domingo, 3 de marzo de 2019

LA CRISIS DE LA MASCULINIDAD

Hoy en día, en la sociedad occidental post-cristiana, la debilidad se ha convertido en una virtud. El hombre ideal, para los modernos, es el que se disculpa por todo, que piensa todo el día en como no ofender a nadie, evitando a toda costa el enfrentamiento y hablando siempre de “diálogo” y “tolerancia”. Es decir, un hombre que no es hombre. 

Por Christopher Fleming

En la guerra contra Dios, Satanás intenta destruir al ser humano, y no hay mejor forma de hacerlo que desvirtuando su naturaleza. Por esto, quiere que los hombres se comporten como mujeres y que las mujeres se comporten como hombres. Los hombres reales (no los personajes de películas) que demuestran virtudes masculinas, como el valor, el honor y el sacrificio, son vilipendiados. Se habla de “masculinidad tóxica” (nunca he oído hablar de feminidad tóxica), se insinúa que todos los hombres somos violadores en potencia y se fantasea sobre un mundo feliz gobernado por mujeres.

Esta ideología feminista sólo ha arraigado en Occidente; los países asiáticos y africanos viven al margen de esta degeneración post-cristiana. El peligro es que si los países occidentales se entregan al feminismo radical, enarbolando la debilidad como bandera, reduciendo sus fuerzas armadas a meras ONG's, y convirtiendo a sus hombres en idiotas afeminados, los países que NO han sido infectados por esta enfermedad mental nos verán como presa fácil y atacarán. Ya está ocurriendo con el Islam. Los mahometanos no están invirtiendo los roles naturales del hombre y de la mujer, por lo que su sociedad mantiene vigor: su población es joven y en constante aumento. Perciben nuestra debilidad y saben que su hora llegará pronto. Con el peligro que cierne sobre Occidente, es hora de que los hombres católicos rechacemos el estigma que esta sociedad perversa proyecta sobre la masculinidad.


Debemos oponernos a toda costa a la búsqueda de igualdad entre hombres y mujeres, porque es una abominación y sólo puede traer consecuencias devastadoras para nuestra civilización. 


Hace unos 2500 años dijo esto Aristóteles:

“El macho, a menos se desnaturalice de alguna manera, es naturalmente más apto para el liderazgo que la hembra. El hombre y la mujer NO SON IGUALES y jamás lo serán” 


Hoy en día decir una cosa así suena chocante. Es una herejía para nuestro tiempo; es como decirle a un español del siglo XVI que María no era virgen en el parto. Igual que San Ignacio de Loyola estuvo tentado de matar a un moro por decir precisamente esto, el hombre del siglo XXI, al escuchar que la mujer no es igual al hombre, monta en cólera y es capaz de denunciarte a la policía por “incitación al odio”

Por esta razón y para no acabar en la cárcel, debo precisar; cuando digo que el hombre y la mujer no son iguales, no me refiero a su dignidad intrínseca como criaturas hechas a imagen de Dios. Me refiero más bien a que son diferentes; no sólo físicamente, sino también psicológicamente y espiritualmente. Los liberales que actualmente gobiernan prácticamente todos los países de Occidente usan un lenguaje equívoco, seguramente de manera deliberada, porque decir que ambos sexos son iguales es a la vez verdadero y falso; es verdadero si se refiere a una igualdad esencial, porque no podemos decir que un sexo tiene mayor valor que otro; y es falso si se refiere a una igualdad accidental, porque lo que es diferente no puede ser idéntico. Decir que hombres y mujeres son iguales en este segundo sentido, es tan necio como decir que los niños y los adultos son iguales. Evidentemente, la vida de un niño tiene el mismo valor que la de un adulto, pero ambos piensan, sienten y actúan de formas muy distintas. El truco de los liberales es que en Occidente, gracias al cristianismo, creemos en la igualdad de dignidad entre la mujer y el hombre, pero con la ambivalencia de su lenguaje, nos cuelan una idea que es radicalmente opuesta al cristianismo: que el hombre y la mujer, excepto evidentes diferencias anatómicas, son idénticos.

Está cada vez más claro, por investigaciones científicas, que el cerebro masculino es muy distinto al cerebro femenino. Ojo, no he dicho ni mejor ni peor; sólo DIFERENTE. También se ha demostrado una y otra vez que los intereses, las motivaciones y las prioridades vitales de hombres y mujeres son distintos. Por todo ello, es absurdo esperar que en todos los ámbitos de la vida haya una igualdad de resultados entre los dos sexos. Estoy a favor de dar las mismas oportunidades a todo el mundo, pero me opongo a luchar contra viento y marea en aras de una igualdad de resultados. Empeñarse, por ejemplo, en que entre los ingenieros haya el mismo número de mujeres que de hombres, es como cultivar olivos en Alaska: va en contra de la naturaleza. ¿No sería más lógico dejar que cada uno elija libremente lo que quiere hacer y aceptar los resultados? 


En los países escandinavos, donde las mujeres son más libres que en cualquier otra parte del mundo para tomar decisiones sobre su vida personal, la realidad contradice completamente la narrativa feminista. Según este estudio, cuanto mayor igualdad de oportunidades exista entre los sexos, mayor disparidad en las elecciones profesionales. Por eso en Noruega las mujeres dominan las profesiones médicas, mientras que hay poquísimas en las carreras científicas. La lección no puede ser otra: cuando dejas que cada uno elija, los sexos eligen cosas diferentes... PORQUE SON DIFERENTES

Si las diferencias entre hombres y mujeres fueran puramente anatómicas, sería difícil explicar porqué entre los mejores 100 jugadores de ajedrez sólo hay una mujer, porque a mí no me parece un juego muy físico. ¿Podría ser que el ajedrez requiere una forma de inteligencia en la que sobresalen los hombres?


En la guerra contra la masculinidad se dice que los hombres y mujeres son intercambiables. Al hombre se le sermonea, diciendo que tiene que “abrirse a su lado femenino”; tiene que ser cariñoso, conciliador, detallista y “ayudar” en casa; pero se habla poco de la importancia del padre en el hogar, sobre todo en relación con un aspecto eminentemente masculino: la autoridad. Sobre la autoridad, sabemos por las estadísticas que los niños criados en hogares donde no vive el padre tienen muchísimas más probabilidades de caer en el fracaso escolar, las adicciones y la delincuencia. A pesar de esta realidad tan evidente, desde el poder se favorece la ilegitimidad y se quita valor al matrimonio y la estabilidad de la familia. Desde que el estado ofreció sustituir al hombre como proveedor en la familia, la mujer opta cada vez más por criar hijos sin padre. Aunque a corto plazo tiene sentido (muchas mujeres están encantadas de recibir dinero y recursos por el simple hecho de parir hijos fuera del matrimonio), a largo plazo los efectos de educar a millones de niños sin padre son devastadores.

Los dogmas feministas se imponen con gran celo (¡que ya quisieran la mayoría de católicos!) y pocos se atreven a contradecirlos. Cuando algún personaje público dice algo fuera de lo políticamente correcto, casi siempre al día siguiente presenta “sus más sinceras disculpas por las ofensas ocasionadas”, por más razón que tenga. Los políticos suelen bajarse los pantalones rápidamente para evitar males mayores cuando perciben que han dicho algo demasiado polémico. Un buen ejemplo sería cuando el diputado español Toni Cantó dijo verdades sobre la llamada “violencia de género”. Se refirió a las denuncias falsas, a los 3000€ que da la Unión Europea a España por cada mujer que denuncia a su pareja, y a la indiferencia con la que se mira el maltrato hacía los hombres. Ante el aluvión de indignación fingida por parte del lobby feminista, en lugar de dar la batalla por una causa digna, el diputado pronto pidió disculpas.


La medalla de oro para el hombre político más afeminado tiene que ser para el actual presidente de Canadá, Justin Trudeau. En cada ocasión que se presenta, Trudeau hace gala de su feminismo, que en su caso es una forma de odio hacía sí mismo. No sé si es homosexual, pero a juzgar por su comportamiento y su lenguaje corporal, es evidente que sus niveles de testosterona están bajo mínimos. En la imagen abajo se puede apreciar como Trudeau adopta una postura débil (tiene las piernas cerradas y está inclinado hacía atrás) que él considera virtuosa, y sonríe como un niño, una estrategia para ganarse a otros sin tener que recurrir a la fuerza. Frente a este alarde de debilidad, Donald Trump se sienta con las piernas abiertas, inclinado hacía delante, como un macho dominante, con una cara seria.


Este auto-proclamado feminista se molestó (no se puede decir que se enfadó, porque es tan soso que sería incapaz) cuando las autoridades inmigratorias de su país dijeron que los asesinatos por honor eran bárbaros. Dijo Trudeau que esa palabra “tan peyorativa” no servía para promover la “concordia entre culturas”. Es curioso como a alguien que dice defender los derechos de las mujeres le importan más los sentimientos de los que asesinan a las mujeres por no casarse con quienes manden sus padres, que la vida misma de esas mujeres. Tiene su explicación: estamos hablando de mahometanos que asesinan a mujeres y, como buen liberal, Trudeau se arrodilla delante de la Religión de la Paz [ver imagen abajo]. El Islam, una ideología totalitaria que de verdad discrimina injustamente en contra de la mujer, es una fuerza capaz de erradicar los vestigios que quedan de cristianismo en Occidente. Por esta razón Trudeau y los de su calaña fingen no ver cualquier misoginia en el Islam, mientras protestan cada día contra el malvado “patriarcado” que ha erigido el cristianismo e inventan injusticias imaginarias cada vez más ridículas.


Trudeau, el feminista islamófilo
Si duele ver a los hombres políticos de Occidente comportarse de esta manera tan pusilánime, en la Iglesia Católica es aún más doloroso. Enfrentarse a los enemigos hasta derrotarlos, tal y como lo hicieron los grandes Papas de antaño (tengo en mente a San Pío X), es una actitud demasiado masculina para la neo-iglesia postconciliar. Ahora el Vaticano prefiere apaciguar a los que odian a la Iglesia, y una forma de hacer esto es pedir perdón, se haya cometido una ofensa o no. El que puso de moda pedir perdón para aplacar a los enemigos de Dios fue el Papa Juan Pablo II. Pidió perdón por la Inquisición, las Cruzadas, el asunto Galileo, etc. ¿Queda algún aspecto de la historia de la Iglesia Católica por la que NO pidió perdón? No voy a enjuiciar las intenciones del Santo Padre; no puedo saber con qué intención pidió perdón por tantas cosas que, lejos de avergonzarnos, deben llenarnos de orgullo. Quizás había interiorizado las mentiras del enemigo, dando por históricamente seguras las leyendas negras acerca de la Iglesia que todos conocemos. Quizás pensó que ese gesto de “humildad” serviría para caer mejor a un mundo incrédulo. No lo sé. Lo que sí constato es que tras esa claudicación, esa muestra de debilidad, que muchos disfrazan de humildad, lejos de recuperar su prestigio perdido, la Iglesia Católica tiene cada vez menos influencia en nuestra sociedad.

"San" Juan Pablo II besa el Corán
El clérigo que aspire al episcopado hoy en día tiene que recordar una sola regla: no causar problemas. Aunque sus sermones aburran hasta las piedras, aunque no levante el dedo meñique por defender la fe católica, aunque no haga nada realmente valioso por nadie; si no se mete en polémicas, si nadie se ofende, tiene todo listo para ser elegido obispo un día. Lo único que le falta es llevarse bien con la gente que mueve los hilos del Poder y saber ganarse sus favores. Igual siempre ha sido así hasta cierto punto en la Iglesia Católica. La corrupción y la mediocridad no son exclusivos de nuestro tiempo. Sin embargo, creo que generalmente el nivel del episcopado en el mundo ha bajado sustancialmente en las últimas décadas, y sospecho porqué... Según el Papa Juan XXIII, el principal objetivo del Concilio Vaticano II fue “abrir la Iglesia al mundo”. Ahora que la Iglesia se ha mundanizado tanto, es inevitable que la mentalidad del mundo se haya apoderado de los prelados; en lugar de tener siempre presente a Dios y la vida eterna, piensan constantemente en sus intereses personales y en las ganancias de este mundo.

Esta debilidad de la jerarquía católica no debe sorprender a nadie si se analiza el nuevo rito de la Misa promulgado por Pablo VI en 1969. Respecto a la Misa de siempre, los cambios van todos en la misma dirección: hacía una feminización de la Iglesia. Algunos de ellos son:

Se disimulan todos los aspectos sacrificiales; el sentido esencial de la Misa deja de ser el sacrificio de la Cruz, al hacer hincapié en la congregación de los fieles y el banquete eucarístico. 


Se eliminan las referencias militares, como en el Sanctus: "Deus Sabbaoth" (Dios de los Ejércitos) se sustituye por "Dios del Universo". La lucha denodada contra el pecado se convierte en una peregrinación por este mundo.


El sacerdote se convierte en uno más de los asistentes, al difuminarse la diferencia entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles.


Se reducen y se suavizan las referencias penitenciales.


Se sugiere la herejía de la salvación universal, olvidando la existencia del Infierno. 


Un ejemplo, donde se dice explícitamente es el Prefacio X dominical, que reza así: “Hoy, tu familia, reunida en la escucha de tu Palabra y en la comunión del pan único y partido, celebra el memorial del Señor resucitado, mientras espera el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso”.


Si a estos cambios tan desacertados añadimos posteriores avances de los modernistas, como mujeres haciendo las lecturas y distribuyendo la comunión, niñas acolitando, sermones New Age de auto-ayuda, y cantos de una cursilería insoportable, se entiende porqué la gran mayoría de hombres católicos han salido espantados de los templos. Esto lo ve claramente alguien que aún asiste a la “Misa nueva”: faltan los hombres. Dentro de poco, en las Misas de la neo-iglesia sólo quedarán mujeres, niños y maricones.

Un hombre al que admiraba me dijo una vez:

“A los débiles, trátalos con suavidad; a los fuertes, con dureza. El hombre por antonomasia, Nuestro Señor Jesucristo, cumplió esta máxima a la perfección. Cuando trataba a los niños, enfermos y marginados era dulce y cariñoso; sin embargo, cuando tenía que enfrentarse a los poderosos, los trataba con una dureza temible. Esa es la marca del hombre de verdad. No hay que buscar la confrontación, pero a veces es inevitable. Por naturaleza las mujeres huyen de la confrontación, siempre prefieren el dialogo, los pactos. Quizás es por ello que Dios quiso que en Su Iglesia mandaran hombres”.



Hoy en día lo que abunda en la Iglesia es justo lo contrario: hombres afeminados y acobardados que salen corriendo nada más avistar al enemigo, déspotas que aplastan a los pequeños y adulan a los poderosos. Podría poner muchos ejemplos, pero en aras de la brevedad, sólo ofrezco uno. Recientemente están saliendo a la luz noticias devastadoras sobre la Iglesia en China. El Cardenal Zen, todo un icono para la resistencia católica en ese país, ha denunciado en una carta al Papa Francisco que lo que ha hecho es “vender la Iglesia china” a las exigencias de los comunistas. y Roma ha accedido a las exigencias de los comunistas, todo un bofetón a los valientes mártires chinos, que han resistido y permanecido fieles desde la revolución de Mao. Ha sido como decirles: “vuestro sacrificio ha sido en vano, porque ahora cedemos ante la presión y les damos todo lo que quieren”. ¿Qué diría Nuestro Señor al partido comunista chino? ¿Acaso ante Poncio Pilato se desdijo? ¿Ante Caifás y el Sanedrín les suavizó el oído o les dijo la cruda verdad?

Resumiendo, los hombres tenemos que ser hombres y las mujeres tienen que ser mujeres, porque no somos iguales; somos diferentes y complementarios. Cuando los dos sexos vuelvan a su sitio el mundo quizás encontrará algo de cordura. Los hombres no debemos ceder ante la presión cultural de volvernos afeminados; debemos ser orgullosos de lo que somos y cultivar las virtudes masculinas. La crisis en Iglesia Católica tiene mucho que ver con la crisis general de la masculinidad en Occidente. Para empezar, un buen remedio sería suprimir el nefasto nuevo rito de la Misa y reinstaurar la tradicional, que tan buenos frutos ha dado a lo largo de tantos siglos. Dondequiera se dice la Misa tradicional acuden multitud de hombres deseosos de entregarse a Dios como soldados de Jesucristo.




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