domingo, 18 de noviembre de 2018

UN ATEO A LA DERECHA DE DIOS

Esta nota, en defensa del reconocimiento constitucional del catolicismo y los plenos derechos de los demás credos que dan diversidad religiosa a la Argentina, la escribe un ateo. Entiéndase que la escribo en defensa propia: cuando no haya libertad de conciencia para creer tampoco la habrá para no creer. 

Por Ariel Corbat


Por primera vez desde 1983 la cuestión religiosa puede obrar como un factor determinante en la consideración del voto para una parte considerable de la ciudadanía argentina. Y esta podría terminar siendo una característica distintiva en los comicios del 2019.

Tres factores, relacionados entre sí, motivan la reacción religiosa sobre la política: el Papa Francisco, la discusión sobre el aborto en el marco del impulso a la ideología de género, y el consecuente intento de la izquierda por posicionar al progresismo como una nueva religión obligatoria.

Por su historia de vida, el Papa Francisco no peca de ingenuo cuando envía señales políticas a la Argentina, y a esta altura del Papado parece claro que Jorge Bergoglio no sigue los pasos de Karol Józef Wojtyła.

Juan Pablo II alzó a la cristiandad católica contra el comunismo que sometía a su Polonia natal, contribuyó al derrumbe del Muro de Berlín y fue así uno de los artífices del colapso de la Unión Soviética que puso fin a la Guerra Fría y la lógica del mundo bipolar.

Su mediación en el conflicto por el Canal de Beagle, la presencia en Argentina durante la Guerra de Malvinas y la posterior visita de 1987 forjaron entre nosotros un sentimiento afectuoso que aún perdura. Aquel cántico repetido de "Juan Pablo Segundo / te quiere todo el mundo" era todavía un eco cuando, a la renuncia de Benedicto XVI, el cónclave vaticano del 2013 designó Papa a un cura argentino.



Por orgullo nacional, hasta los no católicos celebramos esa distinción. Y políticamente, dado el modo en que el propio Bergoglio había sido atacado por el régimen kirchnerista, resultó tentador suponer que Francisco sería una suerte de Juan Pablo para liberar a América Latina de las dictaduras comunistas y gobiernos afines. Sin embargo, los gestos del Papa Francisco se perciben en la dirección contraria, como si quisiera sacarse de encima toda sombra de Juan Pablo y prefiriese ir en compañía de alguna de las muchas que proyectaba Juan Domingo.

La Iglesia Católica siempre tuvo un rol político en Argentina, consecuente con el reconocimiento constitucional hacia la tradición histórica, aunque nunca determinando en el plano terrenal (sobre aquello que es del César) una acción monolítica por parte de sus fieles dispersos en diferentes corrientes políticas. Las presidencias de Roca y Perón muestran que, según las circunstancias, la Iglesia Católica se ha enfrentado abiertamente y con suerte dispar a distintos gobiernos, por lo que la tirantez entre el Papa y el gobierno de Mauricio Macri no es nada excepcional.

Lo nuevo y llamativo es percibir en los gestos del Papa el comportamiento de otro dirigente peronista más; y ni siquiera uno ortodoxo sino de esos que convienen a la izquierda, a los comunistas y a las madres de los terroristas que, literalmente, defecaron en su atrio mientras fue Obispo de Buenos Aires. En definitiva, un Papa alejado de la honestidad y la ética como valor esencial y que permite se malentienda su llamado a "hacer lío"; si es que se lo malentiende...

Tan así las cosas que el kirchnerismo pasó de denostarlo, cuando sus homilías en la Catedral llamaban a la reconciliación denunciando "al odio y al permanente enfrentamiento", a fingir* que se hincan y rezan con los rosarios que les envía desde Roma, ciudad a la que peregrinan para la foto y su uso político aquellos que no están presos por corruptos.

En la práctica, ese juego político al que se presta el Papa Francisco es funcional a la polarización electoral entre el macrismo y el kirchnerismo por la que tanto trabaja Jaime Durán Barba, algo que irrita a católicos practicantes que no están dispuestos a comulgar ni con la corrupción kirchnerista, ni con el progresismo macrista; incompatibles ambos con sus valores religiosos.

Si el Papa como actor político divide a los católicos, la discusión por el aborto dividió a los argentinos de un modo tan profundamente vinculado a las creencias religiosas como nunca antes había ocurrido. La bizarra y prepotente manera en que el mismo sucio trapo rojo de antaño se tiñó de verde para exaltar como un ideal el descuartizamiento de vida incipiente, contrariando al mismo tiempo creencias religiosas y comprobaciones científicas, hizo reaccionar a sectores que tradicionalmente mantienen una prudente distancia de la práctica política.



De allí que católicos, cristianos, evangelistas, judíos y musulmanes se unieran para “La oración interreligiosa por la vida”, en la Conferencia Episcopal Argentina presidida por el obispo Oscar Ojea. Con lo que, a diferencia de lo ocurrido cuando se debatió el divorcio vincular, frente al empuje por el aborto indiscriminado la resistencia religiosa no quedó limitada a una parcialidad conservadora del catolicismo.

Dando muestra de su crecimiento en las últimas décadas, tomaron un rol muy activo los sectores evangélicos, no sólo para manifestarse en las calles, sino con un claro mensaje político surgido de varios pastores: no se acompañará con el voto a ningún candidato que esté a favor del aborto. Acaso con mayor discreción, curas, rabinos e imanes orientan a sus respectivas congregaciones en el mismo sentido que los pastores evangélicos.

No está todavía claro el impacto concreto que vaya a tener en las urnas esa reacción de los creyentes. De hecho es una incógnita a revelar si el proselitismo religioso de los evangélicos podrá dar un paso hacia el proselitismo político. Quizá sea solamente un mito electoral destinado a desvanecerse en las PASO, como aquel otro de reunir el voto de la "familia militar"; pero de momento la inquietud permanece activa añadiendo una nueva dinámica a los armados políticos.

La razón de ello es que se percibió claramente que a través de la imposición del aborto y todo el paquete de la ideología de género busca la izquierda instalar al progresismo como religión oficial, cosechando con el macrismo lo sembrado en doce años de régimen kirchnerista, y ya no sólo en desmedro del catolicismo, reconocido especialmente por el Artículo 2 de la Constitución Nacional, sino de todas las creencias religiosas.

El ataque a la Iglesia Católica, no es por católica: es por Iglesia. Algo que ratifica la tendencia a imponer el retiro de imágenes religiosas de dependencias públicas e instituciones educativas, a la par que se planifica izar junto la Bandera Nacional el trapo multicolor de la ideología de género con la que, en nombre de la diversidad sexual, se intenta invisibilizar toda otra diversidad, esa que realmente hace al respeto por la persona humana y la convivencia social.


A partir de Gramsci la estrategia comunista, en sociedades abiertas, es utilizar los beneficios de la Libertad para socavar las bases culturales que sostienen esa misma Libertad. El truco consiste en hacer pasar por opresión las tradiciones que forman la identidad nacional y cambiar las premisas del sentido común por prejuicios de corrección política. Todo ello, desde luego, ocultando la existencia de los comunistas.

Para aquellos creyentes que viven la fe religiosa con sentido de identidad y trascendencia, es importante que el Estado no ataque sus creencias intentando cortar la continuidad generacional de sus propias familias, que es exactamente lo que se propone el progresismo.

A ninguna confesión religiosa la ofende la consideración especial que recibe el culto Católico Apostólico y Romano por parte de la Constitución Nacional. Las razones históricas son muy claras: eran católicos la enorme mayoría de los revolucionarios de Mayo, al igual que los guerreros de la Independencia y los constituyentes de 1853, frailes y sacerdotes entre ellos. Nuestro país, católico, nunca le cerró sus puertas a ningún otro credo.

Que los más entusiastas propulsores de una reforma constitucional para separar a la Iglesia Católica del Estado Argentino, sean izquierdistas y apóstatas, pero no practicantes ni autoridades de otros cultos, es un indicio bastante claro que la finalidad perseguida no es un Estado laico, neutral en materia religiosa, que dé plenitud a la libertad de credo, sino un Estado que considere a la religión como el opio del pueblo. Porque detrás de todo progre alegre, hay algún comunista serio que planifica un Estado totalitario.

Hay dos frentes de ataque sobre la religión: el de los fundamentalismos religiosos propios de quienes a su imagen y semejanza construyen un dios moralmente lisiado, que trae oscuridad, esclavitud y muerte; y la religión sin Dios del Estado totalitario, que trae oscuridad, esclavitud y muerte.

Es entonces totalmente saludable la reacción de los creyentes que en su condición de tales salen a la palestra política para impedir que la izquierda se adueñe completamente del Estado, al que desde hace más de una década tiene fuertemente condicionado.

Y alguien observará que esta nota, en defensa del reconocimiento constitucional del catolicismo y los plenos derechos de los demás credos que dan diversidad religiosa a la Argentina, la escribe un ateo. Pues bien, más allá de ser un juramentado por la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional, entiéndase que la escribo en defensa propia: cuando no haya libertad de conciencia para creer tampoco la habrá para no creer. No encuentro motivo de temor en las religiones de los que creen en Dios, temo y me prevengo de los que se inventan dioses lisiados y religiones sin Dios.

¡Patria y Libertad!

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.
www.plumaderecha.blogspot.com
Estado Libre Asociado de Vicente López.

* Siendo el kirchnerismo un fraude en sí mismo, lo que haga cualquier kirchnerista no puede presumirse sincero.

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