miércoles, 14 de julio de 2021

EL MES DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS Y EL APOSTOLADO DEL RESPETO A LA VIDA HUMANA

Durante este mes dedicado a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, conviene reflexionar sobre el apostolado fundamental de promover el respeto a la inviolable dignidad de la vida humana, pues Cristo derramó Su Sangre por la salvación de todos los hombres. 

Por el Cardenal Raymond Leo Burke


La Iglesia ha designado el mes de julio para la renovación de nuestra devoción a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Reflexionando sobre la Preciosísima Sangre, nuestras mentes y corazones regresan a dos fiestas del Año Litúrgico. El primero es el Viernes Santo, el día en que Nuestro Señor Jesucristo murió por nosotros en la Cruz y, después de Su muerte, permitió que la lanza del soldado romano perforara Su Corazón del que manaba sangre y agua [1]. La sangre que fluía de Su costado traspasado era un signo de la Preciosísima Sangre que fluiría incesantemente de Su glorioso Costado traspasado en el Sacramento de la Santísima Eucaristía para nuestra curación y fortaleza.

La segunda es la Fiesta del Corpus Christi, en la que celebramos el gran Sacramento por el cual Cristo, en Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, habita con nosotros en la Iglesia. En la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor, contemplamos de nuevo el gran Sacramento, el Misterio de la Fe, en el que, en palabras de Santo Tomás de Aquino, “se contiene sustancialmente el bien espiritual común de toda la Iglesia” [2]. Cristo derramó Su Preciosísima Sangre por nosotros en el Sacrificio del Calvario, pero primero derramó Su misma Sangre sacramentalmente por nosotros en la Última Cena, instituyendo para siempre la Sagrada Eucaristía. En cada Sacrificio Eucarístico, Él hace presente sacramentalmente el Sacrificio del Calvario [3].

Por la Preciosísima Sangre de Dios Hijo Encarnado, Dios Padre cumplió la alianza que había hecho con nosotros en el momento del pecado de nuestros Primeros Padres. Cuando Adán y Eva, nuestros Primeros Padres, rompieron gravemente la comunión con Dios a través del pecado capital del orgullo, Dios, en Su amor incansable y siempre generoso, prometió restaurar nuestra comunión con Él conquistando el pecado en nuestra naturaleza humana y ganando para nosotros la vida eterna [4].

A lo largo de los siglos que prepararon la gran obra de la Encarnación redentora, Dios Padre renovó su alianza de amor con nosotros, simbolizada de la manera más llamativa por el derramamiento de la sangre del Cordero Pascual en el momento del Éxodo. La sangre del Cordero Pascual salvó de la muerte a nuestros antepasados ​​en la fe y fue el presagio del derramamiento de la sangre del Cordero de Dios, quien ciertamente quita los pecados del mundo, salvándonos de la muerte eterna. En palabras de la Carta a los Hebreos: “[Cristo] entró una vez para siempre en el Lugar Santo, no tomando sangre de machos cabríos ni de becerros, sino su propia sangre, obteniendo así una redención eterna” [6].

Al comentar sobre la Fiesta de la Preciosísima Sangre, Dom Prosper Guéranger observó:
“Por lo tanto, la Sangre de Jesús se pone ante nuestros ojos en este momento como la Sangre del Testamento; la prenda de la alianza que nos propone Dios; la dote estipulada por la Sabiduría eterna para esta unión divina a la que invita a todos los hombres, y su consumación en nuestra alma, impulsada con tanta vehemencia por el Espíritu Santo” [7].
Adorando la Preciosísima Sangre de Jesús, nos regocijamos en el gran misterio del amor inquebrantable y duradero de Dios por nosotros, Su matrimonio con nosotros, sellado por el pacto secular que se consuma en el derramamiento de la Preciosísima Sangre de Su único Hijo engendrado. Mediante el derramamiento de la Preciosísima Sangre de Jesús de Su glorioso Corazón traspasado, el Espíritu Santo habita siempre en nuestros corazones, suscitando en nosotros la respuesta de amor puro y desinteresado al amor fiel y perdurable de Dios. El Espíritu Santo purifica y fortalece nuestro corazón para la unión con el Sagrado Corazón de Jesús.

Durante este mes dedicado a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, conviene reflexionar sobre el apostolado fundamental de promover el respeto a la inviolable dignidad de la vida humana, pues Cristo derramó Su Sangre por la salvación de todos los hombres. En primer lugar, felicito a los muchos, excelentes e incansables líderes pro-vida en todo el mundo e insto a estos soldados de la vida a que se unan cada vez más a la unidad para la batalla contra la cultura de la muerte y en nombre de la civilización de la vida y el amor. La batalla es larga y difícil. Existe la tentación del desánimo. Hay quienes nos dicen que el aborto es ahora la “ley de la tierra” establecida y que, por lo tanto, debemos aceptarlo. Pero nunca podremos aceptar el ataque a hermanos y hermanas inocentes e indefensos. Nunca podemos eludir la defensa de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. Nunca debemos dejar de luchar por aquellos que no tienen poder para defenderse. Es la Preciosa Sangre de Jesús que nos anima y nos mantiene fuertes para la batalla.

Las palabras de apertura de la Encíclica Evangelium Vitae del Papa San Juan Pablo II subrayan el lugar fundamental del apostolado del respeto a la vida humana en la vida cristiana:
“El Evangelio de la vida está en el corazón del mensaje de Jesús. Recibido con amor día tras día por la Iglesia, debe ser predicado con una fidelidad intrépida como 'buena nueva' a las personas de todas las épocas y culturas” [8].
El Evangelio de la vida se enseñó por primera vez en la creación del mundo, cuando Dios escribió su ley sobre el corazón humano, una ley cuyo primer precepto es el respeto por la vida humana. Dios inscribe indefectiblemente su ley vivificante en el corazón de cada hombre y mujer a quien llama a la existencia. Con razón, se llama ley natural porque conforma nuestros pensamientos, palabras y acciones a la realidad objetiva del mundo en el que vivimos y del que somos administradores. No debe sorprendernos que la primera manifestación del desorden fundamental y devastador introducido por el pecado original fue el asesinato de Abel por su hermano Caín [9]. Cristo, por Su Encarnación redentora, nos da fuerza divina, para que podamos vivir verdaderamente de acuerdo con lo que nuestro corazón nos enseña en lo más profundo de nuestro ser.

La primera y más fundamental forma de irradiar la verdad que Nuestro Señor Jesús nos enseña indefectiblemente es un fuerte testimonio de la inviolable dignidad de toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte natural. Nuestra conversión personal y la transformación del mundo al que se dirige nuestra fe cristiana deben, ante todo, encontrar expresión en la salvaguardia y el fomento de toda vida humana, especialmente de “el más pequeño de estos mis hermanos”, de acuerdo con el Señor enseñando en la Parábola del Juicio Final [10].

En su exhortación apostólica postsinodal Christifideles Laici, "Sobre la vocación y la misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo", el Papa Juan Pablo II describió la situación contemporánea de la Iglesia en un mundo cada vez más secularizado, marcado por una difusión constante y penetrante del relativismo, que “inspira y sostiene una vida vivida 'como si Dios no existiera'” [11]. No por casualidad, en Evangelium Vitae, al abordar la cultura de la muerte que marca trágicamente una sociedad totalmente secularizada, hizo referencia a tal forma de vivir en la ignorancia de Dios y del orden con el que Él ha creado el mundo y, sobre todo, al hombre. Él declaró:
“Al vivir 'como si Dios no existiera', el hombre no sólo pierde de vista el misterio de Dios, sino también el misterio del mundo y el misterio de su propio ser” [12].
Continuó describiendo la situación que “conduce inevitablemente a un materialismo práctico, que engendra individualismo, utilitarismo y hedonismo” [13] y en el que el hombre intercambia su propio ser por posesiones y placeres materiales, rechaza el sufrimiento por carecer de sentido y ve su cuerpo y su sexualidad en abstracción de su persona.

Las consecuencias para el anuncio del Evangelio de la vida son evidentes. Habiendo descrito los fundamentos filosóficos de la cultura de la muerte, el Papa Juan Pablo II llegó a esta poderosa conclusión:
“En la perspectiva materialista descrita hasta ahora, las relaciones interpersonales están seriamente empobrecidas. Los primeros en sufrir daños son las mujeres, los niños, los enfermos o que sufren y los ancianos. El criterio de la dignidad personal -que exige respeto, generosidad y servicio- es reemplazado por el criterio de eficiencia, funcionalidad y utilidad: se considera a los demás no por lo que 'son', sino por lo que 'tienen, hacen y producen'. Esta es la supremacía del fuerte sobre el débil” [14].
Por ejemplo, el mundo de hoy es cada vez más testigo de la supremacía de poderosas fuerzas económicas y políticas, que pretenden definir la vida humana y su base en el vínculo fiel y duradero del hombre y la mujer en el matrimonio.

Precisando más la llamada, el Papa San Juan Pablo II aclaró que el cumplimiento de la responsabilidad de los fieles laicos requiere que “sepan superar en sí mismos la separación del Evangelio de la vida, para retomar sus actividades diarias en familia, trabajo y sociedad, un enfoque integral de la vida que se realiza plenamente con la inspiración y la fuerza del Evangelio” [15]. En nuestro tiempo, de manera particular, debemos recurrir a la ayuda de la gracia divina para superar cualquier separación entre el Evangelio y la vida, especialmente en lo que pertenece al corazón del Evangelio: la salvaguarda y promoción de la vida humana. La Preciosísima Sangre de Cristo, que fluye del glorioso Corazón traspasado de Jesús a nuestros corazones, debe inspirar y animar todos los aspectos de nuestra vida, de acuerdo con la verdad del Evangelio, que tan poderosamente manifiesta.

Subrayo la importancia de desarrollar y apoyar medios de comunicación verdaderamente pro-vida y pro-familia, y de organizar y sostener manifestaciones públicas en apoyo de la dignidad inviolable de la vida humana inocente y la integridad de la familia. La cultura de la muerte avanza, en gran parte, por la falta de atención e información entre el público en general. Es más, la agenda anti-vida y anti-familia completamente galvanizada de los omnipresentes medios de comunicación confunde y corrompe las mentes y los corazones, y embota las conciencias a la ley escrita por Dios en cada corazón humano.

El Papa Juan Pablo II declaró:
“Lo que se pide con urgencia es una movilización general de las conciencias y un esfuerzo ético unido para activar una gran campaña en apoyo de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de vida: nueva, porque podrá afrontar y resolver los problemas sin precedentes que afectan a la vida humana en la actualidad; nueva, porque será adoptada con una convicción más profunda y dinámica por todos los cristianos; nueva, porque será capaz de propiciar un diálogo cultural serio y valiente entre todas las partes. Si bien la urgente necesidad de tal transformación cultural está ligada a la situación histórica actual, también está arraigada en la misión evangelizadora de la Iglesia. El propósito del Evangelio, de hecho, es "transformar la humanidad desde dentro y hacerla nueva" como la levadura que leuda toda la masa (cf. Mt 13, 33),
La Iglesia misma debe abordar la situación de tantos de sus miembros que, aunque sean activos en las actividades de la Iglesia, “acaban separando su fe cristiana de sus exigencias éticas sobre la vida, y así caen en el subjetivismo moral y en ciertas formas objetables de actuar” [17].

Renovando nuestra devoción a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, recibimos la clara inspiración y el valor inquebrantable de vivir en Cristo con integridad, expresando Su amor puro y desinteresado en nuestra vida diaria. Nuestra vida en Cristo no es cuestión de ideas; es la realidad de Su propia Preciosa Sangre animando nuestro propio ser. Una de sus manifestaciones fundamentales y más poderosas es el compromiso incansable y valiente en la batalla para superar la cultura de la violencia y la muerte y hacer avanzar la civilización de la vida y el amor.

Termino con unas palabras extraídas de la oración con la que el Papa Juan Pablo II concluye el Evangelium Vitae, invocando la intercesión de María Inmaculada:
“Haz que todos los que crean en tu Hijo

puedan proclamar el Evangelio de la vida

con honestidad y amor

a la gente de nuestro tiempo.

Obtén para ellos la gracia

de acoger ese Evangelio

como un don siempre nuevo,

la alegría de celebrarlo con gratitud a lo

largo de su vida

y el valor de testimoniarlo

resueltamente, para construir,

junto con todas las personas de buena voluntad,

la civilización de verdad y amor,

para alabanza y gloria de Dios,

Creador y amador de la vida” [18].

Este artículo apareció por primera vez en la revista Radici Cristiane no 155


Notas finales:

[1] Cfr. Jn 19, 34.

[2] "... bonum commune spirituale totius Ecclesiae continetur sustancialiter". Summa Theologiae, III, q. 65, art. 3, anuncio 1.

[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1324.

[4] Cfr. Génesis 3, 15.

[5] Cfr. Ex 12, 3-13; y Jn 1, 29.

[6] Heb 9, 12.

[7] “Le Sang du Jésus doit être pour nous à cette heure le Sang du Testament, le gage de l'alliance que Dieu nous proponen, la dot constituée par l'éternelle Sagesse appelant les hommes à cette union divine, dont l ' Esprit de sainteté poursuit sans fin la consommation dans nos âmes”. Prosper Guéranger, L'Année liturgique, Le Temps après le Pentecôte, tomo III, 15 ème éd. (Tours: Maison Alfred Mame et Fils, 1926), pág. 458. Traducción al inglés: Prosper Guéranger, El año litúrgico, Volumen 12, ed. Los benedictinos de la abadía de Stanbrook (Fitzwilliam: Loreto Publications, 2000), p. 369.

[8] “Evangelium vitae penitus implicatum insidet in Iesu nuntio. Ab Ecclesia amanter cotidie susceptum animosa id oportet fidelitate enuntietur velut redditum nuntium hominibus cuiusve aetatis et cuiuslibet cultus humani formae”. Ioannes Paulus PP. II, Litterae encyclicae Evangelium vitae, “De vitae humanae inviolabili bono”, 25 Martii 1995, Acta Apostolicae Sedis 87 (1995), 401, n. 1. [EV]

[9] Cfr. Génesis 4, 1-16.

[10] Cfr. Mt 25, 40, 45.

[11] “… inhiant ac proclamant ita esse vivendum« etsi Deus non daretur” Ioannes Paulus PP. II, Adhortatio Apostolica Christifideles Laici, "De vocae et missione Laicorum in Ecclesia et in mundo", 30 Decembris 1988, Acta Apostolicae Sedis 81 (1989), 454, n. 34. [CL].

[12] "Vivens reapse «perinde ac si Deus non sit», non modo a Dei mysterio, verum etiam a mundi ipsius arcano suaeque vitae aberrat". EV, 426, n. 22.

[13] "... necessario ad materialismum practicum ducit, in quo individualismus, utilitarismus et hedonismus grassantur". EV, 426, n. 23.

[14] “In materialistico ambitu hucusque proposito, inter personas necessitudines magnam imminutionem experiuntur. Detrimentum primi accipiunt mulier, puer, aegrotus vel patiens, senex. Iudicium dignitatis personalis proprium - scilicet observantiae, gratuitatis et servitii - substituiturfficientiae, Functionalitatis utilitatisque iudicio: alter aestimatur non prout sic «est», sed prout aliquid «habet, facit et eficit». De dominatu agitur fortioris in debiliorem”. EV, 427, n. 23.

[15] “… hiatum inter Evangelium et vitam in seipsis superare valeant, in quotidianis familiae navitatibus, in labore et in societate unitatem vitae componentes, quae in Evangelio lucem et vim pro sua plena invenit adimpletione”. CL, pág. 455, no. 34.

[16] “Quam primum inducantur necesse est generalis conscientiarum motus moralisque communis nisus , qui excitare valeant validum sane opus ad vitam tuendam: omnibus nobis simul coniunctis nova exstuenda est vitae cultura: nova, quae scilicet possit hodiernas de vita hominis ineditas quaestiones suscipere atque solvere; nova, utpote quae acriore et alacriore ratione omnium christianorum conscientiam permoveat; nova demum, quae acomodata sit ad gravem animosamque culturalem suscitandam comparationem cum omnibus. Huius culturalis conversionis necessitas coniungitur cum aetatis nostrae historica rerum condicione, at praesertim inhaeret in ipso evangelizandi munere quod proprium est Ecclesiae. Evangelium enim eo spectat «ut perficiat interiorem mutationem» y «humanitatem novam effiat»; est velut fermentum quo pasta tota fermentatur (cfr Mt 13, 33), atque, qua tale, perfundere debet omnes culturas easque intus pervadere, ut integram declarent de homine deque eius vita veritatem". EV, 509, n. 95.

[17] "... seiunctionem quandam inferunt inter christianam fidem eiusque moralia circa vitam postulata, progredientes hac ratione ad moralem quendam subiectivismum adque vivendi mores qui probari non possunt". EV, 509-510, n. 95.

[18] “Credentes tuum in Filium effice ut Evangelium vitae candide sciant amanterque nostrae aetatis hominibus nuntiare. Ipsis gratiam impetrato ut veluti novum usque donum illud amplexentur , laetitiam vero ut memori mente in vitae suae perpetuitate id venerentur , pariter constantiam ut actuosa idem tenacitate testificentur unde universis cum bonae voluntatis hominibus civilem veritatis adiós amorisque cultum amaint Demori vitae atque gloriam". EV, 522, n. 105.


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