viernes, 21 de junio de 2019

LA SOLEDAD AMORDAZADA (II)

Oficialmente deja de ser parte productiva de la sociedad, situación que no termino de entender, cuando es precisamente el periodo en el que mayor experiencia tiene que ofrecer y tiempo para dar

Por César Valdeolmillos Alonso


“…los ancianos son abandonados, y no solo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus limitaciones que reflejan las nuestras, en los numerosos mescollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja participar, opinar ni ser referentes según el modelo consumista en el que sólo la juventud es aprovechable y puede gozar”
Papa Francisco


España es un país que está envejeciendo a pasos agigantados y su situación sociológica en un futuro no muy lejano, si no se ponen los medios para que la tendencia cambie, puede ser algo más que comprometida.

De una parte, los avances científicos hacen que la humanidad vaya añadiendo años a la vida, aunque de lo que no estoy seguro, es de qué eso a lo que llamamos progreso, vaya al mismo tiempo añadiendo vida a los años. De lo que se trata, no es solo de que la edad media de vida vaya siendo mayor, sino de que la ciencia sea capaz de encontrar remedio a muchos de los males inherentes a las edades avanzadas para que esos años que vayamos añadiendo a nuestro calendario particular, los podamos vivir con el menor deterioro físico posible y no precisemos del auxilio paralelo de innumerables atenciones médico-farmacéuticas y sociales.

Estos avances científicos, conllevan sin duda transformaciones sociales que inevitablemente plantean nuevos problemas que requieren la adopción de medidas que den solución a los mismos.

A ese amplio sector de la sociedad, que cada día, no solo va siendo más longevo, sino que va creciendo en número, los poderes públicos y la humanidad entera, tienen el deber y la obligación de encontrarle su adecuado encaje en un mundo, que por su propia naturaleza, evoluciona permanentemente, y que por tanto, nunca será estable en su crecimiento y desarrollo.

Sabemos cual es el papel y la misión que en nuestro mundo juega la infancia: el de adaptarse a al mundo nuevo y desconocido al que se asoma cada día; el de la juventud, irse formando y robusteciendo en el contexto social en el que se han de desenvolver el día de mañana; el de la madurez, administrar el presente e ir poniendo los cimientos para construir el futuro, cosa que rara vez ocurre. Pero ¿Cuál es el papel que ha de desempeñar el ser humano en su siguiente etapa? Oficialmente deja de ser parte productiva de la sociedad, situación que no termino de entender, cuando es precisamente el periodo en el que mayor experiencia tiene que ofrecer y tiempo para dar, de modo que la sociedad se pueda beneficiar de la valiosa riqueza acumulada en el transcurso de su vida. Es una magnífica oportunidad para darse a los demás, y no quedar simplemente, aferrándose a la vida con sus menguadas fuerzas, mientras espera el final de sus días.

El ser humano no sabe qué hacer consigo mismo en la última etapa de su vida. Ni siquiera sabe cómo denominarse.

¿Anciano? A los 65, 70, ni siquiera a los 75 se es hoy un anciano.

¿Viejo? No. Viejo es aquello que se considera inútil, que ya no sirve, que estorba y se tira.

¿Mayor? ¿Mayor que quien? Es un término impreciso que movería a confusión.

¿El ridículo “tercera edad”, que se inventó la progresía empeñada en cambiar la definición real de los conceptos? Lo cierto es que además de ser una acepción estúpida por falta de entendimiento claro y conciso, es incierta, porque antes le precede la infancia, la mocedad y la madurez. Así que usando un orden cronológico, en cualquier caso, no sería la tercera, sino la cuarta edad.

Mucha es la grandeza contenida en el rostro de un anciano. Si tenemos la humanidad de mirarle con los ojos del alma, nos conmoverá descubrir en sus ojos la briosa locomotora que fue, a dónde quería llegar, en que estación detuvo su marcha, y comprobar en lo que finalmente se ha convertido. Un cacharro viejo fuera de servicio situado en vía muerta, ignorado por todos, sin otro destino que el de ir convirtiéndose en chatarra, hasta que un día, alguien autorice que se le aplique “una muerte digna” en un aséptico sanatorio del desguace humano. Algo que a base de formar parte del cotidiano paisaje, terminamos por no ver. Algo que está, pero que ya no existe.



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