jueves, 18 de mayo de 2023

EL DOLOR DE UNA APOSTASÍA

La gente se va. Lo sabemos y lo vemos. Pero cuando uno se marcha con papeles y ese papel llega a la parroquia, la constatación es dolorosa.

Por el padre Jorge González Guadalix


Hace apenas unos días. Una carta de la vicaría general en la que se me comunica que tal persona, bautizada en una de mis parroquias, ha abandonado formalmente la Iglesia Católica. Se añade que, por supuesto, esta persona no tiene acceso a los sacramentos, exequias, ni puede ser padrino o madrina de bautismo. Tal y como marca el protocolo, he anotado el hecho en el margen de la partida de bautismo y acabo de enviar al arzobispado el aviso de que la nota ha quedado debidamente asentada.

Me he quedado tocado. Porque una cosa es saber que en España prácticamente la mitad de la población ha dejado de ser religiosa y constatar el abandono masivo de la pràctica religiosa, y otra muy diferente que te llegue una apostasía, una sí, pero con papel, sello y firma.

Duele en el alma, porque por mucho que digamos, y es verdad, que somos libres y cada cual hará lo que vea más conveniente en estas y en otras cosas, no te queda más remedio que preguntarte cuál es la parte de responsabilidad que como Iglesia tenemos. Solo un necio diría que somos perfectos y que toda la culpa es de la sociedad, la secularización, la televisión y los partidos políticos.

Los datos son tercos. No nos gusta mirarlos y, demás, como buenos seguidores de los Tezanos de turno, sabemos cocinar las estadísticas, dar la vuelta a la redonda, extrapolar lo que conviene y fijarnos en lo poco que nos beneficia. Lo sé. Yo también lo hago. Pero en el fondo, seamos sinceros, sabemos que la gente se va, y lo único que nos sostiene son las fiestas populares, que tienen mucho de fiesta y no sé cuánto de catolicismo, y que sigue habiendo bautizos, bodas y primeras comuniones aunque menos y más secularizadas. Hasta los entierros, que en el ámbito rural eran algo asumido, hoy empiezan a realizarse al margen de la Iglesia.

La gente se va. Lo sabemos y lo vemos. Pero cuando uno se marcha con papeles y ese papel llega a la parroquia, la constatación es dolorosa.

No tengo soluciones. Qué más quisiera. O sí. O no. O soluciones disparatadas. O tal vez no tanto. Rezar y hacer lo que tenemos que hacer. Aunque a lo mejor justo esto sea lo más difícil.



De profesion, cura


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