miércoles, 30 de enero de 2019

NUESTRA PELIGROSA ADICCIÓN

Esta publicación no es sobre la Iglesia o la vida católica. Pero se trata de la vida de las personas en 2019, y es relevante para cada persona que lea esto ahora mismo.

Por Steve Skojec 

Mi amiga Hilary White se encontró con esta gema y me la pasó. Es breve y le pido que lo mire:

Pasamos todo nuestro tiempo aquí, en las redes sociales obsesionándonos con las historias de personas que no conocemos y discutiendo al respecto durante horas y horas, mientras tanto nuestros cónyuges e hijos son descuidados y la realidad se convierte en una cosa complementaria.

He estado en Internet durante 27 años. De hecho, he tenido un teléfono celular por aproximadamente 17 años y he tenido un teléfono inteligente por unos 12 años. Y cada año, se empeora, se vuelve más difícil desconectar, sintonizar y desplazarse. Me pregunto qué pensará mi hija de tres años cuando intenta hablar conmigo y yo le contesto, pero estoy mirando esta maquina infernal.

Entre nuestra adicción a indignarnos en las redes y nuestra incapacidad para tener relaciones reales con personas reales porque nuestras relaciones en línea son más fáciles de manejar y mucho menos complejas (siempre se puede bloquear a alguien en línea que cause dolor en nuestro mundo). Nos estamos perdiendo... Me obligué a ir a almorzar el otro día dejando mi teléfono en casa. ¿Sabes lo difícil que fue eso? Especialmente porque la persona con la que estaba almorzando, no hizo lo mismo. Cada vez que una notificación llegaba a su teléfono, sin importar cuán válida fuera la razón, esa persona miraba esa pantalla. De repente, me sentí completamente solo e inseguro sobre qué hacer.

Voy a mi oficina con la intención de trabajar y SIEMPRE reviso las redes sociales primero. Siempre. Ahí es donde están las noticias. Ahí es donde mis amigos están hablando sobre las historias que importan. Ahí es donde están todas las notificaciones que no he mirado desde la última vez que tuve mi dispositivo conectado a Internet. Y no puedo decirles cuántos días levanto las manos en señal de frustración porque no he hecho nada significativo y se ha acabado el tiempo y necesito hacer la cena y hacer tareas y rezar... pero las redes sociales me alertan de que hay 49 notificaciones nuevas y necesito revisarlas primero...

No sé cómo hacer mi trabajo si no estoy conectado, pero tampoco sé cómo hacerlo MIENTRAS estoy conectado. Esto nos está arruinando. Está arruinando nuestros cerebros. Está arruinando nuestras relaciones. Está arruinando nuestra capacidad de tener conciencia de la situación y evitar el peligro y ver la belleza de lo que está pasando a nuestro alrededor, o ver la belleza que nos rodea sin publicarlo en Instagram y asegurarnos de que se comparta en Facebook y Twitter, también.

No tengo una respuesta, y tengo la garantía de ser el mayor hipócrita del mundo en esto, pero algo tenemos que hacer. Así no es como estábamos destinados a vivir.

Estas herramientas que tenemos son útiles. Sin Internet no podríamos luchar contra muchas de estas cosas. El obispo Schneider ha mencionado específicamente el poder que ha dado a los buenos católicos para luchar contra la corrupción en la Iglesia. Nuestra capacidad para producir contenido convincente que contradiga la narrativa prevaleciente es una gran bendición, y no debe darse por sentado. No podemos renunciar a ello. Pero tampoco podemos ser completamente consumidos por ello.

Sin un final a la vista para esta crisis, necesitamos un control profundo de nuestros hábitos. Necesitamos estar actuando y viviendo y trabajando de maneras que sean espiritualmente, emocionalmente y físicamente saludables, o no vamos a superarlo.




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