Bueno, vamos a hablar sobre el remedio de toda esta podredumbre enroscada intelectualmente y corrompida moralmente, como hemos visto, estas degeneraciones contra el orden natural que son ignominiosas. Vamos a recordar el orden natural que es el sostén, el fundamento, el pilar del orden sobrenatural, y todo es muy simple, todo es muy claro y todo es muy sereno. El orden natural que funda el sobrenatural, la enseñanza del Señor… Todo es puro para los puros, todo es fácil para los que quieran hacer las cosas según la naturaleza. Después ya la cabeza truculenta inventa estas inmundicias que hay que romperse la cabeza para tratar de entenderlas ¿cómo alguien puede hacer? Vamos, pues, a ver el gran remedio de la castidad con esta bienaventuranza: bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios.1
La disyuntiva de toda alma: el vicio o la virtud, la paz en el alma o la inquietud, la pureza o la deshonra. Para esto vamos a aprovechar juntos a recordar algo de la mitología, vamos a aprovechar a mirar algunos personajes impresionantes para nosotros, y de esto, sacar alguna buena consecuencia.
Hércules, ¿Qué paso? ¿Qué nos dice la mitología al respecto? Pues se nos cuenta que tuvo una tremenda encrucijada en su vida y de esto dependió su gloria, o si no iba a depender su ruina. ¿En qué consistió? En el cruce de un camino le vinieron dos damas a hablarle. Una mujer se le acercó y le dijo:
"Veo tu angustiosa situación, no sabes por dónde dirigir tu vida, sígueme, te llevaré por un camino agradable. Mientras vivas no disfrutarás sino de placeres. Las dificultades se allanarán a tu paso. Sólo tendrás una preocupación: Comer y beber. Es el camino del placer sin el dolor, ven. – ¿No está mal, no? – Hércules le preguntó: ¿Y cuál es tu nombre? – Mis amigos me llaman felicidad pero mis enemigos me llaman vicio –"
La segunda mujer dijo:
"No quiero deslumbrarte con una mentira. Te digo la verdad, los dioses no dan la felicidad sin el trabajo, si me sigues tu labor será dura – ya empieza mal – tu labor será dura. – La otra le decía: 'si me sigues, todo fácil.' – Si quieres que la Grecia alabe tu virtud, esfuérzate por colaborar con ella al bien general. Si quieres que la tierra sea rica para ti toma el arado y trabaja. – Acá no hay nada fácil, acá hay que esforzarse. – Si quieres distinguirte en el combate aprende de los héroes el oficio de las armas. Si quieres que tus músculos sean fuertes como una piedra somete tu cuerpo al espíritu, soporta la pesada tarea y sufre."
Y Hércules tuvo estas dos campanas.
Interrumpió el vicio:
"Ya ves Hércules por qué caminos quiere conducirte esta mujer, yo en cambio te conduciré tan fácilmente a la felicidad."
¿Qué hizo? La virtud replica:
"¿Qué felicidad puedes dar si nada haces por adquirirla? Comes antes de tener hambre y bebes antes de tener sed. Empujas al amor antes de la edad determinada por la naturaleza. Deshonras la tierra con la deshonestidad del hombre y de la mujer. Instas al mal en la noche y a dormir en el día cuando jóvenes se hartaban en placeres y en la vejez de deshonra."
Estamos hablando de una encrucijada de Hércules en donde la virtud le dice lo que le dice:
"Por lo que a mí hace, vivo con los dioses, en compañía de los mejores hombres y no hay acción digna que no se haga sin mí; Hércules, hijo de una raza ilustre, si procedes así adquirirás una gloria sin fin."
Y así fue como tenemos el gran Hércules de la mitología. Un Hércules en una encrucijada, las escuchas, los ensueños, las obligaciones, los vicios, las virtudes. Pues esta es nuestra terrible – porque es terrible – y cotidiana – porque es de cada día – realidad que nos toca vivir a nosotros.
La carne, dice el apóstol, tiene deseos contrarios a los del espíritu. Yo quiero hacer el bien pero me gusta el mal. Yo no quiero hacer el mal pero quiero, por otro lado, hacerlo. Y me vivo debatiendo, cada día, en un sinfín de cosas porque, como ya decíamos antes, tenemos una naturaleza que nos empuja al mal; si no hacemos nada, por inercia nos vamos al infierno. Para salvarnos, para tener virtud tenemos que esforzarnos, porque sin esfuerzo no lo alcanzamos y esa es la pulseada.
En nuestra encrucijada de la vida el diablo nos seduce con placeres vacíos y nuestro Señor, cual la virtud, nos dice si quieres ser perfecto, ve, vende cuánto tienes, dalo a los pobres y sígueme.2
Nuestro Señor es el prototipo, para este mundo, del anticuado, del antisociable, del radicalmente equivocado, del medieval; y el diablo es el gran sujeto, admirable, del mundo moderno. El diablo nos ofrece todo. El diablo se adapta a nuestra psicología. El diablo conoce nuestros gustos. El diablo nos intuye, nos ofrece; y nuestro Señor nos pide. Hércules venció; nosotros ¿no vamos a vencer?
El camino del Señor es uno – como hablaba el P. Joaquín – es uno que pide pobreza. Mañana veremos como es un camino que pide obediencia, doblegar la voluntad. El camino de Señor es un camino que pide pureza: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”, y si ven, nuestro Señor tuvo a una Madre Inmaculada, a un padre castísimo, un primo de la misma magnitud, su discípulo amado fue el discípulo virgen, San Juan. San Juan es el que lo descubre a Él cuando en ese episodio del mar de Galilea se asusta San Pedro, y dice: Es el Señor. ¿Por qué lo descubre? Por la pureza de corazón, porque tenía el alma unida, preocupada por siempre estar en unión con Él.
Pues bien, vamos a ver entonces, si de la castidad se trata, ¿Qué es? Es una parte subjetiva, especie de la templanza nos dice Santo Tomás. Ustedes saben que la templanza es una de las virtudes cardinales juntamente con la fortaleza, con la prudencia y con la justicia; cada cual en alguna de las facultades que viene a subsanar. Así pues, la castidad se desprende de la templanza, ¿Por qué? Porque la templanza es una virtud moral que modera, que refrena, que contiene la inclinación de la voluntad a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de la razón, es decir, va a refrenar los movimientos del concupiscible, en donde reside, sobre todo lo que se ordena a la conservación, sea del individuo; la gula, me mantiene hasta dónde tengo que comer y beber y hasta dónde ya es un exceso, en orden al fin, que es mantener la vida; así como en orden a la propagación de la especie que va a ser la lujuria.
Castidad, virginidad y continencia pueden ser en más de una ocasión palabras que hayan escuchado que se las puede tomar como sinónimos pero que cada cual va teniendo su particularidad. Las dos primeras son especies de la templanza, – la castidad y la virginidad nos enseña Santo Tomás – que regulan la inclinación del movimiento del concupiscible hacia lo generativo, sea de manera temporal, la castidad, sea perpetuamente, la virginidad.
El gran Papa Pío XI tiene una Encíclica que es la columna moral en el orden matrimonial que se llama la Casti connubii; él está hablando de la castidad matrimonial ¿Cómo? ¿Castidad matrimonial? Si ya en el matrimonio se permite, más aún, se bendice la unión de los cuerpos; pero aún siguen regidas por un orden natural, por un orden moral; y ese va a ser el que determine esta virtud. La virginidad es cuando ya uno consagra perpetuamente, sin retorno, la pureza a Dios. La continencia es una virtud que se desprende de la templanza, ya no es una especie, es una parte potencial, robusteciendo la voluntad para resistir los deseos más vehementes. ¿Por qué se llama continencia? Nos podríamos preguntar. Viene del verbo “contere” que significa quebrar, romper, ya que como el placer de la carne es el más fuerte que el hombre debe sobrellevar, para vencer hay que quebrarse interiormente, hay que hacer un esfuerzo mucho mayor que para dejar de tomar una bebida si tengo sed en un momento determinado.
Conectado con estas virtudes está la virtud de la modestia que es otra de las virtudes que se derivan de la templanza, relacionada con la castidad, cuya finalidad es la de regular el comportamiento y los movimientos tanto internos como externos, así como el uso de la ropa dentro de los justos límites. Por lo tanto tenemos la modestia corporal: Cómo me muevo, cómo me siento; modestia en las acciones, así como el uso del vestido o del aparato exterior. Todo eso viene regido por una virtud, decimos y hablamos de la modestia cristiana. La modestia cristiana va a regular esa pureza en el uso y en la costumbre que un cristiano debe tener.
Bueno, llegamos al gran punto. Recuerdo una vez cuando en un colegio de Huanguelén, a 500 km al sur de Buenos Aires, había una familia que nos llamó para la Santa Misa y ocasionalmente se dio que el director de la escuelita veintiúnica de Huanguelén había sido un antiguo profesor mío en la universidad y si bien, ni fu ni fa, pero el hecho de que yo haya sido alumno de él – y él ni me registraba, por supuesto, habiendo sido alumno – me presentó en el colegio secundario y me abrió las puertas para que mensualmente con la visita que yo hacía pudiese dar una conferencia al cuarto y quinto años. Así de numeroso era y yo dije: ¿Cómo hago para que a estos chicos pueda llegar a entrarles, robarles la confianza y depositar la semilla, con prudencia y cuidando que de entrada ya no se me cierren más las puertas?
Entonces, entramos por algunas cuestiones de orden natural, de psicología, de temperamentos para llevarlos a este punto. En ese momento – estamos hablando del año 2000, 2001 – para hablarles de lo que iba a ser el sexto y el noveno mandamiento, el problema del aborto. ¿Cómo íbamos a hacer para que lo entendiesen? Si no entendemos la diferencia entre fines e inclinaciones o gustos, estamos fritos. Dios ha querido la diversidad de los órganos a los que les ha dado sus finalidades propias. ¿Por qué llamamos aparato digestivo? ¿Es para la circulación de la sangre? No, ese es el circulatorio. El aparato digestivo es para cumplir las funciones de manutención de la vida, para digerir, nutrir y asimilar. El aparato generativo o reproductivo va a tener la finalidad de propagar la vida, y así con cada uno de los aparatos.
Ahora bien, para facilitar estos fines también les ha dado a las naturalezas un gusto, inclinación, placer o apetito. Éste es mayor para las acciones que de suyo son más difíciles de realizar. Sin él difícilmente se realizarían. Pongamos un ejemplo: ¿Quién de nosotros se animaría, se atrevería a ponerse un objeto adentro de la boca y peor, tragarlo? ¿Nadie, acaso lo tenemos con un pedazo de madera? Ahí tenemos un instinto que a su vez se ve beneficiado, facilitado por el gusto: Tengo sed e instintivamente me llama a tomar. Sin esta atracción nadie comería. Pues mucho mayor, mucha dificultad se encontraría en la unión de los cuerpos por la vergüenza que eso conllevaría si no tuviésemos una atracción más fuerte todavía, más fuerte aún. Así pues el gusto está subordinado para poder alcanzar la finalidad.
La primera aplicación, como les digo, nadie se animaría a comer si no tuviésemos esta inclinación, y de esa manera mantenemos la finalidad del aparato digestivo que es la nutrición. Dejarse llevar por el gusto solo, es tenerlo por fin: Pecado de gula. Y hasta ahí los chicos de ese colegio – dale que va – entonces les decía: “y bueno, vamos a poner dos ejemplos, el típico del varón y el típico de la chica: Hace calor, estamos con los amigos y aparece la birra ¿cuántas van? Trae catorce que tenemos una sed de aquellas, dale que va, ya me sale por las orejas pero no importa, dale que va que está buenísima. Y sigo porque el placer me pide, el sabor, las burbujitas; veo la botella que está toda a punto caramelo. O las chicas con las cajas de caramelos, los chocolates, la coca cola, o se ponen a ver una película y está la coca cola de tres litros que es gigantesca, y dale que va, me la tomo entera, sin necesidad pero el gusto me lo pide. Si no distinguimos que ese gusto es para un fin, al gusto lo tomo como tal y entonces todo valdría, pero ya quebré el orden natural.
Hasta ahí, diríamos, yo era Martín Karadagian, el ídolo de titanes en el ring, los chicos enloquecidos, me aplaudían, era una cosa de locos hasta que lamentablemente puse el dedo en la llaga. Había que aplicarlo a que nos interesaba, el orden moral, el orden de la pureza.
El uso de los órganos reproductivos deben estar regulados en cuanto a su fin: Transmitir la vida; este acto, entonces, pide un apetito mayor para ser realizado, porque de suyo, sería más dificultoso. De ahí que dejarse llevar por el placer sin su fin es pecado de lujuria. Si el fin está vedado, su uso también – ¡para qué! – era muy lógico y todos entendían la aplicación más benévola, la que tanto no les costaba, la que se daban cuenta, que era la gula. Pero llamar lujuria a poner un coto al problema del placer bajo, era irresistible. Se empezaban a levantar, algunos gritaban, me gritaban de la puerta. Por desgracia esto siguió de la mano del aborto, se quedaron muy pocos y el que más se jugó y me defendió fue un evangelista. El evangelista se re jugó y los nuestros desaparecieron.
¿Qué nos dicen los mandamientos de la Ley de Dios? Pues como sabemos, dos son los que tocan a la pureza, el sexto y el noveno: No fornicar, no cometer actos impuros, no adulterarás abarca los pecados externos: Miradas, palabras, acciones; completas o incompletas, solo o acompañado. Todo lo externo. Y, ¿Por qué se pone no fornicar? Porque se toma el acto final completo, el acto más grave y no se tocan los actos que, dentro de la gravedad, no tienen tanta como el acto final. No desear la mujer de tu prójimo va a abarcar los pecados internos, los que no tienen salida: Pensamientos y deseos. ¿Qué nos dice nuestro Señor?
Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla con malos ojos, ya cometió adulterio con ella en el corazón.3
Ya hay razón, por cierto, de pecado mortal por el solo deseo, pensamiento contrario a la santa virtud. Miren lo que es la gravedad, el desorden que encierra en si mismo ante los ojos de Dios.
Ulises y las sirenas
Vigilad y orad, el gran consejo que da nuestro Señor a sus tres discípulos más queridos: San Pedro, San Juan y Santiago en el huerto de los Olivos, la noche que iba a ser entregado. De aplicación a todas las circunstancias. Ciertamente que el Señor se lo dice a Pedro para que estuviesen despiertos porque venía la soldadesca y se lo iban a llevar, pero eso tiene aplicación universal para las virtudes. Velad y orad para no entrar en tentación, el espíritu está dispuesto pero la carne es débil.1Es lo que nos pasa en tantísimas ocasiones, ¡Qué cantidad de veces! Uno, no es que lo quería. Lo había hablado con el novio, con la novia. Se habían puesto de acuerdo y habían rezado una novena para ser más vigilantes, más prudentes; pero no vigilaron, se confiaron, pusieron todo en la oración, y el Señor nos dice: El espíritu está pronto – la ilusión, el deseo – pero la carne es flaca. Como rezar no cuesta tanto como evitar las ocasiones, por eso nuestro Señor lo pone en primera instancia. No dijo “rezad y velad” estaba perfecto, claro, pero conociendo nuestra psicología y conociendo el problema del pecado original, lo primero que pide es “velad” de la mano de “orad”, pero no solamente rezar.
Huir de las ocasiones, ya lo vimos, un ejemplo hermoso de Hércules. Vamos a ver otro, el gran personaje que vamos a observar es Ulises y las sirenas del mar. Fíjense, la gran pintura, acá vamos a tener a las sirenas como volando. Están los remeros y está Ulises atado al poste. ¿Qué pasó? ¿Qué nos dicen las crónicas? Los antiguos pensaban que las sirenas tenían cabeza de mujer con cuerpo de pájaros. Sentándose en las rocas cantaban con voz tan agradable que los navegantes, primero, retrasaban su rumbo y, segundo, se dirigían hacia las rocas donde terminaban rompiendo los barcos. Ulises fue tan astuto que las sirenas a él no pudieron engañarlo. ¿Cómo lo logró? Tapó los oídos de sus compañeros con cera, luego por orden propia fue atado al mástil. Así pudo navegar cerca de la costa y él, escuchar y admirar la voz de las sirenas, pero sin modificar el rumbo del barco. Les tapó los oídos a los remeros, y él, flaco, frágil; para no caer se mandó atar porque sabía que no iba a poder. Esta desgracia, a las sirenas, les pareció tan grande que se arrojaron al mar donde se transformaron en roca, nos dice la mitología.
Pues bien, las sirenas de hoy. Estamos llenos de sirenas:
El internet es admirable la capacidad que tiene para cautivarnos. Uno puede bucear, no con Esnórquel, ¡Sin tanque de oxígeno! ¡Horas! Es tan atrapante pero es una sirena ¡Cómo nos puede llevar a romper el alma contra las piedras! ¡Con cuánta facilidad! Es como una música: No tiene anuncio, es tan lindo, es tan divertido, y una cookie se me mete, y ahí está, a flor de piel, es un clic.
El celular, para el día de mañana, hoy son jóvenes y están en esta batalla de Ulises con las sirenas. El celular en los chicos es una locura. En el celular hoy por hoy está todo, es una mini computadora. En el celular, hoy te mandan en el WhatsApp infinidad de videos, porquerías y fotos. Es todo tan rápido y sin embargo todos lo tenemos. ¿Eliminamos todos esos contactos que sabemos son peligrosos? No, no me voy a bajar del grupo, sino van a decir, ¿Por qué te bajaste? Entonces, como no quiero dar razón… y bueno, qué se yo, miro más o menos.
El internet y la red celular es la ruina de nuestra juventud, es la ruina de nuestra adultez. Decapita; es tan lindo, es tan simpático estar siempre conectado. Más allá de todos los problemas que podamos ver: Uno del sistema nervioso y de las patologías de depresión, ataques de pánico, problemas neurológicos. Más allá de todo ese rubro. Más allá del segundo rubro: La incapacidad de atención, la incapacidad de concentración, la incapacidad de estudio mantenido, el poco deseo de dedicarse a la vida intelectual. Dejamos de lado eso. La corrupción moral que nos reportan esas sirenas y no sé si nos atamos, y no sé si nos tapamos. Y este personaje de Ulises, a imitar, puede quedar como un héroe, un titán inigualable, y no debe ser.
Las películas. ¿Cuántas películas, – chicos, yo les preguntaría, quisiera saber – cuántas películas hay – las hay, no las niego – cuántas que no tengan escenas impuras, manifestadas o puestas en segunda instancia, sugeridas? La cabeza sigue trabajando, no vi la imagen, me queda la proyección. Están los malos pensamientos cuando no las malas sensaciones, los malos deseos, la música que todo lo vino a acompañar. ¿Cuántas películas hay que yo me pueda sentar tranquilamente a mirar? Y sin embargo escuchamos que nuestros jóvenes se conocen todas las películas y uno supondrá, “y bueno de la mayoría habrá pasado por el confesionario.” Pero estamos rompiendo y despedazando nuestras almas por una ficción de Hollywood; por una irrealidad estamos exponiendo nuestras almas. La mercadería, la carne que va a la parrilla es la mía, es mi alma y no son cosas secundarias porque ahí pierdo la gracia de Dios, ahí pierdo la castidad.
La webcam, las camaritas. Las locuras que sabemos que existen. Que me filmo, que veo otra filmándose. Que, ¿Cuándo lo hago? Que, ¿Adónde lo hago? Ahí en mi cuarto, en la misma pantalla. Son sirenas que rompen el casco. Que puedo utilizarlo para hablar con un compañero, con un familiar; que puede tener su buen uso, claro que sí, como el cine y las demás cosas. La realidad es que estas camaritas benditas están destrozando a la humanidad.
Pongamos un par más, como vamos a ver, algo más:
Los amoríos, los excesos en el noviazgo, las impurezas son las grandes sirenas en donde los novios racionalmente, bueno, saben las cosas, rezan; pero ¿Cuántos vigilan las ocasiones de pecado? Recuerdo cuando el Padre Bouchacourt, hablando de esto, lo que fue hablando del noviazgo, se le consultó respecto de los besos. Él hablaba de los besos de cine, Hollywood, y hacía todos los gestos. Los besos detenidos entre los novios ya son el inicio de la catarata porque Dios ha dispuesto por el orden natural que estos besos ayuden, faciliten a que los esposos puedan consumar el matrimonio sin dificultad, por eso se llama a los besos detenidos, besos matrimoniales; no es el piquito sino el beso detenido. Así lo ha querido Dios y, entonces, es bueno; bueno en tanto y en cuanto esté bajo la ley moral, en el matrimonio. Si no se van a producir los mismos efectos antes de la bendición matrimonial porque cada cosa va llevando a la otra: La posición, si hay algún tocamiento y todas cosas que van mancillando el alma y es la gran sirena para el noviazgo que debe sortear.
Las malas compañías pueden ser las grandes sirenas: Pueden ser borracheras, drogas. Son nuestros peligros.
Por fin los dos grandes peligros: Las playas son hermosas, ¿Quién puede decir lo contrario? Las playas de Europa, Brasil, – es una cosa de locos –. El problema es la circunstancia de la playa: La provocación de las playas, la mujer que provoca y el hombre que se deja provocar y es lo que va a buscar.
Trazo general: Siempre la iglesia tuvo una enseñanza así: cómo la iglesia hoy va virando, va dejando… Imagínense nosotros advirtiendo el peligro de la playa por la inmoralidad y te encontrás con que, y leés en el diario que el obispo de tal o cual lugar de la ciudad balnearia, recién nombrado, advierte a su feligresía y le dice: “yo siempre fui a la playa. Yo no voy a dejar de seguir yendo a la playa, así que si me ven en la playa no se escandalicen.” Un obispo que va a la playa, ¿Qué va a pretender? ¿Qué sus curas y sus fieles no vayan? Cuando lo que enseñó la iglesia es moralmente lo contrario. Claro, cuando la playa es alejada, una playa solitaria – las hay –, vamos. Pero no en las circunstancias actuales.
Las modas. Decía Pío XII en una ocasión: “El vestido está hecho para cubrir y no para descubrir” Porque la finalidad del vestido es curar el concupiscible y no exacerbarlo. Y las modas pueden ser, sobre todo para las mujeres, la gran sirena a evitar y el gran peligro de perder la castidad.
La prudencia. Reglas de oro. Diríamos, la regla interna, el termómetro.
Dejando de lado las cosas que son claras, en caso de duda moral de lo que se hace ¿En dónde está puesto el corazón? Porque hay alguno que en algún límite pueda dudar. ¿Dónde tenías el corazón puesto cuando te sucedió ese hecho? ¿Dónde lo tenías? Porque lo más importante ahí es mirar en esa duda cómo era mi disposición de alma. Si se me generó un escrúpulo porque realmente yo estaba alejado en el corazón, o si era una situación límite pero yo ya tenía el corazón comprometido. Recuerden lo del Señor: “Aquél que ya mira con malos ojos, cometió adulterio”. En el caso de duda ¿Dónde tuve el corazón? ¿Dónde, en ese momento? Para entonces saber, si me puedo quedar tranquilo o no.
Externamente, huir de lo que a las claras es una ocasión próxima de pecado y particularmente qué mejor que mi pasado. Yo sé que soy flaco, soy frágil, no me tengo que exponer, no sea cosa que vuelva a tropezar.
No podemos dejar de hablar de la castidad sin tocar el tesoro de la virginidad. Nos dice el apóstol que llevamos la gracia, la virtud, particularmente la pureza, en vasos, en vasijas de barro. La virginidad se tiene o se perdió y la pérdida es irreparable. Ni lágrimas ni llantos la devuelven, ni arrepentimientos; se perdió y se perdió. Entonces para la mujer, sobre todo para ella, queda en juego su honra, como la dracma de la mujer. Una esposa de familia, una madre de familia que es la que, sobre todo, debe enseñar la pureza a las hijas; no la deben perder. Es el gran tesoro que tienen ellas, el de la integridad. Deben cuidar la pureza no solamente para no perder la gracia de Dios sino para no perder este tesoro que es único y que es la gloria en el momento para llegar dignamente al matrimonio o, como les pongo también para que lo sepan, que es condición para muchas congregaciones religiosas femeninas el haber conservado la virginidad. Es un tesoro inigualable.
Entonces recordemos esto: Una Santa Inés, una niña romana que ante el tribunal tiene riesgo de vida si no accede a perder su pureza y su virginidad: Ella ante la vida y la muerte escoge a nuestro Señor. Se deja matar antes de perder su integridad. Nosotros ¿vamos a regalarle al diablo nuestra integridad, encima sin ningún riesgo de muerte, por el puro placer? El ejemplo del sexo frágil de una niña que es capaz, a fuerza de lo que sea, “Pero esto no me lo sacan ni menos el reino de los cielos”
Debemos valorar lo que es la virginidad y no como todo el mundo lo hace, o “¿Qué van a decir si yo aún soy virgen? ¡Qué burla! ¿Me van a tomar por qué? Qué importa si el que tiene el don es uno. Esas cosas no se comercian porque si la comercié la perdí.
Del noviazgo. El noviazgo es una preparación próxima al matrimonio. Como las cosas se definen en orden al fin, el noviazgo no es para pasar el tiempo o estar con alguien mientras tanto, porque entonces se perdería la noción del término que el matrimonio. La preparación pide varias cosas: El conocimiento de las partes, ver como se amoldan en el modo de ser, cuán compatibles son, concordar en los principios morales y los espirituales, guardar prudencia y vigilancia en el trato. Es una preparación al matrimonio. Pero esta preparación pide advertencia porque hay peligros, ponemos tres:
El peligro del noviazgo en temprana edad. Es inconveniente en la temprana edad, desde el punto de vista, primero, de la psicología. La inmadurez emocional, afectiva, el desarrollo hormonal, el desborde de las pasiones es un peligro inmenso para la santa virtud, para la castidad. A los quince, catorce, dieciséis, diecisiete años, es claro que ese noviazgo, si no hay un tropiezo en la virtud, es por un milagro y una providencia particular y singularísima de Dios inexplicable. ¿Por qué? Porque toda la fisiología que va a determinar la psicología de la persona está en el momento de cambio y de explosión del sistema endócrino, y como las pasiones son las que las dominan, entonces es darle un fósforo a un chico dentro de un polvorín. No conviene y la iglesia siempre lo ha vedado. ¿Por qué? Porque va a perder la gracia de Dios ese pobre cristiano.
La segunda razón es por la duración, ya no solo psicológicamente que no está preparado para asumir algo que pide madurez, cuánto por el tiempo. La iglesia nunca recomienda los noviazgos largos, ponemos entre uno y tres años, es razonable. En los campamentos siempre hablábamos de esto. Los chicos de San Gabriel durante dos décadas, lo recordarán de los que están acá, a veces me preguntaban, me levantaban la mano: “Padre, – sí decime – bueno, pero lo que pasa mis papás estuvieron diez años de novios o doce años –. La excepción podrá perfectamente cubrir la regla, pero la excepción no es la regla. Si por la gracia de Dios un noviazgo largo con los peligros que hay tan grandes con las ocasiones de tropezar, funcionó, ¡Bendito Dios! Pero ese no es el criterio de la iglesia. El criterio de la iglesia es que sea en un tiempo reducido porque es una preparación próxima al matrimonio y no es una preparación remota al matrimonio. Si es remota, va a durar tanto que el sacramento de la penitencia es el que solamente podría decir qué pasó.
En tercera instancia, la tercera pena de un noviazgo prematuro es en razón de una vocación. Estos puede impedir fácilmente el llamado de Dios. ¿Por qué? Porque el joven se acostumbra a no saber estar solo, necesita siempre una compañía. Porque el corazón ha experimentado algunos deslices, se vuelve más carnal y por lo tanto le espanta la idea de su consagración a Dios. El hecho de que no haya tantas vocaciones de sacerdotes o de hermanos, como de religiosas, no significa, no podemos concluir que es porque Dios no ha llamado. San Juan Bosco decía: De cada tres hijos Dios suele llamar a uno. Pongámosle, pasaron los tiempos, tampoco es un dogma de fe, es una regla que él daba, un parecer que tenía, pero Dios sigue llamando, necesita vocaciones, les dice a los suyos “mirad la mies del campo, se necesitan operarios, id y pedid a vuestro Padre, operarios para la mies”. Dios sigue llamando, el problema es que los noviazgos prematuros bloquean el deseo, las ganas, porque si ya me manché, ya me cuesta mucho más. Si ya me costaba antes de mancharme, ahora encima tengo que batallar con los recuerdos del pasado. Si me acostumbro a tener un palenque sensible a mi lado, después ya se me va a dificultar, y esto es un mal, no solamente para el alma, sino también lo que puede depender de la vida eterna.
Pues, ya como conclusión para esta charla, la castidad es el remedio a las aberraciones del género, al sida, al aborto, a los malos noviazgos y al resto de las inmoralidades. Es tan fácil como esto. Esta regla del orden moral, esta preocupación por la vida espiritual resuelve toda esta locura, esta distorsión cerebral y esta corrupción moral que se ve hoy en el mundo.
Conservemos las promesas del Bautismo, es una obligación nuestra. Nuestros padrinos renunciaron triplemente; al mundo, al demonio y a la carne, y renunció un padre y una madre que son los nuestros en el orden espiritual, de modo que no debemos perjurar, no debemos profanar esa promesa bautismal gracias a la cual se nos ha bautizado. Por eso están antes del bautismo y no después. La condición es: Si renunciamos, nos bautizamos, si no renunciamos, no nos bautizan.
No profanemos nuestro cuerpo, el templo del Espíritu Santo. Guardemos la paz en el alma, la tranquilidad en la conciencia, la amistad con Dios. No como Adán luego de pecar. A ejemplo de las santas vírgenes que murieron mártires por conservar la pureza, no se la entreguemos al diablo por el puro placer. Y, ¿Quién es el gran modelo? Pues es nuestra Señora. Esto ya para concluir: Nosotros en el oficio de maitines, en la fiesta de la Anunciación, en uno de los nocturnos, si no recuerdo mal el segundo, se nos trae un pedacito del Santo Evangelio con un cometario de San Ambrosio, y a diferencia del común denominador de los Padres cuando hablan del “no temas María porque has hallado gracia delante de Dios”, a diferencia del resto de los Padres, San Ambrosio dice: “el temor de la Virgen fue no solamente la magnitud de lo que el ángel le venía a revelar y a pedir, cuánto el pudor de nuestra Señora al verse en un mismo recinto con una figura angélica varonil.” Entonces si María Santísima, dice San Ambrosio, tuvo ese pudor, la Inmaculada, cuánto más es un estímulo de pureza en lo que toca nuestra vida personal y a nuestra vida en lo que va a hacer los noviazgos en vista al santo Matrimonio.
Pues, nada más.
R.P. Ezequiel Rubio. Conferencia del encuentro de jóvenes de Córdoba, Argentina, 18 de agosto de 2018
FSSPX Fraternidad San Pío X
No hay comentarios:
Publicar un comentario