domingo, 7 de marzo de 2021

TOMANDO MATE CON LUTERO

Hace algunos días se conoció un adelanto del libro del médico y periodista argentino Nelson Castro titulado “La salud de los Papas” y editado por Sudamericana. Aparece allí parte de la entrevista que le concedió Francisco y en la que habla de sus problemas de salud. 


Se leen textos como los siguientes: “Francisco habló también de sus neurosis, a las que describió como una mezcla de ansiedad y de tristeza, y afirmó que “hay que cebarles mate” y “acariciarlas también”, ya que “son compañeras de las personas durante toda su vida”. O bien: “Es muy importante poder saber dónde chillan los huesos. Dónde están y cuáles son nuestros males espirituales. Con el tiempo, uno va conociendo sus neurosis”.

Estas afirmaciones causaron escozor en muchos sectores católicos: ¿qué es esto de “cebarle mate a las neurosis”? Lo cierto es que, más allá del lenguaje tosco y populachero del papa, lo que dice está muy bien y tiene sentido cristiano. Debemos aprender a convivir con nuestras enfermedades, físicas o psíquicas, porque forman parte de la finitud propia del hombre caído. Un cristiano que quiere seguir a su Maestro sabe que tiene que cargar su cruz cada día y caminar detrás de Él. En todo caso, deberá poner los medios necesarios para limitar esas enfermedades a fin de que le permitan cumplir sus deberes de estado, pero sabiendo que algunas de ellas lo acompañarán a lo largo de toda su vida. El diabético sabe que debe privarse de los dulces y tener a mano la insulina; el hipertenso debe evitar la sal y no olvidar los inhibidores de la angiotensina; el ansioso debe aprender técnicas de control conductual y en ocasiones deberá recurrir a las benzodiasepinas. Encuentro, entonces, muy sensatas las palabras del papa Francisco aunque no me guste su modo de expresión, más propio de Mamerto Menapace que de un Romano Pontífice.

En los mismos días, Rizzoli publicó en Italia otro libro pontificio: “Sobre los vicios y las virtudes”, surgido de una entrevista que le realizara al papa el padre Marco Pozza, capellán de la cárcel de Padua. El título es, claro, una copia de los specula principis que aparecieron en el Alto Medioevo aunque, como era previsible, de una calidad notablemente inferior. Es interesante ver las reacciones de burla abierta que ha tenido el escrito en algunos medios italianos. “Banalidades”, es lo menos que le dicen. En los adelantos del libro aparecidos en el Corriere della sera se lee la siguiente afirmación del Santo Padre: “Hay personas virtuosas y hay personas viciosas, pero la mayor parte son una mezcla de virtudes y vicios. Algunos son buenos en una virtud pero tiene alguna debilidad. Porque todos somos vulnerables. Y debemos tomar en serio esta vulnerabilidad existencial. Es importante saberlo, como guía de nuestro camino y de nuestra vida”. No podemos sino estar de acuerdo con los periodistas italianos: banalidades que podrían ser dichas por el almacenero de la esquina.

Pero me interesa hacer notar que encontramos aquí una escalada del argumento anterior. O dicho de otro modo, una aplicación de las recetas utilizadas para enfrentar las enfermedades al caso de las virtudes y de los pecados. Es como si Bergoglio hubiese dicho: “A los vicios [o pecados, que viene siendo lo mismo] hay que cebarles mate y acariciarlos también, porque nos van a acompañar a lo largo de nuestra vida”. Yo veo acá una extrapolación muy peligrosa. En primer lugar, porque las enfermedades no son pecados, aunque algunas de ellas, como las psiquiátricas, puedan ser dispositivas al pecado. Y en segundo lugar, porque aunque todos somos pecadores y “hasta el justo peca siete veces al día” (Prov. 24,16), lo cierto es que Nuestro Señor nos manda que estemos en permanente tensión a fin de evitar el pecado. “Sed sobrios y estad atentos” (1 Pe. 5,8), nos advierte San Pedro, y la prédica de toda la Iglesia ha sido constante en su rechazo al pecado y en la exigencia irrenunciable de tender a su superación. Se nos pide tensión permanente a la santidad, y esto implica atención constante a fin de evitar el pecado. Al pecado no se le puede cebar mate; hay que expulsarlo a patadas.

Alguien podría aducir que la extrapolación señalada es una ocurrencia mía. Sin embargo, creo que no es así. Más aún, creo que los mates y las caricias están en la base de la teología de Bergoglio. Veamos un pasaje de Amoris letitiae:
303. A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio. […] Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo.
Tomar mate con lo vicios desemboca irremediablemente en la permisión de las situaciones permanentes de pecado. Traduciendo el párrafo citado, el cristiano que vive en adulterio debe “acariciar” no solamente a su adúltera sino también a su adulterio, al “reconocer que es la única respuesta que puede ofrecer a Dios”. Más aún, debe tener la “seguridad moral” que es eso lo que Dios quiere de él, y seguir en paz tomando mate, y comulgado los domingos en misa.

Muchas cosas podríamos decir sobre esta teología que perfilan los documentos pontificios. En primer lugar, una confusión desastrosa entre el plano natural (la enfermedad) y lo sobrenatural (el pecado y la gracia). Un artículo muy interesante aparecido en Infocatólica analiza una de las aristas de esta situación en Amoris letitiae, puesto que la exhortación apostólica termina afirmando la posibilidad de poseer la virtud de la caridad sin el estado de gracia. Esto es producto de una fenomenal confusión entre el amor natural, que está caído, y la caridad teologal, y entre ellos hay un verdadero abismo, el salto de la gracia sobrenatural. Pero Francisco confunde, o niega, tal distinción o tal abismo. Es difícil no ver en este condumio teológico la mano de Henri de Lubac y sus malabares entre lo natural y lo sobrenatural. Lo naturaleza, según el jesuita francés, ya estaría transida de sobrenaturalidad o, mejor aún, lo sobrenatural sería casi ocioso porque lo natural bastaría. Y como en el natural humano hay “mezcla de virtudes y vicios” imposibles de erradicar, Dios en definitiva me salva tal como mi natural es, así de machucado y oscuro como lo encontramos en el hombre concreto.

En segundo lugar, se percibe una especie de freudismo teológico. Para Freud, la psique se cura cuando se consigue encauzarla nuevamente, es decir, cuando los motivos inconscientes, que provocan la neurosis, se convierten en conscientes. Este paso —de lo inconsciente a la conciencia — tiene una función catártica y sanadora. Y por eso el psicoanálisis permite al hombre liberarse de la libertad, le dice que no es responsable de sus propias acciones y de sus desviaciones morales, y que no existe libre elección, porque es el inconsciente el que lo hace todo. Así, se trata de una coartada y un alivio; el hombre ya se siente justificado no del pecado sino de no haber pecado. Freud tiende así a una “moral sin pecado”, en cuanto da una explicación patológica del mal moral.

Análogamente, el papa Francisco afirma la necesidad de conocer profundamente esa situación de pecado —el adulterio, en el caso de Amoris letitae—, a lo que llama “discernimiento”. Y una vez discernido, el cristiano se dará cuenta que su naturaleza, por una razón o por otra, es tal, con tales vicios y virtudes, y que lo mejor que puede ofrecer a Dios es esto o aquello. Se superó el trauma; el pecado dejó de ser pecado, y todos felices y con la conciencia tranquila. Y esta particular teología, que no es propia de Bergoglio sino que campea en la Iglesia desde hace décadas, se aplica a múltiples circunstancias. Está detrás, por ejemplo, de todas las referencias equívocas a las relaciones homosexuales. No sólo su frase de “¿Quién soy yo para juzgar?”, sino la audiencia que la concedió a un/a trans español/a con su novia; o cuando recibió en la nunciatura de Washington a su amigo Yayo Grassi y su novio, con besos y algarabías. “Tu naturaleza —dice Francisco con sus gestos— está irremediablemente herida. Conócete, acéptala, y haz lo mejor que puedas con ella. Dá a Dios lo máximo que puedas en esta circunstancia concreta. Si eres homosexual y por tu naturaleza caída no puedes llevar una vida de celibato, lleva una vida de fidelidad hacia una sola persona. Si es eso lo máximo que puedes dar, y lo sabrás luego del proceso de discernimiento [o de conocimiento a través del psicoanálisis, diría Freud], es eso entonces lo que Dios te pide”. Así como el enfermo debe conformarse con su diabetes y evitar los dulces, así el homosexual o el irremediablemente infiel, debe conformarse con su condición y evitar la promiscuidad.

Esta teología del papa Francisco no es nueva. Tiene más de cinco siglos, y un nombre muy definido: luteranismo.


Wanderer



No hay comentarios: