Por primera vez en décadas, Brasil ha elegido a un presidente de derecha cuyas creencias están en marcado contraste con el socialismo (junto al robo legalizado) que ha dominado la política brasileña.
Por Arthur Schaper
El presidente Jair Bolsonaro se apuró en poner fin a los “negocios” de muchas maneras. Permitiría a los ciudadanos brasileños respetuosos de la ley poseer armas de fuego. Prometió acabar con la delincuencia desenfrenada y la actividad de pandillas. Al igual que el presidente Trump, juró trasladar la embajada de Brasil en Israel a Jerusalén. Todas estas promesas conservadoras son asombrosas, y esperemos que las cumpla.
Sus promesas de campaña más conmovedoras, desconocidas en el mundo occidental de hoy, se basaron en temas pro-familiares. En realidad hizo campaña como un “homofóbico orgulhoso” (homófobo orgulloso). No en vano, los medios de comunicación tradicionalmente progresistas se volvieron histéricos. Como informa The Guardian:
En casi tres décadas como congresista, Jair Bolsonaro nunca ha ocultado su disgusto por los gays. “Sí, soy homofóbico, y estoy muy orgulloso de ello”, proclamó una vez.
En una entrevista del año 2013 con Stephen Fry -que el actor británico más tarde llamó “una de las confrontaciones más escalofriantes que he tenido con un ser humano”- Bolsonaro afirmó que “los fundamentalistas homosexuales están lavando el cerebro a los niños heterosexuales para volverlos gays y lesbianas para satisfacerlos sexualmente en el futuro”. Bolsonaro declaró: “A la sociedad brasileña no le gustan los homosexuales”.
Su posición no solo sería desconocida para los Estados Unidos, sino que un político así se vería obligado a entrar en un rincón oscuro, para no volver a emerger nunca más en la política. Los Gobernadores “conservadores” en los Estados Unidos han cedido a la intimidación corporativa, incluidas amenazas ridículas para boicotear sus estados, después de simplemente firmar una ley de sentido común para proteger la libertad religiosa o garantizar la seguridad y la privacidad de las mujeres y los niños en los baños.
En Canadá, tal político probablemente enfrentaría multas, juicios o incluso encarcelamiento. Allí, los ciudadanos están soportando tal persecución en sus propios países “libres y occidentales” precisamente porque se expresan en contra de la agenda LGBT, y en términos mucho más suaves que lo hace Bolsonaro. Otros candidatos políticos se comprometieron a abolir el matrimonio gay, como Marine Le Pen de Francia, pero incluso ella se mostró reticente al respecto, y finalmente perdió.
Algunos defensores podrían tachar la retórica contundente de Bolsonaro como eso... mera retórica. Después de todo, Bolsonaro aseguró a los votantes que gobernaría por el bien de todos los brasileños. Al mismo tiempo, condenó con razón a todo el movimiento LGBT como un grupo de personas llenas de “autocompasión”, o más precisamente, definidas por su “victimización”. Esta táctica de victimizarse de la izquierda LGBT se ha utilizado con éxito para acosar a las estructuras legales y culturales de la mayor parte del mundo occidental.
Sin embargo, estas tácticas fallaron en Brasil, y Bolsonaro ganó por un impresionante 55,13 %. Curiosamente, el 29% de los homosexuales votaron por Bolsonaro para evitar otro gobierno corrupto y socialista. Además, el matrimonio gay ya es legal en Brasil, pero eso no impidió que el recién elegido presidente se pronunciase en contra de toda la ideología y los estilos de vida relacionados con ella.
De hecho, se presentó como un “Homofóbico orgulloso” y aún así, ganó. Después de su juramento, el nuevo presidente conservador anunció sus objetivos y compromisos:
Unir a la gente, rescatar a la familia, respetar las religiones y nuestra tradición judeocristiana, combatir la ideología de género y conservar nuestros valores.
¡Imagínese si los ciudadanos escucharan hablar sobre eso al presidente Trump, al primer ministro Trudeau o incluso al presidente francés Emmanuel Macron!
Pocas horas después de su asunción, Bolsonaro emitió una orden ejecutiva en la cual los homosexuales, transexuales y demás personajes ya no recibirían derechos especiales bajo la Comisión de Derechos Humanos. Este es el tipo de movimiento audaz que necesitan los conservadores de todo el mundo para proteger los derechos naturales de todos, la familia nuclear y la estabilidad de la nación.
Afortunadamente, Bolsonaro no es el único funcionario que se resiste a la presión políticamente correcta para proteger los comportamientos LGBT como un “derecho civil”. Otros al menos están dando pequeños pasos en esa dirección. El presidente Trump ha revertido el reconocimiento al activismo homosexual y su historia en su Administración. Su secretario del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, el Dr. Ben Carson, rechazó la concesión de “derechos especiales” a cualquier grupo. El nuevo gobernador de Florida, Ron DeSantis, eliminó las protecciones LGBT como otra categoría para la protección contra la discriminación.
Pero la retórica y la acción de Bolsonaro han sido las más audaces hasta ahora. ¿Por qué este candidato tuvo éxito en Brasil con una plataforma anti-LGBT tan audaz? En un sentido más amplio, ¿por qué no ha surgido este fuerte rechazo a los lobbys homosexuales y a favor de la familia en otros países occidentales?
Quizás haya una conexión de la victoria en Brasil con el surgimiento de líderes guerreros culturales conservadores en Europa del Este: los partidos populistas de derecha ganan las elecciones y expanden sus mayorías de gobierno.
Estas razones explican estas tendencias electorales pro-familia:
Brasil, Hungría y Polonia tienen experiencia directa con la aplastante tiranía del socialismo. La corrección política patrocinada por el estado que monitoreaba con dureza lo que la gente podía pensar, y mucho menos decir o escribir, nunca ha dejado la conciencia corporativa de estos compatriotas.
El fervor religioso en estos países ha resurgido o ha sido restaurado como una fuerte represalia contra el secularismo imperioso que trajeron décadas de gobierno socialista.
Las corporaciones y los hombres de negocios adinerados en Occidente han sido los principales impulsores de esta destructiva agenda LGBT. Considere a Tim Cook de Apple, George Soros, Tim Gill y Paul Singer que invierten millones en políticos y activismo pro-gay. En contraste, el gobierno de Brasil ha controlado la mayoría de las industrias, y hay muchos menos multimillonarios independientes para incursionar en la ingeniería social a través de la política.
Las universidades no son tan influyentes en estas regiones. La mayor parte de esta degradación cultural ha salido de universidades de cuatro años de alto precio en Estados Unidos, Canadá y Europa Occidental. En Brasil, la mayoría de la gente está luchando por sobrevivir, y las universidades no tienen ni el tiempo ni los recursos para propagar la propaganda esotérica pro-LGBT.
El estado emocional de Europa del Este tras la migración masiva irresponsable y el colapso económico en países latinoamericanos como Brasil han consumido tanto a los votantes que agradecen un completo retorno a la normalidad, que incluye una restauración del matrimonio natural y la familia.
Una cosa es segura: con líderes tan audaces como Bolsonaro hablando inequívocamente en contra de la naturaleza destructiva de la homosexualidad y sus comportamientos, más líderes y ciudadanos se reúnen con coraje para decir la verdad sobre la agenda LGBT y encontrar los recursos y el sentimiento popular para apoyar su lucha por la fe, la familia y la libertad.
Con suerte, para que eso suceda en los Estados Unidos, Canadá o Europa, las dinámicas económicas y políticas no tendrán que hundirse a un nivel tan caótico como lo habían hecho en Brasil.
Arthur Schaper es el Director de Organización de MassResistance
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