martes, 22 de enero de 2019

DOS OPCIONES PARA UNA PLAGA

El destape de la plaga innombrable que afecta a la Iglesia, cuyos tentáculos alcanzan espacios inimaginables para muchos de nosotros -y me refiero a la práctica homosexual entre los miembros del clero-, lleva necesariamente a que nos preguntemos por el motivo de esta situación. Y así lo hemos hecho con algunos amigos en las últimas semanas, atribulados como estamos por todo lo que está sucediendo y que, en algunos casos, nos afecta de cerca.

Son dos las explicaciones que se han dado hasta ahora. Una, que lo explica por el clericalismo, y que llamaremos la opción Francisco, porque es el pontífice su principal sostenedor. La otra, señala que se trata de una cuestión ligada a la homosexualidad, y la llamaremos la opción Müller, porque es el cardenal de ese nombre quien la sostiene. 

1. La opción Francisco


Los abusos contra menores o contra aquellos que, sin ser ya menores, son súbditos de un superior religioso son fruto de la concupiscencia de poder. Aquellos que ocupan un puesto de autoridad en alguna institución religiosa comienzan a experimentar una necesidad morbosa de manifestar el poder sobre aquellos que les están sujetos que sobrepasa lo indicado por las reglas y estatutos. Suele comenzar con la manipulación y posesión de las conciencias, haciendo abuso de la autoridad que naturalmente poseen y, en algunos casos continua con la posesión física. Los actos sexuales en los que caen, por tanto, no están primariamente originados por un impulso sexual contranatura sino por un desorden en el ejercicio del poder. Su falta de virtud provoca que se vean ganados completamente por esa tentación y la extremen llegando, incluso, a abusar sexualmente.

El P. Javier Olivera publicó hace algunos años un recomendable post en su blog en el que explica estos casos y que él adjudica a un tipo de personalidad que llama del gurú católico. Y pone un ejemplo: un joven cercano a la obra o convento de esegurú, embelesado por su persona persona, entra a formar parte de sus más íntimos seguidores. “Ya dentro, por diversos y lentos procesos de manipulación, que van desde la dependencia espiritual e intelectual a la afectiva, termina cayendo dentro del “círculo” de los más cercanos y, finalmente, abusados… No es, al principio, un abuso grotesco; es lento; casi imperceptible, pero suficiente para que la víctima, se sienta presa de un secreto; un secreto que sólo él y su abusador saben. Es el siguiente: “algo ya sucedió entre nosotros”; no es sólo un tema sexual; es un caso de poder: “tú sabes que yo sé lo que hicimos”. Y esto es lo más duro: la víctima comienza a sentirse hasta culpable de lo sucedido. “¿Cómo es que ha pasado? ¡Si él es un santito!”.

Yo encuentro tres objeciones a esta postura. La primera tiene que ver con la naturaleza de la tentación del poder, ya que ésta, según nos enseña la ascética cristiana, posee una naturaleza más sutil que las tentaciones de la carne, y se da cuando el alma ya ha superado las caídas en los pecados más bajos y groseros y se encuentra en una segunda y más elevada etapa de la vida espiritual. Es decir, estamos suponiendo que esto ocurre a hombres que están avanzados en la vida del espíritu y son presas del demonio, cayendo en sus redes, luego de un tiempo prolongado de ejercicio ascético. Pero no estoy seguro que esto sea siempre así. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Marcial Maciel, que comenzó con sus prácticas de manipulación y desorden sexual siendo todavía un seminarista. Es decir, nunca superó las tentaciones de la carne y no llegó, por tanto, a la etapa de las tentaciones más sutiles. Lo suyo fue carnalidad y perversión pura.

La segunda objeción es que, si esto fuera así, deberíamos diferenciar dos géneros en medio de esta plaga: el de los abusadores, que poseerían las características recién descritas, y el de los curas homosexuales sin más, que se largan a vivir la vida loca, y aquí ubicaríamos los casos públicos conocidos en los últimos años, como los del secretario del cardenal Coccopalmerio y tantísimos otros de los que ya hemos hablado suficientemente. Pero no estoy seguro que esa distinción sea pertinente.

La tercera objeción es que si la raíz del problema es el ejercicio del poder sobre el súbdito, no se explica por qué más del 80% de los abusos son sobre varones. Esto implicaría que la concupiscencia descontrolada por el poder produce también en quienes la sufren un cambio radical en sus gustos sexuales porque, de otra manera, ejercería su abuso según la naturaleza, es decir, con mujeres.

2. La opción Müller

Tanto el cardenal Brandmüller como el cardenal Müller se expresaron hace pocos días sobre el tema, teniendo en cuenta lo que enseña el catecismo de la Iglesia: la tendencia homosexual es una tendencia gravemente desordenada pero no implica culpa para quienes la padecen. Ellos, como cualquier cristiano, “están llamados a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior … pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” (CIC 2359). 


Esto, sin embargo, no oculta que para la Iglesia “los actos homosexuales llevan a la pérdida de la gracia santificante en el alma”. Quien así no lo crea “debería ser honesto y dejar de llamarse católico”, dice Brandmüller. 

El cardenal Müller insiste sobre un elemento: “El hecho no puede ser ignorado toda vez que más del 80% de las víctimas son de sexo masculino”. Y consecuentemente rechaza la idea que la crisis sea causada por “el celibato o por las presuntas estructuras de poder eclesial”, subrayando que “los criminales han cometido crímenes homosexuales”. Por tanto, estos abusos no son “abusos de poder”, sino que mas bien, el poder es usado para gratificar los propios deseos sexuales desordenados. Y continúa: “Cuando un adulto o un superior molestan sexualmente a alguien que ha sido confiado a su cuidado, su poder es solamente el medio -aunque mal usado- para su acción malvada, y no su causa. Se trata de un doble abuso, pero no se puede confundir la causa del crimen con los medios y la ocasión en razón de su actuación, a fin de no descargar la culpa personal del transgresor sobre las circunstancias, o sobre la sociedad, o sobre la Iglesia


Para graficar en lenguaje de granja lo que dice el purpurado alemán, diríamos que el caso de los abusos no tiene demasiados intríngulis psicológicos: se trata del zorro que se compra su propio gallinero para tener pollos y pollitos a voluntad a fin de satisfacer sus tendencias sexuales desordenadas.


Yo no tengo competencia alguna para pronunciarme por una u otra opción. Es un tema que me excede. Tiendo, sin embargo, a pensar la opción Müller es la correcta.


The Wanderer



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