jueves, 7 de marzo de 2019

EL DESTRUCTOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, A LOS ALTARES

Arrupe en actitud `budista´ 
La deriva de este pontificado, que honra y beatifica a curas izquierdistas a más no poder, llegará, si Dios no lo impide, a elevar a los altares a curas maricas.

Por María Ferraz


Una muestra que escenifica lo que pasa por la mente de estos perturbados es el viaje de Francisco hace unos años, para enfatizar en todo el orbe, el ejemplo de no sé qué sacerdote italiano conocido por escribir cartas con referencias a la propia fantasía`pederástica´.

Pero por el momento tenemos a un Arrupe camino de convertirse en un santo de altar.

El jesuita Pedro Miguel Lamet, escribe en Religión Digital 3-2-19: "Finalmente parece que ha llegado "la hora" de Pedro Arrupe. El 5 de febrero, aniversario de su muerte, se abrió el proceso en San Juan de Letrán, un primer paso hacia los altares, donde ya lo teníamos muchos situado como verdadero santo"

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Comentó sobre Arrupe el blog `La Cigüeña De La Torre´ El 28 mayo, 2016:

No es el P. Arrupe santo de mi devoción. Lo considero el principal responsable de la tremenda crisis que ha sufrido la Compañía de Jesús y que la hace irreconocible respecto a lo que fue desde su fundación por San Ignacio de Loyola hasta la llegada de este otro vasco que hundió a la que seguramente fue la orden religiosa que más gloria dio a la Iglesia y que hoy todavía no se ha recuperado de aquel nefasto P. General que la ha sumido en la contestación y en el riesgo cierto de desaparecer al menos en Europa. Tras su mandato, el de dos sucesores, una intervención pontificia del gobierno de la Compañía, la pérdida de más de la mitad de los que fueron, los 36.000 que se encontró son hoy 16.000, y con una media de edad en Europa de más de 70 años, el futuro de los jesuitas en el primer mundo, sin apenas vocaciones y con numerosos fallecimientos cada año, es verdaderamente problemático. Y todo ello se gestó bajo el mandato de este español sin que nadie después haya sido capaz de recomponerlo. Y se está llegando a extremos en los que en algunos lugares, España entre ellos, parece ya casi imposible una recomposición.
Pese a lo dicho Arrupe goza de una aureola mítica, propiciada por no pocos jesuitas de su línea, que ocultan tan descomunal hundimiento y nos presentan al que fue P. General como dechado de virtudes y de geniales iniciativas de las que la Compañía y hasta la Iglesia son deudoras y que nunca agradecerán bastante. Y ese concepto, en mi opinión totalmente falso, se ha extendido de modo tal que es hoy el que impera pese a tanto dato objetivo que lo destruye.
De ahí mi sorpresa al leer las páginas que le dedica el sacerdote valenciano Vicente Cárcel Ortí en su extensísimo libro Pablo VI y España (BAC, Madrid, 1997, 1049 pgs, más algunas de fotografías).
(...) No duda en las calificaciones e introduce la cuestión señalando “la profunda crisis interna que vivieron los hijos de San Ignacio durante el pontificado de Pablo VI, que coincidió en gran parte con el generalato del padre Arrupe”
(pg. 627).
“El 21 de febrero de 1969, un grupo formado por 22 jesuitas, en buena parte de la Universidad de Comillas, por medio del cardenal Arcadio María Larraona, prefecto de la Congregación de Religiosos, enviaron a Pablo VI una carta en la que afirmaron que la dirección de la Compañía de Jesús favorecía el aumento de la tendencia a la insubordinación doctrinal y práctica; lamentaban la creciente “insumisión” al magisterio ordinario del Papa, a las enseñanzas y disposiciones de la Jerarquía; la inseguridad doctrinal y la excesiva libertad de opinión; la audacia en la doctrina moral; la desnaturalización del apostolado social; nuevos conceptos de obediencia, de castidad y de pobreza; naturalismo, psicologismo, abandono continuo de las prácticas ascéticas; graves arbitrios litúrgicos y acciones para reducir la congregación religiosa a instituto secular” (pg. 628). Y pedían la división de la Compañía (pg. 628).
Tarancón, entonces cardenal arzobispo de Toledo fue consultado por la Secretaría de Estado respecto a la división y se mostró absolutamente contrario (pg. 629). Sin embargo, consultado por la Santa Sede el Episcopado español, 38 obispos fueron favorables a la separación, 9 a la separación “iuxta modum”, 7 se abstuvieron y 23 se mostraron contrario (pg. 630).
“El P. Arrupe acusó el golpe y lamentó ante la Santa Sede el 7 de marzo de 1970 que tanto la intervención personal de Mons. Morcillo como la del Episcopado español habían desautorizado completamente al prepósito general y a la Curia generalicia ante la Compañía” (pg. 631).
“Pablo VI trató personalmente con el P. Arrupe el problema para buscar soluciones, junto con la Sagrada Congregación de Religiosos y la Secretaría de Estado. El P. Arrupe era contrario a la eventual institucionalización de una comisión que examinara la situación de la Compañía de Jesús, ya que con dicha comisión, la autoridad del prepósito general y de los provinciales quedaría nuevamente y más profundamente sacudida, con las consecuencias que sería fácil prever” (pg. 631). Y ofrecía el gobierno normal de la Compañía para secundar lo que el Papa dispusiese.

Pablo VI y la Secretaría de Estado dieron seguridades a Arrupe de que no se quería intervenir el gobierno de la Compañía pero le reclamaron que informase sobre las medidas que se fueran tomando para corregir los abusos que se habían señalado (pgs. 632-633).

“La reacción del P. Arrupe (…) consistió en dirigir una circular a todos los miembros de la Compañía en España (…) que dejaba un tanto en la sombra las advertencias relativas a los aspectos negativos indicados en la carta del cardenal (masón) Villot y parecía afirmar que la separación de las provincias había sido rechazada categóricamente por el Papa. En una audiecia concedida al P. Arrupe el 30 de abril de 1970, el cardenal Villot tuvo que manifestarle su descontento por la interpretación que él había hecho de su audiencia con el Papa.

Al día siguiente, 1º de mayo de 1970,  el P. Arrupe escribió a Pablo VI para explicarle el contenido de su circular del 27 de marzo, que consideraba un primer paso de todo lo que debía hacerse según los deseos de la Santa Sede”
(pgs. 633-634).

En mayo Arrupe visitó España y “definió a los firmantes de de la súplica del 21 de febrero de 1969 como “perturbadores” y merecedores de ser expulsados de la Compañía” (pg. 634) contra o manifestado por Roma respecto a la libertad de recurrir a la Santa Sede.

“Entre tanto, comenzaban a levantarse voces muy autorizadas que denunciaban la gravedad de la situación interna de la Compañía (…) que no podía ser salvada ni con una nueva congregación general ni con un nuevo prepósito general, ya que había perdido su espíritu primitivo. Algunos jesuitas, desde Francia, denunciaban que la Compañía, sin haber hecho una declaración oficial contra la fe cristiana, caminaba a ritmo acelerado hacia un secularismo integral, es decir, hacia el ateísmo. Los principales superiores franceses estaban completamente dominados por el pequeño grupo apoyado por un asistente, que desde hacía cinco años tenía todo en su mano” (pg. 634). 


Una vez más la resistencia de Cárcel a dar nombres. Y el de ese asistente era obligado aunque muchos supieran entonces de quien se trataba.

En junio de 1970 se celebró en Roma una reunión de los provinciales españoles. “La santa Sede deseaba que a dicha reunión asistiera el vicario general de la Compañía, P. Swain, para que hubiese controlado de alguna forma al general, pero dicho padre fue llamado a la mencionada reunión de los provinciales cuando ya había terminado” (pg. 634).


“La crisis de la Compañía era cada vez más amplia y profunda” (pg. 635). “Y los superiores eran escogidos entre los fautores de la nueva tendencia. Las declaraciones de fidelidad a la Iglesia quedaban con frecuencia en contradicción con los hechos” (pg. 635). “En este sentido eran preocupantes el intento de dar nuevas interpretaciones del voto especial de obediencia al Papa y las múltiples violaciones de la adhesión fiel al magisterio pontificio. A esto se unía el influjo siempre creciente de secularizaciones de jesuitas a los cuales los superiores habían encomendado cargos de grave responsabilidad; permanecían en sus puestos profesores y formadores no ortodoxos doctrinalmente; causaban sorpresa ciertos nombramientos y ceses; la decadencia disciplinar, a nivel religioso y litúrgico, era cada vez mayor” (pg. 635).


Lo cierto es que las quejas seguían llegando a Roma y no se atisbaba el menor síntoma de rectificación (pgs. 636-639). Y así hemos llegado hasta hoy. Enfermedad de Arrupe, intervención pontificia de la Compañía, generalatos de Kolvenbach y Nicolás, el primero mejor intencionado y el segundo pésimo… Y los jesuitas siguen siendo, cada año que pasa, menos y mayores.


El análisis de Cárcel es durísimo, cosa rara en él. Y pienso que en buena parte muy exacto. A fines de este año una nueva congregación general nombrará sucesor al actual prepósito Nicolás. Me temo que será más de lo mismo. Tal vez más moderado porque tan inútil me parece imposible. Y en Europa e Hispanoamérica pienso que ya de imposible recomposición. En España entra sobre media docena al año, y habrá que ver cuantos perseveran, y se mueren cuatro docenas. Y eso irá a más dado el número de octogenarios y nonagenarios. Pues ese es el panorama.


Cárcel nos dejó una imagen cuando acababa el siglo anterior. No ha mejorado nada hoy. Salvo tal vez en que los peores de la época de Arrupe han desaparecido ya en su mayoría. Pero sigue habiendo morlacos de lidia imposible. 


Tal vez cuando los jesuitas sean poco más de 10.000, y no del primer mundo en su mayoría, quepa una restauración. Dios lo quiera. Y que no nos depare a otro español en el generalato. Y menos si ha pasado por Japón. Que debe tener aires mefíticos. Óptimos los tres primeros pero después España parece que se agotó. ¿Optarán por un argentino? Yo lo preferiría negro. O vietnamita. Pero mis preferencias no valen nada y hasta nos puede salir un Arrupe bis africano o indio. Entonces, adiós Compañía de Jesús. No hay institución que aguante dos Arrupe o dos Nicolás. Y tan seguidos.


Religion, la Voz Libre



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