viernes, 6 de diciembre de 2019

MISERICORDIA EN SAN LUIS



Desde hace algunos meses en los mentideros vaticanos se hablaba de la posibilidad del abrazo misericordioso a la diócesis de San Luis, y finalmente ocurrió.

La diócesis puntana era un viejo grano en Argentina y nadie había podido extirparlo. Las cosas, por otro lado, no siempre se hicieron bien, creándose conflictos absurdos y poniendo de ese modo en bandeja la opaca ocasión de una visita apostólica, el abrazo misericordioso del papa Francisco.

Bergoglio es jesuita, es rencoroso y no olvida, nunca olvida. Y en Argentina, durante el pontificado de Benedicto XVI, se le clavaron varias espinas en el pie. Algunas eran más dolorosas y supurantes, y fueron las primeras en ser erradicadas. Repasemos:

1. Al cardenal le costó sangre, lágrimas y portazos en Roma que su protegido Tucho Fernández fuera aceptado como rector de la Universidad Católica Argentina. Apenas elegido al pontificado, lo nombró arzobispo in partibus.

2. El cardenal insistió en numerosas ocasiones en la nunciatura y en la Congregación de Obispos que eligieran obispo a uno de sus dirigidos, el P. Gustavo Zanchetta. Nunca lo logró. Pocos meses después de llegar al pontificado, él mismo lo hizo obispo de Orán. Y así le fue.

3. La enemistad entre el cardenal primado y Mons. Héctor Aguer era legendaria. Coció la revancha despacio, y ya vimos cómo despachó al arzobispo platense apenas cumplió los 75 años. 

4. Mons. Oscar Sarlinga, cuando escuchó al cardenal Tauran anunciar desde el balcón a Georgius Marius como nuevo papa, supo que tenía los días contados. Nunca le perdonó el intento de reemplazarlo en la sede porteña.

5. Desconozco las razones de la enemistad de Bergoglio con Mons. Alfredo Zecca, aunque me huelo que tenía que ver con los asuntos de la UCA. Lo cierto es que el suicidio o el asesinato de un cura fue la ocasión para misericordiarlo de su sede de San Miguel de Tucumán,

El caso de San Luis era otra espina. Bergoglio había apostado todas sus fichas a reemplazar a Mons. Jorge Lona, cuando llegase el momento de su jubilación en 2010, con Mons. Zecca. Había movido a todos sus contactos romanos, y de esto puede dar testimonio el P. Fabián Pedacchio, oficial de la Congregación de Obispos. 

En los pasillos de Puerto Madero se daba por seguro el episcopado de Zecca en la sede puntana. Pero se hicieron otros movimientos a espaldas del cardenal primado por parte de gente que —me consta—, arriesgó mucho, muchísimo, en la empresa, y finalmente el elegido fue Mons. Pedro Martínez Perea, que venía preparándose dese hacía mucho tiempo para encasquetarse la mitra.

Era el obispo ideal para San Luis y era, además, un obispo conservador, que se puso enseguida y sin remilgos en ese bando, durante los buenos tiempos benedictinos. Baste decir que fue consagrado por Mons. Héctor Aguer. Eso era toda una definición.

No discutiremos aquí los aciertos y errores de Mons. Martínez en su episcopado. No los conozco y, aunque así fuera, no me corresponde hacerlo. Veremos en qué termina esta visita misericordiosa, aunque los antecedentes no auguran nada bueno.
Pero podemos sacar algunas conclusiones:

1. No me parece que la postura conservadora de Mons. Martínez haya sido la causa de esta visita. Como vimos, el papa Francisco tenía la espina clavada desde hace más de una década. En algún momento iba a querer sacársela, como hizo en los otros casos.

2. Esto no significa, sin embargo, que el conservadurismo del obispo puntano no haya tenido peso. Creo que lo tuvo, y mucho. El papa Francisco detesta a los conservadores línea media y, extrañamente, le caen simpáticos los tradicionalistas. Creo que debe ser este uno de los pocos puntos en los que coincido con el Santo Padre.

Se trata de esos obispos que estiman que con sotana y morados, sazonando con algo latín sus misas y citando a Santo Tomás es suficiente para solucionar la crisis de la Iglesia. Pero, a la vez, se llenan la boca con el Vaticano II, protestan permanentemente su fidelidad al Papa y persiguen sutil pero implacablemente a los tradicionalistas.

En el caso de Mons. Martínez Perea, además, agrega una sorprendente tesis doctoral según la cual el magisterio ordinario del Sumo Pontífice sería infalible. Y resulta que además nos dice en su carta, que “cada uno puede decir ‘El Papa es mi obispo’". Disparate tras disparate. A beber tu propia medicina.

Insisto, la visita apostólica a la diócesis de San Luis responde a viejas espinas. Si el papa Francisco tuviera inquina al mundo tradicional, tendría hecho el campo orégano en Francia, en Estados Unidos o en Inglaterra. Su inquina, en este caso, son sus viejos rencores.

¿Será la última misericordiación en Argentina? Nadie lo sabe, aunque se comenta que la lista se completa con algún prelado deconstruido al oeste de San Luis.


Wanderer



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