendito el Señor Dios mío que ha adiestrado mis manos para el combate y mis dedos para la guerra – Por una parte, distingue David cómo Dios le enseñó el arte de la guerra y de la estrategia formando sus brazos y manos, pero también lo adiestró en lo más concreto: El uso de los dedos para manejar la espada y también sentir la tensión del arco. Le enseñó estrategias, lo adiestró en armas concretas.

Aquí me meto en un asunto complejo: ¿Estaría bien que un papá y una mamá le diga a su hija qué chico elegir para casarse? ¡Chan! “No, jamás, eso es decisión mía, no estamos en la edad media donde se concertaban los matrimonios sin conocerse los hijos.” Sí, es verdad, es una cuestión compleja, como advertí. Pero, permítanme compartirles algo que escuché hace poco de un joven padre de familia, de unos treinta y pico, ya con seis hijos, feliz con su matrimonio. Comentaba que es tan difícil saber elegir correctamente a la media naranja, que “qué puede saber uno cuando es un salame de 20 años quién será la mujer de su vida”, aquélla que sea fiel esposa, buena, cariñosa, no gritona, paciente, que no se queje, que no se vuelva loca, que sea buena madre de sus hijos, piadosa, culta, generosa. ¿Existe? Perdón, pero la lista es larga también para el esposo: ¿cómo descubrir a un esposo que sea fiel, que no sea ojo alegre, que sea trabajador, que sea limpio, que sea ordenado – y que no deje tirado el dentífrico y levante la tapa de baño –, cariñoso, paciente, no gritón ni chinchudo? ¿Existe? Bueno, aquí el joven padre de familia decía que, como la elección de la media naranja tiene algo de suerte, – el amor es una timba dice el tango – o, mejor, la buena elección es una gracia especialísima de Dios, que entendía cómo antes los papás preparaban los matrimonios para sus hijos, para que fuesen felices y no fracasasen. En efecto, los grandes superiores tienen más conocimiento de la vida.

Pero no digo que haya que hacer así, pero sí digo que los hijos deberían preguntar y escuchar a sus papás de sus posibles esposos.


La autoridad también fue puesta por Dios para sostener, para que no caiga: ¡Cuántas cosas malas podríamos llegar a hacer si no tuviésemos papás que nos vigilan y sostienen nuestra débil naturaleza caída, tan pronta al mal! Atención futuros padres de familia: el papá sostiene a sus hijos para que no caigan, no los dejen en plena libertad.
El cuarto elemento que daba San Buenaventura de las bondades de la autoridad es que los superiores, también, son puestos por Dios para que nos levanten. Si caemos, la mano que levanta, eso es un padre, una madre, un jefe, una autoridad

La autoridad está puesta para ayudarnos a crecer, no sólo hasta los 18 años. Claro, cuando tengamos 60 años no será lo mismo la obediencia pero hay que estar persuadidos que hasta el fin de nuestra vida tendremos necesidad de superiores que nos indiquen, guíen, protejan, ¡La existencia humana tiene mil recovecos y pruebas difíciles de prever y superar sin ayuda!

Pero la autoridad de aquél que está por encima de nosotros además de hacer crecer, nos hace trabajar en equipo, sincroniza, da unidad, perfecciona el todo, la sociedad, que, en el decir del sabio Aristóteles – primer libro de la Ética – tiene un bien mayor que el individual: Bonum gentis divinius est quam bonum unius, – el bien de la sociedad es más divino que el bien individual –.

Hay varios ejemplos. Uno de ellos es la selección argentina en Rusia. ¿No será acaso porque falta un principio ordenador que unifique, que ponga las grandes cualidades individuales al servicio del equipo? Un DT que sea líder y que lleve a la perfección el bien común de la selección. Yo no sé si será el problema de Sampaoli o si podrá revertir esta racha Gareca o Pekerman. Pero, en todo caso, hay una falta de unidad que debería dar la autoridad, perfeccionándola.

Otro ejemplo está en El Principito, ese principito que recorre planetas descubriendo a sus habitantes, cada uno en su propio cosmos, sin domesticar ni ser domesticado. Uno de ellos es el farolero, este personaje que, hay que confesarlo, era medio limitado: lo único que hacía era prender el farol cuando anochecía y apagarlo cuando amanecía. Una vida limitada, de la cual no podía salir el farolero, aunque quería. De hecho, el Principito hubiera querido quedarse pero se fue, porque el farolero no le daba cabida en su vida. Muy limitado. Pero, con todo lo limitado que era, Saint-Exupéry, aviador que veía todo desde arriba, describe con admiración el espectáculo del mundo cuando miles y miles de faroleros prendían los faroles comenzando por Australia, Nueva Zelanda y China. Luego se levantaban los de India, Tailandia, Vietnam y Corea. Luego los de Europa y África, finalmente los de América. Ciertamente el trabajo del farolero era muy limitado pero, cuando se hacía coordinadamente entre todos, era un espectáculo. Trabajar en equipo. Quizás por eso, en general, le va tan bien a los alemanes. Juegan al fútbol con una precisión milimétrica, donde los astros individuales no brillan pero sí lo hace el equipo.

Un último ejemplo de trabajar en equipo puede ser un ejército bien ordenado y disciplinado, como se ve de las legiones romanas en la película “Gladiador”. En la espectacular primera escena aparecen los bárbaros que daban miedo. Quizás eran más fuertes, más bravos, más valientes. Pero la legión romana ganó porque era disciplinada y adiestrada por maestros guerreros y, en el momento del combate, todos obedecían las órdenes del General, del Español, al cual reconocían su autoridad.

La autoridad, los superiores, llámense papás, maestros, curas, son puestos por Dios para perfeccionar a los suyos tanto individualmente como en sociedad. Dan unidad pero dan también crecimiento.


R.P. Mario Trejo. Superior del Distrito Sudamérica

Escollos actuales de la obediencia

¿Por qué cuesta tanto hoy por hoy obedecer? ¿Por qué se ve como algo tonto, para niños, el someterse a un jefe, a una autoridad? Creemos ver dos problemas actuales: ya no se forma a los jóvenes para trabajar en equipo – el fantasma de la selección – quedándose en individualidades y, por otra parte, se exalta los valores antri-cristianos de igualdad y libertad.

Vivimos en una sociedad individualista, donde todo es, “mi música, mis fotos, mis archivos, mis videos.” La pantalla individual tiende a suprimir la clásica televisión que todos nos sentábamos a ver, en familia. Hasta eso, que no estaba del todo correcto, ha sido reemplazado por la pantalla individual, el celular.

Eso hace que el hombre socialice menos, que sólo se junte con otros para tal o cual cosa pero que no ame perfeccionarse en sociedad. Un mundo que no sabe trabajar en grupo, en familia, donde pueden brillar las individualidades pero falta el trabajo en equipo. Donde los recién casados fracasan a los pocos años porque ambos se habían acostumbrado a vivir individualmente sin interactuar, sin compartir, sin hablar, sin aguantar, sin obedecer, sin mandar. Triste historia, como la de Eleanor Rigby, de los The Beattles.

Eleanor Rigby es la canción más melancólica del cuarteto de Liverpool. Cuenta la historia – lo más probable es que sea inventada – de una triste mujer que no tenía a nadie. Que muere a los 44 años y en su entierro nadie asiste, el cura prepara su sermón pero nadie lo escucha. Una triste historia. Triste, porque esta mujer muere sola, sola: Ah, look at all lonely people. La pobre recogía el arroz que se arrojaba en los casamientos de otros. Sola. Sola, all lonely people.

Este ejemplo, no tomado de Aspen ni de la radio One, es la introducción de un artículo de La Nación que se llama: Soledad, una epidemia. Comienza describiendo la tristeza de aquellos que están solos y sólo con el celular:

Eleanor Rigby ya no recoge el arroz lanzado sobre los novios en un casamiento ajeno. En pleno siglo XXI, la protagonista de la canción más melancólica de los Beatles mitiga su soledad de otra forma. Ella es un poco como todos nosotros, y resulta fácil imaginarla en la penumbra de su habitación frente a la luz pálida de una pantalla. Concentrada, busca allí la constatación de que del otro lado hay un mundo que no la olvidó. Algún "me gusta" en la foto que posteó más temprano, un paseo por los retazos de vida que aletean en Facebook, algún chat con otra alma que procura lo mismo que ella desde otro punto perdido del ciberespacio. Después se irá a dormir bajo el efecto de esas pastillas virtuales de realidad, con la sensación de que ha vivido. Y con el dispositivo cerca, para tener a mano otra dosis apenas abra los ojos al día siguiente.

La sociedad moderna produce muchos jóvenes que pierden la capacidad de relacionarse con otros. No pueden unirse. No aguantan nada. Es una lucha de dos individualidades que no quieren someterse la una a la otra. Gente que va a preferir renunciar a un trabajo antes que obedecer, dejando a su familia en la incertidumbre económica.

El individualismo daña la sociedad porque se pierde la costumbre de vivir bajo la autoridad y en relación con otros. Cada uno vive en su propio planeta, como bien decía Saint-Exupéry.

Además de esta cultura individual del mundo moderno, el individualismo reinante que no te habilita a trabajar bajo la autoridad del otro, la revolución ha exaltado valores anticristianos, el igualitarismo y la exaltación actual de la libertad.
En primer lugar, el igualitarismo: La revolución francesa levantó la bandera de tres realidades según ellos absolutas: Igualdad, Fraternidad y Libertad. Todos somos iguales, todos somos hermanos – no hay padres ni reyes –, todos somos libres. Ay, de aquél que quiera hacer el superior. Ay, de aquél que quiera mandar. Tonto aquél que se someta y obedezca. Es el gran principio de la sociedad actual. ¿Varón? ¿Mujer? Qué importa, todos somos iguales. Una sociedad igualitaria. Todos pueden hacer todo, dicen. Ni hombre ni mujer, somos todos x. No hay superiores ni inferiores. Ni patrones ni siervos. Ni reyes ni súbditos. Desgraciadamente es lo que también están promoviendo los hombres de Iglesia luego del Vaticano II. Da lo mismo el laico que el cura, el civil que el religioso. Esto era lo que había dicho el gran hereje Lutero. Parece que nos encaminamos hacia una Iglesia casi sin curas. Se atenta contra la constitución jerárquica de la Iglesia.
El igualitarismo es seguido de la fraternidad. Todos somos hermanos. No hay reyes, no hay maestros, no hay padres, es por eso que el gran principio es el de la democracia, el mismo valor va a tener el voto de un catedrático afamado que el de un joven de 16 años. Igualdad, fraternidad.


Finalmente, la exaltación actual de la libertad. Otro principio revolucionario fue la bandera de la libertad como realidad absoluta que nadie puede coartar, limitar. “Hago lo que quiero”. Es lo que vimos en las hordas verdes de orcos frente al Congreso de la Nación cuando la discusión por el aborto: “Nadie se va a meter con nuestro cuerpo, no permitiremos que ninguna autoridad, civil o eclesiástica, le diga a mi vientre lo que quiere.” Eran sus banderas, sus slogans. Libertad: Nadie manda, nadie debe obedecer… Exaltación de la libertad.


Consejos prácticos

Finalmente, luego de ver los escollos actuales al recto ejercicio de la autoridad y la virtud concomitante que es la obediencia, algunos ejemplos y consejos prácticos para que hoy practiquen y puedan ejercerla mañana.
A los hijos: dice el apóstol San Pablo: Hijos, obedeced a vuestros padres en todo. No sean giles, no busquen afuera reasegurar su propia identidad, el independizarse de sus padres para luego hacerse dependientes de los otros. Obedezcan, su identidad no vendrá de su libertad aún no formada sino que su identidad vendrá de sus raíces, de su historia, de su pasado hecho carne en sus propios padres. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres.


A las futuras madres de familia: Prepárense, porque la maternidad significa perfeccionar a sus hijos, no dejarlos libres, no malcriarlos, los que sufren son ellos. “Sólo sabe mandar quien sabe obedecer”. De ahí viene, también, la importancia grandísima de que una madre no le haga lío, no ponga el freno de mano a su esposo. El ejemplo de un hijo rebelde que después tiene, al casarse, hijos rebeldes es muy frecuente. Es que nadie da lo que no tiene. Si no saben obedecer, tampoco sabrán mandar. Inviertan ahora para el éxito de mañana.


A los futuros padres de familia: Hay que alentarlos indicándoles que de ellos depende la perfección de los suyos. No se dejen expoliar de lo más alto que pueden tener, de lo más hombre, que es la autoridad. Ciertamente no deberá creérselas, no deberán gobernar despóticamente. Recuerden la prudencia del rey del Principito que sabía dar órdenes de acuerdo a la naturaleza de las cosas. Saber dar órdenes, ciertamente, significa saber obedecer. Se transmite a sus hijos por los poros y los ejemplos. Hijo rebelde hoy, tendrá hijo rebelde mañana. Sólo sabe mandar quien sabe obedecer.


La obediencia en la Iglesia: Santo Tomás de Aquino en la cuestión 104 que trata de la obediencia, tiene un artículo exclusivo a la obediencia en la Iglesia y señala – uno diría como adelantándose a los tiempos y siguiendo los hechos de los apóstoles – que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. Ahora bien, a veces los preceptos de los superiores van contra los preceptos de Dios y concluye Santo Tomás diciendo: Luego no se le debe obedecer en todo. De ahí que Santo Tomás explique que hay dos límites en la obediencia: La persona que da una orden tiene que darla cumpliendo en ejercicio de su función, no más allá de su función, y debe realizarse en las circunstancias del cumplimiento del mandamiento y por eso, si viene una autoridad muy grande y dice “tienes que dar la comunión en la mano”, uno puede decirle: No; y si viene otra gran autoridad y dice “celebra la misa nueva” - esa misa se asemeja a los protestantes – uno puede y debe decirle: No.


Conclusión

Había dicho San Gregorio Magno que la obediencia se hace principalmente por amor a la justicia porque perfecciona y no por temor a la pena. Hay que descubrir en las órdenes y en la autoridad aquellos elementos que te van a hacer grande. Ciertamente habrá que descubrirlos a través del ejercicio de la inteligencia, y la voluntad querrá someterse a los superiores. Por eso será un acto libre el sometimiento a aquel que detenta la autoridad que viene de Dios.

San Gregorio decía: Mientras nos sometemos humildemente al mandato ajeno, interiormente nos superamos a nosotros mismos. Mientras nos sometemos, nos superamos. No somos esclavos.

La obediencia será fruto del amor y es por eso que será, también, fruto de la amistad. Ya decía Cicerón que entre los amigos es propio querer lo mismo y no querer lo mismo. Por eso que a los papás, a los padres de familia, a aquellos que detentan autoridad, hay que quererlos, amarlos y tener amistad; y naturalmente se hará el mismo querer y el mismo no querer. A ejemplo de Cristo que, según San Pablo, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

Hubo una guerra en el cielo. Los ángeles también se preguntaron si era necesario obedecer siempre y se levantó Lucifer y levantó el grito rebelde de decir ¡No serviré!, “No me someteré a la autoridad de Dios.” “Haré lo que quiero.” El único o el principal que se jorobó no fue Dios, fue él. Salir del orden de los astros lo único que produce es el daño de aquel que rompe el orden. El único que se jorobó fue Satanás. Se hizo tiniebla y se hizo de un frío egoísmo, perdió su perfección, él que era el más alto, se separó de la autoridad y creó una rebelión, dañó el bien común. Por eso está en el infierno, el que dijo “no serviré”. Pero contra ese grito y bandera de “no serviré” se levantó un ángel, que era inferior, San Miguel. San Miguel Arcángel levanta la bandera de la autoridad divina diciendo “pero quién es éste para desafiar a Dios”, “quién es como Dios”, ¡Quién como Dios! Y ese acto de sometimiento a la autoridad divina fue la causa de su mayor perfección. Organiza el ejército, prepara las legiones angelicales y lucha contra el dragón antiguo. Es Miguel el que va a tener la victoria, el triunfo.

No se dejen engañar, queridos jóvenes. La obediencia no es para someterlos y hacerlos inútiles, es para hacerlos grandes, geniales, astros, conquistadores. Sus superiores han sido dados por Dios, llámense padres, maestros, curas; para llevarlos a la perfección y hacerlos trabajar en equipo.

Un pequeño esfuerzo, cual farolero, pero unido a los otros, toma una grandeza, toma una fuerza que se hace una obra magnánima; como el ejército romano ante los bárbaros, como San Miguel que gritó ¡Quién como Dios!

Muchas gracias.


R.P. Mario Trejo. Conferencia del encuentro de jóvenes de Córdoba, Argentina, 18 a 20 de agosto de 2018

NdeR: En la imagen superior 
Giotto, Inocencio III confirma la regla de San Francisco de Asís


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