miércoles, 5 de junio de 2019

SÍNDROME DE ABSTINENCIA

El síndrome de abstinencia afecta a aquellas personas que, adictas a alguna sustancia, se abstienen de consumirla durante un tiempo, y se caracteriza por una serie importante de malestares físicos. La abstinencia de Bergoglio, que es una pócima particularmente venenosa, no produce tipo alguno de síntoma. Dejar de leerlo o de escribir sobre él por un par de semanas ocasiona, por el contrario, una agradable sensación de salud.

Pero tanta abstención no es buena. De tanto en tanto hay que volver a él para no olvidarnos del infatigable trabajo de zapa que está haciendo en la Iglesia, a la que mucho le costará volver a ser la misma -si es que hay tiempo para ello-, luego de que pase este catastrófico pontificado. Además, cuando uno vuelve a leerlo, experimenta otra vez una extraña sensación de irrealidad: ¿es verdad lo que está pasando en la Iglesia? Y cuando comprobamos que efectivamente es verdad, tratamos de evitar llegar a la conclusión que los razonamientos imponen.

Leí ayer la conferencia de prensa que ofreció en su viaje de regreso de Rumanía, en las que las preguntas giraron sobre todo en torno a la cuestión del ecumenismo. Veamos algunos párrafos destacados del magisterio aéreo pontificio:

- “En una ciudad de Europa había una buen relación entre el arzobispo católico y el arzobispo luterano. El arzobispo católico debía ir al Vaticano un domingo a la tarde pero llamó para avisar que llegaría el lunes por la mañana. Cuando llegó me dijo: “Discúlpame [sí, tuteando al Papa] pero ayer el arzobispos luterano se tuvo que ir a una reunión y me pidió: ‘Por favor, ven a mi catedral para celebrar el culto’. ¡Esa es la hermandad! ¡Llegar a este punto!”
.

Yo me permito dudar de la veracidad de la anécdota. Está más que demostrado que Bergoglio es mentiroso. Pero, en este caso, el problema no es que la situación haya ocurrido o no, sino que la relate el Sumo Pontífice y la presente como ejemplo. No voy a entrar a discutir todos los problemas canónicos y teológicos que supone el caso. Hagamos, en cambio, un ejercicio más sencillo: ¿qué hubiese pasado con ese supuesto arzobispo católico si en vez de hacer lo que hizo durante el pontificado de Francisco, lo hubiese hecho bajo Pío XII? Es decir, lo hubiese hecho hace setenta años. No cabe duda que habría sido suspendido, probablemente despojado de su diócesis y seguramente encerrado en el manicomio vaticano, porque eso solamente lo podía hacer un loco. Ni siquiera al peor hereje se le pasaba por la cabeza una cosa de ese tipo. Yves Congar, uno de los grandes impulsores del ecumenismo, se privaba incluso de asistir a las conferencias interreligiosas para evitar el escándalo y la confusión, progresista como era.

Eso no se trata de una cosa banal; no se trata de que durante el pontificado piano se usaba velo del cáliz, y ahora ya no se usa. Se trata de algo central, nuclear de la Iglesia. En buena y simple lógica, la conclusión de lo que dice el papa Francisco es que da lo mismo ser sacerdote católico que sacerdote luterano, y asistir a uno u otro culto; lo importante es la “hermandad” entre todos los cristianos.

- “Tengo la experiencia de oración con muchos, con muchísimos pastores luteranos, evangélicos y también ortodoxos. Sí, también nosotros los católicos tenemos gente cerrada, no quieren y dicen: ‘No, los ortodoxos son cismáticos’. Esas son cosas viejas. Los ortodoxos son cristianos. Pero hay grupos de católicos un poco integristas: debemos tolerarlos, rezar por ellos para que el Señor y el Espíritu Santo le ablanden un poco el corazón”.

Se impone, en primer término, agradecer a Su Santidad el ablandador que nos está revoleando. Mal no nos va a venir un buen baño de Espíritu Santo. Para ser justo, yo le doy la razón a Bergoglio en este párrafo y en otro más que pronunció en la conferencia aérea, cuando hace referencia a los ortodoxos. Como lo he dicho otras veces, las diferencias que nos separan de ellos tienen más explicaciones históricas que teológicas y yo nunca he tenido, ni tengo, problema alguno en participar de sus liturgias. Pero el problema con el Papa es que los ubica en el mismo rango de los evangelistas, luteranos y demás sororidades separadas. Los ortodoxos poseen sucesión apostólica, poseen los siete sacramentos y conservan el depósito de la fe mucho mejor que cualquier obispo católico del montón. Pero eso no ocurre con los protestantes que no sólo no tienen sacerdocio, sino que tienen una fe moldeable a los tiempos y, francamente, no sé cuantos de ellos creen realmente en el Dios Trino y en la redención de Jesucristo.

En buena lógica, entonces, el Papa Francisco va detrás de la pura “hermandad”, del puro bienestar emocional, tan políticamente correcto por otra parte, y sin ninguna preocupación por la fe y el dogma. “Esas son cosas de los pocos católicos integristas que aún debemos soportar, pero a los que no hay que hacer mucho caso”, dice.

Con estas premisas, entonces, se concluye fácilmente que el Papa Francisco no tiene fe católica, o bien, le importa un bledo la fe católica. Su cometido es “tender puentes” y edificar “hospitales de campaña”. Y esto, teológicamente, tiene consecuencias claras: Bergoglio no cumple con el munus que le fue impuesto y aceptó en el momento de su elección. No solamente no confirma a sus hermanos en la fe, sino que los confunde, apartándolos de ella.

Me parece que estoy haciendo un razonamiento correcto y que no es demasiado complicado. ¿Es que no hay ningún obispo que se anime a obrar en consecuencia?

- ¿Continúa viendo al Papa Benedicto como un abuelo?

- “¡Mucho más! Cada vez que voy a verlo lo siento de esa manera. Le tomo la mano y lo hago hablar. Habla poco, habla lentamente, pero con la misma profundidad de siempre. Porque el problema de Benedicto son las rodillas, no la cabeza; tiene una gran lucidez [algún malvado ha dicho que el problema de Bergoglio es exactamente el contrario] y, cuando lo escucho hablar, me fortalezco, siento la “savia” de las raíces que me vienen y me ayudan a seguir adelante. Siento la tradición de la Iglesia que no es algo de museo, la tradición, no. La tradición es como las raíces, que te dan la savia para crecer. Y no te convertirás en raíz, sino que florecerás, el árbol crecerá, darás los frutos y las semillas serán raíces para otros. La tradición de la Iglesia está siempre en movimiento. […] La tradición no custodia las cenizas, la nostalgia de los integristas, de volver a las raíces, no. La tradición son las raíces que garantizan que el árbol crezca, florezca y de fruto”.

Suena cuanto menos curioso que Francisco, que no es ningún giovanotto, se sienta “el nietito cariñoso del abuelito Benedicto”. Apenas se llevan ocho años. No parece muy normal la juventud autoatribuida del Papa en funciones. Pero el contenido de lo que dice es más preocupante: Benedicto es la raíz; él, en cambio, es el árbol que está creciendo y floreciendo gracias a la savia que le otorga la tradición. O bien, una especie de Ave Fénix que ha renacido, y hecho renacer a la Iglesia, a partir de las cenizas inservibles ya, de la tradición. Y, por supuesto, los católicos integristas somos los custodios de esas cenizas, resistiéndonos a convertirnos en floridos jacarandás azules, que es lo qué él está haciendo.

No quiero ser irrespetuoso ni escribir una boutade poco ingeniosa, sino que francamente me parece que este hombre no está en sus cabales. Y lo peor es que nadie quiere, ni puede ponerle un bozal.

¿Cuándo será el día en que el Señor se acuerde él para llevárselo a su Reino, previo una larga estancia en el Purgatorio?


Wanderer





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