miércoles, 27 de noviembre de 2019

EL SUPUESTO DERECHO A DESTRUIR LA CIVILIZACION

Lo que estamos presenciando es una embestida siniestra contra la cultura y la civilización occidentales, que vienen siendo dinamitadas desde hace décadas por un fenómeno que muchos no han querido ver ni apreciar en su verdadera magnitud. Se trata del avance implacable del marxismo cultural.

Por Eugenio Trujillo Villegas
Director de la Sociedad Colombiana Tradición y Acción

El pasado 21 de noviembre puede llegar a ser un día histórico para Colombia. Pero no porque la oposición haya protestado violentamente contra el gobierno del Presidente Duque, sino porque a causa de esas protestas el Gobierno podría dirigir el rumbo de la nación hacia una catástrofe anunciada.

Es sólo observar el entorno latinoamericano para entender que hay un plan gigantesco, preparado milimétricamente, financiado por la extrema izquierda, y ejecutado con evidente articulación, cuyo objetivo primordial es derribar todos los gobiernos de la región que se oponen a las pretensiones del Foro de Sao Paulo.

Pero no es solo eso. Es mucho más todavía. Lo que estamos presenciando es una embestida siniestra contra la cultura y la civilización occidentales, que vienen siendo dinamitadas desde hace décadas por un fenómeno que muchos no han querido ver ni apreciar en su verdadera magnitud. Se trata del avance implacable del marxismo cultural.

La descripción más elocuente de este fenómeno la hizo el profesor Plinio Correa de Oliveira en su libro Revolución y Contra Revolución: “Como una modalidad de guerra sicológica revolucionaria, a partir de la rebelión estudiantil de La Sorbona, en mayo de 1968, numerosos autores socialistas y marxistas en general pasaron a reconocer la necesidad de una forma de revolución previa a las transformaciones políticas y socio-económicas, que operase en la vida cotidiana, en las costumbres, en las mentalidades, en los modos de ser, de sentir y de vivir. Es la llamada revolución cultural” (Cfr. Revolución y Contra Revolución, Plinio Correa de Oliveira, edición Tradición y Acción, página 146)

En esa perspectiva, hemos venido entregando la educación de nuestros hijos a unos maestros inspirados en el marxismo, que integran los cuerpos docentes de muchos colegios y universidades de todos los estratos sociales, y ahora nos preguntamos por qué muchos jóvenes se han convertido en fervientes revolucionarios de izquierda.

Vemos también cómo nuestros gobiernos destruyen la familia cristiana, imponiendo la Ideología de Género, el aborto, la eutanasia, el libre consumo de drogas y muchas otras leyes perniciosas, que son el origen de la auto-demolición de la sociedad y del estado. Todo esto, impuesto por el Congreso y las Altas Cortes de justicia, en evidente contravía de lo que quiere la población. Y para completar este cuadro trágico, los mismos gobiernos aniquilan a los sectores productivos con impuestos exorbitantes que hacen imposible el desarrollo empresarial.


Esto es lo que hacen los políticos y los magistrados que nos representan. A los primeros los elegimos porque nos prometen que van a hacer unas cosas, y en realidad terminan haciendo lo contrario. Los magistrados, son elegidos por los políticos, y entre ambos hacen lo que se les antoja para destruir el país. Nos dicen que bajarán los impuestos y al otro día de llegar al cargo los aumentan; nos prometen defender la familia y la destruyen; anuncian que gobernarán con honestidad y terminan robándose el presupuesto público; prometen enfrentar con vigor a los enemigos de la Patria pero terminan abrazados con ellos; garantizan la más absoluta impunidad a los peores delincuentes y a los más grandes corruptos, tal como ya estamos hartos de saberlo.

Las consecuencias de este pecado monumental de nuestra sociedad están a la vista. Una minoría radical, organizada, financiada y articulada por oscuras fuerzas marxistas que no aparecen ante el público, exige con desenfreno el desmonte y la destrucción anárquica de todos los factores que de alguna forma nos han proporcionado prosperidad y calidad de vida. Y ésto, para ser reemplazados por un sistema económico y político que todos sabemos que sólo produce miseria y opresión.

En Chile, las turbas enfurecidas destruyen el país desde hace un mes, generando una debacle económica y social que lo llevará hacia el caos y la miseria que ya vivieron en tiempos de Allende. Ante esto, el Presidente Sebastián Piñera, asustado e incapaz de tomar las decisiones adecuadas, se avergüenza de los éxitos alcanzados por la nación chilena durante 40 años de políticas públicas exitosas, y promete cambiar la Constitución que generó ese admirable progreso, ante las exigencias de los vándalos y los terroristas. Es la política de “ceder para no perder”, que la historia ha demostrado ser la más eficiente para conducir a una nación hacia el marxismo.

Y en Colombia, la respuesta del Presidente Duque es más o menos la misma que la de Piñera en Chile. “Los estamos escuchando”, dijo el presidente después de las marchas violentas del pasado 21 de noviembre. “A partir de la próxima semana, daré inicio a una Conversación Nacional, que fortalezca la agenda vigente de política social; trabajando así, de manera unida, en una visión de mediano y largo plazo, que nos permita cerrar las brechas sociales, nos permita luchar contra la corrupción con más efectividad y nos permita construir, entre todos, una Paz con Legalidad.” (Alocución presidencial, Nov 22 de 2019).

¿Con quién piensa hablar el Presidente? ¿Cuál será el resultado de esas reuniones? Con absoluta seguridad, los interlocutores escogidos van a exigir el desmonte de todo aquello que nos ha brindado desarrollo y crecimiento económico, para reemplazarlo por medidas socialistas y populistas que aumentarán la pobreza. Lo cual a su vez generará más protestas y nuevas concesiones gubernamentales a la izquierda, de tal forma que iremos rumbo al paraíso socialista del cual quieren escapar todos los que allí viven.

Sin embargo, algo muy importante se le está pasando por alto al Presidente Duque. ¿Acaso se le olvidó que fue elegido por más de 10 millones de personas que no están de acuerdo con las exigencias de los que marcharon en las protestas? ¿Y menos aún con lo que hicieron los vándalos y los terroristas? ¿Todavía no se enteró que la llamada “protesta legítima”, no es otra cosa que el pretexto para que unas minorías terroristas destruyan el País? Para el bien de Colombia, sería mejor que el Presidente escuche atentamente a sus electores y a todos los colombianos de bien, en vez de enredarse en diálogos tramposos con minorías extremistas que nos están destruyendo. Eso fue lo que hizo Santos y los resultados están a la vista para quien quiera verlos.

Nos está pasando por segunda vez lo que aconteció en el Plebiscito del 2016. Cuando Colombia le dijo NO al proceso de paz de Santos, ese gobierno, con la ayuda de los líderes de la oposición, entre los cuales estaba el entonces senador Iván Duque, terminó desconociendo el resultado. Pues bien, ahora vemos con enorme preocupación que este gobierno que fue elegido con más de 10 millones de votos, ahora se doblega ante las exigencias de los perdedores, que quieren imponer la destrucción y el caos en Colombia.

Lo que el Presidente debería considerar muy seriamente es que las amenazas de la extrema izquierda no son simple retórica. Son un plan magistral que está siendo ejecutado simultáneamente en varias naciones, y que seguirá avanzando mientras los gobiernos y la Sociedad pierden tiempo dialogando con aquellos que nos están diciendo claramente que nos quieren destruir.


Miles Christi

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