Por la Dra. Carol Byrne
En la Instrucción De musicae sacrae (1955), la “Misa comunitaria” fue, para regocijo de los reformadores progresistas, aprobada explícitamente por el Papa, hasta el más mínimo detalle de “participación activa” de los laicos. La Instrucción sentó las bases para la creación final del Novus Ordo Missae en la medida en que dio a los laicos un papel integral en la celebración de la Misa:
§ 19: “en las misas rezadas pueden ayudar mucho a que los fieles no asistan al santo sacrificio como espectadores mudos e inactivos, sino que acompañen la sagrada acción con su espíritu y con su voz y unan su piedad a las oraciones del sacerdote”. [énfasis añadido]
Para que algo sea una ‘sagrada acción’ de la liturgia, debe ser un elemento intrínseco de aquellas actividades de las que se compone la liturgia, necesaria para su integridad, y una sin la cual el actor principal (el sacerdote) no puede funcionar correctamente.
Por supuesto, el § 19 significaba que los textos prescritos debían cantarse en su totalidad. Sin embargo, se transmite la impresión, a través de una redacción elíptica, de que cuando los laicos cantan los textos litúrgicos, su “participación activa” es tan integral a la liturgia como el canto del sacerdote, sus ministros y el coro. Pero ese es un punto de vista protestante, no católico: fue Lutero quien igualó la importancia de la congregación y el coro y sostuvo que el canto de la congregación no era menos integral al servicio.
Tradicionalmente los clérigos o monjes componían el coro de la iglesia - Foto de New Liturgical Movement
Si deseamos conocer la auténtica posición católica que guió a la Iglesia a lo largo de la Historia, la expresó el Papa Pío X:
“La Iglesia es una sociedad humana, en la cual existen autoridades con pleno y perfecto poder para gobernar, enseñar y juzgar. Esta sociedad es, por lo tanto, en virtud de su misma naturaleza, una sociedad jerárquica; es decir, una sociedad compuesta de distintas categorías de personas: los pastores y el rebaño, esto es, los que ocupan un puesto en los diferentes grados de la jerarquía y la multitud de los fieles” (1).
En el contexto de este sistema de dos niveles, es de la mayor importancia que el coro haya sido tradicionalmente considerado una clase aparte de la congregación porque su función de cantar los textos litúrgicos pertenece a los obispos y al clero. En otras palabras, el coro es esencialmente una entidad clerical.
Se sigue, por lo tanto, que los miembros del coro, aunque sean laicos, ejercen “un verdadero oficio litúrgico”, para lo cual se establece que deben “vestir el hábito y la sobrepelliz eclesiásticos” (2).
En cuanto a la otra categoría de personas incluidas en la “multitud de los fieles”, Pío X no les dio instrucciones específicas, por lo que podemos inferir que no tenían la obligación de cantar los textos litúrgicos. Esto es indiscutiblemente claro en su explicación de que, además del canto del “celebrante en el altar y los ministros”, “todo el resto del canto litúrgico pertenece al coro” (3) [énfasis añadido].
Los fieles ordinarios, por lo tanto, por definición no estaban incluidos entre los cantantes que realizaban funciones litúrgicas. Por lo tanto, no hay motivos para creer que Pío X tenía en mente una interpretación congregacional cuando emitió su motu proprio sobre Música Sacra en 1903.
Incluso antes de convertirse en Papa, cuando era obispo de Mantua y patriarca de Venecia, el futuro Pío X publicó documentos sobre la música sacra (4). Es interesante que, si bien todos son prácticamente idénticos en redacción y contenido al motu proprio latino de 1903, ninguno de ellos mencionó la “participación activa” de los laicos, ni siquiera abordó el tema del canto congregacional.
Muy diferente fue el enfoque de Pío XII bajo la influencia del Movimiento Litúrgico. No sólo exhortó al canto comunitario de la Misa, sino que emitió un mandato positivo para su cumplimiento:
“Cuiden oportunamente de recoger tales cánticos, sistematizándolos a fin de que los fieles puedan aprenderlos más fácilmente, cantarlos con más familiaridad y retenerlos más fijos en la memoria” (De musicae sacrae § 20)
Se sigue, por lo tanto, que los miembros del coro, aunque sean laicos, ejercen “un verdadero oficio litúrgico”, para lo cual se establece que deben “vestir el hábito y la sobrepelliz eclesiásticos” (2).
En cuanto a la otra categoría de personas incluidas en la “multitud de los fieles”, Pío X no les dio instrucciones específicas, por lo que podemos inferir que no tenían la obligación de cantar los textos litúrgicos. Esto es indiscutiblemente claro en su explicación de que, además del canto del “celebrante en el altar y los ministros”, “todo el resto del canto litúrgico pertenece al coro” (3) [énfasis añadido].
Los fieles ordinarios, por lo tanto, por definición no estaban incluidos entre los cantantes que realizaban funciones litúrgicas. Por lo tanto, no hay motivos para creer que Pío X tenía en mente una interpretación congregacional cuando emitió su motu proprio sobre Música Sacra en 1903.
Incluso antes de convertirse en Papa, cuando era obispo de Mantua y patriarca de Venecia, el futuro Pío X publicó documentos sobre la música sacra (4). Es interesante que, si bien todos son prácticamente idénticos en redacción y contenido al motu proprio latino de 1903, ninguno de ellos mencionó la “participación activa” de los laicos, ni siquiera abordó el tema del canto congregacional.
Contraste con Pío XII
Muy diferente fue el enfoque de Pío XII bajo la influencia del Movimiento Litúrgico. No sólo exhortó al canto comunitario de la Misa, sino que emitió un mandato positivo para su cumplimiento:
Lo que tenemos hoy: vocalistas mal vestidos lideran el canto congregacional
“Cuiden oportunamente de recoger tales cánticos, sistematizándolos a fin de que los fieles puedan aprenderlos más fácilmente, cantarlos con más familiaridad y retenerlos más fijos en la memoria” (De musicae sacrae § 20)
No hay nada comparable en ninguno de los documentos firmados personalmente por Pío X, ya sea antes o durante su papado. Siempre había promovido la formación de coros de voces masculinas [5], particularmente entre los seminaristas, y las instrucciones que impartía en su motu proprio para la formación en canto gregoriano estaban dirigidas exclusivamente a clérigos, seminaristas y coros. La única “participación activa” que promovía para los laicos era en la esfera temporal, a la que debían infundir principios cristianos.
Como hemos visto, las rúbricas obligatorias para el activismo laico en la liturgia fueron una invención de Pío XII y aparecieron por primera vez en el Ordo de Semana Santa de 1956. Esta innovación se desarrolló más tarde en la Constitución sobre la Liturgia del Vaticano II, que estipulaba: “En la revisión de los libros litúrgicos, téngase muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista también la participación de los fieles” (Sacrosanctum Concilium § 31).
La asamblea preeminente desplaza al sacerdote celebrante
Cuando se produjo la Instrucción General del Novus Ordo en 1969, el Cardenal Ottaviani señaló sus “referencias obsesivas al carácter comunitario de la Misa”, añadiendo que “el papel atribuido para los fieles es autónomo, absoluto y, por lo tanto, completamente falso”.
La culpa de esta desviación de la Tradición puede achacarse a la “nueva teología” propugnada por el Movimiento Litúrgico -y posteriormente adoptada por el Vaticano II-, que rechazó el paradigma claramente definido de dos niveles clero-laicado y redefinió la Constitución de la Iglesia como una “comunión” homogénea de todos los fieles.
Los innovadores litúrgicos redujeron al sacerdote al mismo nivel que los laicos sobre la base de su “sacerdocio común”, siendo la única diferencia perceptible las funciones que les fueron asignadas en la liturgia. Así, el sacerdocio sacramental se disolvió en el “sacerdocio universal de todos los creyentes” que pregonaba Lutero.
De este error fundamental, que encubre la diferencia de esencia entre los fieles bautizados y el sacerdocio ordenado, surgió el novedoso concepto de que la congregación tenía tanto el derecho como el deber de cantar o recitar textos litúrgicos antes reservados al clero.
¿Cómo empezó a arraigar en la Iglesia una distorsión tan sorprendente de la distinción entre clero y laicado, que recuerda a la abolición del sacerdocio por Lutero?
Pío XII incubó las primeras etapas del proceso concediendo muchos de los desiderata de los reformadores en el ámbito de la “participación activa” de los laicos. Si, como afirma De musicae sacrae, el canto de los textos litúrgicos por parte de todos es parte integrante de la liturgia, básicamente sólo hay un celebrante: la asamblea (6).
Y todos los que ejercen el papel de cantores -el celebrante, el clero, el coro, el solista, la congregación- lo hacen como miembros de la asamblea. El canto de la asamblea se convierte ipso facto en más importante que el de cualquier individuo, incluido el sacerdote celebrante.
Sin embargo, pocos perciben hoy la naturaleza ideológica del motor que tira del tren del Movimiento Litúrgico, o se dan cuenta de la cuestión más profunda y subversiva para la Iglesia: la disminución del papel del celebrante en la Misa y la facilidad con que los laicos pueden asumir el ministerio de los sacerdotes. En efecto, lo que impugnaban los reformadores progresistas desde Beauduin hasta el Vaticano II era el derecho del clero a cantar o decir misa -que es su función divinamente designada- sin que el pueblo se inmiscuyera en la acción litúrgica.
La consecuencia inevitable de la nueva teología litúrgica fue la desclericalización de la liturgia para centrarse en la primacía de la asamblea.
Monjes cantando en procesión
La culpa de esta desviación de la Tradición puede achacarse a la “nueva teología” propugnada por el Movimiento Litúrgico -y posteriormente adoptada por el Vaticano II-, que rechazó el paradigma claramente definido de dos niveles clero-laicado y redefinió la Constitución de la Iglesia como una “comunión” homogénea de todos los fieles.
Los innovadores litúrgicos redujeron al sacerdote al mismo nivel que los laicos sobre la base de su “sacerdocio común”, siendo la única diferencia perceptible las funciones que les fueron asignadas en la liturgia. Así, el sacerdocio sacramental se disolvió en el “sacerdocio universal de todos los creyentes” que pregonaba Lutero.
De este error fundamental, que encubre la diferencia de esencia entre los fieles bautizados y el sacerdocio ordenado, surgió el novedoso concepto de que la congregación tenía tanto el derecho como el deber de cantar o recitar textos litúrgicos antes reservados al clero.
¿Cómo empezó a arraigar en la Iglesia una distorsión tan sorprendente de la distinción entre clero y laicado, que recuerda a la abolición del sacerdocio por Lutero?
Pío XII incubó las primeras etapas del proceso concediendo muchos de los desiderata de los reformadores en el ámbito de la “participación activa” de los laicos. Si, como afirma De musicae sacrae, el canto de los textos litúrgicos por parte de todos es parte integrante de la liturgia, básicamente sólo hay un celebrante: la asamblea (6).
Y todos los que ejercen el papel de cantores -el celebrante, el clero, el coro, el solista, la congregación- lo hacen como miembros de la asamblea. El canto de la asamblea se convierte ipso facto en más importante que el de cualquier individuo, incluido el sacerdote celebrante.
Sin embargo, pocos perciben hoy la naturaleza ideológica del motor que tira del tren del Movimiento Litúrgico, o se dan cuenta de la cuestión más profunda y subversiva para la Iglesia: la disminución del papel del celebrante en la Misa y la facilidad con que los laicos pueden asumir el ministerio de los sacerdotes. En efecto, lo que impugnaban los reformadores progresistas desde Beauduin hasta el Vaticano II era el derecho del clero a cantar o decir misa -que es su función divinamente designada- sin que el pueblo se inmiscuyera en la acción litúrgica.
La consecuencia inevitable de la nueva teología litúrgica fue la desclericalización de la liturgia para centrarse en la primacía de la asamblea.
Continúa...
Notas:
1) Pío X, Vehementer nos, 1906, § 8.
Notas:
1) Pío X, Vehementer nos, 1906, § 8.
2) Pío X, Tra le Sollecitudini, 1 903, §§ 13, 14.
3) Ibídem. , § 12. Debemos mencionar brevemente los informes populares de una carta, difundida por Internet, supuestamente escrita por Pío X, antes de convertirse en Papa, al obispo Callegari de Padua. En él, se le cita favoreciendo el canto congregacional en la liturgia incluso por encima de la polifonía. Hay varias versiones diferentes de la carta, cada una de las cuales pretende ser el texto original, y se presentan como “prueba”. Pero no se da ninguna fuente de archivo con la que verificar la autenticidad de la carta.
Investigaciones posteriores revelan que la carta se originó a partir de los primeros biógrafos de Pío X, cada uno de los cuales agregó su propia interpretación creativa para respaldar su idea subjetiva de lo que el Papa debe haber dicho, de modo que la narración final es, como en el juego infantil de Susurros chinos, una completa distorsión. Así, se crea una falsa “autoridad” para sustentar una posición ideológica.
Investigaciones posteriores revelan que la carta se originó a partir de los primeros biógrafos de Pío X, cada uno de los cuales agregó su propia interpretación creativa para respaldar su idea subjetiva de lo que el Papa debe haber dicho, de modo que la narración final es, como en el juego infantil de Susurros chinos, una completa distorsión. Así, se crea una falsa “autoridad” para sustentar una posición ideológica.
4) Estos son los Decretos sinodales de 1888 en Mantua, el Votum (Informe) de 1893 en respuesta al cuestionario de León XIII sobre Música Sacra y la Carta pastoral de 1895 al clero de Venecia. Ver aquí.
5) Desde el inicio de su ministerio sacerdotal -como coadjutor en Tombolo, párroco en Salzano, obispo de Mantua y patriarca de Venecia- formó coros de niños y hombres, y los entrenó personalmente en el canto gregoriano.
6) Esta es la “nueva teología” del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) que establece que: “En una celebración litúrgica, toda la asamblea es leitourgos [el celebrante]”. § 1188
12ª Parte: Los obispos alemanes atacan, Pío XII capitula
13ª Parte: El proceso de apaciguamiento: Alimentar al cocodrilo alemán
14ª Parte: 1951-1955: El Vaticano inicia la reforma litúrgica50ª Parte: Cómo se saboteó el Servicio de Tenebrae 56ª Parte: La mafia germano-francesa detrás de la reforma litúrgica
57ª Parte: Reorquestación de la Vigilia Pascual
Tradition in Action
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14ª Parte: 1951-1955: El Vaticano inicia la reforma litúrgica
15ª Parte: Una reforma litúrgica contradictoria
16ª Parte: Una reforma incoherente
18ª Parte: Maxima Redemptionis, una 'Fachada Potemkin'
21ª Parte: La anarquía litúrgica aumenta bajo Pío XII
26ª Parte: Negar el carácter sacrificial de la Misa
28ª Parte: Desinformación para denigrar la liturgia
29ª Parte: La liturgia no es obra del pueblo
31ª Parte: El hombre contra Dios en la liturgia
35ª Parte: Saboteando la Elevación y la Consagración38ª Parte: Oposición progresista al sistema de Capillas
39ª Parte: Cargos inventados contra las capillas42ª Parte: ¿Qué tan revolucionario fue el Congreso de Munich?46ª Parte: Un “retazo loco” de elementos incongruentes
52ª Parte: Abolición de la Misa de los presantificados
57ª Parte: Reorquestación de la Vigilia Pascual
59ª Parte: Socavando la procesión del Cirio Pascual
60ª Parte: Separando la lex crecendi de la lex orandi
62ª Parte: Adoptar un rito de inspiración protestante65ª Parte: El declive del espíritu penitencial
66ª Parte: Todos los presentes se consideran celebrantes67ª Parte: La reforma de 1956 desencadenó muchas otras
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