Por Bruno
En el comunicado de prensa que han publicado los jesuitas españoles por el fallecimiento del antiguo General de la Orden, el P. Adolfo Nicolás, tras unas palabras amables de su sucesor el P. Sosa, se describe su generalato de esta forma:
“A su generalato aportó su conocimiento y sensibilidad de las culturas orientales, la espiritualidad en diálogo con otras religiones y reafirmó el compromiso prioritario por la promoción de la justicia y la reconciliación.
A lo largo de estos años lideró un trabajo de intensa reestructuración de la provincias jesuíticas europeas y americanas y, sobretodo (sic), insistió repetidamente en la necesidad de combatir la superficialidad, trabajando desde la profundidad y la creatividad. A lo largo de su gobierno animó a los jesuitas a redescubrir la dimensión universal de la Compañía de Jesús y a impulsar la colaboración con otros, creyentes o no. Algunos de los acentos de su generalato fueron el trabajo en favor de los más desfavorecidos, la ecología, la reconciliación y el trabajo por la paz como principio irrenunciable; o la educación de los jóvenes”.Creo que estos párrafos de resumen de su período en el cargo solo pueden resumirse a su vez así: un tremendo fracaso. Por supuesto, quienes los escribieron pensaron que estaban relatando grandes logros, pero ese autoengaño es una muestra más del monumental fracaso al que se estaban refiriendo. No debemos juzgar al P. Nicolás como persona, porque se encuentra ya ante un Juez inmensamente más justo y misericordioso que nosotros, pero se puede y se debe decir que, como general de los jesuitas, su labor fue un completo desastre y estos dos parrafitos lo atestiguan.
Basta hacer un pequeño experimento: aplicar esos párrafos, por ejemplo, a un Dalai Lama recientemente fallecido y descubrir que no hay nada que esté fuera de lugar. Nos encontraríamos con un líder budista que “aportó su conocimiento y sensibilidad de las culturas orientales” (u occidentales, qué más da), dialogó “con otras religiones”, reafirmó el compromiso con “la justicia y la reconciliación”, reorganizó sus estructuras administrativas y, “sobre todo” insistió en la “necesidad de combatir la superficialidad, trabajando desde la profundidad y la creatividad”. Muy apropiado.
Todo lo que se ha contado podrían haberlo hecho igualmente un budista, un musulmán o un político agnóstico. Esto implica que, en todo ese resumen de la actividad de un Padre General de los jesuitas, no hay nada específicamente cristiano. Y eso solo se puede calificar como un tremendo fracaso.
Como es lógico, el P. Nicolás habrá hecho más de lo que se cuenta en ese resumen. Por ejemplo, es evidente que celebraría la Misa, rezaría o se confesaría, entre otras muchas cosas propiamente católicas y sin duda habrá otras necrológicas con más muestras externas de piedad. Sin embargo, yo diría que está claro que ha dejado una Compañía de Jesús que ante todo valora y considera digno de contar precisamente lo que no es cristiano. Su cristianismo se ha convertido hace tiempo en una especie de barniz desportillado que apenas cubre ya un contenido completamente secularizado. Es decir, una Compañía de Jesús que podría convertirse en una ONG sin que apenas se notase.
El propio P. Nicolás no sólo no ha detenido esta carrera hacia el abismo, sino que ha contribuido considerablemente a ella. Basta recordar, por ejemplo, unas declaraciones suyas en las que aseguraba que “en Asia no hay evangelización posible sin alianzas con el budismo o el sintoísmo”. Signifique eso lo que signifique, parece claro que esa concepción de la evangelización que promovió durante todo su generalato el P. Nicolás (y que su sucesor ha continuado) no tiene nada que ver con lo que la Iglesia ha llamado siempre evangelización.
En los últimos sesenta o setenta años, ha habido dos Compañías. Una fiel a San Ignacio, a la Iglesia y a la fe católica y otra que solo conserva el nombre de Compañía de Jesús para encubrir un profundo odio y rencor contra todo lo que huela a catolicismo. En España, por ejemplo, el sello editorial de teología de los jesuitas, Sal Terrae, es conocido por publicar toda la bazofia teológica que puede encontrar, de Anselm Grün a González Faus, pasando por Kasper, Victor Codina, Joan Chittister, James Martin, Queiruga, Pagola, Sobrino y un larguísimo etcétera. Sus colegios, parroquias y universidades, desgraciadamente, son con frecuencia un semillero de odio a la Iglesia y rencor contra su doctrina y su moral. En el resto del mundo, en general, sucede algo parecido (podríamos poner citas, pero eso exigiría unos cien volúmenes).
La Compañía fiel, sin embargo, sigue existiendo, en algunos casos de forma más o menos oculta. Viejos jesuitas excelentes continúan evangelizando incansablemente, aunque van muriendo poco a poco (¿cómo no recordar a los padres Mendizábal, Bidagor, Valverde, Morales o Loring, entre otros?). Incluso hay alguna que otra provincia jesuítica en el mundo que permanece, en su conjunto, fiel al carisma ignaciano y al amor a la Iglesia, como una de las provincias norteamericanas, además, por supuesto, de multitud de obras buenas y ortodoxas que, con grandes dificultades, han logrado mantenerse, como la estupenda Ignatius Press.
¿Cuál de las dos Compañías prevalecerá? Humanamente, casi todas las ventajas, la totalidad del poder administrativo y las simpatías del mundo están de parte de la seudocompañía mundana. Los mismos Padres Generales, como la mayoría de los miembros de la orden, se han ido decantando de forma cada vez más clara por ella. En su contra tiene la esterilidad propia del secularismo progresista que ha elegido como causa (y que en los últimos sesenta años ha reducido el número de jesuitas a la mitad).
La Compañía fiel es minoritaria y tiene escasos apoyos humanos, pero cuenta con los numerosísimos santos y mártires jesuitas que rezan por ella, con la fe que mueve montañas y con el amor inagotable del Sagrado Corazón. Es lo que en la Escritura se llama el resto de Israel. Contra toda esperanza humana, yo apostaría por ese resto.
Espada de Doble Filo
En los últimos sesenta o setenta años, ha habido dos Compañías. Una fiel a San Ignacio, a la Iglesia y a la fe católica y otra que solo conserva el nombre de Compañía de Jesús para encubrir un profundo odio y rencor contra todo lo que huela a catolicismo. En España, por ejemplo, el sello editorial de teología de los jesuitas, Sal Terrae, es conocido por publicar toda la bazofia teológica que puede encontrar, de Anselm Grün a González Faus, pasando por Kasper, Victor Codina, Joan Chittister, James Martin, Queiruga, Pagola, Sobrino y un larguísimo etcétera. Sus colegios, parroquias y universidades, desgraciadamente, son con frecuencia un semillero de odio a la Iglesia y rencor contra su doctrina y su moral. En el resto del mundo, en general, sucede algo parecido (podríamos poner citas, pero eso exigiría unos cien volúmenes).
La Compañía fiel, sin embargo, sigue existiendo, en algunos casos de forma más o menos oculta. Viejos jesuitas excelentes continúan evangelizando incansablemente, aunque van muriendo poco a poco (¿cómo no recordar a los padres Mendizábal, Bidagor, Valverde, Morales o Loring, entre otros?). Incluso hay alguna que otra provincia jesuítica en el mundo que permanece, en su conjunto, fiel al carisma ignaciano y al amor a la Iglesia, como una de las provincias norteamericanas, además, por supuesto, de multitud de obras buenas y ortodoxas que, con grandes dificultades, han logrado mantenerse, como la estupenda Ignatius Press.
¿Cuál de las dos Compañías prevalecerá? Humanamente, casi todas las ventajas, la totalidad del poder administrativo y las simpatías del mundo están de parte de la seudocompañía mundana. Los mismos Padres Generales, como la mayoría de los miembros de la orden, se han ido decantando de forma cada vez más clara por ella. En su contra tiene la esterilidad propia del secularismo progresista que ha elegido como causa (y que en los últimos sesenta años ha reducido el número de jesuitas a la mitad).
La Compañía fiel es minoritaria y tiene escasos apoyos humanos, pero cuenta con los numerosísimos santos y mártires jesuitas que rezan por ella, con la fe que mueve montañas y con el amor inagotable del Sagrado Corazón. Es lo que en la Escritura se llama el resto de Israel. Contra toda esperanza humana, yo apostaría por ese resto.
Espada de Doble Filo
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