miércoles, 17 de julio de 2019

MULLER EXPLICA LOS ERRORES DEL DOCUMENTO DEL SÍNODO AMAZÓNICO

Declaración que el cardenal Müller ha emitido analizando el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonía que se celebrará en Roma el próximo mes de octubre.


«Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1 Cor 3, 11)


Sobre el concepto de Revelación presente en el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonía


Cardenal Gerhard Müller


1. Sobre el método del Instrumentum Laboris (IL)


Nadie podría cuestionar la buena voluntad de quienes están implicados en la preparación e implementación del sínodo y su intención de hacer todo lo posible para animar la fe católica entre los habitantes de esta amplia región de fascinante paisaje.

La región amazónica representa para la Iglesia y para el mundo «un pars pro toto, un paradigma, una esperanza para el mundo» (IL 37). Ya esta asignación de su tarea demuestra la idea de un desarrollo «integral» de todos los hombres en la única casa que es la Tierra, de la que la Iglesia se declara ser responsable. Esta idea la encontramos una y otra vez en el Instrumentum Laboris (IL). El propio texto está dividido en tres partes: 1) La voz de la Amazonía; 2) Ecología integral: el clamor de la tierra y de los pobres; 3) Iglesia profética en la Amazonía: desafíos y esperanzas. Estas tres partes están construidas según el esquema que también utiliza la Teología de la Liberación: ver la situación – juzgar a la luz de los Evangelios – actuar para establecer mejores condiciones de vida.


2. Ambivalencia en la definición de los términos y los objetivos

Como suele suceder con textos que han sido escritos por un grupo de trabajo, siempre hay equipos de personas que tienen un modo de pensar similar, en los que cada uno trabaja una parte, lo que da como resultado algunas tediosas redundancias. Si se eliminaran todas las repeticiones, el texto quedaría fácilmente reducido a la mitad, incluso menos.

Sin embargo, el problema principal no es la excesiva longitud del texto, sino el hecho de que no se aclara el significado de los términos clave, que son utilizados de manera inflacionaria: ¿qué es un ‘camino sinodal’, qué es ‘desarrollo integral’, qué significa ‘una Iglesia samaritana, sinodal y abierta’, o ‘una Iglesia de apertura’, ‘la Iglesia de los pobres’, ‘la Iglesia del Amazonas’, etc.? ¿Es esta Iglesia distinta al Pueblo de Dios, o hay que considerarla meramente como la jerarquía del papa y los obispos, o es parte de ella, o está en el lado opuesto a la gente? ¿Es el Pueblo de Dios un término sociológico o teológico? ¿O no es, más bien, la comunidad de los fieles que, junto a sus pastores, están en peregrinación hacia la vida eterna? ¿Son los obispos los que tiene que oír el clamor del pueblo, o es Dios el que, tal como hizo con Moisés durante la esclavitud de Israel en Egipto, les dice ahora a los sucesores de los apóstoles que guíen a los fieles fuera del pecado y de la maldad del naturalismo e inmanentismo secular hacia la Palabra de Dios y los Sacramentos de la Iglesia?


3. Cambio en la hermenéutica

¿Ha sido entregada la Iglesia de Cristo por su Fundador, como si se tratara de un material en bruto, en las manos de los obispos y los papas para que así estos, iluminados ahora por el Espíritu Santo, la reconstruyan haciendo de ella un instrumento actualizado con fines también seculares?

La estructura del texto presenta un giro radical en la hermenéutica de la teología católica. La relación entre Sagrada Escritura y Tradición Apostólica por un lado, y el Magisterio de la Iglesia por otro, ha sido determinado clásicamente de tal modo que la Revelación está plenamente contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición, mientras que es tarea del Magisterio -unido al sentido de fe de todo el pueblo de Dios- interpretarla de manera auténtica e infalible. Así, la Sagrada Escritura y la Tradición son los principios constitutivos del conocimiento para la profesión católica de fe y su reflejo teológico-académico. El Magisterio, por su parte, es meramente activo de una manera interpretativa y reguladora (Dei Verbum 8-10; 24).

En el caso del IL, sin embargo, es exactamente lo opuesto. Toda la línea de pensamiento se vuelve autorreferencial y circula en torno a los últimos documentos del Magisterio del papa Francisco, con algunas escasas referencias a Juan Pablo II y Benedicto XVI. Se cita poco la Sagrada Escritura y casi nada a los Padres de la Iglesia, sólo de manera ilustrativa y con el fin de apoyar convicciones que ya son preexistentes por otras razones. Tal vez se desea así mostrar una especial lealtad al papa, o tal vez se crea que es posible evitar los desafíos del trabajo teológico cuando se hacen constantes referencias a palabras clave muy conocidas, y a menudo repetidas, que los autores llaman, de una manera bastante chapucera, «el mantra de Francisco» (IL 25). Este halago es llevado a su extremo cuando los autores añaden, después de afirmar que «el sujeto activo de la inculturación son los mismos pueblos indígenas» (IL 122), la extraña formulación, a saber: «Como ha afirmado el papa Francisco ‘la gracia supone la cultura'». Como si hubiera sido él quien ha descubierto este axioma, que es en realidad un axioma fundamental de la propia Iglesia católica. En el original, la Gracia supone la Naturaleza, del mismo modo que la Fe supone la Razón (véase santo Tomás de Aquino, S. th. I q.1 a.8).

Además de confundir los papeles del Magisterio por un lado, y de la Sagrada Escritura por el otro, el IL llega hasta el punto de afirmar que hay nuevas fuentes de la Revelación. IL 19 afirma: «Además, podemos decir que la Amazonía -u otro espacio territorial indígena o comunitario- no es solo un ubi (un espacio geográfico), sino que también es un quid, es decir, un lugar de sentido para la fe o la experiencia de Dios en la historia. El territorio es un lugar teológico desde donde se vive la fe, es también una fuente peculiar de revelación de Dios. Esos espacios son lugares epifánicos en donde se manifiesta la reserva de vida y de sabiduría para el planeta, una vida y sabiduría que hablan de Dios». Si aquí se declara que un cierto territorio es «una fuente secular de revelación de Dios», entonces tenemos que afirmar que es una enseñanza falsa, puesto que durante dos mil años la Iglesia católica ha enseñado de manera infalible que la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica son las únicas fuentes de la Revelación y que no se puede añadir ninguna otra Revelación a lo largo de la historia. Como afirma Dei Verbum, «no hay que esperar ya ninguna revelación pública» (4). La Sagrada Escritura y la Tradición son las únicas fuentes de la Revelación, tal como explica Dei Verbum en el n. 7: «Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a cara». «La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia» (Dei Verbum 10).

Además de estas desconcertantes afirmaciones y referencias, la organización Rete Ecclesiale Panamazzonica (=REPAM) -a la que se le encargó la preparación del IL, en virtud de lo cual fue fundada en 2014-, así como los autores de la llamada Theologia india, normalmente se citan a ellos mismos.

Es una sociedad cerrada de personas con el mismo punto de vista sobre el mundo, tal como se puede observar fácilmente en la lista de nombres de los encuentros pre-sinodales que tuvieron lugar en Washington y Roma, que contiene un número desproporcionadamente alto de europeos de habla alemana.

Son inmunes a las objeciones serias porque estas pueden estar basadas sólo en un doctrinarismo y dogmatismo monolítico, o en un ritualismo (IL 38; 110; 138), así como en un clericalismo que es incapaz de dialogar (IL 110), y en el rígido modo de pensar de los fariseos y en el orgullo de la razón de los escribas. Razonar con estas personas sería una pérdida de tiempo y un esfuerzo vano.

No todos ellos tienen experiencia con Sudamérica y están presentes sólo porque siguen la línea oficial y controlan los temas del camino sinodal que han emprendido la Conferencia Episcopal alemana y el Comité Central de los católicos alemanes (abolición del celibato, acceso de las mujeres al sacerdocio y a posiciones clave contra el clericalismo y fundamentalismo, adaptar la moralidad sexual revelada a la ideología de género y apreciación de las prácticas homosexuales).

Yo he estado en servicio en el campo pastoral y teológico en Perú y otros países durante quince años consecutivos, cada 2-3 meses. Estaba mayormente en parroquias y seminarios sudamericanos, por lo que mi juicio no tiene una mera perspectiva eurocéntrica, tal como algunos desearían reprocharme.

Todos los católicos estarán de acuerdo con una importante intención del IL, a saber: que los pueblos de la Amazonía no sigan siendo objeto del colonialismo y neocolonialismo, sujetos a fuerzas que sólo piensan en el provecho y el poder, a costa de la felicidad y la dignidad de los demás. Está claro para la Iglesia, la sociedad y el Estado que la gente que vive allí -sobre todo nuestros hermanos y hermanas católicos-, son iguales y libres en sus vidas y trabajos, su fe y su moralidad, y esto es nuestra responsabilidad común ante Dios. Pero, ¿cómo se puede alcanzar?


4. El punto de partida es la Revelación de Dios en Jesucristo

Sin duda, la proclamación del Evangelio es un diálogo, que corresponde a la Palabra (=Logos) de Dios dirigida a nosotros y nuestra respuesta en el don libre de la obediencia a la fe (Dei Verbum 5). Porque la misión viene de Cristo el Dios-Hombre y porque Él pasó Su Misión desde el Padre a Sus Apóstoles, las alternativas del enfoque dogmático «desde arriba» hacia el enfoque pedagógico-pastoral «desde abajo» no tienen sentido, sólo si se rechaza el «principio divino-humano del caso pastoral» (Franz Xaver Arnold).

Pero el hombre es el destinatario del mandato misionero universal de Jesús (Mateo 28, 19), «el mediador universal y único de la salvación entre Dios y toda la humanidad» (Juan 14, 6; Hechos 4, 12; 1 Tim 2, 4 sig.) y el hombre puede reflexionar, con la ayuda de la razón, sobre el sentido de la vida entre el nacimiento y la muerte, y su vida está sacudida por las crisis existenciales de la existencia humana, y pone su esperanza, en la vida y en la muerte, en Dios, el origen y la meta de todo ser.

Una cosmovisión con sus mitos y el mágico ritual de la Madre «Naturaleza», o de sus sacrificios a los «dioses» y espíritus que nos causan un gran miedo, o que nos tientan con falsas promesas, no pueden ser un enfoque adecuado para la venida del Dios Trino en Su Palabra y en Su Espíritu Santo. Mucho menos puede ser un enfoque con un punto de vista científico-positivista de una burguesía progresista que acepta el cristianismo como un cómodo vestigio de valores morales y ritos civiles-religiosos.

Seamos serios, ¿acaso en la formación de los futuros pastores y teólogos debe sustituirse el conocimiento de la filosofía clásica y moderna, de los Padres de la Iglesia, de la teología moderna y de los concilios por la cosmovisión amazónica y la sabiduría de los antepasados con sus mitos y rituales?

Si la expresión «cosmovisión» significa sólo que todas las cosas creadas son interdependientes, es un tópico. Debido a la sustancial unión del cuerpo y el alma, el hombre está en el cruce del entramado del espíritu y la materia. Pero la contemplación del cosmos es sólo la ocasión para glorificar a Dios y su maravilloso trabajo en la naturaleza y la historia. El cosmos, sin embargo, no tiene que ser adorado como Dios; sólo el Creador debe serlo. No nos arrodillamos ante el enorme poder de la naturaleza y ante «los reinos del mundo y su gloria» (Mateo 4, 8), sino sólo ante Dios: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto» (Mateo 4, 10). Es así como Dios rechazó al diabólico seductor en el desierto.


5. La diferencia entre la Encarnación de la Palabra y la inculturación como vía de evangelización


La «teología indígena y la ecoteología» (IL 98) son un invento de los románticos sociales. La teología es la comprensión (intellectus fidei) de la Revelación de Dios en Su Palabra en la Profesión de Fe de la Iglesia, y no una nueva y continua mezcla de sentimientos del mundo y de puntos de vista del mundo o de constelaciones religioso-morales del sentimiento cósmico todo-en-uno, la mezcla de los sentimientos del propio yo con los del mundo (hen kai pan). Nuestro mundo natural es la creación de un Dios Personal. La fe en el sentido cristiano es, por lo tanto, el reconocimiento de Dios en Su Palabra Eterna que se hizo Carne: es la iluminación del Espíritu Santo para que reconozcamos a Dios en Cristo. Con la fe, se nos comunican las virtudes sobrenaturales de la esperanza y la caridad. Así es como nos comprendemos a nosotros mismos como hijos de Dios, quien, a través de Cristo, llama a Dios en el Espíritu Santo, Abba, Padre (Rom 8, 15). Depositamos nuestra confianza en Él, y Él nos convierte en Sus hijos, libres del miedo a las fuerzas elementales del mundo y a las apariencias demoníacas, dioses y espíritus, que con malicia nos esperan en el carácter impredecible de las fuerzas materiales del mundo.

La Encarnación es un hecho único en la historia que Dios determinó libremente con Su deseo universal de salvación. No es una inculturación, y la inculturación de la Iglesia no es una encarnación (IL 7;19;29;108). No fue Ireneo de Lyon, en su V libro Adversus haereses (IL 113), sino Gregorio Nacianceno el que formuló el principio: «quod non est assumptum non est sanatum – lo que no es asumido no es redimido» (Ep. 101, 32). Lo que significa la plenitud de la naturaleza humana contra lo afirmado por Apolinar de Laodicea (315-390), que pensaba que el Logos en la Encarnación sólo asumía una naturaleza, sin alma humana. Por esta razón la siguiente frase es totalmente abstrusa: «La diversidad cultural reclama una encarnación más real para asumir diversos modos de vida y culturas». (IL 113)

La Encarnación no es el principio de una adaptación cultural secundaria, sino el principio principal de la salvación concreta en la «Iglesia como sacramento de salvación del mundo en Cristo» (Lumen Gentium 1, 48), en la profesión de fe de la Iglesia, en sus siete sacramentos y en su episcopado con el papa a la cabeza, en sucesión apostólica.

Los ritos secundarios de las tradiciones de los pueblos pueden ayudar a inculcar la cultura de los sacramentos, que son los medios de salvación instituidos por Cristo. Sin embargo, no pueden ser independientes porque, por ejemplo, de repente costumbres matrimoniales pueden convertirse en más importantes que la Palabra-Sí [“Ja-Wort”], constitutiva del Sacramento del matrimonio. Los signos sacramentales, instituidos por Cristo y los apóstoles (símbolos de palabra y materiales) no pueden cambiarse a cualquier precio. El bautismo es administrado de manera válida sólo si es en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y con agua natural. Y en la Eucaristía no se puede reemplazar con comida local el pan hecho de trigo y el vino hecho con uva. Hacerlo no sería inculturación, sino una inadmisible interferencia con el deseo de Jesús como fundador [“Stiftungswillen”] y también sería destruir la unidad de la Iglesia en su centro sacramental.

Cuando la inculturación se refiere a la celebración externa secundaria del culto divino y no a los sacramentos -que es ex opere operato, a través de la presencia viva de Cristo, el fundador y el verdadero dador de Gracia en estos signos sacramentales-, entonces la siguiente frase es escandalosa, o como mínimo, desconsiderada: «Sin esta inculturación la liturgia puede reducirse a una ‘pieza de museo’ o ‘una posesión de pocos'». (IL 124)

Dios no sólo está en todas partes y presente de igual manera en todas las religiones, como si la Encarnación fuera meramente un fenómeno típico mediterráneo. De hecho, Dios como Creador del mundo está presente como un todo y en cada corazón humano individualmente (Hechos 17, 27 y sig.), incluso si los ojos del hombre a menudo están cegados por el pecado, y sus oídos están sordos al Amor de Dios. Pero Él viene por medio de la Revelación de sí mismo en la historia de Su pueblo elegido, Israel, y viene a nosotros en su Palabra Encarnada y en el Espíritu que infundió en nuestros corazones. Esta comunicación de sí mismo que hace Dios como Gracia y vida de cada hombre se difunde en el mundo mediante la proclamación de la Iglesia de su vida y su culto, es decir, mediante la misión en el mundo según el mandato universal que recibió de Cristo.

Sin embargo, Él se anticipa y trabaja con la ayuda de la Gracia en los corazones de esos hombres que aún no le conocen expresamente y por Su nombre, por lo que, cuando oyen hablar de Él en la proclamación apostólica, pueden identificarle como el Señor Jesús, en el Espíritu Santo (1 Cor 12, 3).


6. El criterio de discernimiento: la comunicación histórica de Dios en Jesucristo

Lo que falta en el IL es un testimonio claro de la comunicación de Dios en el verbum incarnatum, de la sacramentalidad de la Iglesia, de los Sacramentos como medio objetivo de la Gracia en lugar de meros símbolos autorreferenciales, del carácter sobrenatural de la Gracia, por lo que la integridad del hombre no consiste sólo en la unidad con una bio-naturaleza, sino en la Filiación Divina y en la comunión llena de gracia con el Espíritu Santo y, por lo tanto, en el hecho de que la vida eterna es el premio por la conversión a Dios, la reconciliación con Él, y no sólo con el medio ambiente y nuestro mundo compartido.

No se puede reducir el desarrollo integral sólo al suministro de recursos materiales. Porque el hombre recibe su nueva integridad sólo mediante la perfección en la Gracia; ahora en el Bautismo, por el que nos convertimos en nuevas criaturas y en hijos de Dios, y un día en la Visión Beatífica en la comunidad del Padre, y el Hijo, y del Espíritu Santo y en comunión con Sus santos (1 Juan 1, 3; 3, 1 y sig.).

En lugar de presentar un enfoque ambiguo con una religiosidad vaga y un intento inútil de convertir al cristianismo en una ciencia de la salvación al sacralizar el cosmos y la biodiversidad de la naturaleza y la ecología, tenemos que mirar el centro y origen de nuestra fe: «Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina» (Dei Verbum 2).

Traducido para InfoVaticana por Verbum Caro.

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