Por Miki V.
Si hay doctrina lgbt que se quiere meter en la Iglesia, la apoya, si hay que criticar el tradicionalismo -algo muy en boga en los Sacri Palazzi-, se apunta, y tras años de contar con el apoyo más o menos explícito de los prelados estadounidenses, la omertà que reina en la institución empieza a romperse: por fin Monseñor Chaput ha comenzado a hablar, y me apuesto que no será el único.
Y es que en la Iglesia, por excedernos, pasamos de un extremo al otro. Que sí, que está bien condenar lo que haya que condenar: un libro, una película… Pero el mundo es el mundo y va a ir sistemáticamente en contra de Dios y de su Iglesia. Y a veces hasta sufrimos el fuego amigo de personas que, en teoría y en mucha práctica, son la opción menos mala. Ya nos avisó el Señor de lo que significa el mal menor.
Martin ¿Sacerdote? Pues por desgracia, sí. Lo que le da una autoridad maldita para hablar de temas, y de utilizar sus amplios conocimientos para obrar el mal.
Antes pensaba que igual los que obran así lo hacen con buena intención, pero cuando se persevera descaradamente en el error, pese a tener los medios para evitarlo, uno llega a la conclusión que pese a las órdenes sagradas, la soberbia anula cualquier intento humano de bondad: obran así para destruir la obra del Señor, porque en su soberbia se creen por encima del bien y del mal. Su recompensa será fuego y azufre, quizás.
Pero aparte de soberbia, lo que caracteriza a estos personajes es la falta absoluta y profunda de fe. Si rezan es para alimentar su ego (“yo soy el elegido, el resto deben seguirme”), y no rezan a Dios sino a su idea perversa y deformada de Dios. Así los tenemos justificando una falsa caridad. Falsa porque tolerar el error no es ser caritativo, es ponerse las orejeras para no verlo. Y el error en medio de la verdad se multiplica, crece y contamina cuanto le rodea. Del mismo modo, defender la ideología lgbt escudándose en la caridad es un flaco favor a las almas de quien padece atracción hacia el mismo sexo.
Desde luego es el camino más fácil, es el camino del aplauso, de la aceptación del mundo, pero ¿Qué nos dice el señor? La puerta estrecha… Ese es el único camino. Y desde luego que cuesta. Y, es más, no todo el mundo pasará su umbral, pero no caigamos en el Calvinismo: no es por predestinación, sino porque somos sencillamente imbéciles, de preferir el mundo a Dios.
Y esta gente, aunque muy minoritaria, crece bajo la lupa mediática. La responsabilidad de los obispos es no dar una sanción, ni tácita ni expresa a este tipo de actitudes, mucho menos darles un sueldito.
Si vas a hacer el canelo, te quitas el clergyman, Jaimito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario