jueves, 20 de julio de 2023

TODO LO SÓLIDO SE FUNDE EN EL AIRE

La revolución tecnológica ha socavado la alfabetización, lo sobrenatural y la sexualidad, ya que impulsó los apetitos de los consumidores y erosionó los hábitos de propiedad responsable y participación política madura.

Por Francis X. Maier


La alfabetización impresa y la propiedad de bienes anclan la libertad humana. De ambas se puede abusar, por supuesto. Las mentiras impresas pueden matar. Poseer cosas y querer más de ellas puede convertirse fácilmente en codicia. Pero la propiedad personal razonable de cosas como una casa, herramientas y tierras nos enseña madurez. Aumenta la capacidad de acción de una persona y, por lo tanto, su dignidad. Nos asienta en la realidad y nos hace partícipes del mundo, porque si no mantenemos y protegemos lo que tenemos, lo perdemos, a menudo con un gran costo personal. La palabra impresa, por su parte, alimenta nuestra vida interior y refuerza nuestra capacidad de razonar.

Juntas hacen que las personas sean mucho más difíciles de engañar y controlar que las unidades humanas de consumo que flotan libremente. Por eso, la generalización de la propiedad individual -o la ausencia de ella- tiene grandes implicaciones culturales y políticas, algunas de ellas claramente infelices.

Menciono esto porque me he ganado la vida con la palabra impresa. Y se me ocurrió (tardíamente, en 2003) que, aunque soy dueño de la escalera de mi garaje, del martillo y la llave inglesa de mi trastero, e incluso de la mesa donde tengo mis artefactos electrónicos y mi computadora con la que trabajo, no soy dueño del software que la hace funcionar o que me permite escribir. Microsoft o Apple lo son, dependiendo del portátil que utilice... y no me di cuenta de eso mientras jugaba a algunos videojuegos.

Lo que finalmente llamó mi atención, hace exactamente 20 años, fue The dotCommunist Manifesto (El Manifiesto puntoComunista), del profesor de Derecho de la Universidad de Columbia Eben Moglen. He aquí una parte del contenido:
Un espectro acecha al capitalismo multinacional: el espectro de la información libre. Todos los poderes del "globalismo" han entrado en una alianza impía para exorcizar el espectro: Microsoft y Disney, la Organización Mundial del Comercio, el Congreso de Estados Unidos y la Comisión Europea.

¿Dónde están los defensores de la libertad en la nueva sociedad digital que no han sido tachados de piratas, anarquistas o comunistas?  ¿No hemos visto que muchos de los que lanzaban esos epítetos no eran más que ladrones en el poder, cuyo discurso sobre la "propiedad intelectual" [derechos] no era más que un intento de conservar privilegios injustificables en una sociedad que cambiaba irrevocablemente?

En todo el mundo, el movimiento por la información libre anuncia la llegada de una nueva estructura social, nacida de la transformación de la sociedad industrial burguesa por la tecnología digital de su propia invención ... La burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción, y con ello las relaciones de producción, y con ellas todas las relaciones de la sociedad. La revolución constante de la producción, la perturbación ininterrumpida de todas las condiciones sociales, la incertidumbre y la agitación eternas, distinguen a la época burguesa de todas las anteriores. Todo lo sólido se funde en el aire.
Y así sucesivamente. El resto es cantinela marxista estándar, adaptada a la era digital. Pero para mí era, y sigue siendo, una prosa convincente. Y eso a pesar de que el Manifiesto Comunista original condujo a regímenes asesinos y al sufrimiento masivo, y a pesar de que el sueño del profesor Moglen de abolir la "propiedad intelectual" acabaría con la fuente de ingresos de mi familia y con toda una clase de escritores más o menos independientes.

Lo que sí vio Moglen, antes y con más claridad que muchos otros críticos, fue el lado oscuro de la revolución digital moderna. Microsoft, Apple, Google y otras empresas similares han creado una amplia gama de herramientas maravillosas para la medicina, las comunicaciones, la educación y el comercio.

Estoy escribiendo estas palabras con una de esas herramientas. También han desencadenado una agitación cultural que ha dado lugar a la fragmentación social y a amargos antagonismos. Su efecto dominó ha socavado las humanidades y la alfabetización impresa, ha oscurecido lo sobrenatural, ha confundido nuestra sexualidad, ha hipercargado la industria del porno y ha alimentado el apetito consumista, erosionando al mismo tiempo los hábitos de propiedad responsable y participación política madura.

Prometieron una nueva era de expresión individual y empoderamiento. La realidad que ofrecieron, en palabras de un amigo constitucionalista, es la siguiente: 
"Una vez que se emprende el camino de la libertad, hay que frenar sus excesos. Y es que demasiada libertad conduce a la fragmentación, y la fragmentación conduce inevitablemente a una centralización del poder en el gobierno nacional. Por eso hoy en día, nosotros, el pueblo, no somos realmente soberanos. Ahora vivimos en una especie de oligarquía tecnocrática, con la aglutinación de enormes riquezas en un grupo muy reducido de personas".
Nada en la revolución tecnológica actual predica la "moderación".

Soy un capitalista católico. También soy, a pesar de lo anterior, tecnófilo. El sistema económico estadounidense fue muy bueno con mis abuelos inmigrantes. Sacó a mis padres de la pobreza. Ha permitido a mi familia experimentar cosas buenas inimaginables para mis bisabuelos. Pero no tengo ningún interés en hacer que las grandes corporaciones -cada vez más hostiles a las creencias cristianas- sean aún más obscenamente rentables y poderosas.

Así que, inmediatamente después de leer ese texto de Eben Moglen hace dos décadas, me deshice de mis sistemas operativos de Microsoft y Apple.  Me convertí en un fanático del Software Libre. Incluso comencé a utilizar Linux, un sistema operativo libre con software libre en gran parte no contaminado por las grandes tecnológicas.

Y ahí conocí la CLI: la "interfaz de línea de comandos". La mayoría de los ordenadores actuales, incluso los que ejecutan Linux, utilizan una agradable GUI, o interfaz gráfica de usuario.  Es el escritorio atractivo y de fácil acceso que primero te saluda en la pantalla. También es un fraude amistoso, porque la forma en que las máquinas operan y "piensan" es muy, muy diferente de la forma en que los humanos imaginan, sienten y razonan.

En 2003, aprender Linux implicaba normalmente la CLI: una tediosa introducción línea a línea de comandos para una lógica de máquina precisa, implacable y ajena. Esa misma lógica y sus implicaciones, enmascaradas por una soleada GUI, vienen ahora con todos los ordenadores del planeta.

Supongo que estoy diciendo esto: Obtienes lo que pagas. Y a veces es más y diferente de lo que pensabas. La revolución tecnológica no va a desaparecer. Acaba de empezar. Y justo a tiempo, como dijeron Marx y Moglen, "todo lo sólido se funde en el aire".  Excepto Dios. Pero claro, tenemos que pensar y actuar como si nos lo creyéramos.





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