viernes, 12 de mayo de 2023

LO QUE LAS MUJERES REALMENTE QUIEREN

Cada vez hay más datos que afirman rotundamente que en todo el mundo desarrollado las mujeres tienen muchos menos hijos de los que desearían tener.

Por el padre Shenan J. Boquet


El poeta estadounidense Carl Sandburg escribió una vez: “Un bebé es la opinión de Dios de que el mundo debe continuar”.

Sin embargo, esta opinión no es compartida por los agoreros de los países occidentales que impulsan la “despoblación”, creyendo que el mundo está “superpoblado”. Su respuesta a esta “crisis” es abogar por un acceso sin trabas a los métodos anticonceptivos y al aborto. Pero algunas personas, como el empresario y multimillonario Elon Musk, están dando la voz de alarma sobre el colapso demográfico, afirmando que supone una amenaza mayor para la civilización que el cambio climático. Huelga decir que esta opinión es controvertida. Sin embargo, no hace falta estar de acuerdo con el pronóstico de Musk para darse cuenta de que algo sísmico está ocurriendo en nuestro mundo.

En todo el mundo desarrollado, las tasas de natalidad están cayendo en picada. Desde hace décadas. Han caído por debajo del nivel de reemplazo y aún no se han estabilizado. En algunos casos, las poblaciones ya están empezando a colapsarse.

Japón es quizás el ejemplo más extremo. En 2022, la población japonesa se redujo en más de medio millón de personas, lo que supuso el duodécimo año consecutivo de descenso demográfico. Todos los indicios apuntan a un proceso irreversible, que probablemente se acelerará con el paso de los años.

En un reciente discurso sobre el tema, el Primer Ministro Kishida Fumio superó sin duda a Musk en su apocalipsis. Japón, dijo, “está al borde de no poder mantener una sociedad que funcione”. “Hay que hacer algo drástico” -dijo- “para aumentar las tasas de natalidad”.

El año pasado, China anunció que su población había disminuido por primera vez en décadas. La tasa de natalidad de Italia es tan baja que existe el temor real de que esté en vías de desaparecer como nación.

Algunos replican, por supuesto, que, lejos de un apocalipsis, estas tendencias demográficas deberían ser bienvenidas. Como argumentaba Petula Dvorak en The Washington Post hace unos años, la causa de la escasez de nacimientos puede resumirse en una palabra: “elección”. Es decir, por primera vez en la historia las mujeres pueden controlar su fertilidad, eligiendo acoger tantos hijos como deseen (o no). ¡Bien hecho!

El único problema de este argumento es que no es cierto. Las mujeres no tienen tantos hijos como quieren.

Cada vez hay más datos que afirman rotundamente que en todo el mundo desarrollado las mujeres tienen muchos menos hijos de los que les gustaría tener. Los demógrafos lo denominan “brecha de fertilidad”. En Estados Unidos, por ejemplo, mientras que las mujeres dicen que lo ideal sería tener 2,5 hijos (por encima de la tasa de reemplazo), por término medio tienen 1,64 (¡muy por debajo de la tasa de reemplazo!).

Y lo que es más importante, la investigación también ha descubierto que las mujeres que tienen menos hijos de los que desean, tienen menos probabilidades de decir que son “muy felices”. El efecto es modesto, pero lo suficientemente consistente como para tomarlo en serio.

Sin embargo, hay aquí una trágica ironía. Como dirigente de una organización internacional provida, he viajado mucho por el mundo en desarrollo. En muchos países en vías de desarrollo, las carreteras están llenas de carteles que anuncian los últimos métodos anticonceptivos más eficaces. Los anuncios de televisión y radio machacan con el mensaje de que tener menos hijos produce mayor felicidad.

Normalmente, estos anuncios están patrocinados por organizaciones de desarrollo financiadas por Occidente, como el Fondo de Población de las Naciones Unidas, Planned Parenthood, la Fundación Bill y Melinda Gates, etc.

En otras palabras, en el mismo momento en que en Occidente cunde la alarma por un colapso demográfico y las mujeres occidentales se confiesan infelices por no haber alcanzado sus ideales reproductivos, las naciones occidentales gastan miles de millones de dólares en imponer sus “ideales” de fertilidad al mundo en desarrollo.

Tal vez algunas mujeres del mundo en desarrollo acojan con agrado esta “ayuda”. Pero, según mi experiencia, muchas mujeres están enfadadas porque las ricas y poderosas agencias extranjeras y los “filántropos” ven su fertilidad principalmente como “un problema que hay que resolver”.

En su encíclica de 1995 Evangelium vitae, Juan Pablo II comparó estos esfuerzos con los del Faraón, que deseaba controlar a los israelitas matando a sus primogénitos. Los occidentales ricos, dijo, “están obsesionados por el actual crecimiento demográfico”. Temen la fertilidad de los países pobres, que representa “una amenaza para el bienestar y la paz de sus propios países”.

Así que Estados Unidos y otros países ricos recurren a lo que Francisco ha llamado “colonización ideológica”. Es decir, los países ricos imponen sus “valores” al mundo en desarrollo. A veces, recurren al soborno descarado. Los paquetes de ayuda financiera se condicionan a que las naciones adopten políticas de control de la población o promuevan los valores de la revolución sexual, lo quieran o no.

Tales prácticas deberían ser condenadas universalmente, en el mejor de los casos, como terriblemente condescendientes. Quizá deberíamos dejar de tratar los cuerpos sanos de las mujeres como una amenaza y pararnos a escuchar lo que muchas mujeres dicen que realmente quieren: ser madres.

No sólo no hay nada malo en ello, sino que al crear las condiciones en las que las mujeres se sientan lo suficientemente seguras como para acoger a tantos hijos como digan que les gustaría tener, estamos creando las condiciones no sólo para unas mujeres más felices, sino también para una sociedad más sana y con un futuro brillante.


Catholic World Report



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