sábado, 14 de septiembre de 2019

LA PERSECUCIÓN DE LOS BUENOS



“La persecución de los buenos” la han padecido muchos en la Iglesia. Algunos, conocidísimos por su fama de santidad

Por el padre José Luis Aberasturi

Para los verdaderos hijos de la Santa Madre Iglesia uno de los grandes peligros que les acechan, con la consiguiente tentación que no es pequeña: al contrario, es lo que bien puede llamarse “la persecución de los buenos"; es decir, aquella generada contra ellos por los que se presentan y se tienen por “buenos": los “oficialistas” eclesiales, jerárquicos y/o asimilados.

Lo han experimentado muchas almas santas, precisamente por sus afanes de fidelidad, al pretender mantener levantada en alto -bien visible- la bandera de Cristo: su Doctrina, su Palabra, sus Hechos, sus Mandatos: en definitiva, su Iglesia. No pretenden tener otra honra. Pero esta, exactamente esta, pretenden mantenerla contra viento y marea, también contra “los buenos” que les hacen la guerra. Y son perseguidos por “los buenos”; que, como no puede ser de otra manera pues a eso se agarran, tienen autoridad sobre ellos. Y esto sucede, hoy, en la Iglesia Católica, a todos los niveles, también a nivel institucional.

Por supuesto, no es nada nuevo. Por tanto, nadie puede sorprenderse, aunque no deja de ser “sorprendente” por decirlo de un modo suave que esto siga pasando, bien públicamente o “a la chita callando".

Y, por cierto: todos los perseguidores, como acredita la Historia eclesiástica, acabaron muy mal, ya que el mismo Señor toma la defensa de los suyos. Y esto lo saben tanto los perseguidos -para su confianza, seguridad y triunfo- como los perseguidores, aunque no quieran hacer caso de cómo han funcionado, y funcionan, las cosas en las que Dios está por medio.

Ya en el Antiguo Testamento se narran tremendas persecuciones contra toda voz que ha hablado en nombre del Señor; sin ir más lejos, muchísimos de los Profetas, del primero al último: es el caso de san Juan Bautista, el último precisamente, pero también el Precursor; y de tantos predecesores suyos.

Y en el Nuevo Testamento, nos basta y nos sobra con el ejemplo de Jesucristo al que le ponen asechanzas, le calumnian, pretenden hasta despeñarlo… para, finalmente, acabar entregándolo a los romanos, que detentaban el poder jurídico para condenar a la pena de muerte por crucifixión: la más cruel e infamante; mientras, ellos, los sacerdotes y escribas y ancianos y todo el que poseía alguna autoridad moral y religiosa -¡qué escarnio!- ante el pueblo -los “oficialistas", los “buenos y justos"- se “lavaban las manos” mucho antes que Pilatos, solo que con mayor cinismo e hipocresía.

Por eso, no tuvieron empacho alguno en tragarse las falsas acusaciones contra Él; más la pública retractación de Judas: “he entregado sangre inocente”; “a nosotros qué” contestarán, pues ya tenían lo que querían; y la inmoral incitación al pueblo, sumando engaño a engaño: “¡crucifícale, crucifícale!”; para llevar por último su cinismo al extremo, convirtiéndolo en blasfemia -¡lo que le han achacado exactamente a Jesús para condenarlo!-: “si es el Hijo de Dios, que baje de la cruz y creeremos en Él”.

“La persecución de los buenos” la han padecido muchos en la Iglesia. Algunos, conocidísimos por su fama de santidad, como el padre Pio, el santo de los estigmas y de los milagros en vida; o san José de Calasanz al que echaron de su “casa” sus propios “hijos” mediante denuncia ante tribunal competente.

Otros, anónimos: solo conocidos por Dios mismo y por esas almas excelsas y privilegiadas, que han aunado doble padecimiento, persecución y silencio, en la intimidad de su corazón. Pero a las que el Señor ni olvida ni deja de recompensar con creces.

Lo que sobran son ejemplos. Ejemplos que, como se ve aún hoy día, no han servido de nada. Por señalar uno de rabiosa actualidad: tras el CV II “se obligó sí o sí” a todas las Instituciones eclesiales, de toda naturaleza y raíz, a que cambiasen -sí o sí: insisto, porque es la verdad histórica- sus Estatutos, para “actualizarlos” según la letra y el espíritu del Concilio. Y, salvo contadísimas excepciones -por ejemplo, con las Carmelitas descalzas, que se permitió que se escindiesen en dos ramas separadas- así se hizo. Las consecuencias del sí o sí: en España se están cerrando convento tras convento de muerte “natural". ¡Triunfó el “aggiornamento”!

Para los perseguidos, la persecución es el signo visible de su Fidelidad. Son los que han preferido hablar antes que callar, para que no fuese Jesús al que se le ponía una mordaza infame e indigna. Son los que han preferido ser señalados injustamente por los “oficialistas", antes que dejar que hablasen las piedras en su lugar -“si estos callasen, gritarían las piedras”-, y antes de ser tachados, por el mismo Jesús, de “perros mudos”: porque la Verdad de Dios, la Palabra de Dios, tiene que oírse necesariamente. Los que han preferido la honra de Dios antes que la suya propia. Son los que no han dejado a solas a las ovejas a merced de los lobos y demás depredadores, y/o ante los mercenarios, que no pretenden sino destruir y arrasar.

Se les persigue. Se les pretende silenciar. Se les amenaza. Se les arrincona. Se les levantan toda clase de sospechas. Se les tilda de “no afectos”, de “versos sueltos”, de “destruir la unidad”, de dar pie a “males mayores que los que pretenden combatir”… y se les monta un “cordón sanitario” para que no se infecten las demás ovejas: eso argumentan los perseguidores y así cauterizan su conciencia.

Pero la verdad es muy distinta. El cordón sanitario es “aviso de navegantes”, porque es algo bien visible, ostentosamente visible y deja suficientemente en evidencia; amén de injusto, por supuesto. Pero esto último no lo acaban de pillar porque, al estar dotados de la “autoridad competente”, cualquier cosa que monten está en el montón de las cosas “buenas y justas”: ¡son la autoridad, y tienen gracia de Dios para actuar en consecuencia!

Esto es cierto. Sí. Tienen la autoridad. Otra cosa es que todo ejercicio de autoridad sea moralmente lícito. Porque no lo es de suyo, ni de lejos. Habrá que discernir su uso y su abuso. ¿Acaso no existe lo que se denomina exactamente así: “abuso de autoridad”? ¿No lo vemos así hoy todos los días? Salen muchas de estas cosas en las páginas que siguen siendo católicas; hasta con los nombres de las personas y de las instituciones perseguidas.

Pero los perseguidores, con su actuar aparte de delatarse a sí mismos, para más inri gravan su conciencia. Precisamente, por ser jerarcas y/o detentar autoridad deberían ser ejemplares y modelos de finura de conciencia. Y manifestarlo ostensiblemente. Una finura de conciencia que se ha de ejercer de modo exquisito precisamente a la hora de MANDAR, porque a los demás -a sus súbditos- se les exige exactamente OBEDECER: pero la obediencia como virtud, no puede ser “perinde ad cadaver”, de cosa inerte, pues está muerta.

Además, los perseguidores que con su poder fuerzan injustamente una obediencia indebida, no se dan cuenta de que es un honor para los perseguidos el ser esto: “perseguidos”. Estos saben que es un signo de efectiva predilección divina: Si me han perseguido a Mí, también os perseguirán a vosotros.

Por eso, como los Apóstoles, cuando vuelven de ser castigados severamente por la autoridad competente por haber seguido hablando de Jesucristo en lugar de callar como les habían ordenado, nos cuenta san Lucas que estaban gozosos de haber sido hallados dignos de padecer en nombre del Señor. Y siguieron hablando, y con mayor entusiasmo y fervor.

Por todo esto, los perseguidos siguen adelante. No tienen otro “orgullo” más que este: “mi auxilio es el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. Para, como “el Señor es el lote de mi heredad”, pretender finalmente alcanzar lo prometido, “el que pierda su vida por mí, la encontrará”.

Y es que el Señor es muy, pero que muy buen pagador. No lo hay más espléndido: “el ciento por uno ya ahora, y la vida eterna”. Amén.

Seguid rezando por mí, que lo necesito. Muchas gracias, en el Señor Jesús.


Non Mea Voluntas




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