Mientras el hombre se da cuenta, una vez más, de su incapacidad para afrontar los acontecimientos clave de la historia utilizando sólo sus propios recursos, el mundo enfermizo de hoy muestra cada vez más signos de decaimiento.
Esta no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a desafíos serios, ni será la última.
Se multiplican los estudios científicos que presentan predicciones aterradoras: meteoritos, epidemias o desastres climáticos capaces de barrer al hombre de la faz de la tierra en cualquier momento…
Y, sin embargo, la historia continúa.
Hay quienes piensan que Dios no castiga
La novedad de nuestros días puede consistir en la falta de fe que, globalmente, se puede ver en las almas.
En tiempos pasados se multiplicaban las procesiones, devociones y penitencias. El esfuerzo por aplacar a un Dios enojado por la maldad de las costumbres se extendió a los paganos. Así lo hizo la gente de Nínive, por ejemplo, conmovida al escuchar la voz del profeta (cf. Jn 3, 4-9).
Hoy, sin embargo, muchos de los que se llaman a sí mismos cristianos ni siquiera tienen la sensibilidad religiosa que animó a esos idólatras. Hay quienes creen que Dios no castiga, aunque colectivamente las almas lo han expulsado de dentro por el pecado. Así es como piensan las personas que anteponen sus comodidades particulares a los intereses del Creador y olvidan lo mucho que el Altísimo se siente ofendido por las faltas de los hombres.
Ahora, dice Santo Tomás de Aquino, “de Dios solo se puede esperar lo que es bueno y lícito. Pero la venganza sobre los enemigos debe esperarse de Dios, como dice el Evangelio de Lucas: ‘¿Y Dios no vengaría a sus elegidos que por Él claman noche y día?’ Como si dijera: ‘Lo hará con toda certeza’”.
El doctor Angélico no se refiere aquí a la venganza como resultado de una irritación pasajera, imposible de ser infligida por Dios, sino de un castigo proporcional al delito, que apunta a la corrección y al bien.
Como enseña San Alfonso María de Ligorio, el moralista por excelencia, “no merece la misericordia de Dios quien la usa para ofenderlo. La misericordia es para quienes temen a Dios y no para quienes la usan con el propósito de no temerle. Quien ofende a la justicia – dice el Abulense – puede recurrir a la misericordia; pero ¿a quién puede recurrir el que ofende a la propia misericordia?”
Dios nunca abandona a su pueblo
Sin embargo, Dios nunca abandona a su pueblo. En tiempos de gran calamidad, él envía almas providenciales, encargadas de alertar a los hombres y mostrarles el camino a la santidad. A través de ellas, ofrece, una vez más, la salvación al mundo.
Este fue el caso de Santa Catarina de Siena, en un momento particularmente crítico en la historia de la Iglesia. Las voces que traen de parte de Dios la solución a las crisis más graves, sin embargo, rara vez se escuchan y a menudo son perseguidas.
Estas almas proféticas siguen así los pasos de Aquel que, habiendo amado a los suyos “hasta el fin” (Jn 13,1), no fue recibido por ellos (cf. Jn 1,11).
La situación actual también sorprende por su similitud con el caos que siguió a la Crucifixión. Un clima de pánico, inseguridad y desorientación envolvió a los seguidores de Cristo por causa de su falta de fe, hasta el punto de que muchos pensaron en darse por vencidos, como hicieron los discípulos de Emaús.
Estos últimos prefiguraban a los cristianos de hoy que, creyéndose engañados por Dios, decidieron hundirse nuevamente en el ateísmo práctico del que Jesús los había liberado.
Abandonando el lugar donde se encontraba reunida la Iglesia, emprendieron el camino de regreso a sus casas; el Redentor, sin embargo, no se dio por vencido: fue a buscarlos, deseoso de que se arrepintieran y salvaran.
Sin embargo, no todos actúan como estos discípulos cuando se les acerca el Divino Maestro. En la mayoría de los casos, es ignorado, despreciado e incluso increpado.
Incluso cuando, como profetiza el Apocalipsis, los hombres sufren castigos merecidos, en lugar de cambiar su vida se rebelan y maldicen a Dios (cf. Ap 16, 8-11).
Nuestro Señor profetizó guerras, “hambrunas, plagas y grandes desgracias en diferentes lugares”, advirtiendo que “todo esto será sólo el comienzo de los dolores” (Mt 24, 7-8).
¿Estamos viviendo en este tiempo ahora?
En todo caso, nuestra salvación nunca vendrá de soluciones humanas, sino de una fe auténtica en Dios, propia para generar verdaderas obras de conversión.
Texto extraído, con adaptaciones, de Revista Arautos do Evangelho n. 220, abril de 2020.
Gaudium Press
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