Por el padre Jorge González Guadalix
En nuestra Iglesia, en general, comenzando parece por el santo padre y siguiendo por un sinfín de organizaciones católicas, se aplaude hasta con las orejas, se vitorea con lanzamiento al aire de solideos multicolores y se publicita en toda organización de caridad que se precie el maravilloso invento de una nueva sociedad que va camino de convertirse para el 2030 en un nuevo Reino de Dios a lo laico en el que se acabarán la pobreza, la marginalidad y la injusticia para vivir todos, por fin, en una nueva sociedad mezcla de anuncio de los Testigos de Jehová, cartel del PSOE de los ochenta, Imagine de John Lennon y el corro de la patata bailando al ritmo de Viva la gente.
Me parece que la agenda 2030 es la peor versión del lobo de Caperucita disfrazado de ovejita Lucera a la que de campanillas he puesto un collar. Me parece, y como no es dogma de fe lo de la agenda esa, lo cuento. ¿Y que por qué me parece? Ahí vamos.
1. Soy amante de mi libertad y la entrego cuando quiero y a quien quiero. No acepto que nadie me imponga un modelo de sociedad ni de nada. Que me hagan la propuesta y si me convence me apunto, pero por las bravas va a ser que no.
2. Soy acérrimo defensor de la vida desde su concepción hasta su final natural. Me huele, a lo mejor soy de nariz ultrasensible, que entre lo del Nuevo Orden Mundial y la agenda 2030, vamos a tener más aborto, más eutanasia, más control de población a costa de lo que sea.
3. Me temo que ni China, ni la India ni los países árabes van a tragar. Ni por las buenas ni por las malas. Por lo tanto, todo va a consistir en que los poderosos lo que quieren es controlar para sus planes, es occidente. No me gusta.
4. En el trasfondo se percibe también, en aras de concordia y convivencia, el deseo de una religión universal consensuada. Hasta ahí podíamos llegar.
5. Es una trampa, y de las gordas, pensar que esa nueva forma de pensar y de vivir se va a lograr simplemente porque lo diga la ONU o la OTRA. Si no hay conversión del corazón, no hay Reino. Mi miedo es que nos cambien la conversión del corazón por una educación para el pensamiento único. Otra vez con la libertad.
Como ven, y así, en cuatro rasgos, lo de la agenda 2030 tiene, cuando menos, mucho que pensar y exige, desde luego, una prudencia extrema.
Me han agradado las palabras del nuncio en España, monseñor Bernardito Azua, manifestando que la Santa Sede tiene muchas reservas ante esta realidad: sexualidad y familia, el término “género”, la palabra “empoderar”, demasiados objetivos, excesivo idealismo, declaraciones con buenas intenciones que no se implementan, cierta ‘colonización ideológica’, con la que se busca imponer un modo de vida.
Cuando un diplomático vaticano - ojo: diplomático y vaticano- deja caer todo eso, es que se están dando cuenta de que en esto de la 2030 hay que andarse con pies más que de plomo.
Por eso me sorprende con qué alegría organizaciones confesionalmente católicas, como por ejemplo “Manos Unidas”, se muestren tan ilusionadas y partidarias con el asunto. Y no me sorprende que ante tal entusiasmo haya parroquias e individuos que digan que hasta aquí llegó la riada y que seguirán comprometidos con los más pobres pero a través de otras organizaciones que les ofrezcan una mayor confianza. Parroquias que saben de solidaridad, comprometidas con los últimos, pero no con la agenda 2030 ni con los que la apoyan y favorecen.
De profesión, cura
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