miércoles, 27 de noviembre de 2019

¡GRACIAS DE TODOS MODOS, DIOSECILLO BERGOGLIO!

Las buenas intenciones son de agradecer, vengan de quien vengan. Y por eso, he decidido, por una vez, romper mi silencio sobre los asuntos eclesiales de nuestros días

Por Francisco Soler Gil

¡Ay! Cuánto tiempo hace que no volvía a sentarme en el sillón de Wanderer, y a disfrutar de su inteligente conversación... Es culpa mía, y tengo que reconocerlo de entrada, estimados lectores. Ocurrió simplemente que, conforme se prolongaba este pontificado esperpéntico, este vodevil romano-porteño, me cansé.

No es fácil seguir de cerca, día a día, las ocurrencias paridas en Roma. Se requiere un buen temple, un temple de acero, para ejercer de notario de los males que está provocando en la Iglesia el reinado biacefálico de Bergofari y Scalgoglio. Wanderer lo tiene, pero yo no. Así que preferí retirarme a mis libros, a mis clases, y al cultivo de mis rosales, procurando que ni un minuto más de tiempo fuera ocupado por los «okupas» actuales de la sede petrina.

No lamento esta decisión. Pero como uno, por más que quiera apartarse, vive en el mundo, no dejan de llegarme de tanto en tanto ecos de noticias... cosas del Tíber... rumores...
Y últimamente me ha llegado uno de esos rumores. Tal vez no sea cierto, pero suena tan absurdo que resulta difícil no darle crédito: Según he leído en no sé dónde, Bergofari y Scalgoglio andan planeando, a propósito de la ecología, regalar al pueblo fiel un par de nuevos pecados, que quedarán consignados no sé si en el Catecismo, o ya directamente en el Decálogo, que podría transformarse en Dodecálogo, a poco que quede algo de espacio al pie de las Tablas de la Ley.

«Un mandamiento nuevo, nos dio el Señor...»
, cantábamos en mi infancia en la iglesia. Y bueno, se podrá pensar lo que se quiera de la calidad de aquella canción, pero al menos el escritor del texto tenía claro que eso de promulgar mandamientos nuevos le corresponde a Quien le corresponde... Seguramente también lo tiene claro el «okupa», y tal vez sea por eso que se apresura a ejercer su divina potestad con este nuevo y gozoso arbitrio. ¡Un ramillete de pecados ecológicos! ¡Qué maravilla!

Las buenas intenciones son de agradecer, vengan de quien vengan. Y por eso, he decidido, por una vez, romper mi silencio sobre los asuntos eclesiales de nuestros días, para escribir estos párrafos de gratitud al biacefálico pontífice reinante. 

Sería realmente bonito contar con un par de buenos mandamientos ecológicos, que arrojaran estimulantes sombras de pecado mortal sobre acciones hasta ahora tan anodinas como tirar una botella de vidrio en un contenedor de basura normal, o emplear nuevas bolsas de plástico en cada compra del supermercado... ¡Qué picante podría resultar nuestra vida de míseros consumidores con el acicate de los pecados ecológicos y pachamámicos del genial porteño...
Lástima que la idea no vaya a funcionar. Porque para que los pecados ejerzan su efecto vigorizador se requiere fe en el Dios que los promulga, y en su capacidad para perseguir implacablemente al réprobo. Con Yahveh, Dios de los Ejércitos, no se gastan bromas. Pero con el diosecillo romano de turno, la cosa es muy distinta...

Por eso, me temo que en lo sucesivo tirar la basura donde no corresponde, o abusar del plástico y de los combustibles fósiles, seguirán siendo acciones tan rutinarias y anodinas como vienen siendo hasta ahora...

Pero en fin. Como decía más arriba, las buenas intenciones son de agradecer en cualquier caso. De manera que quiero dejar constancia aquí de mi reconocimiento por el gesto: No va a funcionar... ¡pero gracias de todos modos, diosecillo Bergoglio!


Wanderer

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