sábado, 9 de marzo de 2019

"SODOMA", DE FRÉDÉRIC MARTEL (III PARTE)


El caso de Marcial Maciel es interesante y creo que Martel acierta cuando lo trata, puesto que en sus afirmaciones explica el por qué de los silencios de la jerarquía católica durante tantas décadas, siendo que las denuncias contra el fundador de los Legionarios de Cristo datan de los años ’50. 

“Si Marcial Maciel hubiera hablado, toda la Iglesia mexicana se habría venido abajo” (Pos. 4355), dice el autor. Y continúa más adelante: “Muchos de los cardenales de los que rodeaban a Juan Pablo II tenían una doble vida. No es que fueran pedófilos ni cometieran necesariamente abusos sexuales, pero sí en su mayoría homosexuales que llevaban una vida enteramente basada en el doble juego. Varios de estos cardenales recurrían habitualmente a los servicios de prostitutos y a préstamos para satisfacer sus deseos. No hay duda de que Marcial Maciel, alma negra, fue mucho más allá de lo tolerable, o legal, y en el Vaticano todos lo reconocían, pero denunciar sus esquemas mentales suponía cuestionarse su propia vida. También era exponerse a que saliera a relucir su propia homosexualidad” (Pos. 4444). “¿Puedo excomulgar a Marcial por sus crímenes sexuales si yo también vivo en la mentira sexual y soy «intrínsecamente desordenado»? Denunciar abusos es exponerme inútilmente y, quién sabe, arriesgarme a que me señalen con el dedo. Tal es el secreto profundo del caso Maciel y de todos los crímenes de pedófilos que han encontrado, y siguen encontrando, en el Vaticano y el clero católico un ejército de apoyos, innumerables excusas e infinidad de silencios” (Pos. 4451). Mucho me temo que el caso del encubrimiento de Maciel sea paradigmático. ¿No habrá ocurrido lo mismo en la iglesia argentina? 



Están más fundadas las afirmaciones de Martel sobre el cardenal Alfonso López Trujillo. “La homosexualidad del cardenal Alfonso López Trujillo es un secreto a voces del que me han hablado docenas de testigos, confirmado incluso por varios cardenales” (Pos. 5150). Y, efectivamente, cita con nombre y apellido a una buena cantidad de personas que conocieron de cerca al purpurado colombiano y dan fe de sus excesos y voracidad sexual. 

No me detendré por pudor, afecto y respeto al largo capítulo que dedica al papa Benedicto XVI. Baste decir que el autor considera que es una persona que siempre vivió casta y virtuosamente…, porque no se animó a otra cosa. Y relata dos momentos de profundo dolor y lágrimas del venerado papa emérito: cuando leyó el informe preparado por los tres cardenales sobre la Curia y cuando le describieron, durante su viaje a Cuba, la profundidad del problema homosexual entre el clero de esa isla. “Joseph Ratzinger ya no puede soportarlo más. Se derrumba. El papa, que se ha pasado toda la vida intentando combatir el Mal con intransigencia y dureza, se encuentra ahora rodeado, acorralado, literalmente cercado por sacerdotes homosexuales o escándalos de pedofilia. ¿Es que no hay un solo prelado virtuoso?” (Pos. 9458).



Lo que llama la atención, y da mucha bronca, es la ingenuidad de decenas de funcionarios vaticanos que accedieron a entrevistarse en numerosas ocasiones con Martel y le hicieron multitud de importantes favores, sabiendo quién era. ¿O esperaban que en su libro los iba a perdonar porque lo trataban bien? ¿O esperaban convertirlo a la verdadera fe? ¿O se desviven por aparecer en la prensa y se hacen pipí cuando ven un periodista? 

Uno de los casos más llamativo es el del arzobispo François Baqué, nuncio apostólico retirado y a quien se suele ver con frecuencia celebrando pontificales en las comunidades tradicionalistas. El autor lo utilizó de todos los modos posibles, le sacó mucha información y logró que Bacqué lo alojara en la Casa del Clero de la romana vía de Scroffa. Es decir, lo introdujo en el núcleo de la tormenta, para que pudiera tomar notar de todo lo que quisiera: desde lo atractivos que son los camareros que asisten a los nuncios y obispos que allí se alojan, hasta del portón trasero de la casa, del que algunos tienen la llave, y que les permite disfrutar de correrías nocturnas sin ser observados en la recepción de la puerta principal. Y pesar de estos favores, Bacqué es vapuleado de arriba a abajo por Martel. Maldad del periodista sin duda, pero idiotez del prelado. El cardenal Farina le dedica varios días y hasta lo pasea con su auto por el interior de la Ciudad del Vaticano. Todos los purpurados y prelados que visita -que son muchos-, lo tratan con amabilidad y cortesía, despachándose animosamente en todas las preguntas que le hace, y pisando ingenuamente el palito. No se entiende cómo personas tan imbéciles, incapaces de darse cuenta frente a quien están sentados, sean los que dirigen los destinos de la Iglesia.

Hay dos observaciones de índole sociológica que me parecen acertadas e interesantes. En primer lugar, Martel considera que no existe un “lobby gay” en el Vaticano, entendiendo “lobby” por un conjunto más o menos grande de personas relacionadas entre ellas para ejercer presión a fin de alcanzar un fin determinado. Si ese fin, como se dice, fuera que la Iglesia terminara “legalizando” la homosexualidad, no se entiende cómo los personajes más pérfidamente homosexuales son los más conservadores en sus discursos y decisiones. Martel afirma: “Creo que el hecho homosexual, construido a base de complicidades subterráneas, está estructurado en rizoma en el Vaticano, y más extensamente en la Iglesia católica. Con su propia dinámica interna, cuya energía proviene tanto del deseo como del secreto, la homosexualidad conecta entre sí a centenares de prelados y de cardenales de una manera que escapa a las jerarquías y a los códigos. De este modo, siendo a la vez multiplicidad, aceleración y derivación, da lugar a innumerables conexiones multidireccionales: relaciones amorosas, contactos sexuales, rupturas afectivas, amistades, reciprocidades, situaciones de dependencia y promociones profesionales, abusos de poder y del derecho de pernada. Sin embargo, las causalidades, las ramificaciones, las relaciones no pueden ser determinadas claramente desde fuera” (Pos. 8591).


La segunda, es la descripción tipológica que hace de las diferentes clases de homosexuales que integran la Curia vaticana y, quizás, el clero católico en general. Aunque el nombre que les asigna es muy desagradable, los caracteres son interesantes:
“El modelo «virgen loca», mezcla de ascetismo y de sublimación, es el de Jacques Maritain, François Mauriac, Jean Guitton y quizá también el de algunos papas recientes. Homófilos «contrariados», eligieron la religión para no ceder a la carne; y la sotana para escapar de sus inclinaciones. El modelo del «esposo infernal» es más práctico: el sacerdote closeted o questioning es consciente de su homosexualidad, pero teme vivirla; oscila siempre entre el pecado y el arrepentimiento, en medio de una gran confusión de sentimientos. A veces, las amistades especiales derivan en actos, lo que se traduce en profundas crisis de conciencia. Este modelo del «malviviente», que nunca «se sosiega», es el de muchos cardenales de los que hemos hablado en este libro. En estos dos primeros modelos, la homosexualidad puede ser una práctica, pero no es una identidad. Los sacerdotes de este modelo no se aceptan ni se reconocen como gais; incluso tienden a mostrarse homófobos. En cambio, el modelo de la «loca por amor» es uno de los más frecuentes y, a diferencia de los anteriores, constituye una identidad. Si bien es característico, por ejemplo, del escritor Julien Green, lo comparten muchos cardenales e innumerables sacerdotes de la curia que he conocido. Esos prelados, si pueden, apuestan más bien por la monogamia, a menudo idealizada, con las gratificaciones que proporciona proporciona el hecho de ser fiel al otro. El modelo «Don Juan pipé» es el del que va tras los hombres «cortesanos», como se decía en otro tiempo de ciertas mujeres. Algunos cardenales y obispos de los que hemos hablado son ejemplos perfectos de esta categoría: no se reprimen, ligan sin complejos, con la famosa lista «Mil y tres» del cortesano empedernido, según los cánones. Por último, el modelo «La Montgolfiera»es el de la perversión o de las redes de prostitución: es, por antonomasia, el del mal cardenal La Montgolfiera, pero también de los cardenales Alfonso Pérez Trujillo, Platinette, y de otros muchos cardenales y obispos de la curia.” (Pos. 9549). 


(continuará...)




"SODOMA", DE FRÉDÉRIC MARTEL (I PARTE)


"SODOMA", DE FRÉDÉRIC MARTEL (II PARTE)




The Wanderer



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