domingo, 7 de julio de 2019

LA TOLERANCIA, LA APROBACIÓN Y EL ESTÍMULO


“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

Por 
Don Elia


La mentalidad moderna, forjada por la ideología de la Revolución Francesa, impone a priori a ser tolerantes con cualquier cosa, independientemente de cualquier criterio moral. Un principio de este tipo, por lo tanto, demuestra estar desprovisto de cualquier referencia que no sea el individuo arbitrario y, por tanto, revela un germen pernicioso de anarquía total. Después de todo, no podía suceder de otro modo, dado que el concepto de tolerancia es un corolario de la idea de libertad que no está regulada ni orientada hacia el bien, de una fraternidad que busca para establecerse, matar al Padre y a la igualdad común y el aplanamiento, ya que priva de la base necesaria ontológica, la igual dignidad de la naturaleza que pertenece a todos los hombres, pero que no excluye las diferencias de dones físicos o intelectuales, en los estados de vida o habilidades culturales, en los cargos o méritos personales, en diferentes grados de carácter sacramental o gracias especiales conferidas a algunos. La mente con el cerebro lavado por esta visión acaba por ver la realidad a través de una lente deformante y la violencia con la que imponen a otros, en el nombre del "progreso", sus caprichos volubles.

Una tolerancia entendida de este modo, se confunde fácilmente con la aprobación de una conducta ilícita. En la disposición psicológica del hombre común, cuya inteligencia se ve ensombrecida tanto por el pecado original como por los errores que se hubieran cometido, la omisión de la intervención correcta y la pena correlativa por aquellos que tienen el deber a un nivel civil o religioso, se interpreta como una licencia para cometer delitos y pecados. Si quien debe supervisar el comportamiento de los demás con el fin de prevenir el mal en nombre de un falso concepto de libertad, da a entender que no desea hacer esto, el criminal o el pecador es instado además a aplicar sus resoluciones desordenadas y perseverar en su mal conducta (especialmente en el caso de un inmigrante que - no se sabe con qué privilegio - todo le está permitido). Esto no sólo sucede con los niños y adolescentes, sino también con muchos adultos que aún no están vencidos por la embriaguez de una vida sin frenos y pueden hacer una regresión al nivel de desarrollo, con consecuencias que son claras para todo el mundo.

Mención especial, en estos tiempos de calor del verano europeo, merece la ropa, especialmente para las mujeres. En la lista de los frutos del Espíritu Santo que nos ha dado San Pablo en su carta a los Gálatas, hay lugar para la modestia (Ga 5, 23 Vg.). El término latino significa virtud vinculada a la templanza, y en la tradición católica, se ha aplicado en particular a la exposición del propio cuerpo a los ojos de los demás. El vestido es un lenguaje que transmite un mensaje implícito; como las malas palabras corrompen poco a poco el espíritu, las costumbres y las relaciones, así, la vestimenta indecente incita a la lujuria tanto para la usuaria como para quien la ve. En la antigüedad, hubo mujeres que incluso cubrían sus manos, como lo muestran los mosaicos cristianos tempranos. En nuestros días, existe la necesidad de vestirse de manera decente, a fin de no degradar el cuerpo y de no lesionar la modestia. El respeto es un valor universal para un creyente, por otra parte, es el primer paso de la caridad, sin la cual es imposible subir aún más.

Quien va a la iglesia, más aún, debe interrogarse cuidadosamente sobre la forma en que se presenta, no sólo ante los sacerdotes y demás fieles, sino también por el honor de Dios. En el pasado, se requería que las representantes del sexo débil se cubrieran la cabeza, porque el pelo puede convertirse en un factor de seducción. Hoy, por el contrario, las niñas, sin darse cuenta de la decencia, circulan por la vía pública, casi desnudas y 
felizmente se presentan como prostitutas en las parroquias. De hecho, los padres tienen la obligación moral de no dejarla salir de la casa en ese estado y los sacerdotes deben evitar que entren en el recinto sagrado, pero sucede que hasta las encontramos incluso en el altar de las lecturas o en el servicio litúrgico... Hay Ministros que son tolerantes ya que persiguen objetivos con el fin de reclamar la “promoción de la mujer” en la Iglesia y que se limitan a encogerse de hombros con un resignado, “¿qué podemos hacer?... Si les decimos algo, se van y no vuelven”.

La pregunta, en todo caso, debería ser: “¿Qué vamos a hacer, si aquí no les damos ningún tipo de educación y, por el contrario, se sienten confirmadas y alentadas a seguir así?”. Si alguien que vive en la luna, quisiera utilizar la excusa de que son “inocentes niñas”, deberían informarse un poco sobre los hábitos de las adolescentes y pre-adolescentes, y así sabría que a menudo están a la vanguardia en el uso y en la producción propia de pornografía. ¡Qué no se puede hacer con un teléfono móvil, hoy en día! Esa persona incrédula se sentiría aniquilada al escuchar algunas historias: la realidad supera la imaginación. “El verano
decía Don Bosco - es la cosecha del diablo”. Pero ya no estamos en el siglo XIX, qué diablos! Ahora los sacerdotes dan una mano también.

Educar en la pureza y la modestia se ha convertido en un nuevo tabú. La poca "religión" que aún persiste en las iniciativas parroquiales, sin embargo, se propone de manera tan ridícula y grotesca de modo que se convierte en la más nueva causa de burla de nuestra Santa Fe. Como resultado, la juventud corrupta se siente tranquila, ya que son animados a perseverar en ese camino... hacia el infierno. ¡Pobres almas! ¿Quién las arrebatará de las garras del diablo?

Pero el clero moderno, que no se avergüenza de embarcarse en actuaciones vergonzosas en salones de baile, no cree ni el diablo ni en la condenación eterna; no tiene idea de lo que significa el estado de gracia o el pecado mortal e incluso abjuran la presencia real... 

La pérdida de Fe no puede conducir, si no a los resultados de este tipo, que también son el caldo de cultivo hacia una mentalidad promiscua y una homosexual libertina. Una vez más, la “tolerancia” de los obispos termina siendo percibida como un respaldo y se convierte en incitación. ¿Son sorprendentes, entonces, los muchos escándalos? El sacerdote que ejerce la profesión de animador turístico del pueblo o que es visto como un "trabajador social" o como "el profesional sagrado", cuando se separa de su obra, se cambia de ropa y se dedica a sus intereses personales... que es mejor no profundizar en eso. Nadie, por otra parte, ha sido educado en las virtudes sacerdotales, porque, por lo general, no tienen la menor idea sobre el propio sacerdocio, es decir, el estado y el poder sagrado con el que han sido investidos en su ordenación. Es difícil creer que este resultado no se ha hecho deliberadamente por los rectores y profesores de los seminarios.

Es sintomático que el documento de trabajo del Sínodo previsto para octubre de Amazonia no utilice, para la admisión del ministerio, el orden de las palabras. La sustitución léxica no es al azar, pero denuncia un claro cambio semántico: el cura sólo ejercería una función presidencial que no requiere la continencia. Estos son los frutos de la llamada "teología alemana" de las últimas décadas, fomentada a través de estudios y con el incentivo de ríos de dinero 
asignados en "ayuda" a las diócesis de América Latina ideológicamente colonizadas. 

En el seminario, hace casi treinta años, me explicó un entrenador, hoy obispo, que el celibato es un carisma unido a la vocación sacerdotal: para comprobar la segunda, entonces, debe estarse seguro de estar equipado con el primero; como nos fue dado a conocer.

Incluso entonces, las semillas de la confusión, sin que nadie presentara ninguna objeción, fueron arrojadas a puñados. En primer lugar, el celibato es un estado de vida y, en dos mil años, nunca se ha considerado un carisma. En segundo lugar, la dinámica de discernimiento vocacional es exactamente al revés: una vez reconocidos los síntomas habituales de la llamada de Dios, la voluntad del candidato a abandonar el matrimonio, vocación natural universal, es una garantía de su sincero deseo de recibirlo. La más perfecta continencia se ha solicitado a los ministros de Dios (también casados) desde los tiempos apostólicos, por lo que hay un alto grado de probabilidad de que no es una mera ley eclesiástica, sino una regla de derecho divino. El sacerdocio en sí, implica la renuncia al uso del matrimonio, tanto es así que incluso en la disciplina oriental (que, a pesar de la original, se requiere sacerdotes seculares a casarse jóvenes) en los días en que debe realizar la celebración de la liturgia divina, el cura debe abstenerse de las relaciones maritales.
Sin embargo, si un seminarista desprecia el matrimonio, sin sentir ninguna atracción hacia las mujeres y hacia la procreación, debe ser detenido: una vocación genuina nace de estas premisas falsas con la cobertura del celibato. Esto no significa, por el contrario, que tiene que ver necesariamente con haber tenido experiencias sexuales, como se ha afirmado en los años setenta, cuando muchos de los obispos actuales fueron formados: la continencia fuera del matrimonio es una obligación moral para todos los bautizados, o más bien - ya que es una ley natural - para cada ser humano. Incluso las personas casadas deben cultivar la castidad de su estado, por lo que su unión no es una carcasa de deseo, sino una expresión de amor siempre abierto a la vida.

Las exigencias de la caridad y sus respectivas responsabilidades requieren de los padres y los sacerdotes el compromiso ineludible de educar a los niños desde una edad temprana en la modestia y la continencia. Que la “tolerancia” es una excusa tan desgastada que ya no es tolerable, ya que abrió el camino a la destrucción de la familia y al descenso de la natalidad, sus efectos son la degradación del hombre y la mujer causada por las modas indecentes y los hábitos lascivos, promovidas por magnates masones y judíos que financian películas, música y televisión. Si no queremos que desaparezca, debemos volver a la pista: no más tolerancia como una excusa conveniente para no cumplir con nuestro deber; debemos ocuparnos de la disciplina en la educación, el respeto y la decencia, y la estimación correcta de la castidad tanto fuera como dentro del matrimonio.

Chiesa e Postconcilio

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