Por Carlos Esteban
La Iglesia, naturalmente, no es nada de eso, y su Fundador hace ya más de dos mil años nos garantizó que duraría hasta el final de los tiempos. Pero no nos dijo cómo, y por lo que podemos ver ahora, con los fríos datos en la mano, no se le adivina un futuro próximo demasiado halagüeño. La anunciada ‘primavera eclesial’ del Concilio (no hace falta decir qué concilio, porque últimamente parece haber habido uno solo en la historia) se tradujo casi inmediatamente en un desplome aterrador en todos los criterios medibles -bautismos, apostasías, laicizaciones de sacerdotes, práctica religiosa…-, una debacle que el pontificado de Francisco no ha hecho más que acelerar.
Había en Occidente un solo ‘colectivo’, por llamarlo de alguna manera, que desafiaba la tendencia general, y era el de los adeptos de la Misa Tradicional. No es una opinión, son números. Se trata de un grupo insignificante, muy reducido, pero que experimenta un crecimiento exponencial en el mismo momento en que Occidente sale en manada de la Iglesia. Y contra él, en medio de los muchos problemas que aquejan a la Iglesia, es contra el que ha preferido cargar Francisco, en una obsesión difícil de explicar.
¿En qué aspecto son un problema los católicos tradicionalistas? No desafían la doctrina, son demasiado pocos para suponer una verdadera molestia (en el peor de los casos), no hacen ruido ni protestan. Y ya estamos ante el tercer documento vaticano contra ellos.
Mientras, la potente locomotora alemana, la Iglesia nacional más rica después de la estadounidense y una de las más influyentes, desafía a diario la autoridad de Roma y la permanencia del mensaje católico, sin que la Curia se lo tome tan en serio. Uno puede bendecir parejas homosexuales contra el dictamen de Roma y mantenerse en su puesto e incluso esperar una promoción. Pero mostrarse indulgente con quienes quieren rendir culto a Dios como lo ha hecho la Iglesia durante miles de años puede suponer el fin de la carrera de cualquier prelado.
Este papa inició su pontificado con la promesa sugerida de un Papado “más colegial”, “más descentralizado”, “más ‘sinodal’”. Pero habría que retrotraerse al Renacimiento para encontrar una estructura de poder real más centralizado, de un episcopado más homogéneo, en el que quien se mueva no sale en la foto y donde del ‘jefe’ se copia no ya el espíritu o la doctrina, sino hasta los dejes, expresiones y opiniones políticas.
InfoVaticana
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