lunes, 18 de marzo de 2019

RESACA DEL #8M: LA INTOLERANCIA DE LAS TOLERANTES


Las feministas radicales no son muy congruentes: piden libertad de expresión, pero silencian a quienes no piensan como ellas; buscan libertad, pero les gustaría que los que no aprueban su ideología estuvieran presos.

Por Rubén Navarro

El viernes 8 de marzo se celebró el llamado Día Internacional de la Mujer, anteriormente conocido como el día de la Mujer Trabajadora. La iniciativa podría tener aspectos positivos y buscar una igualdad real en deberes y derechos, tendría mucho más apoyo. Podría, por ejemplo, buscar una igualdad en el acceso al trabajo, en evitar la discriminación de la mujer embarazada, en la protección de la mujer como madre, o en promocionar un reparto de las tareas familiares o del hogar. Lamentablemente, es utilizada por el feminismo radical y la ideología de género para promover una agenda excluyente y radical, cueste lo que cueste y recurriendo a la violencia cuando y tanto como sea necesario.

El manifiesto y las manifestaciones convocadas el pasado viernes 8 de marzo provenían de una llamada "comisión feminista 8 de marzo" y el lema era #HaciaLaHuelgaFeminista2019.

Entre las proclamas estaban aquellas de “volver a la carga”, la de convocar una huelga feminista de 24 horas, el tejer redes y poner en marcha procesos de contagio para llegar a la huelga y movilización para visibilizar las denuncias y exigencias.

Se definían como antirracistas y antimilitaristas que están en contra de los “Estados autoritarios y represores que imponen leyes mordaza y criminalizan la protesta y la resistencia feminista”.

Es interesante la mención a los “Estados autoritarios y represores”. Es interesante y digna de estudio puesto que el feminismo y la ideología de género suelen atacar las libertades y derechos de otros ciudadanos, en el propio país y en el exterior. Hacen precisamente aquello que critican en otros. Su fin se presenta como teóricamente bueno, pero acaban limitando y restringiendo varias libertades como la de expresión, la de asociación o la de manifestación.

Hoy en día ciertas asociaciones llamadas "feministas" obtienen el apoyo y subvenciones de millones de euros de grandes ONGs, de gobiernos y de partidos políticos irresponsables pese a que entre sus mensajes se hallen mensajes violentos. No es infrecuente encontrar en manifestaciones feministas como las del 8 de marzo pancartas con lemas como “Machete al machote”, “hetero muerto abono pa mi huerto”, “muerte al heteropatriarcado” o “mi cuerpo, mi decisión”.

En las últimas semanas HazteOir.org ha desarrollado una campaña que denuncia la “imposición de la ideología de género, el feminismo supremacista y las leyes hechas a su medida para adoctrinar a toda la sociedad y castigar al hombre”. En la campaña se pide que las leyes ideológicas que adoctrinan “se cambien por otras que de verdad protejan a las víctimas de cualquier violencia, sea cual sea su sexo, y protejan también a los menores del adoctrinamiento ideológico en las escuelas”.

Aquellos que hayan visto las reacciones contra el bus de la campaña de HazteOir.org sabrán que el feminismo radical ha respondido con odio y violencia, sin importarle vulnerar principios o libertades fundamentales.

Llevo desde 2011 participando en reuniones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra y he visto mujeres y asociaciones que pedían una igualdad real, un reconocimiento del rol de la mujer en la sociedad y una igualdad de derechos en aquellos países donde no los hay. No obstante, en muchas ocasiones, ONGs de feministas radicales ultra subvencionadas han expuesto que los mayores problemas en el mundo son la falta de matrimonio homosexual, el que no exista un aborto legal y pagado por el estado o la falta de promoción en las escuelas de un currículo a favor de la diversidad sexual.

En la sede del Consejo de Derechos Humanos de Ginebra leí el 8 de marzo un discurso en el que se denunciaban las imposiciones de la ideología de género y el feminismo supremacista al tiempo que se pedía a los organismos internacionales, a la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a los relatores especiales de la libertad de opinión y expresión y al de asociación y manifestación que protejan estos derechos y libertades fundamentales de forma efectiva.

En el discurso había precisamente una denuncia de la intolerancia de algunas asociaciones feministas y de la ideología de género que quieren limitar la libertad de expresión, la libertad de asociación y la libertad de movimiento. Apenas unos segundos después de que terminé de leer el discurso vino una señora hacía mí y me increpó delante de las cámaras. Me dijo que como mujer sentía asco, que se alegraba de que el bus ya no podía entrar en Cataluña (porque lo habían detenido y dañado violentamente grupos de feministas radicales) y se volvió a ir rápidamente. Increpar a alguien en la sede del Consejo de Derechos Humanos, en un órgano multilateral que pretende ser garante y ejemplo de democracia y el mostrar acuerdo con métodos violentos supone como mínimo un ejercicio de la libertad de expresión que cercena de manera intolerable la libertad de opinión y expresión de otros.

Como vemos las feministas radicales no son muy congruentes: piden libertad de expresión, pero silencian a quienes no piensan como ellas; buscan libertad, pero les gustaría que los que no aprueban su ideología estuvieran presos; critican las leyes mordaza, al tiempo que amordazan a quien ose disentir.


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