Ese día se celebraba el cuarto centenario del nacimiento del gran fundador de la herejía protestante (10 de noviembre de 1483).
Lutero dividió a la Iglesia y a Europa. Esta división dio lugar a gravísimas guerras de religión que duraron décadas.
La población esperaba al emperador alemán Guillermo I, que debía presidir las solemnidades.
A la futura Beata no le interesaba el alboroto y su único deseo era encontrar una iglesia donde poder visitar al Santísimo Sacramento y rezar.
Las iglesias estaban cerradas y ya era de noche.
En la oscuridad localizó una con las puertas cerradas, pero se arrodilló en la escalinata.
Debido a la falta de luz, no se dio cuenta de que la iglesia no era católica, sino protestante.
Mientras rezaba, su ángel de la guarda se le apareció y le dijo:
- “Levántate porque este es un templo protestante”.
Y añadió:
- “Quiero hacerte ver el lugar donde Martín Lutero fue condenado y la pena que sufre como castigo por su soberbia”.
Tras estas palabras, la santa monja vio un horrible vórtice de fuego, en el que un número incalculable de almas eran cruelmente atormentadas.
En el fondo de este abismo devorador había un hombre: Martín Lutero.
Se distinguía de los demás porque estaba rodeado de demonios que le obligaban a arrodillarse.
Todos estos espíritus inmundos equipados con martillos se esforzaban en vano por clavarle un gran clavo en la cabeza.
La monja pensó que si los asistentes a la fiesta veían aquella dramática escena, seguro que no rendirían homenaje, recuerdo, conmemoración y celebración a semejante personaje.
Desde entonces, Sor Serafina, siempre que se presentaba la ocasión, exhortaba a sus hermanas de religión a vivir en la humildad y el olvido de los demás.
Estaba convencida de que Martín Lutero estaba condenado al Infierno, sobre todo a causa del primer pecado capital: la soberbia.
La soberbia le hizo caer en el pecado capital y le llevó a la rebelión abierta contra la Iglesia católica.
Su mal comportamiento moral, su actitud de rebelión contra el Papado y su predicación de malas doctrinas pesaron en la desviación de muchas almas superficiales y mundanas que cayeron en la perdición eterna.
Lutero dividió a la Iglesia y a Europa. Esta división dio lugar a gravísimas guerras de religión que duraron décadas.
La población esperaba al emperador alemán Guillermo I, que debía presidir las solemnidades.
A la futura Beata no le interesaba el alboroto y su único deseo era encontrar una iglesia donde poder visitar al Santísimo Sacramento y rezar.
Las iglesias estaban cerradas y ya era de noche.
En la oscuridad localizó una con las puertas cerradas, pero se arrodilló en la escalinata.
Debido a la falta de luz, no se dio cuenta de que la iglesia no era católica, sino protestante.
Mientras rezaba, su ángel de la guarda se le apareció y le dijo:
- “Levántate porque este es un templo protestante”.
Y añadió:
- “Quiero hacerte ver el lugar donde Martín Lutero fue condenado y la pena que sufre como castigo por su soberbia”.
Tras estas palabras, la santa monja vio un horrible vórtice de fuego, en el que un número incalculable de almas eran cruelmente atormentadas.
En el fondo de este abismo devorador había un hombre: Martín Lutero.
Se distinguía de los demás porque estaba rodeado de demonios que le obligaban a arrodillarse.
Todos estos espíritus inmundos equipados con martillos se esforzaban en vano por clavarle un gran clavo en la cabeza.
La monja pensó que si los asistentes a la fiesta veían aquella dramática escena, seguro que no rendirían homenaje, recuerdo, conmemoración y celebración a semejante personaje.
Desde entonces, Sor Serafina, siempre que se presentaba la ocasión, exhortaba a sus hermanas de religión a vivir en la humildad y el olvido de los demás.
Estaba convencida de que Martín Lutero estaba condenado al Infierno, sobre todo a causa del primer pecado capital: la soberbia.
La soberbia le hizo caer en el pecado capital y le llevó a la rebelión abierta contra la Iglesia católica.
Su mal comportamiento moral, su actitud de rebelión contra el Papado y su predicación de malas doctrinas pesaron en la desviación de muchas almas superficiales y mundanas que cayeron en la perdición eterna.
Vida de María Serafina del Sagrado Corazón
Clotilde Micheli (Imer, 11 de septiembre de 1849–Faicchio, 24 de marzo de 1911), es conocida por su nombre religioso María Serafina del Sagrado Corazón, fue una religiosa católica italiana, fundadora de la Congregación de las Hermanas de los Ángeles.
Clotilde Micheli nació en el seno de una familia católica practicante. Sus padres fueron Domingo Micheli y Ana María Orsingher. Desde muy joven, Clotilde tuvo revelaciones y experiencias místicas. En una de esas experiencias sintió el llamado a fundar una Congregación Religiosa con el objetivo de adorar a la Santísima Trinidad, tomando como modelos de oración y servicio a la Virgen María y a los Ángeles. Se trasladó a Venecia, para buscar asesoramiento espiritual de Domenico Agostini, futuro patriarca de la ciudad, quien le animó a seguir su proyecto de fundación.
En 1867 Clotilde Micheli se mudó a Padua, donde vivió hasta 1876, bajo la guía espiritual de Angelo Piacentini. A la muerte del Piacentini en el 1876, Clotilde se fue a Castellavazzo (Belluno) donde el Arcipreste Gerolamo Barpi puso a su disposición un antiguo convento para la nueva fundación. Aun así, Micheli se trasladó a Alemania, donde permaneció por siete años, trabajando como enfermera en el hospital de las Hermanas Isabelinas. A la muerte de su padre (1885) regresó a Imer, desde donde inició una peregrinación a pie hacia Roma, junto a una de sus primas de nombre Judith. Estando en Roma, conoció a las Hermanas de la Caridad Hijas de la Inmaculada (Inmaculadinas), de reciente fundación. Ingresó a dicho Instituto y tomó el nombre de Anunciata.
En 1891, Anunciata abandonó la congregación, se mudó a Nocera Inferiore, donde en el barrio de Casolla, el 29 de junio de 1891, inició la fundación de las Hermanas de los Ángeles Adoratrices de la Santísima Trinidad. El día de la profesión en el nuevo instituto, Anunciata cambió su nombre por María Serafina del Sagrado Corazón. Como fundadora y primera guía de la Congregación, María Serafina se dedicó a la expansión de la misma. En una de sus últimas fundaciones, en la ciudad de Faicchio, murió el 24 de marzo de 1911.
María Serafina del Sagrado Corazón gozó de fama de Santa, sobre todo en los últimos años de su vida. Fama que aumentó luego de su muerte. Por ello, las Hermanas de los Ángeles iniciaron la causa de su beatificación, con la aprobación de la Santa Sede, el 9 de julio de 1990. El 3 de julio de 2009, Benedicto XVI reconoció sus virtudes en grado heroico, lo que permitió que en la Iglesia Católica se le reconociera el título de Venerable. En 2010, el mismo pontífice decretó la aprobación del milagro que llevó a María Serafina a los altares.
El 28 de mayo de 2011, aún bajo el pontificado del papa Benedicto, el cardenal Angelo Amato celebró el rito de beatificación de María Serafina, en el campo deportivo de Faicchio.
Sus reliquias son veneradas en la iglesia de las Hermanas de los Ángeles, María Santísima del Carmelo de Faicchio. Su fiesta se celebra el 28 de mayo, el martirologio romano recoge su memoria el 24 de marzo y las adoratrices trinitarias veneran su memoria con rango de fiesta.
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