viernes, 11 de julio de 2025

STRICKLAND: “¡BASTA DE MAFIA LAVANDA!”

Monseñor Joseph Strickland ha dado su opinión sobre otro “nombramiento” polémico que refuerza la orientación ideológica iniciada por Bergoglio y continuada por Prevost. 


Strickland critica pero no sale de “corral conciliar”, evidentemente por miedo a ser “excomulgado” por los usurpadores que se han apropiado de los edificios vaticanos, como hicieron con Monseñor Caro Maria Viganò. Compartimos su opinión expresada en la red social X:


Algunos dirán que es “demasiado duro”, pero ya es suficiente...

Con el nombramiento del padre Thomas Hennen, obispo electo, como obispo de Baker, Oregón, nos enfrentamos a una realidad preocupante: en lugar de corregir la trayectoria marcada por el papa Francisco, el papa León XIV la está reforzando, lo que agrava la ambigüedad que ha afectado a la Iglesia.

El susodicho Thomas Hennen

El padre Hennen no es simplemente un pastor bienintencionado: participó íntimamente en la redacción de directrices pastorales que difuminan las líneas claras de la enseñanza católica sobre la sexualidad y el género. Su trabajo con la directiva lgbtq+ de Davenport puede parecer acogedor en apariencia, pero en esencia se hace eco de las estrategias retóricas de la ideología de género, socavando la claridad católica y debilitando la llamada a la castidad. Cuando lo que somos como hombres y mujeres se vuelve negociable, el Evangelio se vuelve negociable.

Esta cortina de humo doctrinal es el sello distintivo de la Mafia Lavanda, una red clandestina dentro de la jerarquía de la Iglesia que protege y promueve la ideología homosexual bajo la bandera de la compasión. Adquirió una influencia sin precedentes durante la era de Francisco: desde la aprobación explícita de las bendiciones a parejas del mismo sexo hasta los encubrimientos episcopales. Sus tentáculos llegan ahora al papado de León, y el nombramiento del padre Hennen es prueba de ello.

El papa Francisco presidió un colapso doctrinal: Fiducia Supplicans dio luz verde a las bendiciones de las uniones entre personas del mismo sexo, así de simple. Esa ruptura no ha sido deshecha por el papa León, sino que se está agravando. Como pastores, estamos llamados a no elegir nuestras metáforas, sino a llamar al pecado con precisión; y cuando la misericordia ablanda la verdad, se pierden las almas.

Como obispos, tenemos el deber sagrado de clamar a nuestro Santo Padre: si se toma en serio la reforma, desmantele esta red de confusión. Elimine a los ideólogos que utilizan el lenguaje pastoral para ocultar la erosión doctrinal. Nombre pastores que prediquen el Evangelio de Cristo sin adornos ni concesiones, y no eufemismos políticamente correctos revestidos de tópicos sinodales.

No hablo con espíritu de rebelión, sino de fidelidad a Cristo y a su Esposa. Si eso es demasiado fuerte para Roma, entonces el silencio de las altas esferas es una prueba ensordecedora de que nada ha cambiado.

Los fieles merecen algo mejor. La Esposa de Cristo exige algo mejor. Seguiremos siendo ruidosos, inquebrantables y claros. No más bendiciones sin conversión. No más ambigüedad. ¡No más mafia lavanda!
 

SAN AGUSTÍN: TRASCENDIENDO EL MUNDO

San Agustín, a pesar de estar inmerso en un mundo en desintegración, logró al mismo tiempo trascenderlo gracias a una conversión que lo elevó literalmente por encima de las circunstancias.

Por Regis Martin


Parte de la continua fascinación que Agustín ejerce sobre personas que no saben casi nada del período en el que vivió, cuya propia época y lugar parecen tan alejados de la corrupción de la Antigüedad tardía que, para ellos, Agustín bien podría haber venido de otro planeta, es el hecho de que se trataba de un hombre cuya conversión parecía transportarlo más allá de cualquier época y lugar. Casi como si, en palabras de T. S. Eliot:

Aquí y allá no importa.
Debemos estar quietos y seguir moviéndonos
hacia otra intensidad, 
para una unión más intensa
para una comunión más profunda...

Pero, por supuesto, sí importa, y por eso vale la pena el esfuerzo de adentrarse en el mundo de Agustín, a pesar del esfuerzo imaginativo que requiere. Pero, entonces, ¿está realmente tan lejos de nuestro tiempo y lugar? Glenn Olsen, autoridad en el tema desde hace mucho tiempo, escribe:

El mundo del cristianismo de finales de la Antigüedad y principios de la Edad Media parece tan obviamente lejano del nuestro, tan obviamente perdido para nosotros, que apenas se nos ocurre que podríamos sentarnos a sus pies y aprender. "¿Qué tiene que ver con nosotros un mundo invadido por bárbaros donde el analfabetismo parece aumentar a diario?", preguntamos, solo para que la pregunta se nos hiele en la garganta.

La barbarie del pasado no ha quedado atrás, enterrada en cisternas olvidadas hace mucho tiempo, de las que hemos demostrado ser lo suficientemente inteligentes como para salir; está debajo y dentro de nosotros, amenazando con estallar en cualquier momento. Vivimos en una ausencia total de estándares, a los que no se puede apelar a nada superior. Esto se debe a que no hay nada "superior"; todo se ha vuelto plano como un mapa. ¿Cómo lo expresó el señor Nietzsche? "Algo llegó con una esponja y borró el horizonte".

La barbarie es lo que ocurre cuando el horizonte se desvanece y, de repente, pueblos enteros pierden el rumbo, su brújula ya no apunta al norte; cuando la luz piloto se apaga y nadie se da cuenta de lo oscuro que se ha vuelto. Están demasiado ocupados enorgulleciéndose de su virtuosismo. Y así se apresuran a consagrar cosas como el “derecho” a matar bebés antes de nacer, mientras se congratulan de ser mucho más “civilizados” que, por ejemplo, los cananeos, cuyo culto a Moloc solo exigía sacrificar a sus primogénitos.

Así que, quizá estemos mucho más cerca de la era de Agustín de lo que pensábamos. Claro que, en cuanto lleguemos allí, abriéndonos paso entre los fragmentos de un mundo pagano que implosiona ante nuestros ojos, veremos que Agustín, a pesar de estar inmerso en ese mundo en desintegración, logró al mismo tiempo trascenderlo, gracias a una conversión que literalmente lo elevó por encima de las circunstancias.

“Era un hombre apartado del bullicio que lo rodeaba -escribe Malcolm Muggeridge- A pesar de su gran fama y su implicación en sus tiempos difíciles, se sentía de alguna manera aislado, como si en su propia santidad interior hubiera alcanzado la vida monástica que tanto anhelaba”.

Los santos son así, cabe suponer. Experimentan una especie de sereno desapego, “un aislamiento claustral”, parafraseando a otro santo, Tomás de Aquino, por el filósofo Josef Pieper, quien también necesitaba “construir una celda para la contemplación en su interior, para mantenerse a flote en medio del bullicio de la vida activa de la enseñanza y la disputa intelectual”. Un alto grado de desapego, por así decirlo, para liberar el alma para esa intensidad de atención que solo poseen los verdaderamente recogidos.

Lamentablemente, no es una virtud en la que se piense mucho hoy en día, y mucho menos se practique debido a las innumerables distracciones que nos rodean. De hecho, nos han cooptado. Dejando, para la mayoría de nosotros, como decía T. S. Eliot:

Sólo un destello
Sobre los rostros tensos y marcados por el tiempo
Distraídos de la distracción por la distracción
Llenos de fantasías y vacíos de significado…

Ese no fue un problema al que se enfrentara Agustín, habiendo logrado, con no pocas dosis extra de gracia, elevarse sublimemente por encima de todo. 

Como todos debemos esforzarnos por hacer, si queremos conquistar el yo egocéntrico, asediado por constantes importunidades para alimentarse y gratificarse. Estas son personas que carecen de todo sentido de recogimiento, sin tener un centro vivo desde el cual observar un mundo que compite por su atención. Es una condición que Pascal describió célebremente en los Pensamientos, consistente en la incapacidad de permanecer en silencio en la propia habitación. "Todo mal humano -nos dice- proviene de una sola causa, la incapacidad del hombre para quedarse quieto en una habitación". Uno debe permanecer siempre en movimiento, siempre haciendo algo.

La cuestión es —y aunque los cristianos no fueron los únicos en lograrlo, pues muchos paganos altruistas se embarcaron primero en ese camino elevado— que fue únicamente gracias a los efectos vivificantes del Evangelio cristiano, que este punto, recibió una validación sobrenatural, elevándolo al plano de la gracia y la gloria. Y la cuestión es esta: no puede haber logro verdaderamente noble, generoso o espléndido en este mundo a menos que haya hombres que se atrevan a creer que hay algo más allá de este mundo, que por ello, se nieguen a someterse simplemente a las vicisitudes del mundo cotidiano, sino que se preparen para escuchar la llamada de Dios que los invita a una vida de grandeza y alegría ilimitadas.

Agustín escuchó esa llamada. También lo hizo Aristóteles antes que él, y Santo Tomás de Aquino después, cada uno llamándola “la joya de todas las virtudes”. Se llama magnanimidad, que es la virtud que asignamos a ese deseo persistente del corazón de alcanzar la grandeza, de aspirar a lo más alto de todo y nunca conformarse con menos que su posesión perfecta e inagotable. Contra ella se oponen todas las mediocridades de la mente estrecha, personas que siempre dan lo mejor de sí mismas, sin sentirse en absoluto tentadas a responder a la llamada de la grandeza. “Hay ciertas cosas -dice Le Bruyère- en las que la mediocridad es intolerable: la poesía, la música, la pintura, la elocuencia pública”. Y, uno insistiría en añadir, la propia aventura humana.

“Es magnánimo -escribe Pieper en su librito Sobre la esperanza - si tiene el coraje de buscar lo grande y se hace digno de ello”. En efecto, es magnánimo quien se propone siempre y en todas partes emprender con corazón inquebrantable la realización del mayor bien posible para todos, es decir, Dios.

Fue el tema que definió la vida de Agustín, el eje central de su identidad como peregrino, sacerdote y obispo. Profundizaremos en estos temas en el próximo artículo.
 

FRANCMASONERÍA: DEL GRADO DE COMPAÑERO

El segundo grado de la Francmasonería exterior es el de Compañero-Masón...

Por Monseñor de Segur (1878)


Cuando un desgraciado Aprendiz se cansa de no averiguar ni aprender nada, espera se le inicie en alguna cosa pasando a ser Compañero, lo cual se verifica como sigue:

El Aprendiz postulante no lleva ya vendados los ojos, puesto que pidió la luz, y se le echó pólvora a los ojos: viene a llamar como Aprendiz a la puerta de la logia (1). 

El Venerable le hace entrar, le pregunta y le ordena que dé cinco veces la vuelta a la logia, acompañado del H∴ Maestro de Ceremonias. Esto se llama “los viajes misteriosos”.

Después le hace golpear tres veces con una maza sobre una piedra bruta (entiéndalo quien pueda). A esto se llama el último trabajo de Aprendiz

El Venerable le explica entonces el significado de una estrella flamígera, pintada en un lienzo extendido en el suelo, y le dice ser “el símbolo de aquel fuego sagrado, de aquella porción de divina luz, de que el gran Arquitecto del universo ha formado nuestras almas”. (Lo cual es una herejía que huele mucho a panteísmo).

Háyalo comprendido o no el postulante, se le conduce al altar, como la primera vez; y allí, de rodillas, presta de nuevo el juramento de fidelidad masónica; juramento horrible, condenado por las leyes divinas y humanas.

Al punto se le proclama Compañero con grandes aplausos de la logia, y se le conduce, no “a Oriente” como al ser recibido Aprendiz, sino “delante de la columna del Mediodía”, en donde le dirige otro discurso el H∴ Orador.

Todo esto es tan necio, que más bien debería excitar la cólera que la risa. ¡Y pensar que hay en el mundo ocho millones de personas, muchas de ellas instruidas e ilustradas, que han pasado por estas horcas caudinas de las sociedades secretas!

Nota:

1) Es decir (a lo menos en el rito escocés) dos golpes dados rápidamente y con fuerza; y después de una corta pausa, un tercer golpe más suave. El Compañero da del mismo modo, primero dos golpes, después uno, y luego otros dos. El Maestro repite tres veces los golpes del Aprendiz. El Venerable o Maestro de logia no da más que un golpe, pero muy recio: ¡como que es Júpiter Olímpico el que llama!

11 DE JULIO: SAN PÍO I, PAPA Y MÁRTIR


San Pío I, Papa y mártir

(† 167)

San Pío, primero de este nombre, glorioso pontífice y mártir de Cristo, fue natural de la ciudad de Aquileya e hijo de Rufino, el cual después de haberle instruido en la fe cristiana, lo envió a Roma para que saliese bien enseñado en las letras humanas y divinas. 

Es opinión de muchos que el Papa Higinio lo consagró después como Obispo, y repartió con él la solicitud pastoral de toda la Iglesia. 

Habiendo aquel santo Pontífice alcanzado la gloriosa palma del martirio, vacó la Sede Apostólica solos tres días, porque era muy crecido en Roma el número de los santos, (que así se llamaban los fieles): los cuales después de emplear aquellos tres días en ayunos, vigilias y oraciones, eligieron por voz común a san Pío, y lo nombraron vicario de Nuestro Señor en la tierra. 

Ordenó muchas cosas de gran utilidad para la Santa Iglesia: Señaló las penitencias que habían de hacer los sacerdotes que fuesen negligentes en administrar el Santísimo Sacramento; mandó que fuesen inviolables las heredades de las iglesias, y que no se consagrasen las vírgenes que profesan perpetua continencia hasta tener veinticinco años. 

Hizo un decreto por el cual mandaba que la Santa Pascua se celebrase siempre en domingo como lo habían instituido los Apóstoles; consagró en Roma las Termas Novacianas a honor de santa Potenciana; anatematizó a los infernales heresiarcas Valentín y Marción, y escribió varias epístolas, en las cuales resplandece la santidad y celo de este Venerable Pontífice. 

En una de ellas que escribió a Justo (a lo que parece Obispo de Viena), le dice:

- Ten cuidado de los cuerpos de los santos mártires, como de miembros de Cristo, que así lo tuvieron los Apóstoles del cuerpo de san Esteban. Visita a los santos que están en las cárceles, para que ninguno se entibie en la fe. Los clérigos y diáconos te respeten y reverencien, no como a mayor sino como a ministro de Jesucristo. Todo el pueblo descanse, y sea amparado y defendido con tu santidad. Quiero que sepas, compañero dulcísimo, que Dios me ha revelado que tengo de acabar presto los días de mi peregrinación: sólo te ruego que estés firme en la unión de la Iglesia, y que no te olvides de mí. Todo el senado y compañía de los sacerdotes y ministros de Cristo que está en Roma, te saluda, y yo saludo a todo el colegio de los hermanos en el Señor, que están contigo. 

Todo esto es de san Pío, el cual después de haber acrecentado mucho la Iglesia de Dios con su celestial espíritu y gobierno, fue delatado, y cargado de cadenas, y muerto por la fe de nuestro Señor Jesucristo, como tantos otros Pontífices de los primeros siglos de la Iglesia.

Reflexión:

Para que veas la reverencia que has de tener al Santísimo Sacramento, lee las graves penas que puso san Pío a los sacerdotes que por su negligencia derramasen alguna parte del vino consagrado: “Si cayere, dice, la sangre de Cristo en el suelo, hagan penitencia por espacio de cuarenta días; si en los corporales, por tres: si penetró hasta el primer mantel, por cuatro; por nueve si llegó al segundo; y por veinte si caló hasta el tercero. En cualquier parte donde cayere, séquese todo lo que hubiese mojado; si esto no se pudiese, lávese con cuidado o raígase; y recogiendo todo lo lavado o raído, quémese y échense las cenizas en la piscina”. Considera pues con qué devoción y pureza de alma y cuerpo, se ha de recibir este Divino Sacramento, que con tanto cuidado se ha de tratar.

Oración:

Atiende, oh Dios Todopoderoso, a nuestra flaqueza, y alívianos del peso de nuestros pecados, por la intercesión de tu Bienaventurado Mártir y Pontífice Pío. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


jueves, 10 de julio de 2025

LA PURGA EN LIFESITE NEWS: POR QUÉ JOHN-HENRY WESTEN TUVO QUE IRSE

La “Corporación Tradicional” está despidiendo a sus propios fundadores por cuestionar al “papa sinodal”. Bienvenidos a la era del silencio forzado.

Por Chris Jackson


John-Henry Westen, cofundador y editor jefe de LifeSiteNews durante muchos años, se ha marchado. No se ha jubilado. No se ha tomado un descanso. No está en transición a otro puesto. Ha sido destituido. La junta directiva de la misma institución que él ayudó a construir votó para que se fuera. Lo despidieron y luego lo rebautizaron como un “año sabático”.

El comunicado oficial de LifeSite intenta suavizar el golpe con lenguaje religioso, “mucha oración”, “un firme compromiso con nuestra misión de promover la verdad, la vida y los valores familiares”, pero no te dejes engañar. Esta fue una ejecución política disfrazada de “piedad”. Y apesta.


Seamos claros: Westen no se volvió repentinamente ineficaz, inmoral ni irrelevante. Cometió el único pecado imperdonable en el ecosistema de la Corporación Tradicional actual: cuestionó públicamente al “papa sinodal”.

Ante una publicación de Michael Haynes en X titulada 
“El Papa León impone hoy el palio a los nuevos arzobispos en el Vaticano. En el número se incluye el cardenal McElroy”



“Dios, tenga misericordia de tu Iglesia”

Esa fue la gota que colmó el vaso.

En los días previos a su destitución, Westen publicó una serie de críticas mordaces a León XIV en X:


Cuestionó los motivos de la “nueva misa” de “cuidado de la creación”

Alertó sobre los nombramientos de León, en particular sobre la imposición del palio al cardenal McElroy


Compartió la petición del arzobispo Viganò para que León abandonara la “sinodalidad bergogliana”. 

Incluso especuló que la elección de León estaba orquestada para atraer de nuevo al Vaticano a los donantes estadounidenses desilusionados.

Sabía lo que hacía. Vio las señales de alerta y, en conciencia, no podía callarse.

Y por eso, se fue.

¿Quién controla el movimiento ahora?

Reflexiona sobre esto. Un hombre que cofundó LifeSiteNews, uno de los medios más destacados en defensa de la tradición y la vida católicas, ahora puede ser destituido por una junta directiva. No por escándalo. No por error doctrinal. Sino por cuestionar la dirección misma de un “papado” que promueve agresivamente el mismo programa que Francisco bajo una apariencia más tradicional.

Esto no es solo una reestructuración interna de personal. Es una señal. La purga es real.

Y Westen no fue la única víctima.


Stephen Kokx, fiel periodista católico y colaborador veterano de LifeSite, anunció un día antes que él también se vio “obligado a buscar un nuevo empleo”. La implicación es obvia: ya no se tolera la disidencia, ni siquiera cuando esta es leal al Depósito de la Fe.

La “Corporación Tradicional” está comprometida

Estamos asistiendo a la consolidación de una nueva ortodoxia; no la ortodoxia de los santos, mártires y concilios, sino la ortodoxia del silencio estratégico, la indignación selectiva y la legitimidad incuestionable de la Roma sinodal.

La “Corporación Tradicional” ha aprendido mucho de la iglesia del Vaticano II, a la que una vez afirmó oponerse: centralizar el poder, marginar a los disidentes y reemplazar los principios por el control narrativo. La clase mediática católica conservadora actual ya no representa una resistencia. Es un departamento de recursos humanos con una imagen aprobada por el Vaticano.

Primero vino el punto de inflexión: la supresión silenciosa de anteriores críticas, la repentina aceptación de la “reverencia” de León. Luego vinieron las justificaciones: “No debemos parecer hostiles al papado -dijeron- Démosle tiempo”, suplicaron. Y ahora, el castigo: despedir a quienes se nieguen a obedecer.

Hemos pasado de Lex Orandi, Lex Credendi a Lex Placendi: la ley del apaciguamiento.

La conspiración del silencio se convierte en una campaña de represión

¿Qué ha pasado con el movimiento católico tradicional?

Esto no es solo un “cambio de rumbo”, sino una capitulación. Hace dos meses, figuras del panorama tradicional, especialmente Westen, advirtieron con razón que León XIV, entonces cardenal Prevost, fue un actor clave en la destitución del obispo Strickland, un hombre perseguido específicamente por resistirse a la Traditionis Custodes.

Ese mismo León ocupa ahora la Cátedra de Pedro, y en 24 horas, la “resistencia” se derrumbó. Influencers, blogueros e incluso obispos comenzaron a repetir como loros frases sobre “esperanza”, “unidad” y “dignidad del cargo”. Algunos fueron más allá, exigiendo silencio a quienes siempre habían tenido razón.

Vemos lo que les pasa a los que siguen el juego.


Y ahora vemos qué pasa con aquellos que no lo harán.

Westen no “se retiró”. No se hizo a un lado. Fue destituido, según el periodista Edward Welsch, por una estrecha votación de 5 a 4 en la junta directiva. Un hombre fiel y de convicciones, fue despedido por su propia institución por no ajustarse a los estándares de docilidad y deferencia del nuevo régimen.


Una lección sobre el poder y cómo perderlo

Que esto sirva de advertencia a todo aquel que quiera fundar un apostolado, una organización o una publicación.

Nunca cedas la propiedad controladora. Nunca dejes que una junta directiva o asesores externos tengan la última palabra sobre la misión que has creado.

Porque si lo haces, te lo pueden arrebatar, y de hecho, te lo arrebatarán. La misma estructura que construiste para combatir la revolución será infiltrada y se volverá en tu contra. Basta con mirar a la propia Iglesia después del Vaticano II: el mismo patrón, los mismos golpes de Estado sonrientes, el mismo uso (y abuso) de la autoridad como arma en nombre de la “prudencia” y la “unidad”.

Westen construyó LifeSite como un bastión de la verdad en una Iglesia en declive. Pero al final, se convirtió en una institución más que priorizó la supervivencia sobre la fidelidad.

Esto no se trata solo de Westen. Se trata de ti.

Si pudieron hacerle esto a John-Henry Westen, pueden hacerlo con cualquiera.

El mensaje es alto y claro: alinéate o serás destituido. Arrodíllate ante la “iglesia sinodal”, no ante Cristo Rey, y se te permitirá hablar. Critica sólo lo que la narrativa permita. Elogia las vestimentas latinas de León, pero nunca cuestiones la continuidad de la agenda de Francisco. Acepta la ilusión. Promueve el programa.

Pero si te atreves a ver y decir que nada ha cambiado, salvo el empaque, te tacharán de “divisivo”. “Peligroso”. “Desleal”.

Y luego vendrán por tu trabajo.

Considera las últimas publicaciones de John-Henry Westen antes de su despido. Esas son las verdades que la junta directiva de LifeSiteNews no quiere que escuches.

Que los fieles presten atención

La crisis ya no se limita al Vaticano. Está en nuestro movimiento. Y el mayor peligro ya no son los herejes a los que nos oponemos, sino la traición de quienes creíamos aliados.

Puede que LifeSiteNews haya eliminado a John-Henry Westen de su directorio, pero éste ya se ha unido a una lista mucho más importante: el creciente número de voces que dijeron la verdad y pagaron el precio.

Lo despidieron por hacer preguntas que no se deben hacer. Lo que significa que nos toca a los demás seguir haciéndolas.

EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (44)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


Primer año de la vida pública de Jesús.

44. Adiós a la Madre y salida de Nazaret.

Llanto y oración de la Corredentora. 

9 de febrero de 1944, 9.30 de la mañana.
(Empezada durante la Santa Comunión).

1 El interior de la casa de Nazaret. Veo una habitación. Parece un tinelo, donde la Familia come o está en las horas de descanso. Es una estancia muy reducida. Tiene una sencilla mesa rectangular frente a una especie de arquibanco que está pegado a una de las paredes: éste es el asiento de uno de los lados. En las otras paredes hay: un telar y un taburete; otros dos taburetes y un vasar, que tiene encima algunas lamparitas de aceite y otros objetos. Una puerta da a un pequeño huerto. Debe estar atardeciendo, pues no hay sino un recuerdo de sol sobre la copa de un alto árbol que apenas verdece con las primeras hojas.
Jesús está sentado a la mesa. Está comiendo. María le sirve, yendo y viniendo por una puertecita que supongo conduce al lugar donde está el fuego, cuyo resplandor se ve desde la puerta entreabierta.
Jesús le dice a María dos o tres veces que se siente... y que también coma Ella. Pero Ella no quiere; menea la cabeza sonriendo tristemente, y trae, primero, unas verduras hervidas –me parece una sopa–; después, unos peces asados; luego, un queso más bien blando (como de oveja, fresco) de forma redondeada (semeja a esas piedras que se ven en los torrentes), y unas aceitunas pequeñas y oscuras. El pan, en pequeños moldes circulares (de la anchura de un plato común) y poco alto, está ya en la mesa. Es más bien oscuro, como si no se le hubiera separado el salvado. Jesús tiene delante un ánfora con agua y una copa; come en silencio, mirando a la Madre con doloroso amor.
María –se ve claramente– está apenada. Va, viene... para que no se le note. Enciende – aunque haya todavía luz suficiente– una lamparita y la pone junto a Jesús (al alargar el brazo acaricia disimuladamente la cabeza de su Hijo), abre una bolsa de color castaño – que a mí me parece hecha de esos paños de lana virgen tejidos a mano y, por tanto, impermeable–, comprueba si está vacía, sale al huertecito, va hasta el otro lado de éste, a una especie de despensa, de donde sale con unas manzanas ya más bien rugosas –conservadas desde el verano– y las mete en la bolsa; después coge un pan y mete también un pequeño queso, aunque Jesús no quiera y diga que ya tiene suficiente.
María se acerca a la mesa de nuevo, por la parte más estrecha, a la izquierda de Jesús.
Le mira mientras come. Le mira con verdadera congoja, con adoración, con el rostro aún más pálido de lo normal y como más envejecido por la pena, con los ojos agrandados por una sombra que los marca, indicio de lágrimas vertidas; parecen, incluso, más claros que de costumbre, como lavados por el llanto que ya está casi apareciendo en ellos: ojos de dolor, cansados.

2 Jesús, que come despacio, claramente sin ganas, por complacer a su Madre, y que está más pensativo de lo habitual, levanta la cabeza y la mira. Se encuentra con una mirada llena de lágrimas, y baja la cabeza para que no se sienta cohibida, limitándose a cogerle la delicada manita que tiene apoyada en el borde de la mesa. La toma con la mano izquierda y se la lleva a la cara; Jesús apoya en ella su mejilla como rozándola un momento para sentir la caricia de esa pobre manita temblorosa, y la besa en el dorso con gran amor y respeto.
Veo a María llevándose la mano libre, la izquierda, hacia la boca, como para ahogar un sollozo; luego se seca con los dedos una lágrima grande que ha rebasado el borde del párpado y estaba regando la mejilla.
Jesús continúa comiendo. María sale rápidamente al huertecillo, donde ya hay poca luz... y desaparece. Jesús apoya el codo izquierdo sobre la mesa, y sobre la mano la frente, deja de comer y se sumerge en sus pensamientos.
Luego un momento de atención... Se levanta de la mesa. Sale El también al huerto, mira a uno y otro lado y se dirige hacia la derecha respecto al lado de la casa, entra por una abertura de una pared rocosa, dentro de lo que reconozco como el taller de carpintero; esta vez todo ordenado, sin tablas, sin virutas, sin fuego encendido; el banco de carpintero y las herramientas, todas en su sitio, nada más.
Replegada sobre sí, en el banco, María llora. Parece una niña. Tiene la cabeza apoyada en el brazo izquierdo plegado, y llora, en voz baja pero con mucho dolor. Jesús entra despacio y se le acerca con tanta delicadeza, que Ella comprende que está allí sólo cuando su Hijo le deposita la mano sobre la cabeza inclinada, llamándola “Mamá” con voz de amorosa reprensión.
María levanta la cabeza y mira a Jesús entre un velo de llanto, y se apoya, con las dos manos unidas, en su brazo derecho. Jesús con un extremo de su ancha manga le seca la cara y la abraza, la estrecha contra su pecho, la besa en la frente. Jesús tiene aspecto majestuoso, parece más viril de lo habitual, y María más niña, salvo en la cara marcada por el dolor.
“Ven, Mamá” le dice Jesús, y, apretándola estrechamente con el brazo derecho, se encamina de nuevo hacia el huerto; allí se sienta en un banco que está apoyado en la pared de la casa. El huerto está silencioso y ya oscuro. Hay sólo un hermoso claro de luna y la luz que sale de la estancia. La noche está serena.

3 Jesús le habla a María. No percibo al principio las palabras, apenas susurradas, a las que María asiente con la cabeza. Después oigo: «Y di a la familia... a las mujeres de la familia, que vengan. No te quedes sola. Estaré más tranquilo, Madre, y tú sabes la necesidad que tengo de estar tranquilo para cumplir mi misión. Mi amor no te faltará.
Vendré frecuentemente y, cuando esté en Galilea y no pueda acercarme a casa, te avisaré; entonces vendrás tú adonde esté Yo. Mamá, esta hora debía llegar. Empezó aquí, cuando el Angel se te apareció; ahora se cumple y debemos vivirla, ¿no es verdad, Mamá? Después vendrá la paz de la prueba superada, y la alegría. Antes es necesario atravesar este desierto, como los antiguos Padres para entrar en la Tierra Prometida (225). Pero el Señor Dios nos ayudará como hizo con ellos, y su ayuda será como maná espiritual para nutrir nuestro espíritu en el esfuerzo de la prueba. Digamos juntos al Padre nuestro...” (226). Jesús se levanta y María con El, y levantan la cara al cielo. Dos hostias vivas que resplandecen en la oscuridad.
Jesús dice lentamente, pero con voz clara y remarcando las palabras, la oración del Señor. Hace mucho hincapié en las frases: “adveniat Regnum tuum, fiat voluntas tua”, distanciando mucho estas dos frases de las otras. Ora con los brazos abiertos (no exactamente en cruz, sino como los sacerdotes cuando dicen: «Dominus vobiscum»).
María tiene las manos juntas.

4 Entran de nuevo en casa, y Jesús –a quien no he visto nunca beber vino– echa en una copa un poco de vino blanco de un ánfora de la despensa y la lleva a la mesa; coge de la mano a María y la obliga a sentarse junto a El y a beber de ese vino (en que moja una rebanada de pan que le ofrece). Tanto insiste, que María cede. El resto lo bebe Jesús. Luego estrecha a su Madre contra su costado, y así la sujeta, contra su persona, en el lado del corazón. Ni Jesús ni María están reclinados, sino sentados como nosotros.
No hablan más. Esperan. María acaricia la mano derecha de Jesús y sus rodillas. Jesús acaricia el brazo y la cabeza de María.

5 Jesús se levanta y con El María, se abrazan y se besan amorosamente una y otra vez; y una y otra vez parece que quieren despedirse, pero María vuelve a estrechar contra su pecho a su Hijo. Es la Virgen, pero es una madre a fin de cuentas, una madre que debe separarse de su hijo y que sabe a dónde conduce esa separación. Que ya no se me venga a decir que María no ha sufrido. Antes lo creía poco, ahora no lo creo en absoluto.
Jesús coge el manto (azul oscuro), se lo echa a los hombros y con él se cubre la cabeza a manera de capucha. Luego se pone en bandolera la bolsa, de forma que no le obstaculice el camino. María le ayuda; nunca termina de ajustarle la túnica y el manto y la capucha, y, mientras, le vuelve a acariciar.
Jesús va hacia la puerta después de trazar un gesto de bendición en la estancia. María le sigue y, en la puerta, ya abierta, se besan una vez más.

6 La calle está silenciosa y solitaria, blanca de luna. Jesús se pone en camino. Dos veces se vuelve aún a mirar a su Madre, que está apoyada en la jamba, más blanca que la Luna, toda reluciente de llanto silencioso. Jesús se va alejando por la callejuela blanca. María continúa llorando apoyada en la puerta. Y Jesús desaparece en una esquina de la calle.
Ha empezado su camino de Evangelizador, que terminará en el Gólgota. María entra llorando y cierra la puerta. También para Ella ha comenzado el camino que la llevará al Gólgota. Y por nosotros...

María lloró porque era Corredentora

7 Dice Jesús:
“Este es el cuarto dolor de María, Madre de Dios: el primero fue la presentación en el Templo; el segundo, la huida a Egipto; el tercero, la muerte de José; el cuarto, mi separación de Ella.
Conociendo el deseo del Padre, te dije ayer por la noche que voy a acelerar la descripción de “nuestros” dolores para que se den a conocer. Pero, como ves, ya algunos de mi Madre habían sido ilustrados. He explicado antes que la Presentación, la permanencia en Egipto, porque había necesidad de hacerlo ese día. Yo sé las cosas. Y tú comprendes, y le dirás al Padre de viva voz el porqué.

8 Mi proyecto es alternar tus contemplaciones, y mis consiguientes explicaciones, con los dictados propiamente dichos, para aliviarte a ti y a tu espíritu dándote la felicidad de ver, y también porque así queda clara la diferencia estilística entre tu forma de redactar y la mía.
Además, ante tantos libros que hablan de mí y que, tocando y retocando, cambiando y acicalando, se han transformado en irreales, tengo el deseo de dar a quien en mí cree una visión devuelta a la verdad de mi tiempo mortal. No salgo disminuido; antes al contrario, magnificado en mi humildad, que se hace pan para vosotros para enseñaros a ser humildes y semejantes a mí, que fui hombre como vosotros y que llevó en mi aspecto humano la perfección de un Dios. Debía ser Modelo vuestro, y los modelos deben ser siempre perfectos.
No mantendré en las contemplaciones una línea cronológica correspondiente a la de los Evangelios. Tomaré los puntos que considere más útiles en ese día para ti o para otros, siguiendo una línea mía de enseñanza y bondad.

9 La enseñanza que proviene de la contemplación de mi separación se dirige especialmente a los padres e hijos a quienes la voluntad de Dios llama a la recíproca renuncia por un amor más alto; en segundo lugar está dirigida a todos aquellos que se encuentran frente a una renuncia penosa (¡y cuántas encontráis en la vida!). Son espinas en la Tierra que traspasan el corazón; lo sé. Pero para quien las acoge con resignación – mirad, no digo: “para quien las desea y las acoge con alegría” (esto ya es perfección), digo “con resignación”– se transforman en eternas rosas. Pero pocos las acogen con resignación. Como burritos tozudos, os resistís obstinadamente a la voluntad del Padre, aunque no tratéis de herir con patadas y mordiscos espirituales, o sea, con rebelión y blasfemias contra el buen Dios.

10 Y no digáis: “Pero si yo sólo tenía este bien y Dios me lo ha quitado; sólo este afecto, y Dios me lo ha arrancado”. También María, mujer noble, amorosa hasta la perfección (porque en la Toda Gracia también las formas afectivas y sensitivas eran perfectas), sólo tenía un bien y un amor en la tierra: su Hijo. No le quedaba más que El: los padres, muertos desde hacía tiempo; José, muerto desde hacía algunos años. Sólo quedaba Yo para amarla y hacerle sentir que no estaba sola. Los parientes, por causa mía, desconociendo mi origen divino, le eran un poco hostiles, como hacia una madre que no sabe imponerse a su hijo que se aparta del común buen juicio o que rechaza un matrimonio propuesto que podría honrar a la familia e incluso ayudarla.
Los parientes, voz del sentido común, del sentido humano –vosotros lo llamáis sensatez, pero no es más que sentido humano, o sea, egoísmo– habrían querido que yo hubiera vivido estas cosas. En el fondo era siempre el miedo de tener un día que soportar molestias por mi causa; que ya osaba expresar ideas –según ellos demasiado idealistas– que podían poner en contra a la sinagoga. La historia hebrea estaba llena de enseñanzas sobre la suerte de los profetas (227). No era una misión fácil la del profeta, y frecuentemente le ocasionaba la muerte a él mismo y disgustos a la parentela. En el fondo, siempre el pensamiento de tener que hacerse cargo un día de mi Madre.
Por ello, el ver que Ella no me ponía ningún obstáculo y parecía en continua adoración ante su Hijo, los ofendía. Este contraste habría de crecer durante los tres años de ministerio, hasta culminar en abiertos reproches cuando, estando yo entre las multitudes, se llegaban hasta mí, y se avergonzaban de mi manía –según ellos– de herir a las castas poderosas. Reprensión a mí y a Ella; ¡pobre Mamá!

11 Y, no obstante, María, que conocía el estado de ánimo de sus parientes –no todos fueron como Santiago, Judas o Simón, ni como la madre de estos, María de Cleofás– y que preveía el estado de ánimo futuro; María, que conocía su suerte durante esos tres años, y la que la esperaba al final de los mismos y la suerte mía, no opuso resistencia como hacéis vosotros. Lloró. Y ¿quién no habría llorado ante una separación de un hijo que la amaba como Yo la amaba; ante la perspectiva de los largos días, vacíos de mi presencia, en la casa solitaria; ante el futuro del Hijo destinado a chocar contra la malevolencia de quien era culpable y se vengaba de serlo agrediendo al Inculpable hasta matarle?
Lloró porque era la Corredentora y la Madre del género humano renacido a Dios, y debía llorar por todas las madres que no saben hacer de su dolor de madres una corona de gloria eterna.
¡Cuántas madres en el mundo a quienes la muerte arranca de los brazos una criatura!
¡Cuántas madres a quienes un querer sobrenatural arrebata de su lado a un hijo! Por todas sus hijas, como Madre de los cristianos, por todas sus hermanas, en el dolor de madre despojada, ha llorado María. Y por todos los hijos que, nacidos de mujer, están destinados a ser apóstoles de Dios o mártires por amor a Dios, por fidelidad a Dios, o por crueldad humana.

12 Mi Sangre y el llanto de mi Madre son la mixtura que fortalece a estos signados para heroica suerte; la que anula en ellos las imperfecciones, o también las culpas cometidas por su debilidad, dando, además del martirio –en cualquier caso, en seguida– la paz de Dios y, si sufrido por Dios, la gloria del Cielo.
Las lágrimas de María las encuentran los misioneros como llama que calienta en las regiones donde la nieve impera, las encuentran como rocío allí donde el sol arde. La caridad de María las exprime. Estas han brotado de un corazón de lirio. Tienen, por ello: de la caridad virginal desposada con el Amor, el fuego; de la virginal pureza, la perfumada frescura, semejante a la del agua recogida en el cáliz de un lirio después de una noche de rocío.
Las encuentran los consagrados en ese desierto que es la vida monástica bien entendida: desierto, porque no vive más que la unión con Dios, y cualquier otro afecto cae, transformándose únicamente en caridad sobrenatural hacia los parientes, los amigos, los superiores, los inferiores.
Las encuentran los consagrados a Dios en el mundo, en el mundo que no los entiende y no los ama, desierto también para ellos, en el que viven como si estuvieran solos: ¡muy grande es, en efecto, la incomprensión que sufren, y las burlas, por mi amor!
Las encuentran mis queridas "víctimas", porque María es la primera de las víctimas por amor a Jesús. A sus discípulas Ella les da, con mano de Madre y de Médico, sus lágrimas, que confortan y embriagan para más alto sacrificio.
¡Santo llanto de mi Madre!

13 María ora. Porque Dios le dé un dolor, no se niega a orar. Recordadlo. Ora junto con Jesús. Ora al Padre nuestro y vuestro.
El primer “Pater noster” fue pronunciado en el huerto de Nazaret para consolar la pena de María, para ofrecer “nuestras” voluntades al Eterno en el momento en que comenzaba para estas voluntades el período de una renuncia cada vez mayor, que habría de culminar en la renuncia de la vida para Mí y de la muerte de un Hijo para María.
Y, aunque nosotros no tuviéramos nada que necesitara el perdón del Padre, por humildad incluso, nosotros, los Sin Culpa, pedimos el perdón del Padre para afrontar, perdonados (absueltos incluso de un suspiro), dignamente nuestra misión. Para enseñaros que cuanto más se está en gracia de Dios más bendecida y fructuosa resulta la misión; para enseñaros el respeto a Dios y la humildad. Ante Dios Padre aun nuestras dos perfecciones de Hombre y de Mujer se sintieron nada y pidieron perdón, como también pidieron el “pan de cada día”.
¿Cuál era nuestro pan? ¡Oh!, no el que amasaron las manos puras de María, cocido en el pequeño horno, para el cual yo muchas veces había recogido haces y manojos de leña –que es también necesario mientras se está en esta Tierra–, no ese pan, sino que “nuestro” pan cotidiano era el de llevar a cabo, día a día, nuestra parte de misión. Que Dios nos la diera cada día, porque llevar a cabo la misión que Dios da es la alegría de “nuestro” día, ¿no es verdad, pequeño Juan? (228). ¿No lo dices también tú, que te parece vacío el día, como si no hubiera existido, si la bondad del Señor te deja, un día, sin tu misión de dolor?

14 María ora con Jesús. Es Jesús quien os justifica, hijos. Soy Yo quien hace aceptables y fructuosas vuestras oraciones ante el Padre. Yo he dicho: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, El os lo concederá” (229), y la Iglesia acredita sus oraciones diciendo: “Por Jesucristo Nuestro Señor” (230).
Cuando oréis, uníos siempre, siempre, siempre a mí. Yo rogaré en voz alta por vosotros, cubriendo vuestra voz de hombres con la mía de Hombre–Dios. Yo pondré sobre mis manos traspasadas vuestra oración y la elevaré al Padre. Será hostia de valor infinito. Mi voz, fundida con la vuestra, subirá como beso filial al Padre, y la púrpura de mis heridas hará preciosa vuestra oración. Estad en mí si queréis tener al Padre en vosotros, con vosotros, para vosotros.

15 Has terminado la narración diciendo: “Y por nosotros...”, y querías decir: “Por nosotros que somos tan ingratos hacia estos Dos que han subido el Calvario por nosotros”.
Has hecho bien en poner esas palabras. Ponlas cada vez que te muestre un dolor nuestro. Que sea como la campana que suena y que llama a meditar y a arrepentirse.
Nada más. Descansa. La paz esté contigo”.

Continúa...






 





 

El Poema del Hombre-Dios (40)

El Poema del Hombre-Dios (41)


El Poema del Hombre-Dios (43)

Notas:

225) Cfr. Ex. 15, 22 – 18, 27; Núm. 9–14; 20–25; 31–33; Josué 1–12.

226) La oración del Señor es la oración del “Pater noster”, que en tiempos de MV se recitaba normalmente en latín. MV explica: Si Jesús enseñó el “Pater” a sus discípulos, ¿no habría de habérselo enseñado antes a su Madre?, ¿a esa Madre que, al recibir en su seno la semilla de Dios, había sido la primera en decir: “hágase según su palabra” (cfr. Lc. 1, 38), y que siempre había repetido ese “fiat”, incluso por su Hijo recién nacido? El “Pater” no fue una improvisación de Jesús para los apóstoles. Era “su” oración habitual. Tanto era así, que los apóstoles le dijeron: “Enséñanos a orar como Tú oras”. Y era la oración habitual de Jesús y María.

227) Cfr. 2 Paralip. 36, 14–16; Mat. 23, 34–35; Hech. 7, 52.

228) Advierta el lector de una vez por todas, que la escritora, que se llamaba María, frecuentemente es llamada con el nombre de “Juanito” o “pequeño Juan”.

229) Ju. 16, 23. 230 De hecho esta es la fórmula sustancial con que terminan casi todas las oraciones de la Misa, de los Sacramentos y Sacramentales de la Liturgia Romana y Ambrosiana.

 

BEATO FRANCISCO PALAU Y QUER O.C.D.: LA RESTAURACIÓN DE LA IGLESIA Y LAS NACIONES

La Revolución azotó a las naciones como un inmenso hechizo. Bajo este hechizo, la humanidad decadente se ha convertido en el premio de Satanás y sus ángeles rebeldes.


El papado divinamente protegido y gloriosamente restaurado

El beato Palau vio que la persecución de la Iglesia por parte de la Revolución podría obligar al Papa a un exilio temporal:
¿Qué será de Roma? Lactancio, Tertuliano, San Jerónimo, San Agustín, Orosio, Andrés Cesariense, Aretas, Victoriano, Sixto Senense, Lindano, San Roberto Belarmino, Bozoo, Suárez, Salmerón, Pererio, Prado, Cornelio a Lápide, Alcázar, todos los cuales cita Tirini, no se refieren a la Iglesia ni al Papado, sino a Roma, la ciudad de Roma, la capital de Italia, a la Roma pagana, lo que leemos en los capítulos 7 y 8 del Apocalipsis.

Roma será destruida... ¿Es posible que el Papa traslade su sede a otro lugar?

Sin duda alguna: ubi Petrus, ibi Ecclesia … El Papa ya se ha visto obligado a huir de Roma varias veces.

¿Es posible que se establezca en Jerusalén? Sí. Al igual que se mudó a Aviñón (Francia), puede establecerse en Jerusalén por un periodo más o menos largo...

Roma, en el sentido de Iglesia católica, no puede perder su fe, pero Roma, como cabeza de las naciones gentiles, seguramente puede caer en la apostasía, abandonando a Dios y a Cristo.

Puede volver al paganismo. Si esto sucede, ¿dónde acabará?

Está escrito de ella: et tu excideris -tú también serás cortado del árbol de la vida- como lo fueron los judíos, si no perseveras en la fe y eres ingrato por los favores que Dios te ha otorgado [170].
Este resultado parecía bastante plausible en tiempos del beato Palau. Roma estaba sitiada y ocupada por las tropas del apóstata Garibaldi y el excomulgado Víctor Manuel II.

La vida del Papa y la del clero romano estaban en peligro. Las arengas anticlericales más radicales instaban a la destrucción de las iglesias romanas y a la extinción del catolicismo por la violencia.

Estas siniestras intenciones no se materializaron, pero sí revelaron el objetivo final de la Revolución. Poco antes de los desórdenes de la Comuna de París, el beato Palau escribió:

Roma —no la Iglesia Católica, sino los católicos falsos y traidores— será castigada. Dios derramará sobre ella la copa de su ira con mayor severidad que sobre París. Tal es la opinión del Ermitaño sobre Roma [171].

¿Y Roma, qué será de ella? -preguntó el Beato Palau. ¿Qué será del trono papal? El trono del Sumo Pontificado jamás caerá en ruinas. Independientemente de quién lo ocupe —Pedro, Pablo o Pío—, ya ​​sea en Roma o en Jerusalén, perdurará hasta el fin de los siglos.

¿Incluso en una cueva sobre una roca áspera y fría? ¡Qué más da! Donde esté Pedro, allí está su trono.

Si Pedro se sienta en un tronco de árbol en medio de un desierto, este tronco áspero es su trono, y si es crucificado, su trono es la cruz! [172].

Ante las amenazas revolucionarias, el Vicario de Cristo podría incluso tener que esconderse:

Un orden de cosas incontrolable lleva a la humanidad a la abolición de todo culto católico público y a su sustitución en el mundo oficial por la religión del Estado. El Papa volverá a las catacumbas [173].

El beato Palau creía que la confusión y el caos en la Iglesia podían llegar a tales extremos en el futuro que sólo una intervención divina extraordinaria podría aclarar quién era el legítimo sucesor de Pedro.

Cuando esto sucediera, las humillaciones de la persecución serían sustituidas por una maravillosa glorificación del Papado:

“Una vez derrotado el Anticristo... Dios mismo nombrará un Papa según Su Corazón” [174].

La Iglesia Renovada

Debido a los furores desesperados de la persecución satánica, la Iglesia buscaría refugio en lugares menos expuestos a la tormenta. Allí resistiría los asaltos finales de la Revolución agonizante.

En estos momentos extremos, reflexionaba el beato Palau, el Espíritu Santo enviaría su soplo vivificante sobre la Iglesia perseguida, que renovada por gracias extraordinarias lanzaba la contraofensiva:

La Iglesia cambiará la faz de la tierra por segunda vez. Antes, sin embargo, descenderá al silencio de los sepulcros. Con sus templos en ruinas, la Iglesia se refugiará en la soledad de la montaña.

“Allí recibirá del Espíritu Santo la plenitud de los dones que necesita para salvar la sociedad moderna” [175].


Esta acción del Espíritu Santo presentaría una analogía notable con el descenso del Paráclito sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo.

Se produciría, sin embargo, en medio de persecuciones y martirios, en plena lucha contra la Revolución enloquecida, en condiciones muy diferentes de las manifestaciones festivas que suelen asociarse al pentecostalismo interconfesional:
“El Espíritu Santo descendió sobre el monte Sinaí entre truenos y relámpagos para revelar al pueblo la Ley que había olvidado.

El Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en medio de un gran viento, y en medio de una tormenta descenderá nuevamente.

Entonces arrojará al abismo el espíritu maligno e impío, el siniestro espíritu revolucionario, que posee el cuerpo moral de la sociedad humana y lo agita desde los aires que respiramos” [176].
La Iglesia contraataca

Bajo el soplo renovador del Espíritu Santo, la Iglesia contraatacaría. Denunciaría la Revolución, sus jefes y sus secuaces ante el mundo entero.

Semejante predicación tendría un vigor irresistible:
La Iglesia es consecuente. Una vez que reconozca como un hecho histórico que Satanás lidera la obra de la Revolución, la sostiene, le da fuerza, poder y forma, pasará a la ofensiva y la derrotará [177].

Solamente la Iglesia... se presentará sin miedo en el campo de batalla para librar una guerra ofensiva; solo Ella luchará; solo Ella triunfará, y solo Ella recibirá la gloria y el honor de las naciones, sus hijos [178].

No será la Revolución la que se pronunciará públicamente contra la Iglesia, sino que será la Iglesia la que se pronunciará contra la Revolución [179].
Ante la mirada perpleja de las multitudes, los discípulos del restaurador prometido -los apóstoles de los últimos tiempos- expulsarían a los verdaderos mentores de la Revolución, denunciando sus maniobras insidiosas y sus verdaderos objetivos.

Estos apóstoles obligarían a los demonios a confesar su papel y les ordenarían sin recurso desistir de hacer daño a la humanidad y abandonar la tierra:
Cuando veáis una orden de apóstoles o de misioneros que expulsan a los demonios y los desenmascaran...

en el lugar, en las plazas y calles públicas y en las casas; cuando veáis que las enfermedades humanas se curan instantáneamente; cuando veáis que los demonios ya no nos resisten y huyen incluso de nuestra sombra....

Una vez que el princeps hujus mundi sea expulsado del santuario, una vez que el rey de las tinieblas sea expulsado de en medio de los hijos e hijas del pueblo de Dios;

Una vez derrotado en sus propios términos, que son los del poder eclesiástico puramente espiritual, este triunfo conduce infaliblemente a la victoria de la Iglesia en el ámbito político y material. La Revolución se derrumbará en el mundo [180].
Así, según el beato Palau, Dios, que en el apogeo de la Revolución parecería cruzarse de brazos, haría brillar su poder como nunca antes durante el derrocamiento de la Revolución:

La ira de Dios, que hoy castiga a la raza de Adán, invisible y espiritualmente, al permitir el triunfo del error, se hará visible, tan visible que nadie, absolutamente nadie, dudará de la omnipotencia de ese Dios que hoy invocamos los católicos y que parece no escucharnos. Ese día llegará cuando nadie lo espere [181].

Los espíritus confundidos y derrotados de las tinieblas se vengarían de sus cómplices humanos con el permiso de Dios, como Sus instrumentos.

Dios -explicó- descargará su ira, su anatema y su maldición sobre los incrédulos, y entre ellos, sobre los incrédulos que se llaman católicos...

El tipo de católicos que se burlan de las enseñanzas del catolicismo sobre la justicia divina y sobre los demonios, sus ejecutores. El infierno dirigirá toda su furia sobre estas almas [182].

Las estructuras revolucionarias que se alzaban altas, desafiando el orden natural, pero sostenidas por los poderes del infierno, se derrumbarían con un estruendo reverberante.


Regiones enteras, sospechaba el beato Palau, temblarían cuando los demonios que las poseían se marcharan:
“Así como los espíritus enviados para poseer cuerpos humanos toman el lugar de la razón, así también éstos [espíritus de las tinieblas] poseen la naturaleza y la dirigen (con el permiso de Dios) contra el hombre.

Por eso, el día en que estos espíritus del error y del mal sean arrojados al abismo será horrendo.

Porque Dios, siendo el autor del orden natural y social que trastornan, los vomitará valiéndose de la naturaleza misma...

Al purgar tanto mal de su seno, el orbe mostrará señales cuyo significado será claro para todos [183].

La naturaleza vomitará al abismo a estos ángeles del mal en una de esas horribles convulsiones, que serán más terribles para los incrédulos que el día del Diluvio [184].
Muchos podrían verse tentados a pensar que tan grandes convulsiones no fueron más que desastres naturales.

Los apóstoles de los últimos tiempos, sin embargo, obligarían a los demonios a confesar sus acciones para edificación de aquellos cuya fe era débil.

Los espíritus de las tinieblas dejarían claro cuál fue su papel en la Revolución.

El propio “linaje de Judas”, que en el mayor secreto había estado destruyendo a la Iglesia desde dentro, sería arrastrado a la luz para su execración pública:

“El diablo hizo que la gente perdiera la fe y toda creencia en la obra del mal que él está promoviendo por toda la tierra en unión con el hombre malvado.

Al ser arrojado al abismo, el mismo diablo reparará este daño. Dará testimonio de su existencia y del poder que le comunicó a este hombre sobre todo su ejército.

¡Ay de hoy! ¡Ay de quienes hoy lo defienden y luchan contra la Fe! ¡Ay de este hombre!

¡Ay del Judas que desde dentro del santuario entrega el templo de Dios al diablo, vende las ovejas y protege a los lobos para que devoren el rebaño a su antojo! [185].

Los apóstoles de los últimos tiempos realizarían grandes prodigios que sellarían el fin de la Revolución y el daño que ésta hacía a las almas:

“En aquel día la tierra se abrirá a la voz de los profetas, y el infierno tragará vivos a los apóstoles de la mentira ante los ojos de todos....

En aquel día los profetas enviados por Dios para la redención de las naciones derrotarán la fuerza bruta del hombre con el poder divino.

A su orden, descenderá fuego del cielo, y ante los ojos de todos los poderosos que intenten bloquear su misión, quedarán reducidos a cenizas” [186].

Por muy terribles que fueran estos castigos, más lo sería la glorificación de la Iglesia, su propósito supremo:

“La última misión que Dios ha preparado para su Iglesia será tan asombrosa, que su voz, la voz de los apóstoles, silenciará al mundo de la política.

Será una voz de trueno, una trompeta de arcángel, que ningún estruendo de cañones ni gritos de guerreros podrán ahogar” [187].

Los tres días de oscuridad

La destrucción de la Revolución bien podría alcanzar su punto máximo durante los llamados tres días de oscuridad.

Estas tienen un fundamento bíblico y fueron objeto de comentarios y visiones de almas santas y privilegiadas. La revelación privada más conocida sobre ellas la recibió la beata Ana María Taigi (1769-1837).


Su revelación ya era bien conocida en tiempos del beato Palau. Su versión más autorizada es la de Monseñor Raffaele Natali, confidente de la vidente durante décadas. Está incluida en el proceso de beatificación de Ana María Taigi:

En 1818, la Sierva de Dios me contó todo sobre la revolución en Roma. Me repitió repetidamente el hecho aún más asombroso de que había sido mitigada por las oraciones de muchas almas queridas de Dios que se habían ofrecido a Él para satisfacer la justicia divina.

Sobre el futuro dijo que la iniquidad desfilará en triunfo y muchas personas creídas buenas se desenmascararán, pues el Señor quiere separar la paja, sabiendo exactamente qué hacer con ella después.

Tal será la situación que el hombre ya no podrá poner orden. El brazo todopoderoso de Dios lo remediará todo.

Me dijo que mientras el azote de la tierra será mitigado, el de los cielos será un castigo horrible, terrible y mundial, como Nuestro Señor no reveló ni siquiera a sus almas más amadas.

El castigo llegará inesperadamente y los impíos serán destruidos. Antes de que llegue, todos los considerados santos serán enterrados.

Millones de personas perecerán por el acero en guerras o conflictos. En todas partes, millones morirán repentinamente por causas desconocidas.

En consecuencia, naciones enteras volverán a la unidad con la Iglesia Católica. Muchos musulmanes, paganos y judíos se convertirán, y los cristianos se asombrarán de su fervor y observancia.

En resumen, me dijo que el Señor quiere purificar el mundo y su Iglesia, para lo cual está preparando una nueva cosecha de almas que humildemente realizarán grandes obras y obrarán milagros sorprendentes.

Me dijo que la tierra será purificada con guerras, revoluciones y otras calamidades. Tras el fin del castigo, en medio de grandes convulsiones naturales y pérdida de vidas, comenzará una era celestial.

La Sierva de Dios me dijo varias veces que el Señor le mostró en el sol misterioso [188] el triunfo universal y la alegría de la nueva Iglesia, un triunfo tan grande y asombroso que quedó estupefacta [189].

El beato Palau comentó esta visión con detalle, utilizando la versión que recibió:

Esto es lo que está predicho: En un día tranquilo y brillante, de repente una oscuridad tan densa que se puede tocar, cubrirá la faz de la tierra.

El cielo tomará un tono tan espantoso que al mirarlo la gente correrá a esconderse en los lugares más apartados de sus casas, cerrando puertas y ventanas como en tiempos de fuertes tormentas.

Figuras horripilantes aparecerán en el aire, profiriendo gritos ensordecedores. Si por un instante la luna se abre paso en la oscuridad, aparecerá vestida de sangre ante quienes tengan el valor de mirarla.

Éstos serán días de ira y de maldición; días en que la muerte, con el ángel exterminador como montura y con el infierno tras su estela, visitará las casas de los impíos, de los incrédulos, del hombre que lleno de arrogancia desafía la omnipotencia de Dios, tal como visitó a Egipto cuando mató a los primogénitos en una noche.

Muchos morirán de miedo, creyendo que ha llegado el fin del mundo y sintiéndose rodeados por una noche eterna. Horribles convulsiones de la naturaleza proclamarán que Dios, su creador, está furioso.

Como una mujer poseída que se estremece cuando el espíritu del mal es expulsado de ella, la naturaleza se estremecerá al expulsar de su seno a esos ángeles revolucionarios que junto con el hombre de iniquidad trastocan sus leyes.

La naturaleza anunciará así que ha llegado la hora suprema de su renovación. La muerte pasará veloz por los hogares de los impíos, segando con su guadaña a ancianos y niños, hombres y mujeres.

Los que queden vivos buscarán una luz para ver los cadáveres, y el relámpago les mostrará los rasgos amarillentos de una esposa, una hija, un hermano, un padre.

Queriendo ayudar a los moribundos, intentarán encender una llama, pero ésta rechazará su luz y su calor.

El justo, el que cree, encenderá una llama que arderá ante el Señor. Orará postrado en tierra, esperando el fin de la visita del Dios de la Venganza y el amanecer de su misericordia.

Cerrará sus puertas y ventanas, y, recogido con su familia en el oratorio, se humillará con ayuno, oración y penitencia ante el Juez que castiga al malhechor. Mientras tanto, los impíos perecerán en su impiedad.

Durante estos tres días, Dios mismo combatirá a los insensatos que hoy se burlan de su omnipotencia. Todo el universo en armas lo seguirá, dando testimonio de la verdad de la fe católica.

Al abandonar el campo de batalla, el vencedor triunfante arrojará las tinieblas y los espíritus que las producen al fuego eterno.

Esto es lo que predica la venerable Taigi. ¿Sucederá? ¿Cuándo? ¿Puede ser?

Sí, sucederá. ¿En qué época? Responderemos con una simple opinión, fruto de una profunda meditación:

1) Esto ocurrió una vez. Por lo tanto, podría venir otra época en la que sea útil para la gloria de Dios que vuelva a ocurrir.

Lean el capítulo 10 del Éxodo: “Y cuando Moisés extendió su mano hacia el cielo, sobre toda la tierra de Egipto cayó una oscuridad absoluta; durante tres días nadie vio el rostro de su vecino ni se movió de donde estaba. Pero dondequiera que habitaban los hijos de Israel, la luz brillaba”. 
 
¿Puede Dios renovar ahora, por medio de algún hombre, lo que hizo en Egipto por medio de Moisés? Sí, puede. ¿Lo hará? Sí. ¿Cómo lo sabemos?

Escuchemos a los profetas. Isaías dice en el capítulo 13:

El día del Señor viene, despiadado, lleno de venganza y amarga retribución, listo para convertir la tierra en un desierto, librándola de su prole pecadora.

Las estrellas del cielo, sus constelaciones brillantes, no arrojarán ningún rayo; el amanecer será oscuridad, y la luna rechazará su luz.

Castigaré la culpa del mundo y cobraré impuestos a los malvados por sus fechorías, calmando el orgullo de los rebeldes y aplastando la altivez de los tiranos.

Al describir el castigo de los impíos, Ezequiel en el capítulo 32 dice: “Cuando yo apague tu luz, se apagarán los cielos, se oscurecerán las estrellas, se nublará el sol y la luna rehusará su luz; no habrá lumbrera en el cielo que no llore por ti, y en tu tierra, dice el Señor Dios, todo será oscuridad”.

Y dice Joel en el capítulo 2: “Mostraré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y remolinos de humo.

El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, el día grande y terrible” [190].

El beato Palau esperaba que el demonio fuera el instrumento más visible de la justicia divina al comienzo de los castigos.

Pero a medida que estos acontecimientos continuaron, la participación de los ángeles buenos y de Dios mismo llegaría a ser claramente dominante.

Los tres días de oscuridad ocurrirían en la etapa final de los castigos, confirmando la misión del enviado de Dios:
¿De qué servirán tres días de oscuridad como los predichos por la Venerable Taigi, a menos que sean señales que den testimonio de una misión, como lo fue la oscuridad que Moisés trajo sobre los egipcios?

Sin la intervención de un profeta tendrían el mismo efecto que las epidemias y las guerras.

Para que los impíos no puedan atribuirlos solo a la naturaleza, y para que la gente crea en la omnipotencia del Dios de los católicos y en la verdad del poder de la Iglesia, una voz apostólica debe traerlos y despedirlos [191].
En esta perspectiva, los tres días de oscuridad serían el episodio decisivo de la victoria final de la Iglesia.

La importancia del exorcismo

La Revolución -decía con frecuencia el Beato Palau- había azotado a las naciones como un inmenso hechizo. Bajo este hechizo, la humanidad decadente se había convertido en el premio de Satanás y sus ángeles rebeldes.


Cuanto más avanzaba la Revolución, más se adueñaba el demonio de la sociedad y la empujaba a mayores pecados y desgracias, lo que, en una especie de círculo vicioso, aceleraba la Revolución.

A medida que se acercaran los días del falso profeta, esta posesión se haría más intensa, porque el Anticristo sería la máxima encarnación del poder hechizante.

En consecuencia, el Beato Palau creía indispensable hacer un uso amplio y sistemático del ministerio del exorcismo. Escribió:

Éste es nuestro ideal: que bajo la dirección del Papa se organice y utilice el ministerio del Exorcismo.

Tendría un efecto infalible: el encarcelamiento del diablo, la ruina de su imperio y el triunfo del catolicismo en la conversión de los reyes que ahora nos combaten. ¿Es esto una ilusión del ermitaño?

¿O es una realidad? Si es una realidad, así es como el mundo se renovará tarde o temprano. Un poder espiritual encarcelará al diablo, y su encarcelamiento será la liberación de las naciones.

Qué poder es este? El poder del exorcismo. Este es el ministerio que tiene poder inmediato y directo sobre los demonios [192] [193].

Este ideal no se logró. El beato Palau falleció en 1872 y el venerable Pío IX falleció en 1878.

Algunos años más tarde, el nuevo Papa, León XIII, ordenó que al final de la Misa se recitara una oración a San Miguel Arcángel, un verdadero exorcismo [194].

El 18 de mayo de 1890, el mismo Pontífice promulgó el Exorcismus in Satanam et angelos apostaticos, cuyo contenido —observa la Positio del proceso de beatificación del padre Palau— “coincide exactamente con el pensamiento de Francisco Palau” [195].

Sin embargo, los recursos ordinarios del oficio de Exorcista no fueron utilizados en la forma sistemática que el Beato Palau creía indispensable para acabar con el poder del demonio y la Revolución.

Previendo que su ideal no se realizaría, el Beato Palau predijo que Dios le concedería una ayuda extraordinaria:

“Es cierto que los medios ordinarios que tiene la Divina Providencia para detener y encadenar a Satanás encuentran obstáculos insuperables.

También es cierto, sin embargo, que para salvar a su Iglesia de la voracidad de los lobos infernales, Dios en su providencia extenderá su brazo omnipotente y los arrojará desde dentro del mismo santuario con toda la incredulidad de los católicos incrédulos” ​​[196].

Creía que se concederían medios extraordinarios a:
La misión de Elías y que los discípulos del restaurador participarían en ella. Armados con poderes exorcistas, los apóstoles de los últimos tiempos secundarían en la tierra la acción del Arcángel Miguel y las huestes angélicas.

“En la tierra -dijo- la Revolución perecerá por la misma mano que la decapitó en el Cielo:... el ministerio de los ángeles, junto con el de los hombres que no son revolucionarios” [197].
El exorcismo tendría un papel decisivo en la victoria de la Iglesia:
El oficio de Exorcista será el ministerio de guerra de la Fe en el mundo. Armará a los verdaderos católicos para la confrontación directa con Satanás, como los Reyes Católicos armaron físicamente a los combatientes contra Mahoma, Focio y Lutero.

Este ministerio fue instituido para la guerra contra el Anticristo. Si bien siempre ha existido, en la última persecución se preparará para la batalla con pleno poder contra la Revolución.

Esto provocará el encarcelamiento de Satanás y la ruina de su imperio en la tierra [198].

El poder dentro del ministerio del Exorcismo...

Encarcelará a Satanás. Lo atará y lo arrojará al abismo, cerrará las puertas y las sellará, para que solo salga de su prisión el día del Juicio Final, para comparecer ante el Juez Supremo.

Entonces el mundo tendrá paz. Entonces la humanidad recibirá la ley, escuchará los preceptos del Decálogo y se entregará a la predicación del Evangelio [199].
En una carta del 1 de marzo de 1870 a Monseñor Pantaleón Monserrat, Obispo de Barcelona, ​​el Beato Palau insistía nuevamente por qué deseaba el ministerio del Exorcismo: Satanás, el padre de la Revolución, debía ser expulsado del mundo.

El bien de los individuos diabólicamente atormentados -por quienes el beato Palau no escatimó sacrificios- no fue la razón principal.

Si el ministerio del exorcismo —escribió— fuera un ministerio dirigido al bien individual o al bien de ciertas familias, quizá lo habría ignorado. Trasciende todo esto.

El poder detrás del velo de la Fe está ordenado nada menos que a encadenar directa e inmediatamente al fuerte que dirige la Revolución en el mundo y domina, a través de gobiernos apóstatas, todas las naciones.

Su encarcelamiento o libertad dependen del uso o no del ministerio del exorcismo. La salvación o la ruina del mundo dependen de esto [200].

La resurrección moral y social de las naciones

El soplo del Espíritu Santo que renovaría la Iglesia devolvería la vida a las naciones. Cada nación se organizaría de nuevo según sus principios básicos y su jerarquía propia.

El mismo espíritu del Señor soplará sobre las naciones y se levantarán como una mujer sana y vigorosa. El pecado del deicidio habrá sido expiado y el imperio musulmán habrá sido aniquilado.

Palestina, con todas sus tribus, volverá a Dios. El signo de esta regeneración social será la Santa Cruz en la cima del Gólgota. Desde esta colina, el Dios-hombre gobernará sobre las naciones y sus reyes [201].

El espíritu de Dios soplará sobre este cuerpo social en descomposición y volverá a la vida. Esto creemos, esto esperamos, esto oramos fervientemente [202].
El Beato Palau vio en Josué una prefigura de los líderes de las naciones renacidas. Así como el liderazgo militar de Josué siguió la misión profética de Moisés, el liderazgo de los gobernantes legítimos seguiría la misión de Elías:

Después de Moisés vino Josué, y después de Pedro, el emperador Constantino. Después del restaurador vendrán los reyes católicos. No triunfarán ni ascenderán a sus tronos hasta que el restaurador haya confundido la fuerza material del hombre malvado, del rey inicuo, con la fuerza material de Dios [203].

Los miembros de las élites legítimas estarían a la cabeza de los pueblos y trabajarían en estrecha unión con los apóstoles de los últimos tiempos.

Ciertos pasajes del beato Palau parecen indicar que habría un único monarca; otros parecen aludir al resurgimiento de innumerables líderes naturales. Pero ninguna posibilidad excluye a la otra.

Cuando el Anticristo sea derrotado, y con él el poder de los reyes de la tierra...

Los Reyes Católicos se levantarán el mismo día, con un Josué, un Gedeón, un guerrero llamado por Dios, a la cabeza, para reforzar esa orden de portadores de la cruz que menciona San Francisco de Paula en sus cartas a Simón de Limena [204].

Acabarán rápidamente con los restos del imperio anticristiano y establecerán sus tronos sobre las ruinas del reino de Satanás [205].

El resurgimiento de las naciones comenzaría con sus representantes naturales, ya sean miembros de linajes antiguos o fundadores de otros nuevos.

Su grandeza sería tal que el beato Palau los compara con héroes del Antiguo Testamento y reyes católicos como San Fernando III de Castilla y San Luis IX de Francia:

Junto con el nuevo Moisés resucitarán Josué, Débora, Gedeón, San Fernando y San Luis, esos grandes príncipes que la Divina Providencia mantiene ocultos y que se preparan para entrar en la contienda a una señal del Cielo [206].

El período de paz

El estudio del Apocalipsis dio al Beato Palau la convicción de que después de que el Restaurador cumpliera su misión habría un tiempo de paz.


Derrotada la Revolución y encadenado Satanás en el abismo, la Iglesia victoriosa y las naciones que sobrevivieran al castigo universal disfrutarían de un período de esplendor sin igual.
O Dios destruye el mundo -argumentó el Beato Palau- o lo redime. Lo redimirá.

Antes de que el Juez Supremo llame a los hombres a juicio en el Valle de Josafat, antes de que la humanidad deje de existir sobre la tierra, se les dará tiempo para prepararse para recibir al Juez Supremo de los vivos y de los muertos.

Tendrá paz. Y para que tenga paz, Dios encadenará a Satanás, quien perturba la tierra, y lo encerrará en las profundidades del infierno [207].
En otra ocasión explicó:
Creemos que una vez derrotado el Anticristo, la Iglesia tendrá un tiempo de paz, cuando todas las naciones y sus reyes la servirán y la reconocerán como la reina y madre de todos los vivientes.

Este período puede ser largo o corto. Puede disfrutar de la gloria del triunfo durante ciento, cincuenta, veinte o diez años.

Cuando los hombres vuelvan a olvidarse de Dios, serán sorprendidos por el Juez Supremo de vivos y muertos, cuya inminente venida habrá sido anunciada por el Tesbita [208].
En estos tiempos de paz, la Iglesia brillaría con un nuevo esplendor, especialmente en aquellos aspectos más despreciados por la Revolución. El beato Palau recurre a un diálogo imaginario sobre la vida de un eremita —una vida tan amada por él y tan odiada por la Revolución— para ilustrar el cambio colosal que se produciría:

Estos hombres [anacoretas y ermitaños] estaban consagrados a Dios, y en las grandes ciudades se les consideraba oráculos del Cielo. Puesto que al crear el mundo Dios había dictado las leyes a las que Él mismo se sometió, estaba obligado por las oraciones de estos hombres y, en lugar de castigar a los culpables, los perdonó.

Ese tiempo terminó. Otro lo reemplazó. En esta nueva era —la actual— visité mi ermita. Los ladrillos del antiguo oratorio y la estrecha celda estaban esparcidos por la colina.

Partes de los muros fueron derribados hasta los cimientos; otros aún se mantenían en pie con grietas ruinosas. El sitio, sin embargo, estaba intacto, permanente, sólido.

Llamé al espíritu que había embellecido esta colina cuando colocó en su cima un edificio que representaba penitencia, soledad, oración, silencio y desprecio por las vanaglorias del mundo.

Una voz triste respondió desde entre las ruinas:

Estoy aquí y habito aquí. Cuando di forma a los materiales que ves aquí, surgió la Fe, y desde lo alto de esta colina, mi ermita y el Ermitaño predicaron la oración, la penitencia y la fe.

Cuando la ermita aún estaba en pie, solía decir: ‘¡Estoy aquí!’ a quienes me visitaban.

- “¿Y ahora qué dices?”

Espero la restauración. Mis ermitas serán reconstruidas. Se levantarán monasterios de hombres.

Una vez más, apaciguarán la ira de Dios con la oración y la penitencia de los desiertos [209].

Se produciría un renacimiento de la cultura y la civilización cristianas. Las palabras de León XIII sobre la cristiandad medieval serían aplicables también al futuro:

Hubo un tiempo en que la filosofía de los Evangelios gobernaba los estados. En esa época, la influencia de la sabiduría cristiana y su virtud divina impregnaban las leyes, instituciones y costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de la sociedad civil.

Luego la religión instituida por Jesucristo, sólidamente establecida en el grado de dignidad que le corresponde, floreció en todas partes gracias al favor de los príncipes y a la legítima protección de los magistrados.

Entonces el Sacerdocio y el Imperio quedaron unidos en una feliz concordia y por el amistoso intercambio de buenos oficios.

Así organizada, la sociedad civil dio frutos superiores a todas las expectativas, cuyo recuerdo subsiste y subsistirá, registrado como está en innumerables documentos que ningún artificio de los adversarios puede destruir u oscurecer [210].

Sobre las ruinas del imperio anticristiano -añade el beato Palau- los reyes católicos erigirán sus tronos, y se establecerá en todo el mundo el imperio de la paz. Esta paz no será perturbada hasta el fin del mundo [211].

Esta perspectiva coincide de manera llamativa con el Reino de María previsto por San Luis de Montfort y la promesa hecha por Nuestra Señora en Fátima: “Al final, mi Corazón Inmaculado triunfará”.

Los apóstoles de los últimos tiempos velarían para asegurarse de que el Príncipe de las Tinieblas no reiniciara la Revolución que había traído tantos males y desgracias sobre los hombres.

Después de este Reino de Cristo en María, vendría el fin del mundo:

La paz del mundo se verá perturbada por el fin de los tiempos. La Iglesia, habiendo concluido sus días de peregrinación en la tierra y habiendo encerrado al mal y a todos sus obreros en el Infierno, ascenderá del Valle de Josafat al Cielo, cubierta de gloria [212].

En aquellos últimos y terribles días se consumará lo mencionado anteriormente sobre la venida en persona de Elías y Enoc.

Su muerte será seguida inmediatamente por la Segunda Venida. Con poder y majestad, Nuestro Señor destruirá al Anticristo con la espada que sale de su boca [213].

Continúa...



Tercera Parte: La revolución anticristiana

Cuarta Parte: Beato Francisco Palau y Quer O.C.D.: La venida del restaurador

Notas:

[170] “La Iglesia coronada de espinas”, El Ermitaño, núm. 156, 2/11/1871.

[171] “París y Roma”, El Ermitaño, núm. 99, 29/9/1870.

[172] “Esclavitud de las naciones”, El Ermitaño, núm. 132, 18/05/1871.

[173] “Las tinieblas: eclipse total de sol en el mundo oficial”, El Ermitaño, núm. 145, 17/8/1871.

[174] “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, núm. 119, 16/02/1871.

[175] “La Internacional”, El Ermitaño, núm. 147, 31/8/1871.

[176] “La Tempestad”, El Ermitaño, núm. 149, 15/9/1871.

[177] “Incendio de barracas en Barcelona”, El Ermitaño, núm. 170, 8/2/1872.

[178] “Esclavitud de las naciones”, El Ermitaño, núm. 132, 18/05/1871.

[179] “Las tinieblas: eclipse total de sol en el mundo oficial”, El Ermitaño, núm. 145, 17/8/1871.

[180] “Elías y el Anticristo”, El Ermitaño, núm. 22, 1/4/1869.

[181] “La noche”, El Ermitaño, núm. 169, 1/2/1872.

[182] “Preservativo para las casas y campos contra el fuego de la ira de Dios”, El Ermitaño, núm. 144, 10/8/1871.

[183] ​​“Signos en el cielo y sobre la tierra”, El Ermitaño, núm. 143, 3/8/1871.

[184] “El reino de las tinieblas”, El Ermitaño, núm. 122, 9/3/1870.

[185] “Triunfo de la Cruz”, El Ermitaño, núm. 125, 30/03/1871.

[186] “Cataclismo social”, El Ermitaño, núm. 148, 7/9/1871.

[187] “Un rayo de la aurora boreal”, El Ermitaño, núm. 172, 22/02/1872.

[188] Durante gran parte de su vida, la beata Anna María Taigi vio constantemente ante ella un disco dorado, como un sol, en el que veía representados acontecimientos actuales o futuros (cf. Mons. Carlo Salotti, La Beata Anna Maria Taigi secondo la storia e la critica - Madre di famiglia e terziaria dell'Ordine della Ss. Trinità [Roma: Libreria Editrice Religiosa, 1922]).

[189] Salotti, op. cit., págs. 340-342. Proc. Orden. fol. 695-696.

[190] “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, núm. 119, 16/02/1871.

[191] “La cruz”, El Ermitaño, núm. 159, 23/11/1871.

[192] “Observaciones sobre energúmenos”, El Ermitaño, núm. 65, 27/01/1870.

[193] San Antonio María Claret fue uno de los grandes santos que vivieron en la época del Beato Palau. Fue un ferviente defensor de la Iglesia contra los ataques de la Revolución y apoyó activamente al Beato Palau durante el injusto cierre de la Escuela de la Virtud en Barcelona.
En una carta sobre el Colegio, el Beato Palau le dice al Santo: “Te veo como un instrumento de la Providencia, un portavoz del espíritu de Dios a quien debo consultar en este asunto” (Palau, Cartas, en Obras Selectas, vol. 7, Maestros Espirituales Carmelitas, p. 714).
Aun así, estas dos grandes almas no siempre coincidieron. Por ejemplo, el Beato Palau discrepó de las declaraciones de San Antonio a los sacerdotes de la congregación que el Santo había fundado sobre el número de poseídos y el enfoque pastoral que debía adoptarse con ellos.
El Beato Palau expresó su punto de vista a San Antonio con la claridad, la hombría y la caridad que a ambos les gustaban. El incidente es un ejemplo de la distinción y la elevación con que dos almas santas discuten sus diferencias en la plenitud del espíritu católico.
“Tenemos diferencias de opinión sobre cuestiones discutibles con personas respetables a quienes amamos”, escribió el beato Palau.
Esto no es inusual ni extraño, pues no habría debates ni discusiones durante el Concilio si todos los Padres pensaran igual. La discusión no puede ser perjudicial mientras todos reconozcamos un tribunal infalible y nos sometamos humildemente a su decisión. (“El Ermitaño ante el Concilio”, El Ermitaño, n.º 77, 28/4/1870).
La muerte llegó a ambos poco después, poniendo fin a un debate que podría haber supuesto grandes avances en el campo doctrinal y pastoral.
Las polémicas derivadas de un amor ardiente por la Iglesia no son raras entre los santos. Quizás la más famosa, polémica y fructífera fue la que se dio entre San Jerónimo y San Agustín, ambos Padres y Doctores de la Iglesia.
“Ni vosotros conmigo ni yo con vosotros silenciéis lo que pueda chocarnos en nuestras cartas, con tal, claro está, que nuestra intención ante Dios nunca se aparte de la caridad fraterna”, escribió una vez el Águila de Hipona (San Agustín) al León de Belén (San Jerónimo) (Cartas de San Jerónimo [Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1962], vol. 2, p. 389, carta 116).

[194] P. Alejo de la Virgen del Carmen, OCD, Vida del RP Francisco Palau Quer (1933), págs. 316-317.

[195] Positio, vol. 2, págs. 541-542.

[196] “La acción inmediata de Dios”, El Ermitaño, núm. 116, 26/01/1871.

[197] “¿Venció la Reina?”, El Ermitaño, núm. 152, 5/10/1871.

[198] “El dogma católico con referencia a la redención de la sociedad actual”, El Ermitaño, núm. 170, 8/2/1872.

[199] “Esclavitud de las naciones”, El Ermitaño, núm. 132, 18/05/1871.

[200] Palau, Cartas, en Obras Selectas, vol. 7, Maestros Espirituales Carmelitas, pág. 880.

[201] “El tiempo en Jerusalén, Roma, Babilonia”, El Ermitaño, núm. 62, 6/1/1870.

[202] “Cataclismo social”, El Ermitaño, núm. 148, 7/9/1871.

[203] “El triunfo de la Iglesia”, El Ermitaño, núm. 160, 30/11/1871.

[204] El beato Palau se refiere a profecías supuestamente registradas por san Francisco de Paula (n. 1416) en Cartas a Simón de Limena. El 10 de junio de 1659, la Santa Sede ordenó retirar de circulación las copias de estas cartas. Se constató que se les habían añadido afirmaciones apócrifas, falsas e inventadas. Para entonces, las cartas habían sido citadas por eminentes eruditos como el padre Cornelius a Lapide, S.J., quien reprodujo pasajes sobre los “Cruceros”, una futura Orden de Caballería que restauraría la Iglesia y que tal vez sería formada por los apóstoles de los últimos tiempos. Muchas almas santas, como por ejemplo san Luis de Montfort, anhelaban a estos “Cruceros”, y así lo manifestaron.
Estas profecías de origen incierto circularon ampliamente, respaldadas por la autoridad de eruditos y santos (cf. PL ​​Joseph Célestin Cloquet, Histoire révélée de l'avenir de la France, de l'Europe, du monde et de l'Eglise Catholique, d'après l'Ecriture Sainte, les Saints-Pères, les Docteurs de l'Eglise, les Révélations modernes ou contemporaines, et de récentes prophéties inédites [París: Bertin Editeur, 1880], págs. 117-118).

[205] “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, núm. 119, 16/02/1871.

[206] “El rey de España”, El Ermitaño, núm. 111, 22/12/1870.

[207] “La Revolución se hunde”, El Ermitaño, núm. 106, 17/11/1870.

[208] “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, núm. 119, 16/02/1871.

[209] “Las ruinas de mi ermita”, El Ermitaño, núm. 98, 22/9/1870.

[210] Encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885.

[211] “Cálculos del Ermitaño”, El Ermitaño, núm. 163, 21/12/1871.

[212] “Elías y Henoch”, El Ermitaño, núm. 6, 9/12/1868.

[213] Apocalipsis 19:21.